Fuente: Pagina 12
Autor: Cristian Vitale
En octubre de 1978, tras más de dos años de exilio y represión, Montoneros decidió encarar una contraofensiva en el país bajo dos propósitos: liderar una potencial insurrección popular y mostrar presencia activa en el país, mediante actividades propagandísticas y una serie de atentados contra funcionarios de la cartera económica de la dictadura. Tal fue pensada en dos etapas, una en 1979, y otra al año siguiente, pero la única que se pudo lograr –con una pérdida en vidas más que significativa— fue la primera. Esto, más el frustrado intento de la segunda etapa donde los militantes que ingresaron al país fueron emboscados, desaparecidos y asesinados, configuró el fin de la organización guerrillera que, al menos hasta el retorno de Juan Perón en 1973 –y el contundente apoyo del pueblo al General– , había puesto en jaque al status quo político argentino. En tal hecho se paró el historiador Hernán Confino para dar con un libro sesudo, bien informado e intenso llamado La Contraofensiva: el final de Montoneros, publicado por Fondo de Cultura Económica.
“Mi interés en la historia reciente en general, y en Montoneros y la contraofensiva en particular, no responde a haber sido participante de los hechos, o a tener familiares que lo hayan sido”, se presenta Confino, doctor en historia, docente y becario del CONICET. “Más bien responde al interés de estudiar cómo había sido el proceso por el cual había finalizado en el país la comprensión político-militar de la política, a partir de abordar la experiencia de Montoneros y su derrota final, y a cuáles fueron las condiciones que enmarcaron también la restauración democrática en la Argentina”.
La mirada del autor pasó entonces por intervenir una memoria colectiva casi monopolizada por perspectivas de militantes disidentes, que consideraban a la contraofensiva como “suicido”, “locura” o “aventura mesiánica”. Por contrario, Confino intentó una reconstrucción analítica e histórica –en el aséptico o académico de la palabra— y se valió para ello de una profusa investigación que no solo apeló a aquellas memorias críticas, sino también a las posiciones de la conducción montonera en el exilio, documentos de inteligencia y publicaciones partidarias, como Evita Montonera. “El libro prescinde de los balances políticos y las miradas morales, tan presentes en las posiciones sobre este proceso histórico”, refrenda el historiador ante Página 12. “Antes que plantear miradas positivas o negativas, el trabajo busca reconstruir históricamente los últimos años de Montoneros, en relación con su contexto más amplio de expresión y entiende que esas miradas, si bien válidas, son propias de los participantes de la experiencia o de la generación de la radicalización política de las décadas del sesenta y del setenta”.
—¿Cuál es la tuya?
–Intento trabajar la contraofensiva, no desde la excepcionalidad, sino en relación con un repertorio político-militar característico de la organización Montoneros a lo largo de su historia y en el marco del contexto del exilio. Su excepcionalidad, en todo caso, está en que la contraofensiva terminó siendo, luego de ocurrida, la última estrategia de Montoneros antes de su desarticulación final. Me interesaba estudiar de cerca un proceso histórico que había tenido tantas miradas morales y condenatorias y ver de dónde, cómo y por qué, habían surgido esas miradas. En líneas generales, intenté pensar la estrategia no sólo a partir de las posiciones de la conducción de la organización sino también de otros y otras militantes que participaron. De este modo, prescindiendo de los resultados políticos y los balances morales, la estrategia se articulaba en torno a repertorios políticos previos.
–En la página 29 hablás de una “hermenéutica de la derrota” ¿Bajo qué ejes habría que interpretar el concepto?
—Llamo hermenéutica de la derrota a la reconstrucción del hecho que se hace desde el resultado político. Este modo de mirar el proceso no es histórico, en tanto y en cuanto toma al resultado político (la derrota) como premisa previa del proceso, y no como resultado posterior del mismo. Las consideraciones políticas y morales de las memorias sobre la contraofensiva son un ejemplo acabado de las intervenciones que se realizan desde la hermenéutica de la derrota.
–¿Qué lugar ocupa la época estudiada en el marco de las preocupaciones historiográficas sobre la historia reciente?
–Mirando los desarrollos de la historia reciente en la última década, no diría que la época ha permanecido en el ostracismo. Si bien es cierto que los discursos que se produjeron desde la restauración democrática, bajo el imperativo de la no violencia de cualquier signo, no tuvieron interés en historiar esa época, sí ha sido previamente tratada a partir de investigaciones periodísticas y memorias testimoniales.
–Planteás no desmarcar la política de la violencia, un vínculo que, pese a las visiones disidentes, mantuvieron los estrategas de la contraofensiva. ¿Cómo sintetizás tu idea al respecto?
–En la década del setenta, la violencia era parte de la política, no eran dos términos antagónicos y excluyentes. Esta mirada de oponer política a violencia surgió en los años ochenta, a tono con los ideales que enmarcaron el retorno democrático. Por eso, en el libro busco historizar las formas de hacer política en los setenta, dando cuenta de que, en aquella época, la política no prescindía de métodos violentos al mismo tiempo que tales métodos tenían una clara motivación política. Escindirlos es más propio de la mirada de los ochenta, digo.
—Lo que sí parece irreconciliable para los estrategas de la contraofensiva es la asociación de política y derechos humanos.
—Claro. En el libro, de hecho, intento mostrar cómo fue el proceso histórico de pasaje desde las coordenadas de la revolución a la de los derechos humanos. En el exilio, muchos militantes de Montoneros, sin renegar de la violencia política que la organización juzgaba como legítima para oponerse a la dictadura, aportaron al inicio del movimiento transnacional de derechos humanos, independientemente del enfoque más instrumental de la cúpula de la organización. Intenté resolver históricamente un problema analítico: si bien es cierto que ambas formas de pensar la política son analíticamente diferentes, entre 1976 y 1980, en el exilio, se dieron de un modo combinado, sometidas a relaciones de articulación y de conflicto.
–Se intuye que habrá costado mucho dar con fuentes contemporáneas y precisas…
–La clandestinidad política del proceso histórico recuperado arrojó una falta de fuentes para reconstruir esta historia, sí. Por eso, construí veinte entrevistas con participantes del proceso, siguiendo los dictados de la historia oral, y recurrí a los documentos desclasificados de la inteligencia militar de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires por parte de la Comisión Provincial por la Memoria. Además, consulté documentos partidarios de Montoneros y testimonios editados de sus ex militantes. Finalmente, consulté el Archivo Memoria Abierta que guarda varias centenas de entrevistas en su archivo audiovisual.
–¿Cuál fue la participación de Patricia Bullrich en toda esta historia? Ella aparece en un par de fragmentos del trabajo.
–Según he podido investigar, la participación de Patricia Bullrich fue secundaria. Era parte del grupo que se referenciaba en Rodolfo Galimberti y cuñada de éste (Galimberti era pareja de Julieta Bullrich, hermana de Patricia) que protagonizó una disidencia a principios de 1979. Ella estaba encargada de la Juventud Peronista en el exilio y, luego de la ruptura, ingresó a la Argentina a fin de distribuir la publicación del grupo, la revista Jotapé.
–¿Qué hay del vínculo entre el brazo político e institucional del peronismo que permanecía en el país con Montoneros?
—Las tratativas entre los dirigentes del Movimiento Peronista Montonero (MPM) y algunas representaciones legales del peronismo son muy complicadas de reconstruir por el contexto de clandestinidad política en el que se desenvolvieron las acciones. En este punto, me interesaba más, a los fines del libro, ver cuál era la mirada de los militantes de Montoneros sobre estas representaciones que reconstruir las transformaciones y resignificaciones políticas de los miembros del Partido Justicialista. De todos modos, sobresalen algunos comunicados de parte de las centrales sindicales y del PJ oponiéndose virulentamente a la actividad militar de Montoneros.
–¿Qué incidencia tuvo la contraofensiva en el rearme del peronismo de cara al retorno democrático, si es que tuvo alguna?
–Luego de la contraofensiva, Montoneros fue marginado de la renovación del peronismo. Además, durante 1983 la dictadura asesinó a dos de sus dirigentes más importantes, Raúl Yager y Eduardo Pereira Rossi, algo que impidió aún más la reconversión de cara a la apertura democrática. Luego de integrarse como una tendencia a Intransigencia y Movilización Peronista, progresivamente la organización se desarticuló, siendo más noticia la persecución judicial de sus dirigentes que cualquier plataforma política decidida para los tiempos democráticos.