Contra lo inmóvil, lo permanente, el arraigo, Sara Gallardo eligió siempre moverse. Como si supiera con pesar que la muerte está en detenerse, en bajarse de la corriente. Por sobre el lugar fijo, la tierra firme y las cosas que nunca cambian, la periodista y escritora argentina militó las valijas, la inquietud sin cese, la voluntad y la necesidad de desprenderse de todo. La escritura como pretexto la acompañó en ese estado de viaje, contaminándose de su propio desplazamiento.
El trabajo de selección y archivo de la especialista en Gallardo, que ya había comenzado con la publicación de Macaneos. Las columnas de Confirmado (Ediciones Winograd, 2016), le hace justicia —y homenaje— a una figura difícil de atrapar. Pluma relevante de los años sesenta, setenta y ochenta. Conocida más bien por sus libros de ficción como Enero (llevado al teatro el año pasado), llamada “bicho raro” por su sarcasmo y disrupción, bajo las tinieblas de un canon periodístico masculino y de pocas fotografías, quizás por su imposibilidad de posar, de quedarse quieta.
En sus cuatro partes, “Tretas para viajar”, “Desde Europa”, “Por América” y “En Argentina”, la edición recopila en un orden amable para el lector las columnas que Gallardo escribía para la revista semanal Confirmado y el diario La Nación, así como cartas y entrevistas inéditas que dicen viaje de distintas formas. Leer estos textos, viajar con ella, es como estar en el asiento de acompañante de una conductora inteligente, sarcástica, que nos obliga por momentos a sacar los ojos del camino para ver a “una mujer de carne viva. Que a veces se engolosina con las palabras. Que se define ‘como un ser ridículo’”, de una boca enorme, dientes enormes y “la mirada triste. Aun cuando se ríe a borbotones, sacudiendo su cuerpo largo y huesudo”, como la describe Daniel Pilsner en una de las entrevistas que ofrece Vivir de viaje.
Es que a la vez que Gallardo nos lleva a encontrar placer hasta en un viaje en el que todos piensan cuánto falta para llegar, como es ir en micro de Buenos Aires a Mar del Plata lleno de porteños obvios, insoportables (en “Cómo viajar hacia el mar en autobús”), o a ver un desfile de alta moda en Milán, también nos deja conocerla a través de estos recorridos. Nos habla de sí misma. Elige presentarse siempre como un personaje inquieto en sus textos, “de aquí para allá” en palabras de De Leone.
De hecho, la firma que utilizaba para sus columnas, “La donna è mobile” (la mujer cambiante), ironiza sobre los estereotipos femeninos de la época. Los cambios de humor, el carácter volátil e impredecible de las mujeres que nunca saben qué quieren, a las que no les viene nada bien. El nombre viene de los versos de la famosa aria de la ópera de Rigoletto de Giuseppe Verdi: “La mujer es cambiante cual pluma al viento / cambia de acento / y de pensamiento. / Siempre su amable / hermoso rostro / en llanto o en risa / es engañoso. / La mujer es cambiante / cual pluma en el viento, / cambia de acento / y de pensar / y de pensar / y de pensar”. Cambiar, para Sara, es multiplicarse, salirse, reinventarse, ser miles de veces.
La primera nota del libro, “Desde Salta”, recrea el punto de partida de todos los viajes y su financiamiento, cuando le dice al director de Confirmado que simplemente quiere irse a Salta y escribir sobre eso. La escritora se presenta por primera vez “con valijín en mano”. Pero también, la crónica, desplazada de sus convenciones de formato y contenido, cuenta en una escena de trastienda el prejuicio sobre la mujer periodista, el lugar relegado en la redacción en el límite del humor y la crítica: “‘¿Así que está aburrida de su página, quiere cambiar, se siente histérica? —dijo Confirmado— . ¿Qué quiere hacer?’ ‘¿Quiero ir a Salta?’ ‘¿A Salta? ¿Y cuánto tiempo piensa atosigarnos con Salta? No mucho, ¿eh?’ ‘D…dos números’. ‘Pero nada más. Buen viaje’”.
Fueron más de dos números y más de un viaje. A Salta le siguieron Tucumán, Luján, Belén, Nápoles, Punta del Este, Nueva York, Roma, Barcelona… Los carteles que se ven en las calles, la comida fea, la comida rica, la voz de la gente local, la ridiculez de ser turista, los hoteles más caros y los más baratos, las cosas que a nadie le interesa, los diarios cotidianos, las antigüedades, las casas de escritores famosos son los elementos que hacen a la escritura miscelánea de Gallardo. Es una invitación a redescubrir los lugares que ya conocemos, valorarlos u odiarlos aún más, y también alejarnos por completo de lo conocido; viajar incluso en el tiempo. Estar en lugares que ya no están más, que se fueron. Ir una noche al Electric Circus, el boliche nocturno neoyorquino que permaneció abierto hasta 1971 y ofrecía fiestas y espectáculos experimentales, donde tocó por ejemplo The Velvet Underground; o conocer las verdaderas tiendas hippies de los años ’60.
Contra los lugares comunes en los que cae el relato del viaje, Sara desliza sus desplazamientos irónicamente y, a la vez, define como quien dice algo al pasar, lo que es viajar para ella. “Nuevos horizontes. Todos tenemos ganas de ahuecar el ala. Quién sabe por qué. Somos tan neuróticos”; “un viaje físico, de esos que renuevan, levantan, y todo eso”; “lo único que pedimos a quienes vuelven de un viaje es que se abstengan de relatos”. Un relato de viaje, dice Gallardo, en cambio, debe tener poesía. Porque los viajes “son aventuras que modifican el alma”. El consejo es tirar los dados y lanzarse, sin lamentar nada.
“Año nuevo, agua nueva”, una de las notas finales del libro, modifica el alma del lector. En ella invita a obedecer a Melville y nos recuerda que existe el mar. Contra los peores males, el mejor remedio. El texto suena a despedida, ese elemento trágico que también tienen los viajes. Y debemos decir adiós a una escritora para la que viajar, escribir y vivir era lo mismo, para quien el mundo se presentaba como una biblioteca que siempre tiene un libro para leer. “Recordé que existe el agua, me fui al mar. Y puedo asegurarles que existe, que es azul, centelleante, indiferente. Que no le importa hamacar en su respiración de dormido o distraído, tragarnos en un momento de bostezo, hundirnos al rascarse la barriga o soportarnos inadvertidos”. El medio que más usaba Sara Gallardo para viajar era el barco. Quizás porque tardaba más, porque estiraba ese estado de viaje permanente, y porque veía en las olas el mismo movimiento de la vida. Bon voyage.
Fuente: Tiempo Argentino
Autora Abril Mosconi