Qué fascinación produce el dinero vivo, incluso hoy que todo tiende a una abstracción inconcebible para la mente del simple mortal. Una bolsa con plata, una valija. En Argentina hay un episodio histórico reciente que funciona como una prueba del famoso efecto Mandela, uno de esos fenómenos que suelen deslumbrar a mis alumnos de secundaria (como, por ejemplo, la parálisis de sueño). El «efecto» consiste, básicamente, en que recordamos cosas que no sucedieron por una desviación masiva de la percepción, y su nombre (acuñado por la bloguera yanqui Fiona Broome) proviene de la convicción popular de que, mientras seguía perfectamente vivo, Mandela era dado por muerto por amplias mayorías de la población global. En Argentina, mucha gente está convencida de que los famosos bolsos en los que el funcionario José Lopez trasladaba casi nueve millones de dólares provenientes de coimas relacionadas con la obra pública fueron revoleados por arriba de una tapia.
¿Por qué quedó grabado el revoleo de los bolsos en nuestras retinas, en nuestros cerebros, como le pasó a Horacio Rodríguez Larreta en este momento? Es la fascinación del dinero. La literatura tiene muchas escenas para recordárnosla, como el robo hormiga de Remo Erdosain en el principio de Los siete locos, los billetes incendiados en el «potlach» de Plata quemada, y hasta el libro que dedicó Alan Pauls a la Historia del dinero. La escena de José López en el convento, con todo, trae a la cabeza de quien no tiene ninguna relación con el dinero en general ni con el dinero ilícito en particular una pregunta: ¿Por qué una cantidad de guita sucia y crocante tiene que transportarse físicamente en dos bolsos? ¿Por qué un senador de la Nación tiene que trasponer con dinero en efectivo la frontera con Paraguay? Anclado en esa pregunta (¿es necesario transportar la guita?), Carlos Bernatek construye una especie de noir cuyo centro es un hombre perfectamente común, al punto de que su nombre y su apellido parecen el de un personaje de novela negra: el Bicho Urdaneta, quien vive en la ciudad más asfixiante de la argentina, Santa Fe.
Después del esfuerzo hecho por Juan José Saer de transformar en monumento literario a Santa Fe (centro de un reguero de islas y localidades hoy relativamente famosas, como Colastiné), hay escritores que han optado por sustraer el nombre de la ciudad (es el caso de la obra que viene construyendo Francisco Bitar), y en cambio Bernatek ha elegido disputar abiertamente el retrato de Santa Fe nombrándola abiertamente y esforzándose en su caracterización, incluso sin evitar la mención del propio Saer. ‘Ta loco aquel que quiera tu corazón forma parte de un universo de ficciones en las que la región vuelve a ser enfocada, pero esta vez desde una voluntaria exploración de márgenes, en una operación bien caracterizada por Horacio González en su comentario a Jardín primitivo, novela anterior de Bernatek. Según González, Bernatek inventaba ahí una lengua inverosímil para dar salida a una voz purulenta que permitía, al mismo tiempo, radiografiar desde un cinismo justiciero a una ciudad doliente e hipócrita (todas lo son), pero también encontrar un lirismo esquivamente redentor en las acciones de sus marginales (para el caso, Ovidio Balán, el rijoso dueño de un hotel alojamiento que es narrador en Jardín primitivo y que es el partenaire del aturdido Bicho Urdaneta en ‘Ta loco aquel que quiera tu corazón).
En un noir hay, en general, un perdedor, un caso que puede salvarle la vida, un arma, una mujer (la enumeración se la escuché recientemente al guionista Sebastián De Caro). Urdaneta es un hombre, como dijimos, normal, tan normal que el primer instinto de un lector progresista es alejarse de él: atravesando una meseta tormentosa en su matrimonio con Carla, estancado en un trabajo que es la encarnación popular de la grisura vital (es vendedor de seguros), su primer movimiento de ficción es la infidelidad, una infidelidad que además es enfocada desde una lengua decididamente chocante por fálica, por machista, la voz que (se cree, puede ser un prejuicio) dejan salir los hombres apenas las brasas empiezan a dorar la carne en un asador (de esto habla González, creo, al caracterizar la lengua de Bernatek).
Urdaneta tiene un ajuste de cuentas sexual con una exjefa de su pasado bancario, pero Bernatek coloca astutamente la escena siguiente al encuentro como comienzo formal de la novela: con un Renault 12 que es una metáfora de su condición de perdedor (la propia voz del personaje se esfuerza por ocupar ese lugar, y el coro de secundarios no deja de recordárselo: ¿cuánto gana?, ¿adónde va con la vida que lleva?), el Bicho se lleva puesto a un chico que deambula en bicicleta con quince mil dólares en una bolsa. ¿Qué se hace con esa plata? ¿Qué haría usted, lector, con esos quince mil dólares regalados en una situación de culpabilidad inmediata, después de atropellar y huir? A partir de ese punto, lo que está relacionado con su normalidad (el matrimonio y el trabajo) comienza a desmoronarse, desplazado por el vértigo del dinero. Porque no son esos quince mil miserables dólares (dénmelos a mí ya mismo, por favor) los que producen la conversión de la vida en novela, sino el encargo turbio de transportar bolsos y valijas de plata clandestina, cursado por un excamarada ganador al que la sociedad está dispuesta a perdonarle el origen de su fortuna a causa de su triunfo.
El recurso le permite a Bernatek una mirada profunda: enfocar los mecanismos de circulación del dinero negro que producen los negocios agrícolas, pero también la reconversión de un viejo militante de izquierda en asesor político, además de las estructuras de corrupción del Estado, pero al mismo tiempo los imaginarios ligados al dinero y su magia, sin dejar de describir la ciudad y la región con una rugosidad que impregna territorialmente la plata que Urdaneta tiene que llevar y traer (hay algo de road movie «lechera» y agrícola en el desplazamiento de Urdaneta por la zona).
Pero por encima de esa caracterización amorosa y sucia de la región santafesina, tan ligada a los intelectuales saereanos en nuestras cabezas de lectores y ahora a los menesterosos asustados de Barnatek, ‘Ta loco aquel que quiera tu corazón promueve un camino, como dije, inesperado: aturde al lector al mismo tiempo que aturde a su personaje principal, logra implicarlo en su propia sensación de derrota, y lo pone en situación de evaluar los caminos (cada vez más oscuros) que se le presentan. El Bicho Urdaneta va a sentir también en la naturaleza litoraleña una lejanísima posibilidad de redención. Tironeado entre la muerte de las ilusiones matrimoniales y la aventura, asistido por un librepensador sexual astuto como Ulises y por un viejo Vizcacha benévolo al que los otros personajes no se privan de bautizar «Viejo de mierda», seducido por el susurro repulsivo y fascinante de esa plata viva que estaba en los bolsos de José López y en las páginas de los libros, atragantado de un sentimiento de humillación por un destino de goteo miserable hacia la madurez, el Bicho Urdaneta somos todos. Vos también, lector. Lo cual no deja de ser, por supuesto, una trampa a la que le llamamos literatura.
Nos vemos en la próxima.
Flavio Lo Presti
Docente, periodista y escritor. Desde hace años se dedica a leer y comentar libros.