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Todos los cuentos, de Clarice Lispector

Esa tarde nos juntamos una vez más en la sala de lectura de la Biblioteca, reunión del club, con los libros abiertos y el mate pasando de mano en mano. La tarde empezó con “La niña colérica”, de Betina González, y desde la primera página sentimos que algo nos quemaba en las manos(*). No era un cuento fácil. Nos dejó una sensación de fuego contenido, como si la protagonista estuviera a punto de explotar en cada párrafo.
«La pasión de esta nena me dejó sin aire«, dijo alguien en la ronda. «No puede entender que el mundo no sea tan intenso como ella. Y la forma en que la nombran, como si su cólera fuera un problema… ¿Por qué siempre hay que apagar a los que sienten demasiado?».
La sensación fue unánime: ardía. Era un cuento que no te dejaba indiferente, que te quemaba un poco los dedos al pasarlo. La protagonista nos desconcertó y nos atrapó a la vez.
Y en ese fuego nos quedamos, pensando en lo que significa ser etiquetado, ser una molestia, no encajar. Y con esa inquietud nos fuimos, sin saber que en otro encuentro, Clarice Lispector nos haría volver a esa sensación.
Otra tarde, otros cuentos, siempre el mate acompañando… “Felicidad clandestina”, “Una gallina”, “La mujer más pequeña del mundo”… Y de pronto nos dimos cuenta, leyendo a Clarice, de que el fuego seguía ahí, de otra manera. No tan desbordado, pero igual de profundo. La conexión surgió casi sin pensarlo. No fue solo una coincidencia, fue algo que sentimos.
«Clarice te hace sentir como si estuvieras espiando un pensamiento ajeno«, dijo alguien. «Te mete en la cabeza de sus personajes y de pronto entendés cosas que no sabías que necesitabas entender.»
«
Hay algo en estas mujeres de Clarice, que también arde, como en el cuento de la niña colérica, de Betina González«,
comentó alguien. «Pero es otro tipo de fuego, más silencioso, más interno«.
Cada cuento tenía algo que nos recordaba a «La niña colérica»: la intensidad, la incomodidad, esa sensación de que lo que parece pequeño en realidad es enorme. Nos dimos cuenta de que, en el fondo, los cuentos de Lispector también hablan de personajes que arden por dentro. Mujeres que descubren algo sobre sí mismas y ya no pueden volver atrás.
Y ahí lo vimos: los personajes de Lispector no queman a simple vista, pero llevan algo encendido por dentro. Son personajes que parecen mínimos, cotidianos, pero que esconcen intensidades inesperadas. Igual que «La niña colérica», aunque expresadas de otro modo.
«El fuego de Betina es visible, te abrasa. El de Clarice está escondido, pero no deja de quemar», dijo otra voz en la ronda.
«Es que el fuego no siempre tiene que se visible», comentó alguien al final. «A veces es una chispa que apenas se nota, pero que te cambia para siempre».
Así terminó la tarde, con ese pensamiento dando vueltas. A veces, los libros nos sorprenden así: con diálogos que no planeamos, pero que nos encuentran en el momento justo. Salimos con la sensación de haber leído dos autoras que, con estilos distintos, nos hicieron sentir lo mismo: que hay fuegos que no deberían apagarse. Y que la literatura, como siempre, nos dejar ardiendo por dentro.

Silvana Ojeda y Darío Navarro
Coordinadores del Club «La literatura nos UNNE»
Resistencia- Chaco

(*) Esta experiencia remite a otra que puede leerse aquí

Patricia Domínguez
deinfanciasyliteratura@gmail.com