Lecturas. Una cacería de brujas que marcó la historia

julio, 2025
Dos libros, uno de la estadounidense Stacy Schiff y otro de la italiana Silvia Federici, analizan un renombrado caso de histeria religiosa y los factores culturales, económicos y sexuales que estuvieron en juego.

En septiembre de 1692, cuando 120 personas quedaron bajo custodia judicial acusadas de brujería en la aldea de Salem, en Massachusetts, Estados Unidos, incluso algunos jueces comenzaron a tener buenos motivos para aclarar ante una población aterrada de solo 90 familias que “estaban en el negocio de exterminar brujas, no de crear mártires”, como escribe Stacy Schiff (Massachusetts, 1961) en su investigación Las brujas. Sospecha, traición e histeria en Salem, 1692.

Por aquel entonces, quizá fueran todavía inexistentes conceptos tan específicos como la paranoia o la histeria colectiva. Pero la injusticia llevaba un largo rato deambulando entre hombres y mujeres, y su materialización a través de acusaciones ambiguas y confesiones forzadas pronto se hizo más evidente entre los penitentes puritanos de Salem que las posesiones demoníacas o los vuelos sobre escobas. Quizá por eso mismo “no queda rastro de una sola sesión de la corte de brujería”, anota Schiff, a pesar de que el juicio siguió en marcha y, al final, la Colonia de la Bahía de Massachusetts ejecutó por brujería “a 14 mujeres, 5 hombres y 2 perros”. De este desenlace surgirían, en cambio, varias obras artísticas, entre ellas Las brujas de Salem, la obra de teatro estrenada en 1953 por Arthur Miller.

Antes de guiar a sus lectores a través de Salem con rigor documental y cuidados casi novelescos, Schiff se adelanta a la primera conclusión fácil a la hora de medir el salto mental entre los siglos XVII y XXI: “Todos hemos creído que alguien no tenía nada mejor que hacer que pasar el día conspirando en nuestra contra”, advierte la autora para apaciguar a quienes reconocen en las “cazas de brujas” una conducta atávica que, en nuestra época, convive también con lo inexplicable, aunque bajo la forma de un “mundo moderno automatizado, de lectura mental y mejorado algorítmicamente”. Pero el mundo sobrenatural de Salem tenía una particularidad: se trataba de una floreciente comunidad con un puerto privilegiado a través del cual la riqueza crecía y circulaba entre Europa y las Indias Occidentales. Y esa riqueza, a su vez, comenzaba a concentrarse entre clanes familiares poderosos como el de Putnam, cuyo líder de aquel momento, Thomas Putnam, fue uno de los mayores denunciantes de brujería.

Motivos no le faltaban: su hija de 12 años, Ann Putnam Jr., fue una de las víctimas de los “ataques sobrenaturales” de las brujas, y su duro testimonio contra más de 60 personas no siempre fue ajeno a los rivales económicos de su padre. Acerca de las condiciones culturales para que se aceptara que ciertas mujeres podían convertirse en animales, desaparecer, volar o infringir a la distancia daños de las más variadas clases, por otro lado, Schiff es contundente: “En el transcurso de su vida, el feligrés promedio de Nueva Inglaterra absorbía unas 15.000 horas de sermones”. Lo cual, en el contexto del puritanismo congregacionalista practicado por los protestantes calvinistas en Salem, significaba que el miedo a Satanás era tan real como la certeza de que cada miembro de la comunidad, le gustara a uno o no, era un observador y un árbitro inefable del comportamiento de los otros miembros.

En este sentido, Las brujas relata casi paso a paso la irrupción de una justicia mundana, imperfecta y real en el corazón de un universo mental donde la justicia divina era perfecta y sobrenatural. Y fue ese desastroso encuentro lo que no tardó en tomar forma, en especial entre algunas de las acusadas más jóvenes, de gestos explícitos de rebeldía. Pero este desafío a los jueces, que a veces terminó por convertirse en una aceptación parcial de la acusación de brujería, en realidad era una reacción al costado oculto de la vida puritana en Nueva Inglaterra.

Manoseos y “abrazos no deseados” de los hombres de la casa y sus visitantes a las mujeres y los chicos bajo su techo se mezclaban rutinariamente con los abusos sexuales generalizados desde edades muy tempranas tanto en los hogares ricos como en los pobres. “Por razones que hasta hoy no han sido explicadas de manera adecuada, un tercio de los niños de Nueva Inglaterra dejaron su casa para alojarse en otro lugar, la mayoría como sirvientes y aprendices, a menudo desde los seis años”, explica Schiff. ¿Pero fue solo en Salem donde mujeres pobres y abusadas encontraron en la mortal acusación de brujería la única ocasión para “asustar”, aunque fuera por un momento, a sus abusadores?

Más allá del registro minucioso de los hechos locales que ofrece Schiff, otras autoras han buscado interpretar Salem como síntoma de tensiones sociales más profundas. Para la historiadora italiana Silvia Federici (Parma, 1942), por ejemplo, Salem también es un buen prototipo de cómo un conflicto secreto entre abusados y abusadores se transformó al adquirir carácter público en “una sublevación de los jóvenes contra los viejos y, en particular, en contra de la autoridad de los padres”, escribe en su célebre ensayo Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria.

Para entender mejor este mecanismo, sin embargo, es fundamental volver a la posición comercial privilegiada de Salem entre las colonias portuarias de Su Majestad británica en América. Y, desde ese rol, considerar los efectos turbulentos de una nueva psiquis burguesa en el último crepúsculo de la ideología medieval. “En los siglos XVI y XVII, había una creciente preocupación entre los adinerados por la intimidad física entre sus hijos y sus sirvientes, sobre todo sus niñeras, que comenzaba a aparecer como una fuente de indisciplina”, explica Federici. Por entonces, la familiaridad existente entre los patrones y sus sirvientes durante la Edad Media desapareció con el ascenso de la burguesía, que instituyó relaciones más igualitarias entre los empleadores y sus subordinados, pero que en realidad aumentó la distancia física y psicológica entre ellos. “En el hogar burgués, el patrón ya no se desvestía frente a sus sirvientes, ni dormía en la misma habitación”, destaca la historiadora italiana. Bajo esta nueva psicodinámica, la noción de acoso adquirió un nuevo sentido.

En el balance final, los juicios de Salem no fueron meramente episodios de histeria religiosa, sino el resultado de una confluencia de factores culturales, económicos y sexuales a partir de los cuales una sociedad teocrática, autoritaria y abusiva quiso resolver sus conflictos a través de la fantasía de Satanás y la realidad de una horca. Schiff y Federici, sin embargo, añadirían una última precisión: esta es la verdadera razón por la cual una “caza de brujas” ayer, hoy o mañana, no significa hablar acerca de miedos inventados. Por el contrario, significa hablar de cómo la impunidad real de los más fuertes, cuando lo considera conveniente, es capaz de arrasar con cualquier excusa las vidas de los más débiles.

Fuente: La Nación
Por Nicolás Mavrakis

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