A los treinta años de edad, cinco lustros antes de alcanzar fama mundial con Gabriela, clavo y canela (1958), el novelista Jorge Amado (Itapabuna, 1912-San Salvador, Bahía, 2001) era miembro activo del Partido Comunista Brasilero (PCB), se encontraba exiliado en Buenos Aires, como muchos otros compatriotas que procuraban salvar el pellejo de las garras represivas que en ese momento asolaban el Brasil. Prolífico, como lo corroboraban hasta ese momento seis novelas, y después con narrativas inmortales como Doña Flor y sus dos maridos (1966) o Teresa Batista cansada de guerra (1977), entre una veintena de obras, en el hastío del destierro porteño escribió en dos meses las trescientas sesenta páginas de El Caballero de la Esperanza, vida de Luíz Carlos Prestes.
El autor, Jorge Amado.
Manifiesto político de literatura militante, bajo una peculiar forma de biografía novelada, da cuenta del devenir del militar revolucionario preso por el gobierno del controvertido Getúlio Vargas (Sao Borga, 1882-Río de Janeiro, 1954). Compromiso con la causa popular en absoluto novedoso dentro de la producción de Amado, que ya en 1937 había publicado la extraordinaria Capitanes de la arena, entre otros textos de similar espíritu. A partir de la biografía de Prestes, la escritura del bahiano fue despegándose de cierto formalismo romántico hasta alcanzar un estilo tan propio como inconfundible, sin apartarse de un erotismo peculiar, articulado a las diferencias de clase social. Sin haber sido incorporado por la crítica académica al realismo mágico ni al boom latinoamericanista, resulta innegable su carácter precursor.
Mucho de ese giro burbujea en El Caballero de la Esperanza, que fuera publicado por la Editorial Claridad en Buenos Aires y en español el mismo año de su factura, distribuido clandestinamente en Brasil, reproducido bajo diversos títulos en ediciones piratas, hasta su primera edición brasileña varias décadas después. La primera, en la Argentina, fue decomisada e incinerada bajo el gobierno de Juan Domingo Perón, momentáneo aliado táctico de Vargas. El Estado Novo de éste último, de modo alguno toleraba la lucha por la amnistía de los presos políticos contra el fascismo, donde “este libro fue un arma” para la conciencia popular y un mojón en la “obstinada creencia en el futuro” de su autor.
Recorrido de la columna de Prestes.
Luíz Carlos Prestes (Porto Alegre, 1898-Río de Janeiro, 1990) desarrolló una intensa vida política a partir de su función como capitán ingeniero del Ejército, arma en aquel entonces nutrida por clase media en su oficialidad y trabajadores en la tropa, a diferencia de la Marina nutrida de cuadros aristocráticos. De inmediato participó en los alzamientos contra los gobiernos oligárquicos hasta encabezar en 1925 una marcha insurreccional de 25.000 kilómetros a lo largo y a lo ancho de Brasil con sus 1.500 combatientes. Si bien los objetivos estratégicos de la epopeya extendida hasta 1927 no arrojaron los resultados esperados, las incursiones tácticas llevaron a pueblos y comunidades del interior profundo un mensaje de autodeterminación, libertad y justicia que perdura hasta la fecha. El relato de Amado se detiene en 1942, de modo que necesariamente obvia la trayectoria política posterior del héroe, que llegó al Senado de la Nación, sorteando no pocas proscripciones y censuras.
La lectura actual de El Caballero… resulta a la vez ardua por morosidad en el devenir del relato, apasionante en la abrumadora sucesión de acontecimientos y entrañable en el entrelazamiento del ribete amoroso con la tragedia bélica. Narrativa inusual para el género, adopta la voz de un narrador enamorado que, sentado al atardecer en un muelle de Bahía, va contando a su enamorada la historia del héroe. Tanto es así que, en medio de cualquier escena descriptiva, didáctica, de color o trágica, el relator intercala la interpelación “amiga”, “mi negra”. Recurso intimista de inspiración modernista reciclada, capaz de absorber al lector como participante, no menos que de brindar un respiro al flujo de la tensión dramática.
Precedida del prefacio a la primera edición y la nota a la vigésima en portugués, la versión que ahora se ofrece es la primera en castellano después de la original de Claridad en 1942. Comprende cuatro capítulos donde Jorge Amado releva la infancia de Prestes, se extiende en los pormenores de la marcha de la Columna, da cuenta de los exilios de Buenos Aires a la URSS, consigna el programa y la acción de la Alianza Nacional Libertadora (el Partido conducido por Prestes), y concluye sintetizando el legado del protagonista. Un resumen histórico a cargo de Leocadia, la hija de Prestes, junto a una pormenorizada cronología, aportan solución de continuidad y encuadre a la vasta información dispersa, presente en el fárrago relatado por el autor. Acaso la lectura previa de estos bonus-tracks agilice el recorrido del cuerpo principal del libro.
El lenguaje de epopeya, el panegírico próximo al panfleto, la reiteración del elogio rayano en la mistificación, la sobrecarga adjetiva, contribuyen a dificultar el seguimiento del desarrollo de la trama por su cadencia lejana al ritmo de la narrativa actual. Sin embargo, el contenido obtiene del subterfugio militante un contexto donde se privilegia el impacto de esta augural guerrilla en la población más desposeída: “En Bahía, en Jacobina, hay en una casa una silla sujeta a la pared, casi en el techo, como si fuera un cuadro. Y el dueño de la casa muestra orgulloso a todo visitante aquella silla donde Prestes se sentó cuando por ahí pasó la Columna”. Pues «El Caballero de la Esperanza” fue el título honorífico con que el pueblo mismo nombró al hombre. Resulta esa fuente la que Jorge Amado suma, a la manera de clave de lectura, a la crónica histórica surgida de la documentación con la que construye el libro. De allí mismo emana asimismo el tono apologético que impregna el discurso literario, constituyendo a la vez, obstáculo y valor.
Fuente: El cohete a la luna
Por Jorge Pinedo