Para mirarnos mejor…
Apenas iniciado el otoño retomamos, en «El canto de los pájaros», la obra de una autora que nos viene acompañando: Suzy Lee. Ya habíamos leído La ola y también Sombras. Así que les damos una miradita rápida. Nos detenemos en el modo en que la ilustradora surcoreana aprovecha el centro del pliegue de la doble página para sumarlo a la trama.
La invitación a demorarnos también en la forma física de cada libro es la puerta por la que entramos a Espejo, el otro integrante de esa trilogía de la artista que experimenta el potencial expresivo del álbum en tanto objeto. (Para quienes quieren conocerlo haciendo click aquí pueden acceder a un video).
El primer comentario al abrirlo es:
-Ah… ¿No trae palabras?
-No.
-Ah…, puro dibujo.
Vienen luego las hipótesis al ver a esa niña acurrucada en un rincón de la página. Se superponen las voces y las lecturas:
-A Andrés le parece que estaba enojada o preocupada. A los demás, ¿qué les parece?- pregunto habilitando esa lectura, pero abriendo la puerta a otras interpretaciones.
-Estaba triste.
-Enojada.
-Enojada o preocupada.
-Toda acurrucadita.
Los invito a mirar también lo que sucede cuando aparece la otra niña en la página de enfrente.
-¿Se empieza a ver en el espejo?- pregunta Mariela.
-Parece que sí, ¿pero está igual? – la intervención pretende expandir la conversación.
-Está contenta.
-Y está asombrada, asombrada de verse en el espejo.
Federico se suma a la ronda preguntándose desde la voz de la protagonista:
-¿Quién es? ¿Soy yo?
-Ah, esa podría ser una pregunta-. digo yo.
Nos demoramos en lo que acaba de proponer nuestro coordinador en un silencio que busca cómo expresar lo que estamos leyendo.
-¿Soy yo? ¿Quién es?- repregunta Fede.
-A lo mejor acá es “¡Qué sola que estoy!”-. dice Mariela.
Amplificar el significado hacia el sentimiento de soledad vuelve a poner a la tristeza en el centro de las lecturas.
-Está llorando. Está triste.
-Está llorando y en el espejo también está llorando.
-Puede llorar de emoción.
Pero, claro, la vuelta de página desmiente esa lectura y nos obliga a releer:
-No, no está llorando. ¡Está como espiando!
-Se está maquillando- dice Brian dejándonos a todos sorprendidos.
Acompañar la lectura que acaba de hacer Brian, sin descalificarlo por lo enunciado, resulta todo un desafío. Porque un texto (en este caso visual) multiplica sentidos, pero nos obliga a buscar una coherencia entre lo dicho y lo que leemos allí. Construir sentidos no es inventarlos. La riqueza de la lectura colectiva está, justamente, en que nos permite escuchar al otro, repensar nuestras anticipaciones y modificarlas. Del diálogo y las acotaciones nos va quedando claro que no estaba maquillándose.
La experiencia de leer con otros nos permite tejer una historia con los hilos que van acercando les lectores. Al dar vuelta las páginas, la historia crece y se despliega generando sorpresa:
-Está haciendo burla- el gesto desconcierta al grupo.
-¿A quién le está haciendo burla?- pregunto.
-Al espejo.
-Al espejo – se multiplican las voces.
-Pero en el espejo está la chica.
-Es ella misma.
-¡Está haciendo morisquetas!- dice Mariela sonriendo con picardía.
-¿Alguna vez hicieron morisquetas en el espejo?- interviene Federico.
No muy convincentemente esbozaban algunas negativas.
-Yo cuando me pinto los labios parece que estoy haciendo morisquetas. – digo haciendo los gestos.
-A ver, hacé una morisqueta. – Pablo apura a Fabián.
Nos reímos un rato de nosotros mismos poniendo caras. ¡Ah, el humor tan necesario!
Al retomar llegamos a las páginas en que la autora agrega a los dibujos esas manchas de pintura que nos llevan a encontrar allí un ramo de flores, una pera, una mariposa…
Vamos entrando en sintonía con el cambio de clima que propone la historia:
-¡Está más contenta!
-Está más contenta y está con una mariposa jugando.
-Parece que se puso a jugar. Está como… Está bailando.
-Capaz que las manchas tienen que ver con eso, ¿no? Con cómo se va sintiendo ¿no les parece?- pregunto mientras las voces se superponen.
-Claro, ves que es un corazón, con tanto corazón, con todo lleno de alegría.
-Está cantando. Pero está recontenta acá.
-Está en el aire, danzando.
-Está saltando.
-Saltando, claro. No es un bailecito así nomás.
-Está saltando.
-¿Viste que se dice saltar de alegría?- acota Mariela.
-Saltar de alegría. Y está desparramando como colores- concluye Fabián.
La conversación se trama colectivamente. El clima de confianza habilita fluir en las lecturas. Por momentos el grupo avanza seguro porque las ilustraciones les permiten concordar en sentidos compartidos. Cuando al dar vuelta la página lo que ven los desconcierta comienzan a especular posibles significaciones y entonces quienes estamos mediando intervenimos con preguntas que permiten “sacar algo que está a punto de ser dicho o para ayudar […] a expresar algo que sólo se intuye vagamente” (en Dime, de Aidan Chambers, pág. 113)(1). Todas las voces quedan habilitadas, mientras al avanzar vamos tejiendo el texto.
Así, a medida que las niñas-personajes van entrando en el pliegue de la encuadernación y, mientras advierten que están desapareciendo, no llegamos a una opinión concluyente de lo que estaría sucediendo. Pero cuando nos damos con la doble página en blanco, se multiplican las hipótesis:
-No se ve nada.
-Está en blanco.
-Se la comió. Se la comió el monstruo.
Para quienes mediamos, el reto es sostener la ambigüedad, sin precipitarnos como si fuésemos la única voz autorizada a ofrecer un significado “correcto”. Se trata de aceptar demorarnos receptivamente en la incomodidad que implica no poder captar un sentido que satisfaga y esperar el momento en que sea posible leer lo no dicho o apenas esbozado en las ilustraciones.
-Ahí, ¡sí está!- dice aliviado Jonatan cuando damos vuelta la hoja – Está apareciendo nuevamente, ¿no?
-Parece que no desapareció para siempre – añade Fabián.
-Vuelve a aparecer y… ¡Ahí está bailando! ¡Ahí está! – se entusiasma Pablo -Se va para cada lado y bailando.
Pero, Suzy Lee no da respiro y aunque hasta ese momento ambas niñas venían haciendo lo mismo, los movimientos ya no son especulares.
-Está como saludando, ¿viste?
-Y la otra está bailando, hacen pasos de baile, son dos personas. Ahora ya son dos que hacen pasos de baile diferentes.
-Algo pasó.
-¿Qué te parece que pasó acá?, Jonathan- pregunto.
-Está bailando y está triste.
-Es como que no la puede seguir, me parece. La coreo del baile no está saliendo- agrega Mariela.
-Está pensando como en la coreografía- concluye Andrés.
Se demoran en los sentimientos que leen en las expresiones de los rostros: enojada, pensativa, bajoneada, turbada.
-Es que como que no se acuerda…, el paso ése no le sale – acota Andrés.
Intento recapitular :
-Vos decís que, como no le sale, se enoja…
-Claro “¡no bailo más!”- insiste Andrés – y ésta -dice señalándola – entonces, se enoja.
-Se empacó, parece. ¡Uy, se armó, se armó!
-Estaba enojada y nooo!
-¿La está empujando? Por lo menos parece que está empujando acá – dice Fabián señalando el pliegue del medio.
-Estaba empujando… ¿una línea? ¿Qué es esto? ¿Una hoja? – Andrés está desorientado.
-¿Una puerta? – agrega Jonatán.
-Es un espejo – susurra Mariela- Se estaba mirando y como no le salía como el espejo, se enojó y se puso a empujar el espejo. Ahí se dio cuenta recién que era un espejo, parece.
Junto con la niña, el grupo recién advierte el juego con el espejo que propone el libro. Tal vez, fue una intervención errada de mi parte ya que, por tratarse de una edición extranjera con el título en inglés, no nos demoramos en la tapa suficientemente.
Les inquieta que el espejo se haya roto, intentan lecturas de compromiso tales como “fue sin querer”, “no se dio cuenta que tenía tanta fuerza y por eso lo rompió” o “por ahí no se dio cuenta que se iba a caer”.
-Se rompió. Quedó solita – concluye Andrés – Se puso triste como cuando empezó.
Guardamos un silencio embarazoso que Pablo interrumpe con:
-¡Qué interesante!¡Qué lindo libro! ¡Me encanta!
Les propongo entonces una nueva lectura de corrido que nos da la posibilidad de construir un relato colectivo. Fue notable cómo se fueron tejiendo las voces y cuánta textura fue ganando la historia. No es que dejaron de confrontar lecturas, pero el releerla les permitió construir sentidos con mayor coherencia y expresarse con creciente seguridad y entusiasmo.
-Le voy a contar a mi hermana, a ella le gusta la lectura. Que es muy lectora – dice Pablo cuando cerramos el libro.
Y comenzamos a conversar acerca de a quién le recomendarían que lo lea. Brian no sabía a quién recomendarlo, en tanto Jonathan pensó en su mamá. Mariela decidió recomendárselo a su psicólogo “porque siempre que entro a su sesión, está leyendo libros” y Fabián, a su hija que “se la pasa en el espejo”. La conversación tomó una deriva interesante acerca de si era un libro para niños y a partir de reflexionar sobre cuánto lo habíamos disfrutado nosotros, pudieron pensar en esta certeza que sostenemos en la Red: si un libro es de literatura no se trata de un libro “infantil”, ya que convocará a lectores más allá de la edad que tengan. ¡Hasta hablamos de los lectores bebés!
En el camino a casa, pienso en cuánto leyeron en la obra y cuánto podrán leer más adelante, mientras sigamos sosteniendo este espacio, jueves a jueves, al calor de la biblioteca que -cerquita del mar- es testigo de cómo la luz solar hace también del mar un espejo.
(1) Aidan Chambers, Dime, México, FCE, 2007. (Está en nuestro menú)
Patricia Domínguez
Club de lecturas «El canto de los pájaros»
Comodoro Rivadavia – Chubut