Los clubes cuentan

Lectores y lecturas

Nos estamos por ir. Es de noche, el motor del auto está encendido. Un chico viene corriendo y, después de intercambiar unas palabras conmigo, deja un libro sobre el capot. Se lo ve enojado. Me bajo para agarrar el libro y agradecerle. Se va, nos vamos.
No sé si la escena es de lectura, y seguramente no, o apenas, a pesar de involucrar un libro. Y es lo último que sucede en el encuentro. O, más bien, algo que sucede en los últimos ratos del encuentro del club de lecturas y que elijo como final de lo sucedido. Y como principio de la crónica.
Se llama Agustín
(1), tiene once años. A la escuela va poco. Anda mucho por las calles del barrio, muchas veces con pibes más grandes, muchas veces fumando en las ranchadas que se arman con fueguito en el otoño y en el invierno en algunas esquinas. Su papá está “en Canadá” (preso, tampoco nosotros lo entendimos cuando lo dijo así; el juego de palabras para hablar del «estar en cana» y que al mismo tiempo remite, a mi sentir, a “la única salida para este país es Ezeiza”, algo imposible para muchas de las familias del barrio, me parece interesante). Y aunque por supuesto que no es que solo por ese hecho Agustín esté mucho en la calle y poco en la escuela -de hecho no es así con todos sus hermanos- ese dolor, esa ausencia me parecen insoslayables.
Hace unos días lo perseguí, caminé atrás de él más de media cuadra. Agustín iba con varias piedras en la mano, amenazando a otros chicos con tirárselas. Yo detrás, calmo, diciéndole lo más amorosamente que podía: “Agustín, no le tires piedras, no te generés quilombos”…
Cuando llegamos a la esquina y cruzó, tiró una piedra. Sin apuntarle a nadie, sabiendo que no iba a pegarle a ninguna persona ni auto, pero claramente contradiciéndome. No supe qué hacer, tampoco podía continuar siguiéndolo, me volví. Es una de tantas.
Agustín es de esos pibes con los que tenemos algunas pocas certezas que, en la práctica, parecen contradictorias entre sí: necesita amor, necesita límites, el Patio es un lugar para él, no puede estar en el Patio si está agrediendo y tratando mal a otro, amagando con que se roba cosas, saliendo a la calle a tirarles piedras a otros que van o que vienen. Es de esos pibes que hace que se nos quemen los papeles.
Tenemos clarísimo que este lugar es para él. Y que al mismo tiempo eso no significa que puedo hacer lo que quiera. Y por supuesto que no es que porque le digamos una cosa y otra, el tema se soluciona.
Cuando llegué a la biblioteca, un rato antes de que empiece el encuentro, estaba en la vereda con tres amigos más. Estaban jugando a tirar piedras, a pelearse con algunas chicas más grandes. Venían de estar en el taller de cocina para chicos, hinchando bastante también.
No se quedó al encuentro, y pensamos que ya se había ido a su casa. Pero cuando habíamos terminado y estábamos ordenando apareció. Dio vueltas, algún comentario y, de repente, le sacó a una nena de nueve años el libro que se iba a llevar -uno de información sobre insectos- y se fue corriendo. Fue un poco una continuación del taller de cocina, donde ya la había estado molestando, por lo que a ella más que angustia le provocó fastidio.
Sin embargo, a los cinco minutos Agustín volvió. Primero hizo de cuenta que no tenía el libro, después lo mostró y preguntó por qué se lo podía llevar ella y no él. Le explicamos, no le gustó, se fue de nuevo. No le dimos bola, la explicamos a la nena que se lo podía llevar otro día.
Pero a los pocos minutos volvió a pasar corriendo, frenó frente a la biblioteca, mostró el libro y siguió para el otro lado.
Seguimos desarmando y ya cerramos la biblioteca. Cuando nos estábamos por ir, volvió a pasar. Ya estábamos arriba del auto. Me bajé y le dije:
– Agustín, es un bajón esto. Acá nadie te trata así.
No esperé respuesta. Volví a subir al auto. No tenía el libro en la mano, sino escondido abajo de la campera. Me empezó a decir algo pero decidí que ya era suficiente y me volví a subir. Entonces agarró y dejó el libro sobre el capot del auto. Me bajé para agradecerle. Se fue, y nosotros también.

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Aunque no tiene que ver directamente con las escenas de lectura que nos imaginamos,  elegí empezar por esta escena por varias razones. En primer lugar, algo de su tono marca nuestro laburo cotidiano en la biblioteca. Segundo, tiene en el centro una pregunta: sabemos que la biblioteca es para pibes como Agustín, pero no sabemos cómo hacer. Tercero, tiene un libro como uno de sus protagonistas centrales; un libro, alguien que posiblemente siente que los libros de ninguna manera son para él y que encuentra un modo de decirlo. Cuarto,  porque creo que bien mirada es propiamente una escena de lectura.  Una escena donde intentamos leernos entre las personas y en la que lo que reina es la perplejidad, esa palabra que Graciela Montes elogió y que sigue siendo para nosotros extraordinaria.
Por supuesto que además pasaron otras cosas.
Empezamos presentando los libros nuevos, los que nos llegaron por el invierno. Algunos elegidos por Noe y por mí, otros por  otros integrantes del Club de lecturas:  por primera vez abrimos parte de la lista en un grupo de WhatsApp que armamos ad hoc, y vía un padlet
con una selección.
Estábamos algunos que estamos casi siempre, como Delfi, Juli o Zaira, pero también se habían sumado esta vuelta Carlitos y José, dos chicos que están mucho en el Patio, y además Vicky, que es muy lectora, y Tatiana, que se sumó por primera vez. Además de varios niños y niñas que andaban dando vueltas entre libros y juegos. Nada mal para una tarde de lluvia y frío.
Fuimos presentando los libros nuevos, contando, en varias voces, por qué los habíamos elegido. Conversamos mucho sobre las imágenes, muy llamativas en el de Alicia, en Los misterios del señor Burdick, en El bosque dentro de mí. A veces la conversación era totalmente grupal, a veces se armaba con el de al lado. Estuvimos un rato largo explorando y presentando cada uno.
Y pasamos después a algo que habíamos preparado pensando en traer otra modalidad: escuchar un cuento grabado por una lectora especialista. Elegimos Amigos por el viento, de Liliana Bodoc, en la versión de Cecilia Bona
. Conectamos el parlante, lo pusimos. Silencio, pero solo en parte. Alrededor los chiquitos jugando. Parados y dando vueltas también Carlitos y José, mostrando que a ellos no les interesaba.
Cuando terminó, abrimos el juego con una pregunta: ¿Vieron que hay un párrafo donde habla del viento que se repite casi idéntico al comienzo y al final? ¿Por qué les parece que pasa eso?
Parado, mirando para otro lado, con tono de desdén, Carlitos es el primero que habla: “Porque les pasaba lo mismo a los dos”. Seguramente no había podido evitar escuchar el cuento con muchísima atención, como no pudo evitar, aún en ese tono, compartir algo de lo que lo había impactado.
Desde ahí abrimos el juego: hablamos sobre lo que nos pasa a chicos y adultos con un cuento así; sobre las espinas que ponemos entre signos de pregunta cuando queremos herir pero no queremos hacernos cargo de lo que estamos haciendo; sobre el mal y la maldad; sobre las tristezas que nos atraviesan la vida y los vientos benéficos que a veces vienen a correr esas nubes. Delfi dijo: “yo me imaginé un viento como villano lleno de cosas que pierde la gente”. Lamentamos la ausencia de Narela, nuestra lectora fanática de Bodoc  que no había podido venir porque 3 km para un día de lluvia es mucho y más cuando vivís en una calle que se inunda. Y presentamos los libros que de ella tenemos en la biblioteca.
Después invitamos como siempre a recorrer los libros para elegir algo que llevarse. Delfi eligió Lucas
,  que era el que había pedido. Pero también el primer tomo de Harry Potter que Julián,  uno de nuestros lectores que sabía que no podía venir hoy,  mandó para prestarle porque sabía que ella quería leerlo. Después Delfi contó sobre Lucas: Lo elegí porque me llamó la atención el dibujo de la portada. Admito que cuando lo empecé  a leer me aburrió pero de a poco como que va cambiando y te lleva al mundo de la imaginación (que eso es lo que yo busco a la hora de leer un libro)”.
Zaira eligió llevarse
Capullo rojo, de Kobo Abe, “porque no tiene casa”. Pero días después lo devolvió sin leerlo porque le pareció que iba a ser demasiado triste.
Tatiana se llevó la antología poética de Pessoa, porque le gustó lo existencial de sus poemas,  el modo en que hablan de la vida.
Vicky
Las esferas invisibles, un librazo de Diego Muzzio que tenemos gracias a la biblioteca identidades bonaerenses. Había dicho que le gusta el terror y el fantástico,  y esas tres nouvelles tienen mucho (y bueno) de todo eso.
Antes había dicho que nunca se engancha demasiado con la poesía,  y eso nos llevó a abrir  y presentar los dos de poemas que habíamos traído esta vuelta: el de Pessoa y el de Szymborska.  Que además son tan hermosos para leer juntos. Así llegó Tatiana a elegir lo que eligió. Antes, cuando terminamos de leer Una del montón
, había comentado asombrada sobre todo lo que nos pasa por el simple hecho de ser.
Las chicas y los chicos más peques, que no participaron de la ronda pero estuvieron jugando alrededor, tuvieron mucha presencia a su modo también. Todos se llevaron libros. Pero además fueron quienes nos ayudaron a sellar los nuevos y quienes nos ofrecieron la merienda: el taller de cocina preparó las galletitas que acompañaron el mate. Todo eso también es lectura.

Martín Broide del Club «Cururú» – Paraje La rueda – La Plata – Pcia. de Buenos Aires

(1) El nombre es ficticio, para proteger su identidad.

Patricia Domínguez
deinfanciasyliteratura@gmail.com
1 Comment
  • graciela falbo
    Posted at 10:59h, 29 agosto Responder

    hermoso trabajo Martín. Me quedé pensando en la primera parte de la historia tan conmovedora del chico que tiene en una mano el libro y en la otra la piedra ( por así decir) . Imaginaba su lucha interna el sentido y significado entre los dos objetos y estos cómo muestran dos caras de un mismo deseo ( necesidad afectiva y de entrar, de comunicarse ) es decir a mostrarse, es decir a Ser. Sabe bien cómo manejar la piedra, pero todavía no comprende por qué elegir el libro. Sin embargo ve que otros lo saben y él no sabe pero quiere saber. Lo digo por el gesto reiterado de esconderlo y mostrarlo. El gesto que está resuelto en la piedra que se tira contra algo. Pero esto ( el libro) ¿para qué serviría ? Y hay un deseo claro ( a mi modo de ver) de saberlo, de entender. ¡Qué bien que lo contaste tan bien! Cariños

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