Evita murió de cáncer a las 20 y 25 del 26 de julio de 1952 en una habitación de la por entonces residencia presidencial, que quedaba en Las Heras y Austria. A diez cuadras de allí, en una cafetería, la historiadora Sandra Gayol (doctora en Historia por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y magister en Historia por la Université Sorbonne Nouvelle), dice a Clarín Cultura: “Eva decía claramente que el peronismo vino a hacer más feliz a la gente y a mitigar el dolor popular”. La charla gira sobre la reciente publicación de su libro Una pérdida eterna. La muerte de Eva Perón y la creación de una comunidad emocional peronista (FCE).
Gayol, nacida en Bolívar, graduada en la Universidad Nacional del Centro, docente de la Universidad de General Sarmiento (UNGS) e investigadora del Conicet, recorre en esa obra las emociones surgidas desde y contra el peronismo durante la agonía de Eva y su fallecimiento.
La construcción de esa figura como una mártir, la representación de su enfermedad y muerte en la prensa gráfica oficialista y en el cine de la época y las respuestas emocionales que provocó en la oposición ese despliegue gubernamental, son algunas de las cuentas del collar conceptual que enhebra la historiadora.
–¿Qué percepciones encontraste en Francia sobre la figura de Eva?
–Hay varias biografías escritas en francés sobre Eva Perón. La ópera rock Evita fue muy importante para la conversión de Eva en un ícono global de la cultura de masas y para estabilizar esta imagen afuera y adentro de ella como esa “mujer del látigo”, como se señala en una de las primeras biografías. La vinculación del peronismo con el fascismo es una idea muy instalada en los círculos que no son académicos o en los que no hay interés en la complejidad de la historia de América Latina. Y en los círculos académicos está la idea de un populismo con una valoración negativa.
–Señalás en el libro “la importancia de las lágrimas en la Argentina peronista”. ¿Qué tienen de relevantes?
–Este libro es una parte de un proyecto grande que he trabajado sobre la importancia política de la muerte. Lo que a mí me interesó es la importancia que le daba el peronismo a decir que el pueblo lloraba porque Eva estaba enferma y luego porque estaba muerta. Las lágrimas tenían una carga simbólica y un significado político que me hizo decir: “Este es un punto para mirar. ¿Por qué un gobierno que controla todos los resortes del Estado, que tiene relativamente implementado un sistema de cercenamiento de las libertades públicas, está obsesionado en mostrar que la gente llora por Eva?”. Todos los registros sonoros del funeral son de gente llorando todo el tiempo. Eso me resultaba apabullante como investigadora. Leía un diario como Democracia, leía un relato, iba a El Líder, y era el mismo relato, el mismo texto, la misma narrativa. Por momentos era agobiante. Me empecé a preguntar qué habría sentido la gente que no era peronista cuando durante 15 días solo se habló de la enfermedad de Evita. Las lágrimas son muy interesantes, porque pueden decir cualquier cosa según la época. La eficacia de las lágrimas es que habilitan una multiplicidad de interpretaciones. Eso las hace poderosas. En el caso del peronismo, las lágrimas expresaban el dolor por la muerte de Eva y el compromiso político.
–Hablás sobre la capacidad que tuvo el peronismo para construir “una narrativa pública sobre el dolor popular”. ¿Por qué logró eso?
–Me parece que es una de las grandes innovaciones que hace el peronismo en el discurso político argentino. Lo que hace el peronismo en un país con una tradición y partidos políticos previos, es decir que el dolor en el sentido más poliédrico, sea dolor físico, espiritual, la humillación pública, la falta de derechos, las penurias económicas, todo ese abanico merece ser considerado por la política. Eva decía claramente que el peronismo vino a hacer más feliz a la gente y a mitigar el dolor popular. Es una de las cosas más novedosas del discurso político del peronismo el convertir al dolor en una herramienta y un instrumento legítimo de la política. Y al mismo tiempo darle espacio y hacer honorables los múltiples dolores populares. Comparados con otros movimientos políticos de la época, tiene el peronismo la felicidad como objetivo final, como telos, y esa felicidad tiene que ver con la mitigación o la desaparición de algunos dolores. Y quien los hace desaparecer no es la iniciativa individual sino el Estado.
–¿Esa idea del peronismo como mitigador de dolores se empalma con su búsqueda de conciliación entre capital y trabajo?
–Totalmente. Tiene que ver con la implementación del Estado benefactor para mitigar el dolor. No hay dolor que no pueda ser atendido por la política, dice el peronismo.
–¿Cómo calificarías la política comunicacional del peronismo respecto de la enfermedad y muerte de Eva?
–La política comunicacional del peronismo no es muy diferente a las que se pueden encontrar cuando hay figuras de primer nivel y están enfermas, donde hay una confusión, una ambigüedad y un intento de capitalizar esa enfermedad y al mismo tiempo un temor porque no se sabe cómo va a ser recepcionado el uso político de esa agonía y muerte. Por más apoyo popular que tuvo el peronismo, me resultó fascinante la enorme desorientación y dudas sobre qué hacer con la enfermedad de Eva.
–¿Pueden establecerse semejanzas y diferencias entre los funerales de Eva, de Juan Perón en 1974 y el de Néstor Kirchner en 2010?
–Lo he pensado, no es fácil la respuesta. La relación de la sociedad con la muerte cambió mucho en Argentina. De todas maneras los contemporáneos de la época, desde la izquierda peronista, cuando murió Perón hicieron una comparación en cómo había pensado el funeral de Eva y cómo José López Rega había despedido al gran conductor, en un funeral y un ritual que lo consideraban desorganizado y poco interesante. Se reclamaba que faltaba la emoción que había primado en el funeral de Eva. Y si bien hay registros de la congoja publica por la muerte de Perón, es cierto que la expresión en el espacio público del dolor y las lágrimas está más contenida que en 1952, porque hay otra relación en cómo uno hace visible la actitud ante la muerte pero también está muy presente el desconcierto y el temor sobre qué iba a pasar con Argentina. En el caso de la muerte de Néstor, hay un descubrimiento del kirchnerismo como un movimiento juvenil, que se visibiliza y consolida con ese acontecimiento. Pero el nivel de polarización política y afectiva con la muerte de Eva no se puede comparar al que hubo cuando fue la muerte de Kirchner. Uno de los argumentos de mi libro es que los componentes emocionales del antiperonismo comienzan a profundizarse a partir de la muerte de Eva.
–Hay un capítulo entero dedicado a la emocionalidad en el antiperonismo…
–Uno de los aportes del libro es entender que no solamente el peronismo es un sentimiento, como decía el general, sino que también tiene un componente emocional que es indispensable para entender cómo fue capaz de aglutinar a hombres y mujeres con tradiciones políticas muy distintas. Pero hay también que decir que las emociones cumplen un papel fundamental en la movilización opositora y en la caída de Perón. Ese componente emocional del antiperonismo ya estaba desde 1946 pero desde 1950 se profundiza. El resentimiento es una emoción política central para el antiperonismo, contrariamente a lo que se piensa, que es una emoción exclusiva del peronismo. Las dificultades que tenía la oposición para acceder a los medios públicos en 1951, o las detenciones o tener que llevar luto obligatorio en el espacio público, fueron vividas como experiencias humillantes que provocaron un resentimiento individual y un dolor asociado al peronismo en quienes no simpatizaban con ese movimiento. El día que nosotros entendamos que la política es inescindible de las emociones y que es una responsabilidad política qué emociones alentar y cuáles tratar de alejar del espacio público seremos más comprensivos sobre las emociones de los otros.
Sandra Gayol básico
- Es Magíster en Histoire Européenne por l’Université de París III y Doctora en Histoire et Civilisations por la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS) de París. Es investigadora del Conicet en el Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento, Profesora Asociada en la misma universidad y profesora del Posgrado en Ciencias Sociales UNGS-IDES.
- Ha publicado, entre otros, Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés (1862-1910) (2000); Violencias, delitos y justicias en argentina (con Gabriel Kessler, 2002); Formas de Historia Cultural (con Marta Madero, 2007), Honor y duelo en la Argentina moderna (2008); Sociabilidades, justicas e violëncias: práticas e representacóes no Cone Sul (séculos XIX e XX) (con Sandra Jatahy Pesavento, 2008) y Tres momentos de la cultura argentina: 1810-1910-2010 (con Graciela Batticuore, 2012).
Fuente: Clarín
Por Alejandro Canepa