Es difícil, en una instancia como esta, no sentirse un poco altanero. Uno siente que hay una falta en las personas que han tolerado el ascenso al gobierno de una fuerza esperpéntica como La Libertad Avanza en la Argentina. La evidencia de su carácter autoritario puede verse de esta manera: yo tengo literalmente un poco de resquemor (por no decir miedo) al escribir estas palabras. Anteayer, el presidente de la Nación dijo, en un acto de dudosísimo gusto celebrado en el mítico estadio Luna Park, que había que dar una batalla cultural incluso en las aulas, siempre en favor de las que él denomina las “ideas de la libertad”. Sin embargo, se nos ha advertido reiteradamente, a quienes somos docentes, que no debemos “adoctrinar” en nuestras clases. La primera pregunta frente a esto es si está permitido adoctrinar (o dar la batalla cultural) desde las ideas de la libertad, pero no desde las ideas contrarias (que no serían precisamente ideas contrarias a la libertad). En tal caso, ¿en qué momento, como docente, seré sospechoso de adoctrinar?
Hace poco, por ejemplo, intentando ilustrar algunas ideas sobre el tratamiento de los “hechos reales” en los textos literarios, di a mis alumnos a leer Esa mujer, de Rodoflfo Walsh, y expliqué algo del contexto de su asesinato. Considerando cosa juzgada el terrorismo de Estado (algo que el libro de Javier Balsa, que estamos “comentando”, señala como un error de la militancia del campo popular: nada es cosa juzgada, siempre hay que argumentar), conté algunos hechos, hablé de los espacios de memoria, de la indudable coordinación de los golpes militares en la región, de los crímenes de lesa humanidad. ¿Estaría adoctrinando? Ahora que escribo en este newsletter un texto sobre la esperpéntica fuerza política a cargo del Ejecutivo (encabezada por un hombre gritón y agresivo, con escasas credenciales académicas, que reconocidamente ha mentido sobre su currículum, sobre su valía como economista, de dudosísimas condiciones para hacerse cargo de la tarea de gobernar la Argentina), en tanto firmo este texto con el mismo nombre bajo el que ejerzo la docencia, ¿soy pasible de ser considerado un adoctrinador, un funcionario público que podría ser despedido por sus ideas? Es un poco increíble haber llegado (durante la presidencia de Macri se vivieron situaciones parecidas, sobre todo entre empleados estatales y sobre todo en medios de comunicación públicos y privados) a un punto en el que tenemos “resquemores” frente a la expresión de ideas personales. Dicho todo esto, lo peor es esta sensación de perplejidad frente a la tolerancia de la sociedad hacia este espectáculo grotesco, un carnaval de ideas irracionales, violentas, actos de estupidez pública, figuras rocambolescas.
Pero con todo lo terrible que es sentirse perseguido (cualquiera podría decirme que es un problema mío, incluso un problema psiquiátrico), con todo lo increíble que es la presencia en el gobierno de un hombre que hace alusiones a sus sábanas en la mitad de sus apariciones públicas (algo que incluso, de este lado de las cosas, puede ser visto como un lado “simpático” o un suplemento carismático del desastre), no es nada frente al sufrimiento efectivo de todo el pueblo argentino, pequeñas y medianas empresas, asalariados, pobres e indigentes, enfermos crónicos, artistas, casi todos los sectores de la economía. Juan José Saer decía, en una definición tremendista, que la literatura era un círculo de miradas semienceguecidas frente a una catástrofe común. Bueno: somos, en este momento, un círculo de ojos vacíos frente a esa catástrofe común, incapaz de reaccionar frente a una avalancha de agresiones a todas las ideas y mecanismos que hacían más o menos tolerable la vida en un sistema abrumadoramente desigual. ¿Cómo pudo haber sucedido esto?, ¿cómo fue que ganó Milei?
Bueno, este libro de Javier Balsa, con su enorme aparato metodológico, su desglose de decenas, sino cientos de preguntas refinadísimas realizadas entre 2021 y 2023, nos arroja algunas respuestas fuertes que, aunque no dejan de confirmar y reforzar algunas de nuestras intuiciones, las define con la precisión relativa (pero certera) de los instrumentos cuantitativos, haciendo foco en algunos ejes (por ejemplo, neoliberalismo/propuestas nacionales y populares, conservadurismo/progresismo).
No quiero caer en el espóiler, porque ¿Por qué ganó Milei? es una suerte de thriller que va deshojando la margarita de la explicación capítulo por capítulo, pero las tendencias neoliberales han terminado por ganar la puja por una hegemonía circunstancial (hay, en el libro, una esperanza de salida a esta encrucijada) en el electorado, hubo una reacción neoconservadora y además el electorado de jóvenes varones se sintió identificado con la frágil figura de Milei (“Milei parece haber despertado cierta empatía en varones jóvenes y solitarios que lo veían también como alguien solitario y frágil. Pero es muy probable que, al mismo tiempo, su imagen funcionara como el ejemplo de que aun alguien así podía obtener poder, convertirse en un ‘león’, ser capaz de decir todo lo que piensa e, incluso, competir por la presidencia del país”—en un momento, se desliza que si el electorado masculino sub-30 se hubiera comportado como el resto, la balanza en el balotaje podría haberse inclinado hacia Massa—). El jacobinismo verticalista del Frente de Todos (después, Unión por la Patria) no fue útil para entusiasmar a la militancia, porque “para dar la disputa por la hegemonía, los sectores populares necesitan una organización político-ideológica que, en general, la clase dominante no precisa en forma tan elaborada. Es necesaria una organización que integre a las bases de simpatizantes y de militantes en espacios en los que puedan formarse política e ideológicamente, pero donde también se debata la realidad y se asuma la responsabilidad de la toma de decisiones, a través de sus representantes en instancias locales, provinciales y nacionales. Un espacio donde se puedan discutir democráticamente las estrategias y las tácticas”.
En el libro de Balsa leemos que la tolerancia para con los discursos intolerantes es madre de derrotas y de pérdida de calidad democrática, que gran parte de la población oscila entre el masoquismo y el sadismo, y que una porción enorme cree que unas minorías de militantes de izquierda, feministas y grupos LGBTIQ+ imponen sus ideas sobre la mayoría de la sociedad. Todo esto, por increíble que suene, está estadísticamente constatado, y nos ayuda a pensar el grado de distorsión en el que vive la gente que nos rodea, algo que explica también por qué por el momento podemos ver a Milei cantar en el Luna Park y hablar de sus consumos pornográficos mientras se prenden fuego provincias y se pudre el alimento de los comedores.
La tarea para revertir esta situación puede empezar por leer este ¿Por qué gano Milei?
Nos vemos en la próxima,
Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.