Alejandra Laera: «Sin el capitalismo el género novela no existiría»

diciembre, 2024
En ¿Para qué sirve leer novelas? Narrativas del presente y capitalismo, Alejandra Laera analiza diversas obras argentinas contemporáneas para demostrar que la novela tiene también una función que está más allá de sí misma y que excede lo literario.

¿Cuál es hoy el poder de la ficción? ¿De qué modo la novela contemporánea puede influir en el afuera del mundo literario? Estas son algunas de las preguntas esenciales que plantea  la investigadora Alejandra Laera en su libro ¿Para qué sirve leer novelas? Narrativas del presente y capitalismo (Fondo de Cultura Económica).

Se trata, sin duda, de un título provocador en la medida en que parece atribuirle a la novela una función que va más allá de lo literario.

Superada la visión apocalíptica de la muerte del libro y de la literatura y cuando la ficción parece instalada definitivamente en el lugar de una producción cuya existencia sólo se justifica en sí misma, Laera señala la existencia de un poder de la novela que se extiende más allá de sus propios límites.

Su base de argumentación son novelas argentinas contemporáneas que se estructuran alrededor de tres ejes: el dinero, el trabajo y el tiempo.

Aunque el poder de la literatura no sea el mismo que tuvo en otros tiempos, según Laera, la novela aún tiene mucho para aportar en un mundo atravesado por el capitalismo.

Alejandra Laera

-El título ¿Para qué sirve leer novelas? sugiere que una novela debería ser algo utilitario en el sentido más práctico. Sin embargo, en el libro no es eso lo que decís, sino algo muy distinto. ¿Por qué elegiste ese título?

-Me gusta el desafío del título ¿Para qué sirve leer novelas? No me da miedo que se crea que es un gesto capitalista. En todo caso, eso corre por cuenta del lector o la lectora. Sí, es desafiante. Las novelas pueden servir, sí. Hay toda una discusión sobre eso. Si pensamos que es mejor que las novelas no sirvan para nada, entonces son espacios libres de lo utilitario, de la función. Personalmente me gusta mucho pensar la noción de función, porque las funciones pueden ser diversas.

-¿Y cuál serían esas funciones?

-Puede ser una función personal, casi consolatoria, de distracción, de entretenimiento, pero también puede ser una función que vincule la lectura de las novelas con el mundo. ¿Para qué sirve leer novelas? no habla de todas las novelas o de toda la literatura, sino que podríamos decir para qué sirve “también” leer novelas. Me interesa pensar eso como crítica cultural,  no como la lectora que también soy y que lee por diversos motivos. Me gusta el título, me parece provocativo. Por supuesto, no pienso que haya que leer como un  gesto que vincule a la novela con el capitalismo. Pero, de todas formas, las novelas están vinculadas con el capitalismo.

-¿En qué sentido?

-La producción, la circulación, tienen que ver con el capitalismo. Sin el capitalismo no existiría la novela.

-La novela es un género literario más tardío que la poesía o el cuento. ¿La vinculás con el capitalismo por eso?

-Lo que me interesa es ver cómo se procesan ciertas condiciones de producción, de circulación en los textos que juegan entre lo más representativo y lo más metafórico, a veces alegórico. Hay distintas capas de sentido entre las cuales está lo referencial, está la ficción como una máquina procesadora que es algo que quizá no ocurre en otros géneros.

Personalmente, me interesan las novelas, por el tipo de relación que entablan las lectoras y los lectores con ellas. Es decir, por lo que se busca en ellas.

Creo que es importante la relación entre el título y el subtítulo. Hay un conjunto de novelas en las que exploro y encuentro “tretas” o prácticas mayores o menores para lidiar con el capitalismo.

-¿De qué modo lidian las novelas con el capitalismo?

-Ya sea desafiándolo, resistiéndolo, ya sea enrolándose en él sin que ese capitalismo te aplaste. Las novelas más referenciales e incluso, autobiográficas, como Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia hasta novelas cuya trama yo ubico antes del capitalismo como Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara se mueven para mí en ese arco. En el primer caso se trata de cómo lidia con las dificultades económicas ese joven Piglia que quiere convertirse en escritor.

En el segundo, se trata de una Argentina en 1870, justo antes de la entrada total y desigual  del capitalismo mundial en el Río de la Plata, un momento en que se puede dar una relación con el mundo, con la naturaleza, una relación interespecies diferente. Creo que en ese recorrido se va jugando toda mi propuesta de lectura.

Mencionás el Diario del dinero de Rosario Bléfari

-Sí, ése es un ejemplo buenísimo. Se podría decir que es un diario y no una novela. Sin embargo, todo el tratamiento que hace de esos diarios es pura ficcionalización porque fue cambiando, alterando todos los tiempos, por eso está junto con Los diarios de Emilio Renzi, dentro de lo que yo llamo relatos calendarizados. En Diario del dinero una mujer joven, artista, tiene que lidiar con las condiciones adversas del capitalismo.

En estos textos esas condiciones parecen ser siempre adversas y son los que más me interesan a mí, textos en los que se lucha contra el sometimiento y en el libro de Bléfari eso se ve muy claramente. Se muestra cómo, en condiciones adversas, se puede crear un libro. No sólo lo que cuenta es un modo de lidiar con el capitalismo –y digo capitalismo en un sentido amplio a propósito-, sino que la “treta” final es la escritura, la composición de ese libro y su publicación.

-Es curioso que formas que se consideraban obsoletas  como la novela epistolar (hoy no son cartas, sino mails) o el diario, hoy se utilicen nuevamente.

-Es que la novela no tiene una definición esencial o esencialista.

-Como decía Piglia, es el basurero de los discursos, porque en la novela entran los discursos más diversos.

-Claro, la novela es histórica, es decir, tiene historicidad. Entonces va cambiando.  Hoy podemos hablar de novelas en un sentido muy amplio y, en todo caso, ir definiendo cada una en relación con conjuntos emergentes de novelas con ciertos rasgos. Que siga siendo activa es lo que hace que siga siendo actual. No se ha vuelto pasiva. La novela no tiene que ser una sola cosa, sino que puede ser cosas muy diferentes.

-¿Las novelas accionan sobre los lectores, influyen en ellos?

-A mí me interesa cada vez más pensar qué pasa cuando se cierra un libro ¿No hay una pervivencia de eso que uno leyó? ¿Esas pervivencias son solamente emocionales, sentimentales e individuales? Creo que no. Me parece que cuando cerramos los libros algo de eso que leímos, de eso que nos hizo ponernos contentos por lo que hizo un personaje o mal por alguna acción que aparece en esa novela, permanece. Esa es la otra pata de ¿Para qué sirve leer novelas?

-¿Las novelas, como la literatura en general, crean otros mundos dentro el mundo?

-Pienso que algo de esa identificación momentánea, las sensaciones, los sentimientos que tenemos cuando leemos novelas potencialmente se pueden activar una vez que cerramos un libro y que esa comprensión del mundo que nos dan las novelas que yo trabajo cuyo telón de fondo es el capitalismo, que giran alrededor del dinero, del trabajo, del tiempo, producen efectos en el mundo. Esa comprensión produce efectos cuando volvemos a salir al mundo.

En el momento en que cerramos un libro, mis hipótesis como crítica cultural se terminaron y comienzan las creencias en la relación entre la novela y el mundo, ese mundo capitalista contra el que todos y todas están lidiando todo el tiempo. Las pequeñas prácticas de las novelas las podemos llevar al mundo. No hablo de grandes cosas, sino de pequeñas prácticas –mirá cómo lo digo- que contribuyan a vivir mejor.

-¿Podrías dar un ejemplo concreto?

-Hay muchísimos. Por ejemplo, en Diario del dinero de Bléfari, ella se arregla para hacer cosas en condiciones adversas. ¿Qué personas no nos sentimos de algún modo identificadas con eso? Creo que cuando salís del libro y lo cerrás, salís de otro modo.

-¿Es decir que para vos la lectura de una novela es una experiencia concreta, algo que de alguna forma nos «sucede» y nos modifica?

-Eso tiene que ver con la literatura en general. En el caso de las novelas de las que hablo tiene que ver con mi aporte como crítica cultural desde la literatura que es tratar de correrme un poco y ver qué pasa con todo eso.

De ahí que me interesen ciertas novelas en particular. No le pondría el título ¿Para qué sirve leer novelas? a cualquier otro subtítulo. Pero eso es algo más personal que se relaciona con la experiencia de cada uno con las novelas. El armado de este conjunto tuvo que ver con pensar qué pasa con las novelas de ese conjunto una vez que las terminamos y cerramos el libro.

Como te decía, a partir de ahí se terminan las hipótesis y comienzan las creencias. Yo creo en las novelas, confío en ellas. Confío en que ciertos textos activen prácticas de vida particulares. Que alguien lea una novela y le sirva, por ejemplo, como consuelo, como comprensión de algo, a mí no es lo que más me interesa en tanto tiene que ver con lo personal, con lo familiar, con lo sentimental. Por supuesto que estoy hablando como crítica, no como lectora.

-¿Y cuál es tu interés específico como crítica?

-La relación de esa lectura con el mundo que no es individual sino social, que sea una experiencia que active prácticas que no sólo sirvan para la vida individual, sino que esas prácticas contribuyan a una comprensión y a una conexión con el mundo, con el entorno, con  el ambiente. Todo esto me interesa porque creo en la crítica cultural como responsabilidad social.

Por lo menos es lo que me interesa en este momento. Para mí, ¿Para qué sirve leer novelas? fue un modo de salir del gabinete de la pura investigación que es, por otra parte, a lo que me dedico. Me interesa la lectura como experiencia, pero también como transferencia no sólo de quien escribe, sino como transferencia del que lee.

 

Politicidad de la literatura

-En tu libro decís que más que hablar de la política de la literatura preferís hablar de la politicidad de la literatura. ¿Cómo se define ese concepto?

-“Política de la literatura” es la expresión que utiliza Jacques Rancière para hablar de la novela moderna. Me gustan mucho los análisis de Rancière, pero siempre pensados  desde la actualidad.

Ya no hay novela moderna, hay novelas contemporáneas que siempre están como haciéndose como género.

Por eso, en vez de hablar de la política de la literatura que sí estaba en Flaubert o en Zola, prefiero hablar de la politicidad de la literatura que es el potencial político de la literatura. La política del a literatura implica algo dado. Podemos releer una política de la literatura en cuanto a la distribución de derechos, de afectos, etcétera, para diferentes sujetos, que es lo que hizo la novela decimonónica hasta un poco avanzado el siglo XX.

Hoy no me animaría a hablar de eso porque el poder que tiene la literatura es menor.

La novela no está en un momento de reinado pero tampoco está en un momento rezagado. Hay una emergencia y, en este sentido, pienso que hay un potencial político propio de la literatura que consiste en intervenir desde ella misma en el afuera de lo literario.

 

La novela contemporánea

–Se dice que hoy la gente no lee novelas, que fueron reemplazadas por las series. ¿Es así?

–Hubo un momento en que parecía ser así. También las series parecían haber reemplazado a las películas porque por su posibilidad experimental hacían todo aquello que el cine había dejado de hacer.

Luego también fueron subsumidas por las dinámicas de la industria. Ahora las series ya no son como Los Soprano o Breaking Bad y en el cine comienzan a aparecer algunas películas que apuestan por algo diferente.

Creo, como dijo Raymond Williams respecto del periodismo, que hay un momento liberador cuando se crea algo nuevo como pasó con la prensa que fue liberadora para la escritura. Después, rápidamente, se transforma en corsé. ¿Qué hacemos entonces entre la liberación y el corsé? A mí me gusta mucho trabajar con esos momentos de emergencia como en el caso de las novelas que abordé en ¿Para qué sirve leer novelas? que son todas contemporáneas, todas del siglo XXI.

Fuente: Tiempo Argentino
Por Mónica López Ocón

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