Hay un fantasma en esta casa, de Oliver Jeffers
La melodía del día toma un tono optimista, esperanzador, cuando en las mañanas de los jueves “los pájaros” nos reunimos a cantar (leer-y-conversar es un canto para nosotros).
Hace unas semanas, dispuestos los libros sobre la mantita tejida para el Club, nos decidimos por Hay un fantasma en esta casa.
-Lo miramos a la rápida hace unos días- manifiesta Federico quien coordina habitualmente el espacio y me lo pasa, invitándome a que lo convide en voz alta.
Como todo libro álbum, leerlo integralmente implica garantizar que todos vean los detalles visuales para que la construcción de sentidos se amplifique. De modo que nos detenemos en los detalles y sólo cambiamos de página cuando nos parece que hemos leído “todo”. Claro que ya aprendimos que si lo volvemos a leer vamos a encontrar nuevos significados.
Al comenzar la lectura, esta vez nos detenemos en el inicio mismo: ¿quién está hablando?, ¿a quién le dirá “bienvenido”?, “¿”tal vez puedas ayudarme”? Rápidamente hubo coincidencias en torno a que la voz que escuchamos es la de la niña, pero cuando Fabián dijo que le estaba hablando al fantasma, le hicimos notar que él está arriba y ella no está mirando para arriba.
-Además los fantasmas no se ven- dice con convicción Diego.
Entonces pongo el libro a la altura de los ojos de Fabián y desde los ojitos de la niña muevo mis dedos hacia él, repitiendo la bienvenida y su pedido de ayuda. Lentamente voy pasando con el libro frente a cada uno con el mismo gesto y repito:
-¿A quién está mirando?
– A mí – asegura Andrés.
– Y ahora si ponemos el libro así… – cambio el libro hacia Hebe- Mirá, está mirando, ¿no?
Hebe se sonríe pícara y dice:
– Ahora a mí.
– ¡Tal cual! – digo confirmando su respuesta- si te lo ponés a mirar vos, te está hablando a vos. O sea, está hablando a los que estamos leyendo.
– Ah, claro ahora que la mira, le habla a usted- concluye Fabián.
A medida que avanzamos con la lectura, vamos anticipando dónde estarán los fantasmas, antes de dar vuelta las hojas transparentes. Se superponen las voces entusiasmadas en la búsqueda compartida:
– Es que se fue a buscarlos abajo de la escalera y no los encontró.
-¡No hay caso!
– Ahí ven, Diego, ahí ven.
– Ah, sí hay unos chicos.
– Claro, los buscan en el lugar equivocado.
– Y los fantasmas corren por todos lados a una velocidad… – afirma Diego.
La anticipación acerca de los posibles lugares donde estarán los fantasmas lleva a Jonatan a reflexionar:
– Debe ser más difícil esconderse en una casa así de grande.
Cuando aparece la mención a las cadenas y ven al fantasma caminando encadenado con las manos hacia adelante, Andrés dice:
– Va así – cambia el tono de voz y agrega- para asustarte mejor.
– Como el lobo feroz- agrega Fabián.
Y con ese breve comentario viene la certeza de cómo van creciendo como lectores de literatura al evocar otro texto que remite a esas atmósferas de miedo y de misterio.
Cautelosamente siguen sumando datos acerca de la identidad de los fantasmas: son silenciosos, se aprovechan de que ella no los ve para andar por todas partes y, por momentos, parecen estar burlándose de la chica …
Cuando la niña se pregunta si están solo en las habitaciones donde no hay luz y si salen de noche únicamente, aparecen distintas opiniones que quedan habilitadas porque ¿quién tiene la justa acerca de un tema tan espinoso?
La conversación se demora en las preguntas planteadas por la voz narrativa y vamos pensando en qué lugares buscaríamos nosotros fantasmas en casa, así hubo quien asegura que los buscaría en el ropero y otro, por supuesto, abajo de la cama. A medida que avanzamos y se producen coincidencias el grupo celebra alborotado.
La imagen en la que los fantasmas saltan sobre la cama nos lleva a recordar esos juegos de nuestras infancias.
– Nosotros, cuando las camas tenían los elásticos de fierro saltábamos ¡tein, tein! – dice Federico.
– Pero ahora son malas, son de madera- aclara Andrés- se rompen si saltás.
– Un juego que hacíamos con mis primas era el cuarto oscuro- les cuento explicándoles las reglas de esas escondidas en la oscuridad. Entonces Fabián comparte un recuerdo inquietante:
– Una vez hicimos un túnel y pasábamos por debajo de la tierra.
– ¿Sí?- pregunto perpleja.
– Sí. Era re largo el túnel.
– ¿Te estabas escapando de la comisaría? – pregunta con picardía Jonatan.
– No, estábamos jugando. Hicimos un experimento. A ver quién aguantaba más.
– ¿Cuántos años tenías? ¿Eras chiquito?- interviene Federico.
– No, más o menos, era bastante grandecito.
Nos reímos. Y volvemos a la ilustración
-¿Alguno de ustedes tiene una cama así con cortinas y con una…- pregunto.
– Nadie, nadie- afirma Diego.
– No, la mía tiene unas montañas de ropa- dice Fabián y vuelve a arrancarnos una sonrisa.
Resulta interesante también compartir lo que produjo la ilustración en la que la niña busca en la biblioteca donde descubrimos a un fantasma leyendo. Nosotros nos reunimos en la biblioteca municipal, pero el entorno es muy diferente, los libros no están a la vista como en la ilustración. Pero hay un lector y hay libros.
– ¡Está leyendo ahí el fantasma!- se entusiasma Diego.
Volvemos atrás la transparencia para ver qué está leyendo porque no le habíamos prestado tanta atención.
– ¿ Está leyendo un diario?- pregunta Andrés.
– Un libro está leyendo- afirma Hebe.
– El fantasma es como nosotros. ¡Le encanta leer! – dice Jonatan sonriendo.Es así, a nosotros nos encanta leer y encontrarnos con nuestros recuerdos, con otras lecturas previas y entre nosotros.
Antes de terminar les cuento que a este libro lo leyeron unos chicos en San Martín de los Andes, en la Red de clubes y hablaban de él como “El fantasma de la A”. Entonces nos demoramos en la tapa y la contratapa.
Cambiaron de lugar. Ella estaba abajo y él arriba y ahora él está abajo y ella está arriba- dice Andrés – porque lo estuvo buscando por todos lados.
– Es hermoso este libro- afirma Fabián. Y Federico agrega:
– Es para leerlo y volverlo a leer.
¡Y seguramente así será!
Patricia Domínguez
Club “El canto de los pájaros”
Comodoro Rivadavia – Chubut
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El fantasma de la letra «a»
Oliver Jeffers propone lecturas múltiples, impredecibles y lúdicas.
Cuando vemos su nombre como autor, escritor e ilustrador en una obra literaria anticipamos la convocatoria a leer jugando y a jugar leyendo.
En el taller «La Hora del cuento» de San Martín de los Andes, solicitamos y recibimos un ejemplar de «Hay un fantasma en esta casa» del artista irlandés.
Apenas comenzamos la presentación paratextual a niños y niñas, Faustina señaló la letra «a» en la tapa del libro: «¡¡Hay un fantasma acá!!» y allí comenzó el juego propuesto: ¿Dónde están los fantasmas de esta casa?
-Los fantasmas no existen.
-Son sábanas con agujeritos.
– Sí, son sábanas que vuelan con forma humana… le sacás la sábana y…
– Los fantasmas están en las casas embrujadas, por eso hay fantasmas.- dijo Iván
– Nuuu hay un fantasma que se oculta!!-agregó Milo
A medida que vamos leyendo la búsqueda se intensifica y van descubriendo con entusiasmo, risas y gritos los fantasmas que se dejan ver por los lectores, pero no así por el personaje del cuento, la niña que recorre la casa.
-Ella parece que no los ve – comenta Sofía estableciendo una de las relaciones del juego entre ilustraciones y narrativa que este libro álbum propone.
-Los fantasmas son figuras transparentes con forma de personas – agrega Iván.
El intercambio continúa:
-Los fantasmas se están escondiendo.
-Se están riendo.
-Son invisibles.
-Son transparentes.
-¿Cuándo creen que aparecen?-les preguntamos.
-Aparecen en todas partes.
-“Aparecen solo de noche”…
-¿Dónde podemos buscarlos?
-“En los libros.
-«Acá!!»-Lulú señala el fantasma de la letra «a».
Romina Riquelme y Stella Lamela de «La hora del cuento» – San Martín de los Andes – Neuquén