Los clubes cuentan

Una tarde entre historias de terror

Esta vez la invitación es a meternos con las historias de terror. Preparamos la mesa con unos cuantos libros de terror que tenemos en el patio, pero otros más también. Están varios de Stephen King que nos llegaron hace poco, junto con Horacio Quiroga, Diego Muzzio y otros más.
La estrella o el punto de partida de todo esto es El huésped de Amparo Dávila. Un libro de tapa dura con unas ilustraciones bellísimas. Que es el que dio pie a pensar este encuentro en torno a los relatos de terror.
Empezamos recuperando lecturas del mes. ¿Qué anduvieron leyendo? ¿Cómo les fue con los libros que se llevaron? Habíamos repartido varios ejemplares de Romeo y Julieta, pero eso no fue lo único que anduvo dando vueltas en la semana. Mayra habla de Cometierra, de Dolores Reyes. Cuenta que la fascina el lenguaje con el que está escrito. Que por momentos no entiende del todo bien la historia y ante las miradas de intriga algo repone. Una chica que come tierra y a través de eso descubre asesinatos. Aparece también ahí algo sobre la figura ambigua del padre, ambigua para el punto de vista de la narradora.
Además hablamos de Momo, que se llevó Julián, sin decir demasiado acerca de él. De Anchoa, de Martín Sancia Kawamichi. Y de un libro de Daniel Guebel que lleyó Laura y que habla acerca de la relación difícil de un hijo con su padre a lo largo de la vida. Pero la estrella de este momento es un cuento ignoto para quien no habite este paraje: “El Sillón del Viejo”, de Mayra Obregón.
“El Sillón del Viejo” es un cuento que Mayra escribió el año pasado para una tarea de literatura. La profesora propuso leer a Mariana Enríquez y a partir de allí imaginar historias partiendo un poco también de las cosas extrañas que suceden en el barrio. Nos remontamos a ese momento para aclarar algo del contexto de producción del cuento.
Mayra estaba en ese momento en cuarto año, pero no lo estaba cursando con normalidad. Ella tiene un hijo, Diego, de cuatro años, y cuando Diego nació, había dejado la escuela. La biblioteca funciona en un centro socioeducativo que tiene como objetivo revincular a chicas y chicos que dejaron la escuela, sobre todo la secundaria. Mayra forma parte de ese grupo y entonces venía trabajando las tareas de literatura en el patio con nosotros.
De entrada, cuando la conocimos, se presentó como lectora. En una de las primeras conversaciones contó, al ver todos los libros, que a ella cuando iba a la escuela le encantaba leer y que se acordaba puntualmente de un libro que tenía varios tomos. Una saga. El primero le había encantado, pero luego nunca pudo leer el segundo porque dejó la escuela y nunca más lo encontró.
Ese día armamos una pequeña mesa de libros para que eligiera alguno. Los miró, los chusmeó y separó algunos que le interesaban, pero después preguntó por otro que estaba en otro rincón. No era parte de la mesa que habíamos imaginado para ella, sino un libro que uno de los mediadores tenía ganas de llevarse a la biblioteca para releer. Glaxo, de Hernán Ronsino.
– ¿Puedo llevarme este?- preguntó.
Le comentamos que quizás era un libro complejo, pero que si le interesaba, por supuesto podía llevárselo.
– Sí, me interesa.
Entonces le contamos mínimamente de algo de la complejidad del libro. El trabajo con la temporalidad, las distintas voces y la referencia que hace en intertexto a la masacre de José León Suárez y al texto de Rodolfo Walsh.
Se lo llevó.
A la semana, charlando por whatsapp, escribe: “Ese día que me lo diste, me puse a leerlo y lo termine ese día 😅. Me encantó, me encantó como se entrelazaban todos los relatos y como cada uno contaba algo diferente pero igual si vamos al caso, y el final!!  Fue increíble, me encantó el libro, le comenté a mi marido después de haberlo terminado 😅”
Para quien no lo leyó en ese libro extraordinario, el final devela otros aspectos de la trama. Sin embargo, no es algo nada fácil de entender para un lector poco experimentado.
Para el día que llegó la tarea de Mariana Enríquez, ya nos conocíamos más con Mayra y sabíamos de su gusto por la literatura y de su capacidad. Empezamos la tarea leyendo “La Casa de Adela” y “Cuando hablábamos con los muertos”, dos cuentos de Mariana Enríquez. Eran los que había propuesto la docente de literatura. Dos cuentos extraordinarios.
Los trabajamos durante un par de semanas con el grupo que venía al patio en ese momento. La consigna pedía, primero, conversar sobre historias de terror que sucedieran en las cuadras en las que vivimos.
La biblioteca Cururú está en un paraje semi-rural. Y en muchas de sus calles, terrenos baldíos, campos, si uno lo camina por la noche, dan sensaciones que se acercan al sentimiento de lo fantástico. Entre esas cosas había aparecido, en la conversación con Mayra, Perla, Cindy, la presencia de lo Umbanda, una religión que algunas de ellas practican.
Empezaron a escribir en el Patio y se llevaron para terminar el cuento en la casa. Mayra fue la única que a los pocos días vino con el cuento terminado. Con una sorpresa. El comienzo que había escrito en el patio lo había desechado. Como no le gustaba, se le ocurrió otra idea y cuando Diego se durmió esa noche, tarde, lo terminó de escribir de un tirón.
Después de eso, armó el libro objeto como pedía la tarea y finalmente lo pasamos en la computadora, en el Patio, para revisarlo y corregirlo. Ese es el origen del cuento, “El sillón del viejo”, sobre el que este último sábado estábamos conversando en la biblioteca.
Acá se puede leer el cuento.
Si contamos toda la previa es porque nos parece que, por un lado, hace a entender de un modo más profundo el sentido de la circulación de ese cuento en el patio. Y por otro, porque habla de una relación interesante de la escuela con sus orillas: una biblioteca, un centro socioeducativo.
También, porque seguramente se entiende de otro modo el comentario, la pregunta que hizo Julián, de 11 años, a uno de nosotros, mientras conversábamos acerca del cuento, en voz baja, pero lo suficientemente audible como para que pudiera escucharla Mayra:
-¿Ella es escritora?
La escena, entonces, es la siguiente: una chica que había dejado la escuela por varios años, que se reincorpora de a poco a través de una política educativa, escribe un cuento a partir de una propuesta escolar y en sociedad con la biblioteca. Ese cuento, sin planificación, queda en el centro de un encuentro de un club de lecturas. Y empieza a ser releído por otros jóvenes y adultos (en los días posteriores, Delfi y Maga, que lo leyeron en el encuentro, lo llevaron a la escuela, se lo pasaron a compañeros, se lo compartieron a la docente de Prácticas del lenguaje), la nombra a Mayra como escritora (con el efecto que tiene ese nombre hacia ella y hacia nuestra comunidad de lectores)
Después, el encuentro siguió con la mesa de libros, que ya forma parte de nuestro pequeño ritual: invitación a explorar, elegir y compartir lo que se encontró. Ahí fue cuando Julián observó que un mismo libro de Stephen King tenía dos títulos distintos, y acompañándolo, vimos que ni siquiera había cambiado el traductor, solamente el año de edición y la editorial.
Juan, que había venido por primera vez al club, y no con poca resistencia, traído por su familia, se animó a uno de Leo Oyola, que antes había sido presentado porque resonó por el lenguaje con el que trabaja el escritor, cuando habíamos hablado de Cometierra. Delfi contó que no estaba leyendo tanto esos días, pero que lo que sí estaba haciendo era escuchar cuentos de terror en el celular.
– ¿Cómo cuál? ¿Te acordás de alguno?
Entonces contó esa historia famosa de una nena a la que, cuando se despierta por las noches, el perro le lame la mano, y eso la tranquiliza para que ella siga durmiendo, hasta que una noche oye desde el baño algo gotear, y se asusta. Dudaba de llevarse algo, justamente por eso, pero terminó eligiendo Socorro, que cuando hablamos del cuento “Las manos”, y cómo juega con un procedimiento parecido, le tentó.
Al final, pusimos a circular también El huésped y otros relatos siniestros de Amparo Dávila, con la idea de reencontrarnos dentro de un mes, para conversarlo. Veremos qué nos trae este libro de presencia poderosa, con su tamaño, tapa dura e ilustraciones que invitan a una imaginación oscura. Quién sabe, tal vez en el medio aparezcan nuevos cuentos escritos en el barrio.

Martín Broide del Club “Cururú” – Paraje La rueda – La Plata – Pcia. de Buenos Aires

Patricia Domínguez
deinfanciasyliteratura@gmail.com

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