Fuente: Rey Desnudo
Autora: Daniela Slipak
A pesar de la cuantiosa bibliografía académica acumulada sobre distintos momentos y dimensiones de la década del setenta en Argentina, la comprensión de la Contraofensiva Estratégica organizada por la Organización Montoneros desde su exilio en 1979 y 1980 continuaba, hasta hace poco, pendiente. Desde la transición en adelante, se habían elaborado sobre el tema más bien rememoraciones testimoniales, trabajos periodísticos, y/o reconstrucciones fílmicas1. En los últimos años, además, se sucedió el juicio oral y público a seis militares responsables de los secuestros, vejaciones, desapariciones y asesinatos de más de ochenta de sus participantes. A grandes trazos, para referirse a ellos, todas estas aproximaciones y escenas instalaron términos como “demonios”, “manipuladores”, “manipulados”, “víctimas”, “locos”, “mesiánicos”, “suicidas”, “héroes” y/o partícipes de una “justa resistencia popular”. En breve, adjetivaciones políticas —muchas provenientes de los propios militantes— correspondientes a evaluaciones condenatorias o celebratorias de lo sucedido, y teñidas por la derrota de los proyectos revolucionarios. La no probada acusación de infiltración de la Organización por parte de las fuerzas represivas —que, bajo la idea de una conspiración, oficiaría de factor explicativo de los resultados negativos de la aventura— también formó parte de estas evocaciones. En todo esto se jugaron, desde luego, disputas memoriales sobre la violencia política insurgente, sobre el terrorismo estatal y sobre el peronismo en general, siempre vigentes y legítimas en el marco de los balances políticos y morales pero distintas —aunque vinculadas— a los juegos de lenguaje propios de nuestras discusiones académicas y de nuestro campo historiográfico. A esta opacidad sobre la Contraofensiva habría que sumar la que rondaba, aunque en menor medida, toda la etapa del exilio montonero, decidido orgánicamente por la Conducción Nacional en 1976. En efecto, la bibliografía académica concentrada en las redes políticas, culturales y sociales tejidas en el exterior por exiliados de distintas adscripciones no otorgó demasiada relevancia al proyecto montonero en particular2. Por su parte, salvo excepciones, los trabajos que sí hicieron foco en las diversas aristas de la Organización tendieron a evadir el análisis de sus últimos años, como si se tratara del ocaso irrelevante de un proyecto cuya esencia se en contraría en sus orígenes o en su etapa inicial3. Desde esta perspectiva, la atención a lo ocurrido fuera del país no tendría mucha pertinencia Ya sea entonces por la ausencia de interrogación académica como por la superposición de deudas morales, políticas, memoriales y/o jurídicas, la Contraofensiva y el exilio montonero se habían convertido, hasta hace poco, en nudos cerrados a la problematización analítica. De allí quela última operación de la Organización apareciera ante nuestros ojos como un conjunto de atentados violentos irracionales que patentaban el ocaso grotesco de los proyectos revolucionarios de los setentas. La Contraofensiva: el final de Montoneros, de Hernán Confino, viene a desarmar estos nudos y a abrirnos a su densidad histórica. Ese es el primer gesto que sobresale de este valioso libro, producto de más de siete años de investigación que concluyeron en una tesis doctoral defendida en la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín: el de lograr, contra todo obstáculo, convertir a la Contraofensiva en un problema de investigación. Esto sucede a través de dos elementos solo aparentemente contradictorios: por un lado, Confino la inserta en la trama social, política y cultural que la hizo posible y que la convirtió en una opción acorde a las características de su época. Allí aparecen las transformaciones en el catolicismo internacional, el surgimiento de la nueva izquierda a nivel global y local, los vaivenes de Juan Domingo Perón, la represión de los gobiernos peronistas y el terrorismo estatal. Por otro lado, el libro muestra que la Contraofensiva fue una experiencia contingente, y no el desenlace necesario y previsible de un recorrido ya en germen desde los orígenes. Aquí salen a la luz la agencia y la responsabilidad de los actores: las decisiones de la cúpula montonera pero también la participación de los diversos militantes de rango medio y bajo, incluso con sus dudas, incomodidades, tensiones y conflictos. De este modo, la Contraofensiva queda ubicada en ese intersticio entre la solidaridad con los repertorios previos y las elecciones circunstanciales. Es decir, queda situada en su contexto, pero sin presentarlo como determinante y dando protagonismo a la voluntad de sus participantes. El lector comprende así la trama en la que surgió, al tiempo que advierte su novedad en relación a la historia montonera y a la del resto delas organizaciones armadas de la nueva izquierda. En este ejercicio, la Contraofensiva se convierte en algo más que una medida desacertada e intransigente de la Conducción Nacional de Montoneros, como comúnmente se la ha comprendido. Con los recaudos metodológicos y epistemológicos necesarios —y con una escritura impecable que se desliza de los procesos globales a las pequeñas anécdotas y experiencias particulares—, el libro utiliza distintas fuentes historiográficas (testimonios orales, documentos y publicaciones partidarias y archivos desclasificados de la represión). Así, puede abordar la última operación de la Organización no solo desde la voz oficial de la dirigencia sino desde las posiciones de todos sus protagonistas. Se muestran sus diversos puntos de vista, tensiones, ambigüedades y contradicciones. Entre ellos figuran, por ejemplo, los múltiples motivos de los militantes para sumarse a la operación —emotivos, morales, estratégicos y/o políticos— y la disímil creencia en los diagnósticos de la cúpula partidaria. De esta forma, Confino problematiza ese gris en el que la heterogeneidad de sentidos e intenciones de los actores se mezclan con la común pertenencia a una identidad. En este marco general, el capítulo 1 describe las características del exilio montonero —o, en alusión a su heterogeneidad, “los exilios montoneros”— con especial foco en México, puesto que se trató de la ciudad con mayor despliegue de sus redes. Se reconstruye la sociabilidad interna allí sostenida, las denuncias públicas efectuadas ante las violaciones de los derechos humanos de la dictadura, y la preservación de un circuito clandestino. En suma, distintos aspectos que bajo nuevas condiciones reproducían la doble modalidad político-militar que había caracterizado a la Organización desde sus orígenes. En ese panorama se aprecian diversas trayectorias y significados otorgados por los militantes al tiempo que sus tensiones y conflictos. Por ejemplo, las distancias entre el rol instrumental que la Conducción Nacional daba a la actividad de denuncia de las violaciones de los derechos humanos y el sentido vital que tenía, en cambio, para muchos de quienes la implementaban. Los capítulos siguientes abordan el proceso inicial de la Contraofensiva. El capítulo 2 se dedica a su lanzamiento. Repasa el diagnóstico que se esbozó para justificarla (los conflictos internos de las Fuerzas Armadas y el descontento de los trabajadores), la estrategia y los objetivos genera-les que la animaron, las dos oleadas de retorno que implicaba (en 1979 y 1980) y sus tres patas (las Tropas Especiales de Agitación dedicadas a intervenciones de propaganda, las Tropas Especiales de Infantería destinadas a realizar atentados contra miembros de la cartera económica de la dicta-dura y el grupo que buscaba entablar contactos políticos en el territorio). Muestra que, por detrás de la aprobación unánime que la Conducción logró imponer en las instancias colectivas, existieron desacuerdos encubiertos. Se ve así que, lejos de militantes convencidos de la estrategia de re-torno o de militantes manipulados u obligados por la cúpula dirigente, existieron dudas, temores, culpas e incertezas entre quienes aun así decidieron y consensuaron la propuesta. El capítulo 3,por su parte, reconstruye el reclutamiento (sobre todo en España y en México) y el entrenamiento(en España, en El Líbano, en Siria y en México) de los participantes. Allí se describe el intento de homogeneización de las creencias y prácticas, que incluyó la transmisión de normas y símbolos montoneros, y que buscaba reproducir una identidad que ya estaba debilitada. Los capítulos 4 y 5 analizan cómo fue la experiencia de retorno a la Argentina. El 4 estudia, a través de distintos testimonios, las intervenciones de las tres Tropas Especiales de Agitación. Se ven sus distintos grados de disconformidad e incomodidad con los superiores, y sus distintos vínculos con las directivas y los mandatos, incluso obedeciéndolos. El capítulo se dedica asimismo a estudiar el surgimiento del primer grupo disidente del exilio, el Peronismo Montonero Auténtico, producido justo antes del inicio de toda la operación. A través del análisis de sus documentos, ilustra sus demandas y sus diferencias con la Conducción Nacional, pero también sus puntos coincidentes. Aquí cobra relevancia de qué modo la disidencia omitía las responsabilidades compartidas en la construcción del derrotero pasado, así como la respuesta intransigente dada por la cúpula jerárquica a los planteos críticos. El capítulo 5 se aboca a las tres Tropas Especiales de Infantería y muestra los temores, las dudas y el desconcierto de sus integrantes en el despliegue de los operativos militares. Solo una de ellas cumplió con éxito el atentado proyectado, pero al costo del asesinato o la detención-desaparición de todos sus protagonistas. El capítulo concluye exhibiendo el balance positivo que la Conducción Nacional hizo de la primera oleada de la Contraofensiva, a pesar de no haber logrado el apoyo de los trabajadores que decía representar, ni el de los dirigentes gremiales, ni el de las fuerzas políticas peronistas. También a pesar de las críticas que originó en varios militantes, que, en tensión con el mandato sacrificial de la cultura revolucionaria, se mostraban cada vez más incómodos con las muertes que había implicado el retorno. El capítulo 6 desarrolla las discusiones que originó ese balance triunfalista, y el surgimiento de la segunda disidencia del exilio, los Montoneros 17 de Octubre. Repasa sus impugnaciones a la Conducción Nacional, algunas coyunturales y otras de más larga data: su pretendido lugar de van-guardia, su autoritarismo, su falta de democracia y el costo de vidas que había supuesto la Contraofensiva. Confino ilustra de qué forma estos cuestionamientos respondían a los desplazamientos y preocupaciones que atravesaba la colonia de exiliados en México, Francia y España. Por ejemplo, en esta línea, los disidentes proponían reemplazar la estrategia bélica por la de una “rebeldía popular”. A la vez, se muestra cómo las críticas devenían rápidamente en rupturas. Finalmente, el capítulo repasa la respuesta intransigente de la cúpula jerárquica, que se mantuvo rígida en sus coordenadas y acusó a los críticos de “reformistas” y “derrotistas”. El último capítulo del libro se dedica a la segunda oleada de la Contraofensiva en 1980, y al fin de Montoneros como proyecto político en la escena argentina. Se desarrollan los cambios y continuidades que se plantearon con relación al retorno de 1979. Mientras que las operaciones militares mantuvieron el mismo esquema, las Tropas de Agitación fueron reemplazadas por Unidades Integrales que contemplaban la inserción permanente de los militantes en el territorio, aun ocultando su pertenencia montonera. Sin embargo, el capítulo describe cómo, luego de la captura de la totalidad de los integrantes del primer grupo de las Tropas Especiales de Infantería a manos del terrorismo estatal (y de la detención de otros montoneros en países de la región gracias a la colaboración represiva del llamado Plan Cóndor), la Conducción Nacional decidió suspender el ingreso del grupo siguiente y concluir más de una década de intervenciones armadas. Acá cobra relevancia no tanto la hipótesis de una infiltración en la Organización —nunca comprobada— sino el hecho de que la cúpula dirigente dio por concluido su proyecto solo a partir de la eficacia represiva. Es decir, no por transformaciones ideológicas acordes a los cambios de época, sino por la imposibilidad fáctica de continuar el camino tomado. Ahora bien, a través de este recorrido por las distintas etapas, dimensiones y perspectivas de la Contraofensiva, Confino narra, con una pluma ágil y atrapante, una historia que hasta aquí se nos aparecía opaca. Pero no solamente. Además, introduce dos aportes conceptuales funda-mentales para interrogar los esquemas interpretativos que atraviesan nuestra memoria social y política, así como buena parte de la bibliografía académica. El primero refiere al modo en que en-tendemos la política y la violencia (o bien, lo militar) en las organizaciones insurgentes. En general, solemos pensarlas como prácticas excluyentes, sin atender a sus superposiciones e hibridaciones. En esta línea, la Contraofensiva parecería ser la última etapa violenta de un derrotero que habría comenzado por ser político. El libro problematiza esta dicotomía desde varias aristas: por un lado, porque evidencia que el retorno contemplaba intervenciones de propaganda y alianzas políticas con diversos actores en el territorio; por otro lado, porque ilustra que la vuelta involucraba creencias, expectativas e identidades políticas; finalmente, porque exhibe que las propias operaciones armadas fueron más que violencia física y que se desplegaron en el marco de una subjetividad política. La Contraofensiva se convierte así en una arena en la que las fronteras entre lo político y la violencia y lo militar se tornan, por lo menos, difusas. El segundo aporte conceptual que quisiera resaltar refiere al modo en que se piensan los cambios de matrices políticas. Solemos concebir el pasaje del imaginario revolucionario al liberal-democrático como una ruptura abrupta y lineal, decretada a partir de la derrota de los proyectos revolucionarios. La Contraofensiva patenta que se trató de un desplazamiento ambiguo y lleno de zonas grises. En tal sentido, el libro narra cómo los militantes participaron de una experiencia dela que, sin embargo, no estaban convencidos, o solo lo estaban de algunos de sus aspectos. También repasa los diferentes significados otorgados a la práctica de defensa de los derechos humanos y a la idea de revolución. Finalmente, muestra que quienes desarrollaban actividades humanitarias podían tomar simultáneamente las armas. Se ven, en suma, tensiones, desacuerdos, conflictos, dudas y contradicciones que matizan la idea de un quiebre radical. Por supuesto que, como todo libro que reúne una investigación seria, precisa y lúcida, La Contraofensiva: el final de Montoneros deja preguntas abiertas al lector: el por qué de la intransigencia exagerada de los dirigentes, incluso en condiciones de fracaso evidente de sus planes y expectativas; el por qué de la imposibilidad de que los militantes discutiesen a sus superiores sin producirse una ruptura irreversible del espacio; o, en fin, el lugar y los sentidos que tuvieron los hijos que permanecían en el exilio para los protagonistas de ese retorno. Todos estos interrogantes quedan abiertos precisamente gracias a la construcción de un relato rico y minucioso que, lejos de resguardarse en los lugares comunes sedimentados en nuestra memoria social y política, así como en parte de la bibliografía académica, restituye la densidad y la apertura histórica de la experiencia. Me parece, por tanto, que lo único que nos queda por hacer es leerlo, celebrarlo y debatirlo.