Reseña de Trece prólogos de Ricardo Piglia

mayo, 2024

En manos habilidosas, es sabido, un prólogo es mucho, mucho más, que un desganado ejercicio de palabras introductorias. El lugar común, cuando no, es el de Borges, a quien se acusó durante mucho tiempo de haber –socarronamente– estropeado La invención de Morel, de su amigo Bioy Casares, con un texto preliminar de encomiable agudeza. Ricardo Piglia, tal vez el último lector de Borges, dispuso del género en numerosas oportunidades y, en una gimnasia sumamente personal, supo utilizarlo para ponderar tanto las ficciones prologadas como, claro está, sus descubrimientos y perspicacia lectora.

En Trece prólogos Fondo de Cultura Económica reúne los textos que Piglia concibió para la macedoniana colección “Serie del Recienvenido”, que dirigió entre 2011 y 2015. Novelas y volúmenes de relatos de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX que tienen en común, únicamente, la calidad literaria que el director ha sabido distinguir y reconocer; director –Piglia– que, en el gesto borgeano de jerarquizar lo lateral, selecciona piezas desapercibidas por la crítica y el lector masivo. Un gesto que, simultáneamente, envalentona al propio seleccionador: es él, el prologuista, el que confiere prestigio a lo desprestigiado.

Un término se repite con cierta frecuencia en los artículos. La lectura de estas ficciones ha quedado en el recuerdo intelectual y emocional con la cuña de lo “inolvidable». En ese sentido puede inscribirse en la experiencia más llana provocando el encapsulamiento típico de la fascinación; Piglia puede, por caso, estar al borde de perder un micro, subsumido en la lectura de En breve cárcel, de Silvia Molloy; rememorar, en el prólogo a sus Cuentos completos, el encuentro adolescente en un bar con Ezequiel Martínez Estrada, primer “gran escritor” que conoce personalmente; reivindicar la amistad, a propósito de Vudú urbano, con Edgardo Cozarinsky; elogiar a los géneros de masas cuando se percibe en ellos el trabajo artesanal de una escritura y no la simple reproducción de fórmulas a los efectos de contar una historia, como en el caso de El mar menor de C. E. Feiling; subrayar las risas y el humor en Minga!, de Jorge Di Paola… La lista se engalana, y prosigue, con nombres como, entre otros, Germán García, Libertad Demitrópulos y Miguel Briante.

El prólogo, concebido así como una de las bellas artes, como un espacio liminar que cobija –antes que anuncios literales de lo que vendrá– un inmanente espíritu luminoso, transparenta un estilo personal tan significativo como el texto mismo que auspicia. Va de suyo que Ricardo Piglia no se perdería la oportunidad de transitar por un género que tiene a la lectura como condición necesaria, y que sabe instaurar en ella las marcas menos del texto prologado que del prologuista, ese escritor que no hace otra cosa que escribir su lectura.

22 de mayo, 2024

Fuente: El diletante
Por Tomás Villegas

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