Ningún nombre de la historia argentina es tan ajeno a la indiferencia como el de Eva Perón. La prueba es que, a 72 años de su muerte, su figura aún exalta debates, recuerdos y pasiones que no distinguen entre partidos políticos, ideologías ni generaciones. Silenciosa y deslumbrante, además, la doble efigie majestuosa con su retrato sobre el Ministerio de Obras Públicas, el punto de Buenos Aires donde tuvo lugar el inédito acto político que llevó a su “renunciamiento histórico” a la vicepresidencia de la Nación en 1951, la convierte desde 2011 en una testigo privilegiada de los grandes conflictos y triunfos del país. Tal vez por eso, ya casi no sorprenden quienes, al confundir con torpeza la realidad y los símbolos, creen que bastaría erradicar el edificio y su monumento para borrarla de la historia. Pero ¿cuál es exactamente esa historia? ¿Y qué detalles permanecen inexplicables hasta hoy?
Entre los muchos ensayos sobre Eva Perón publicados en los últimos meses, Una pérdida eterna, de la académica argentina Sandra Gayol (Bolívar, 1964), y Eva Perón, de la escritora argentina Libertad Demitrópulos (1922-1998), son dos piezas de singular interés. El motivo es que, con perspectivas muy distintas y desde momentos políticos casi opuestos, ambos intentan explicar lo que los remolinos turbulentos de la posteridad le asignaron a frases como la que la propia protagonista pronunció once meses antes de su muerte, a los 33 años de edad: “No tengo más que una sola ambición: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo a su lado una mujer que se dedicó a llevar al Presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”.
Para Gayol, una parte clave de esa ambición se cumplió por efecto de una serie de “normas del sentir” cuyas “querellas”, libradas antes, durante y en especial después de la enfermedad, la agonía y la muerte de Eva Perón, víctima de un cáncer tratado de manera tardía, “dictaminaban quién era peronista y quién no podía serlo”. De ahí la trascendencia tanto de su fallecimiento, en julio de 1952, como del secuestro de su cadáver entre 1955 y 1971, eventos que sellaron un proceso “creador de comunidad” que mediante emociones “performativas” (como el compromiso y el doloroso sacrificio encarnados por Eva Perón y trasladados de manera directa a los hogares humildes durante los años de su Fundación) harían del peronismo una plataforma política identificada con la disputa de la “felicidad” en favor de los “descamisados”.
Con un estilo excesivamente catedrático pero bien documentado con testimonios e imágenes de diarios de la época como Democracia, Gayol define así un segmento de la conflictiva línea de separación entre el peronismo y el antiperonismo alrededor de lo que, a la luz de su tesis, unos defenderán hasta el presente como “emoción” y otros atacarán como “simulación emocional”.
En ese mismo punto, la biografía por momentos novelada de Demitrópulos, publicada originalmente en 1984, en pleno alfonsinismo, e inhallable hasta ahora, sintetiza en otros términos una idea semejante alrededor del dolor y la pérdida. Tras la muerte de Eva Perón, escribe la autora identificada con el peronismo, “el martirio que trajeron los sufrimientos que le estaban reservados” completaron un “ciclo vital” que sus partidarios peronistas asociaron con “el liderazgo espiritual”. Sin embargo, este es apenas el desenlace de una historia que Demitrópulos remonta hasta el precario pueblo de Los Toldos, en lo profundo de la provincia de Buenos Aires, donde Eva María Duarte nació en 1919 y pronto aprendería la diferencia entre lo justo y lo injusto y entre la riqueza y la pobreza.
Lo que sigue a partir de ahí es materia común de muchas otras reconocidas biografías, como la de Marysa Navarro, que las páginas de Eva Perón intercalan a veces con frases firmadas por la propia protagonista de la historia en textos como La razón de mi vida y Mi mensaje, dispuestas siempre a descifrar una transformación sorprendente.
¿Cómo la inexperta aspirante a actriz que llegó con apenas quince años a Buenos Aires (asunto de otro reciente libro fundamental, Eva Duarte, más allá de tanta pena, del investigador César Maranghello) logró, ya como esposa del presidente Juan Perón, convertirse en Evita, la “abanderada de los humildes”, que impulsó con éxito la ley de voto femenino mientras dedicaba dieciocho horas diarias a las tareas de ayuda social de su Fundación en todo el país?
Este proceso, que marcaría además un giro hoy icónico en su vestimenta (como analiza Evita frente al espejo, publicado en 2023 por la editorial Ampersand), representa para Demitrópulos un conjuro de condiciones históricas, sociales y políticas que Eva Perón supo arbitrar para ser la primera esposa de un presidente argentino “con interés por participar en la cosa pública”. Lo cual, por otro lado, despertaría en sus numerosos adversarios acusaciones de “poseer una energía peligrosamente descontrolada” en consonancia con un carácter “advenedizo, rencoroso y vengativo”.
Ya sea en forma de libros, series o polémicas históricas, las luces y las sombras de Eva Perón continúan siendo más fascinantes que las de cualquiera de sus detractores. ¿Y no es esto parte de la misma voluntad final de la mujer que prometió darle a su pueblo “todo el amor en los años de mi vida”, pero también encender en las almas “todos los días el fuego de mi fanatismo que me quema y me consume como una sed amarga e infinita”?
Fuente: La Nación
Por Nicolás Mavrakis