Viñas y su trazo cubista

marzo, 2023
Crítica. Una nueva antología de ensayos de David Viñas recupera textos iluminadores sobre Sarmiento, Mansilla, Borges, Arlt, Lugones y Walsh, entre otros.

Temáticamente, podría pensarse que con un libro de ensayos de David Viñas nos internamos en un parque jurásico. Inexacto. Su escritura es de una vitalidad capaz de reanimar a una momia egipcia. Espectros, próceres y reos, cómplices y antagonistas, resucitan por igual en «Trastornos en la sobremesa literaria«, sin dádivas ni concesiones, bajo la misma terapia de choque. Un sol de noche, en contrapicado, delata las cicatrices de Sarmiento, Lugones, Arlt, Borges y Walsh. Los cruces y solapamientos entre autores, los préstamos y sustracciones, las simultaneidades y contigüidades. (La publicación de dos libros un mismo año le sugería algo enseguida). Inaugural literatura comparada, en vuelos de cabotaje no subsidiados, pero el pasajero que lee viaja siempre en primera. El contrera Viñas habla consigo y con otros fantasmas vitalicios, en voz alta, fuerte, para que se oiga en toda la sala. Y como todo crítico nato, se autoriza márgenes de derrape y astigmatismo: la demasía. (Su ceguera progresiva ante el régimen cubano es otra historia).

El de Viñas, se ve, es un estilo de adiciones. Acumulativo, episódico, un tanto brusco, escribe resumiendo, cortando camino, desmalezando, apostillando desde el palco de un bigote camorrero. Insinúa mucho más que lo que asoma impreso. Indios, ejército y frontera caló su dogma: “La tarea de la crítica es, precisamente, hacerle decir al texto lo que el texto mismo calla”. Es cierto que es de los que fumigan la madriguera para que salgan los topos, pero su crítica – dada a tangentes, frenadas y virajes abruptos– abunda en saltos de alta capacidad de sugestión. Lo tentaba dejar en suspenso ciertas implicancias. Viñas era un crítico cubista (que adaptó a su rica e inasible novela tardía Tartabul esta táctica de collage).

El agrimensor de dos siglos desde un mangrullo panorámico, con clavados súbitos hacia pistas microscópicas: “Si en algo se manifiesta la privilegiada ironía de Mansilla es en su capacidad de pronunciar una palabra de frente y en reflexionar sobre ella, de inmediato, por la espalda. No sólo desdoblándose así, sino llegando a leerse a sí mismo”. La dieta de mapeo y excursión de Viñas creó un ritmo propio, y su malabarismo de historiador, con un abanico político en una mano y la peineta sociológica para liendres en la otra, no omitió una sola tilde tipológica ni topográfica. Con aires de preceptor a cargo de levantar la mesa y las migas después de la tertulia, ostentaba una gracia loca para el encabalgamiento de pareos, triunviratos y cuartetos calificativos, para el uso afilado y afectuoso de términos extranjeros. Dueño de un vocabulario desaforado, tangible, de amplísimo registro, este numismático itinerante coleccionaba vocablos, no sinónimos, y lograba volver a poner en circulación papel moneda vencido o desenterrado. Gran titulador, podría decirse, exagerando apenas, que en Viñas casi cada frase es un subtítulo y una tesis.

De a ratos, como corresponde, el estilo se devora las ideas. Es que tendía a la condensación y el cifrado, al encriptado, más bien, a sobrentendidos y subentendidos. Y su glosario de cuchillero, de domador de feria, era idóneo para modular sus trances: entonación y vaivén, sobreimpresión y zurcido, escamoteo y andadura, arrinconado y aterciopelado, reticencia y envés, discrepancia y adhesión, gambito e invicto. Entran de a dos los talismanes en el arca de David. Aunque “ademán” sea su aleph, y ahí se incruste todo Viñas, cada palabra-fetiche podría ilustrar una prole de manías o su más íntimo procedimiento. Es un cargamento léxico, semántico y dramático por centímetro cuadrado único en la literatura argentina.

Los textos de Trastornos –un cuadro vivo del territorio nacional– aparecieron en diarios y revistas. (Otra vieja historia: falta espacio y sobra espíritu). Son frescas huellas dactilares de Marechal, Mallea, Macedonio y la comitiva restante. Cualquier serie de reinvenciones de Viñas podría calificarse de museo, sí, pero con no poco de novela eterna, proyectada en loop sobre el dorso de una lápida en la mentada isla Martín García.

Fuente: Revista Ñ
Por Matías Serra Bradford

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