Historia Fontana de las ciencias ambientales

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Para que el mundo dejara de ser sólo tierra -origen y destino del hombre-, y algo más que la línea cotidiana donde se hienden los pasos como raíces, fue necesario ir más allá no sólo de las primeras aldeas, sino también allende las futuras fronteras de la metrópoli y el imperio. Entonces, la provincia y las colonias devolvieron al Viejo Continente un reflejo inusual e incómodo que acabó por desechar el espejo y transmutar las imágenes en volumen, en palabras pensadas en medio de los sueños y, sobre todo, en un contacto que depositado en los gestos terminó por evidenciar la naturaleza igual y disímil del encuentro y el divorcio. Pero no se multiplicaron únicamente el color y la textura de la piel, el tamaño, el peso y el diámetro de los huesos de conquistador y sojuzgado; también las posturas de acomodarse ambos en el planeta -incluidas, desde luego, las de reír, comer y morir-. El tránsito se posibilitaba por caminos impensados. Los reptiles se confundían con las aves. Los árboles con las semillas. Y el mono… La voluntad se encarnaba -bajaba del Cielo- en la oposición del pulgar y no en la comunicación de los índices de la Capilla Sixtina. El caos parecía ser no sólo el principio sino también el fin. Pero esta conflagración, además de que no se circunscribía exclusivamente al ámbito vital, atentaría contra el bostezo de los elementos. Las inamovibles montañas, las tormentas y la fuerza estatuaria de los mares acabarían por evidenciar su malestar ante aquel cosquilleo que se antojaba interminable. La validación de la historia de las ciencias ambientales, o mejor, la exploración y descubrimiento de las aplicaciones evidentes y profundas de la investigación científica desde su más antiguo origen es el boceto a partir del cual Bowler plasma capas y pincelazos en este lienzo erudito que no sólo acerca sino comunica al lector con el medio.