Enzo Traverso, historiador: “Se habla de revolución en todos los campos, entonces la palabra no significa nada”

diciembre, 2022
El investigador italiano acaba de publicar “Revolución. Una historia intelectual”. En esta entrevista analiza por qué una revolución del siglo XXI no es como la del XIX, el devenir del sueño socialista y la amenaza nuclear de la guerra entre Rusia y Ucrania.

En cierto momento del siglo XX, la palabra “revolución” tenía un sentido claro: se trataba de la caída de un régimen y su sustitución por uno nuevo, con un programa político de transformación social, con un sustrato popular que protagonizaba los nuevos tiempos. Hasta en una isla perdida en el Caribe se podía realizar una revolución. Y aquí y en todos lados la revolución estaba a la vuelta de la esquina.

Luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética (del fin del siglo XX, según el historiador Eric Hobsbawm), la famosa palabrita pareció perder un significado claro, cuando no se transformó en adjetivo en las publicidades televisivas. Sin embargo, ¿cuál fue el origen del concepto de la revolución? ¿Y cómo lo tensaron aquellos intelectuales revolucionarios que le dieron bríos en el campo del pensamiento y también la acción?

Ese recorrido es el elegido por el historiador italiano (e intelectual revolucionario él mismo) Enzo Traverso, una autoridad indiscutida en el debate público de las ideas políticas que no reniega del marxismo, sino que intenta enriquecerlo con sus libros. La historia como campo de batalla: interpretar las violencias del siglo XX o Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria son ejemplo de esas intervenciones.

Acaba de publicar Revolución (Una historia intelectual) por Fondo de Cultura Económica y conversó con Infobae Leamos Cultura sobre los temas que desarrolla su libro, además de brindar una sagaz mirada sobre el panorama de nuestros tiempos, tan marcados por un ayer que merece ser revisitado. Enzo Traverso concretó este diálogo desde la Universidad de Cornell, en Nueva York, donde imparte clases.

-Traverso, su libro plantea una pregunta al lector desde el título mismo: “Revolución. Una historia intelectual”. Revolución es una palabra muy potente y una historia intelectual es polisémica, ¿se referirá al desarrollo intelectual del concepto, un trazado histórico de sus intelectuales, el conflicto entre intelectuales y el poder revolucionario? A un lector en una librería ante su nueva obra, ¿qué le diría acerca de ella?

-Bueno, Revolución es un título demasiado amplio y un poco vago en general, pero también un poco ambiguo porque la palabra revolución tiene muchos sentidos. Y muchos sentidos a veces contradictorios. Entonces poner ese subtítulo, “Una historia intelectual”, es una manera de circunscribir el campo de la investigación a pesar de que mi libro no es solamente un libro de historia de las ideas: es un libro que intenta contextualizar las ideas que inspiraron, acompañaron o fueron generadas por experiencias revolucionarias, tomando en cuenta el recorrido de los intelectuales, es decir, los seres humanos que encarnaron y encabezaron esas ideas, y la manera en la cual esas ideas se transforman en una fuerza social, cuando esas ideas son apropiadas por sujetos sociales colectivos que actúan y que cambian el mundo. La historia intelectual tiene que ser interpretada en un sentido muy amplio de la palabra y ciertamente no ser reducida a una historia de las ideas en el sentido convencional de la palabra. En las últimas décadas el concepto mismo de “revolución” está bastante equivocado, confundido o rodeado de un conjunto de miradas y un imaginario que lo hace casi incomprensible.

-¿En qué se ve eso?

-Cada año Apple produce un nuevo una nueva computadora o un nuevo iPhone que es cada vez presentado como una revolución. Se habla de revolución en todos los campos y entonces es una palabra que no significa nada. En el campo historiográfico se habla mucho de “revolución fascista”, por ejemplo, y entonces, ¿qué significa revolución? Significa muchísimas cosas distintas y a veces contradictorias, o sea, se dice “revolución conservadora” al neoliberalismo. Entonces mi preocupación fue también reestablecer un significado, un sentido que es una idea de revolución que surgió en la modernidad, que acompañó toda la trayectoria de la modernidad y que apareció al final del siglo XVIII. Es decir, la revolución como un cambio radical de la sociedad y del poder, la transformación social, una derrota del poder y la creación de un poder y un movimiento poderoso de masas que irrumpe en la escena de la historia. Ese es el concepto moderno de revolución y mi preocupación es que este concepto que estaba claro para todo el mundo digamos durante el siglo XIX y XX ahora está confundido.

-¿La ausencia en estas décadas de revoluciones que tomen el poder influye en esa disolución del concepto?

-Bueno, digamos que una de las dificultades que aparecen en el siglo XXI, es decir en nuestro tiempo, para conceptualizar la revolución se ubica en la conciencia histórica que surgió después de la caída del Muro de Berlín, después el final de la Guerra Fría y después del final del siglo XX. Algo que hoy es claro para todos es la conciencia no solamente de la derrotas de las revoluciones del siglo XX en su conjunto, derrotas que tomaron formas distintas no solamente porque fueron destruidas como en Chile en 1973 o como en el Cono Sur en la década de los 70, pero también revoluciones que fueron victoriosas y produjeron regímenes autoritarios totalitarios, revoluciones que produjeron genocidios como en Camboya, por ejemplo. La revolución como fue concebida en el siglo pasado fracasó, esa es una conciencia clara para todos y entonces hay que repensar la revolución. Después de esta derrota y después de tomar conciencia de que la historia no es un camino lineal, no es un camino hacia el progreso o hacia el socialismo marcado por un conjunto de rupturas revolucionarias en un sentido evolucionista: está la Revolución Francesa, está 1848, la Revolución Rusa, la Revolución China, la Revolución Cubana. Era una especie de evolución que nos acerca al objetivo, a la meta. Esa concepción teleológica de la historia es una concepción que no tiene ninguna pertinencia.

-¿Cómo impacta eso en la actualidad?

-Hoy vivimos en un mundo en el cual no tenemos una idea de futuro, no tenemos ninguna certidumbre con respecto al futuro, si tenemos una certidumbre no es la exactitud de que estemos marchando al socialismo, sí que tenemos que cambiar el modelo de civilización porque si seguimos de esta manera el futuro será una catástrofe ecológica. Entonces la idea de revolución hay que repensarla globalmente y eso implica una puesta en cuestión del concepto mismo de revolución, eso implica una puesta en que en cuestión de toda una tradición revolucionaria que se identificó durante largo tiempo en particular con el marxismo. La idea de revolución de Marx para mí tiene todavía su pertinencia para pensar los conflictos sociales, para pensar el papel de las clases en la sociedad, para pensar las modalidades de la transformación social, pero al mismo tiempo tiene que ser problematizado, tiene que ser el objeto de una investigación crítica y ese es un papel de mi libro respecto a esa concepción teleológica.

-Su libro explora, por ejemplo, al ferrocarril en su desarrollo histórico y a las representaciones simbólicas ligadas a la revolución. Desde Marx y la revolución como locomotora de la historia al Tren Rojo de Trotsky, pero también señala sus límites y cierta visión positivista en aquellas metáforas.

-Claro, porque la imagen de la revolución como locomotora de la historia se inscribe en un imaginario muy poderoso en el siglo XIX, que es el siglo de la industrialización, de la modernización, de la mecanización del mundo, por lo menos del mundo occidental. Es un siglo en el que esa idea de transformación y esa idea de una aceleración de la historia se condensan en la imagen de las locomotoras y los ferrocarriles como un movimiento hacia el futuro y hacia el progreso. En esa metáfora los ferrocarriles corren en rieles y conocemos el destino de las locomotoras, el tren tiene un un destino y entonces eso implica una visión teleológica de la historia, sabemos dónde vamos, la historia tiene una dirección y podemos acelerar ese movimiento y esa idea de las revoluciones como una flecha que es lanzada hacia el futuro. Es una idea muy fuerte, muy poderosa, porque los trenes también son un medio de de transporte colectivo. Es decir, colectivamente podemos correr hacia el futuro y al mismo tiempo la locomotora de la historia implica toda una visión de la tecnología, del papel de las máquinas en la sociedad de las transformaciones y del desarrollo de las fuerzas productivas. Una concepción muy utópica y también bastante productivista. Esa metáfora fue muy poderosa durante todo el siglo XIX.

-A esta visión Walter Benjamin le responde que la revolución son los pasajeros tratando de activar el freno del ferrocarril que va a la catástrofe. Parece actual, dado el colapso ecológico al que nos acercamos, el empobrecimiento de grandes masas incluso en los países desarrollados, la guerra y la crisis económica. ¿No tiene que ver esta visión diferente a la de la locomotora yendo sin parar hacia el futuro con las posiciones marxistas catastrofistas y el “socialismo o barbarie” de Rosa Luxemburgo, que la esgrimía frente a la guerra?

-Seguro, hay que simplemente destacar que cuando Benjamín escribe esta fórmula tan contundente de la revolución como el freno de emergencia que detiene el curso del tren hacia la catástrofe lo hace en 1940, es decir, en una coyuntura histórica catastrófica y en la cual se piensa en un cataclismo y un colapso de la civilización misma, ¿no? En aquel momento su planteamiento no solamente son notas que él toma y que vamos a conocer mucho después de esta formulación. Está la toma de conciencia de un cambio de la visión de la historia, la historia no es más una marcha hacia el progreso. Es, al revés, una marcha hacia la catástrofe. La revolución tiene un sentido y un objetivo que es exactamente lo contrario a acelerar la marcha de la historia, sino detenerla y reorganizar la dirección de la de la civilización.

-¿Y qué lectura puede hacerse de esa mirada?

-Esa visión benjaminiana está muy cercana a nuestra sensibilidad al final del siglo XX y al principio del siglo XIX que en el momento en el cual fue formulada. Yo creo que no pudo ser comprendida y asimilada porque en aquel momento la espera de salvación se identificaba con la Unión Soviética que estaba resistiendo y la Unión Soviética se pensaba como el futuro y como una etapa superior en la historia de la civilización. Eso es el elemento fundamental en esta reflexión. La cuestión de Rosa Luxemburgo y de la alternativa entre socialismo o barbarie es una cuestión fundamental. Ella dibujó esta alternativa con este eslógan tan contundente durante la Primera Guerra Mundial y la Primera Guerra Mundial fue también el momento en el cual se comprendió que el capitalismo produce catástrofes, produce guerras, produce violencia, produce la posibilidad de una declinación de la civilización misma, etcétera.

-¿Tiene algún impacto esa mirada de Rosa Luxemburgo en nuestros días?

-Yo creo que en el mundo de hoy la alternativa que planteó Rosa Luxemburgo está aún más vigente y aún más pertinente. Pero hay que introducir un conjunto de observaciones porque una izquierda responsable no tiene el derecho, simplemente, de repetir lo que Rosa Luxemburgo dijo hace un siglo o más de un siglo. Esa alternativa se plantea hoy pero esa alternativa tiene que ser repensada después de un siglo en el cual el socialismo fue no solamente una utopía o una idea de futuro, fue una forma de sociedad que se construyó porque las revoluciones socialistas tuvieron lugar y fueron exitosas en gran parte del mundo y fracasaron. Esta alternativa se replantea hoy pero tenemos que ser conscientes de que el socialismo mismo puede ser una cara de la Barbarie y esto no es poca cosa. Implica una conciencia de que la transformación del mundo es mucho más complicada que la que pensaron nuestros ancestros. Es un proceso mucho más difícil y complejo y eso nos permite volver otra vez a Benjamin porque Benjamín no solamente piensa la revolución como el freno de emergencia para detener el curso del tren hacia la catástrofe, él piensa la revolución como una redención del pasado. Hacer la revolución significa cambiar el mundo en el presente, pero significa también rescatar a los vencidos de la historia y después de un siglo de revoluciones fracasadas esa herencia de derrotas, de sufrimientos, de masacres, de vencidos está en espera de una redención. Creo que es algo nuevo e importante, tenemos conciencia hoy que no hay solamente que mirar hacia el futuro, lo que es fundamental, hay también que mirar hacia el pasado y transformar el mundo no se puede hacer sin elaborar críticamente una visión del pasado.

León Trotsky, una de las figuras de la Revolución Rusa más analizada por Traverso. (PhotoQuest/Getty Images)

-En las últimas décadas una parte importante de la intelectualidad conservadora o ex izquierdista señaló que las revoluciones fracasaron por su imposibilidad última, por ser intrínsecamente totalitarias o por su definitiva tendencia al terror y a la dictadura personalista.

-Mira, yo escribí este libro también para intentar sobrepasar un conjunto de polémicas y de visiones convencionales que me parecen discutibles. Por ejemplo, hay una mirada conservadora que siempre existió desde 1917 o, antes, desde la Revolución Francesa y las de 1848 y la Comuna de París, que dice que la revolución es la matriz del autoritarismo. La revolución es una catástrofe, la revolución es la negación de la libertad y después de la democracia, entonces la revolución rusa fue totalitaria porque fue la realización de un proyecto totalitario. Bueno, ese no es mi planteamiento. Yo pienso que la revolución tuvo lugar como movimiento y como ruptura de la historia emancipadora y liberadora, ese fue el impulso y la razón fundamental de la revolución, pero hay también otra visión, que fue mi propia visión en el pasado, cuando era joven y un militante, según la cual existe la buena revolución de Lenin y Trotsky en 1917 y después está Stalin que es malo y que desvía la revolución de su camino hacia un un régimen autoritario y totalitario, etcétera. Bueno, digamos que esta visión no me parece más muy pertinente y no la comparto más. Pero no para decir que Lenin y Stalin son la misma cosa o que Trotsky y Stalin son la misma cosa o para decir que toda la revolución es mala. No es este el problema, es ver el proceso histórico en su dialéctica, en su complejidad y en sus contradicciones. Por supuesto, yo prefiero la democracia soviética palpitante como algo vivo y no me gusta el régimen del partido único al poder, un régimen burocrático o una autocracia y un régimen de represión con los campos de concentración. Eso es obvio, todos pueden decirte eso, pero ¿cómo se produce este cambio? Ese es el problema y eso es algo que lleva a una reflexión.

-¿Y entonces cómo mirar ese proceso histórico?

-Yo no pienso que se pueda decir: “Trotsky es bueno en este momento, es malo en otro momento. Trotsky en La historia de la revolución rusa está bien y el Trotsky de Terrorismo y comunismo durante la guerra civil es malo. Esa es una visión maniquea, dicotómica: Trotsky siempre es lo mismo. La revolución en un contexto histórico dado que es el contexto de guerra civil rusa e internacional toma un camino autoritario. ¿Hubiera podido tomar otro camino, hubiera sido posible crear una democracia radical, una democracia auténtica, respetuosa de los derechos de las minorías, respetuosa de todas las libertades individuales y colectivas en medio de esta guerra civil? Yo no lo creo. Bueno, después sí podemos decir que Trotsky hace la apología de la dictadura del partido o de la militarización del trabajo y que explica que la violencia es legitimada por los soviets. Bueno, eso se puede discutir, por supuesto, y las críticas que fueron dirigidas al poder bolchevique por la izquierda, por ejemplo por los anarquistas o por corrientes mencheviques. Son muy interesantes y muy pertinentes, pero el contexto es ese.

Rosa Luxemburgo, una intelectual de otra época. Universal History Archive/Shutterstock (3877961a)

-En ese contexto, ¿qué rol jugó el estalinismo?

-El estalinismo no puede desde mi punto de vista ser definido como una contrarrevolución. El estalinismo no me gusta para nada, el estalinismo tiene que ser criticado y condenado en todos sus aspectos, los más inhumanos que tiene, pero el estalinismo es un producto de la revolución misma. No digo que no había alternativas al estalinismo, había otras alternativas que habían sido propuestas dentro del Partido Bolchevique, pero el estalinismo no fue una restauración del Antiguo Régimen, del poder que había antes de la revolución o una restauración del capitalismo. Fue un producto de la revolución misma y entonces una historización crítica de las revoluciones del siglo XX implica tomar en cuenta esta complejidad y esta dialéctica de la historia. Hay que salir de las dicotomías del siglo XX, el paraíso por un lado, el infierno por otro lado según una visión apologética o una visión conservadora, hay que pensar históricamente el proceso en todas sus contradicciones.

-A la vez su libro no deja de señalar fenómenos que se realizaron al mismo tiempo que la guerra civil en Rusia, como esos planteos biopolíticos sobre la eternidad de los cuerpos, por un lado, o los grandes avances en los derechos de las mujeres, por el otro.

-Sí, intento explicarlo como un producto de cierta visión cientificista del socialismo, es decir, la idea del socialismo como de una civilización basada en un desarrollo científico técnico y tecnológico inagotable; una idea prometeica de socialismo que está muy arraigada en cierta ideología positivista, pero digamos que esta visión cientificista puede tomar rasgos eugenésicos en algunos momentos y se articula con una utopía poderosa de conquistar el cosmos y vivir eternamente. Estas ideas aparecen en un momento en el cual todo parece posible: durante la primera década de la revolución, durante la Guerra Civil. Se lucha por la supervivencia, sobrevivir es el objetivo porque la revolución está amenazada y tiene que defenderse, pero al mismo tiempo es la idea de que en la revolución todo es posible y que la revolución abre un horizonte de posibilidades absolutamente gigante e inagotable. La revolución es la demostración de que nada es imposible. Esa idea es en cierta medida reforzada por la realidad misma: hay una transformación gigante de la sociedad que se produce y hay conquistas gigantes. Que las mujeres puedan pensar su destino como sujetos independientes, que puedan elegir su vida profesional, su trabajo, que las tareas domésticas y la educación de los niños sean socializadas, que las mujeres se puedan decir dueñas de su cuerpo y tengan derecho a una vida erótica satisfactoria, eso es en 1918, 19, 20, es algo totalmente nuevo, radicalmente provocativo. La historia del feminismo antes de 1917 es la historia de un movimiento por el derecho de votar y no es un movimiento para la liberación sexual. Ese es el cambio que se produjo y entonces esas tendencias coexisten.

«Antes de febrero, los analistas decían que a Putin no le interesaba iniciar esta guerra», dice Traverso. Sputnik/Sergey Guneev/Kremlin vía REUTERS

-Entonces…

-Hay una idea de libertad total, la revolución es un proyecto de liberación total del hombre y eso es una idea fuerte y al mismo tiempo están las condiciones objetivas que ponen un conjunto de límites a la cuestión biopolítica que evocaste en tu pregunta. Después de la guerra civil hay que reconstruir la economía, hay que relanzar la producción en un país en el cual hay hambre. Y entonces construir el socialismo significa también introducir medidas biopolíticas de disciplinas de los cuerpos, de higiene, de productivización y educación de los cuerpos para adaptarlos a las tareas económicas de la producción. Todo eso se mezcla y produce lo que conocimos. Pero es una sociedad extremadamente dinámica y en transformación permanente y eso es fundamental. Las utopías más libertarias coexisten con utopías eugenésicas muy peligrosas y con una fetichización de la tecnología que es también muy peligrosa.

-Su libro delimita al intelectual revolucionario de los que no lo son y el ámbito de desarrollo de esa intelectualidad revolucionaria. ¿Cómo era ese intelectual revolucionario? ¿Y cómo lo sería hoy?

-Históricamente, los intelectuales revolucionarios eran bohemios, eran marginales desde un punto de vista social y desde un punto de vista simbólico también ser un revolucionario antes de la Gran Guerra y antes de la Revolución Rusa significaba estar fuera de las instituciones académicas, significaba tener una vida precaria desde un punto de vista material, significaba ser bohemios, ser excluidos de todos los centros de poder y de todas las instituciones que moldeaban el espacio público. Los intelectuales revolucionarios marxistas o anarquistas que tenían una posición académica antes de la Primera Guerra Mundial eran contados con los dedos de una mano. Después de la Revolución Rusa los intelectuales revolucionarios, que son por su propia naturaleza cosmopolitas, que son por su propia naturaleza internacionalistas, que tienen una circulación vinculada a las dinámicas de la lucha de clases y no a las dinámicas del “academic job market”, como se dice acá en Estados Unidos, después de la Revolución Rusa los intelectuales revolucionarios tienen una patria. Tienen una patria, se identifican con el régimen soviético y eso cambia también su posición material. Porque en muchos casos son intelectuales que tienen un compromiso político militante como miembros de un partido y que entonces se involucran en un aparato material y muchas veces son vinculados a jerarquías y disciplinas y también a un sueldo. Viven con los recursos que llegan de la Unión Soviética y eso implica una dependencia total de un aparato político, de un leadership político y estratégico y eso es un cambio radical. La Revolución Rusa legitima los intelectuales que tenían un planteamiento marxista, socialista, comunista pero revolucionario, pero al mismo tiempo golpea la libertad y la independencia de pensamiento de los intelectuales. Y cuando los intelectuales reivindican su papel crítico, la capacidad de criticar el poder, cualquier tipo de poder y también el poder soviético, bueno, hay una ruptura, hay un conflicto y vuelven a ser heréticos, marginales y bohemios. El recorrido de Trotsky de este punto de vista es bastante singular porque es el intelectual exiliado antes de la revolución, después es la encarnación del poder, también del poder militar porque es el jefe del Ejército Rojo, después es un disidente en la Unión Soviética, es expulsado y perseguido y vuelve a ser un exiliado que vive de una manera muy precaria y difícil. Pero hablamos de una época en la cual el intelectual revolucionario no puede trabajar dentro de una institución pública, no existe la universidad de masas. Si pensamos lo que es el pensamiento crítico hoy a nivel global de Estados Unidos a Europa, a Latinoamérica y Asia, todos los pensadores críticos tienen un vínculo más o menos fuerte con instituciones académicas o son periodistas. Digamos que tienen bases materiales diferentes y eso cambia muchísimo. No podemos hablar más de los intelectuales como en el pasado.

La Revolución Francesa fundó las bases de cómo se entendieron las revoluciones modernas en Occidente.

-¿Eso no propondría una mayor libertad de realizar un pensamiento crítico al tener la posibilidad de sustento en su trabajo en universidades, en medios periodísticos, al escribir libros ya que no están atado a las inconveniencias de no tener un sustento material?

-Cierto, tienen una legitimidad en el espacio público los intelectuales críticos, anticapitalistas, antiglobalización o revolucionarios que no tenían sus ancestros. Hablábamos de Rosa Luxemburgo, ella tenía su legitimidad y carisma en el ámbito de su partido socialista, pero fuera de él, en la sociedad, era muy marginal. Karl Kautsky, que era definido como el “Papa de la Segunda Internacional” porque era el gran teórico, el gran pensador, el fundador de la revista teórica de la socialdemocracia, nunca fue profesor en la universidad. Hoy podría elegir la universidad que quisiera porque todas lo querrían como profesor. Podríamos decir que el pensamiento crítico hoy es mucho más fuerte, cuantitativamente y cualitativamente, que hace un siglo, pero hay otras formas de constricción, de condicionamiento, de moldeamiento. Hoy no hay un aparato político o burocrático con el cual tenemos que relacionarnos, es decir, no hay más la Unión Soviética que controla, orienta, dirige. Pero…

-¿Pero?

-El sistema académico tiene sus condicionamientos que no son ideológicos, pero que son tan fuertes: ¡el mercado! Hay formas de condicionamiento de la vida misma de los intelectuales en el siglo XXI que son muy diferentes con respecto al pasado, pero que son igualmente importantes. Yo no digo que ahora somos mejores o peores que los ancestros pero digamos que el contexto es diferente y si yo digo que tengo la libertad de hacer lo que quiero, sería una ilusión. Nadie me censura, pero hay también censuras subterráneas, subyacentes que son muy fuertes para los investigadores en el campo académico, para los periodistas en los medios de comunicación. Estamos enfrentados a un espacio de reificación que es mucho más grande que en el siglo pasado.

Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania. El país fue invadido por Rusia en febrero de este año.

-A la vez en este año 2022, si se piensa cien años atrás, estamos frente a una guerra de consecuencias imprevisibles. La época parece seguir estando advertida de ser una época de crisis, guerras y revoluciones, como decían los marxistas. ¿Qué piensa usted de las posibilidades de la guerra entre Rusia y Ucrania, que es sostenida por la OTAN?

-Yo pienso que tenemos que estar listos a todas las opciones. Vivimos en un mundo que no tiene un orden, el mundo de la Guerra Fría tenía un orden que no era, cómo decir, muy lindo o agradable, pero había un orden. Por ejemplo, las revoluciones en la época de la Guerra Fría eran anomalías que ponían en cuestión este orden y tuvieron lugar en los momentos en el cual las grandes potencias tenían una mirada que les impidió actuar para detener o controlarlas. La revolución cubana, por ejemplo. Pero vivimos en un mundo donde todas las opciones son posibles. Las mejores como las peores. ¿Quién hubiera esperado las revoluciones árabes en 2011? Nadie. Y fue una ola que se propagó por todo el mundo árabe y que fue derrotada por una intervención militar que bloqueó este proceso de revolución permanente que se estaba extendiendo. ¿Quién previó la guerra en Ucrania? Ahora podemos decir que todas las premisas estaban, pero hasta febrero los analistas decían que a Putin no le interesaba la guerra y a la OTAN tampoco, pero la guerra se produjo. Eso, como historiador, no puedo recordar que la Gran Guerra, que es la matriz del siglo XX con sus guerras totales, con sus revoluciones, con sus totalitarismos, con sus genocidios, la Gran Guerra ocurrió no digo por casualidad, pero por un conjunto de acciones e interacciones que nadie había previsto.

-¿Y qué lectura hace de eso?

-Retrospectivamente sí podemos reconocer cuáles eran las premisas de la Gran Guerra, pero ninguna potencia europea había planeado la Gran Guerra. Es un mecanismo que se produjo de una manera y que produjo una dinámica incontrolable y ese es el peligro que hay con la guerra en Ucrania hoy. Entonces yo pienso que tenemos que estar listos a una guerra nuclear, no es lo más probable, pero es posible; una revolución hoy es imprevisible, pero es posible. Y la revolución hay que pensarla con criterios diferentes con respecto al pasado. El imaginario revolucionario en el siglo XIX y XX fue moldeado desde Europa, que era el centro de las revoluciones, era el lugar en el cual se producían las ideas y las teorías revolucionarias. No creo que este sea el papel de Europa en el siglo XIX por una razón muy simple: si vas a ver cuál es la edad media de la población en Europa con respecto a Asia y América Latina vas a ver cuál es el papel demográfico y económico de Europa en el mundo global. Te das cuenta de que las revoluciones tendrán otros lugares, otras dinámicas y otros procesos.

Quién es Enzo Traverso

♦ Nació en Piamonte, Italia, en 1957. Es historiador e intelectual.

♦ Actualmente da clases en la Universidad de Cornell, Nueva York. Se formó en el marxismo.

♦ Entre sus libros se destacan El totalitarismo: historia de un debate, La violencia nazi, una genealogía europea, Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, y Revolución. Una historia intelectual.

Fuente: Infobae
Por Diego Rojas

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