Donde se pregona la indiferencia, la revolución es la empatía
El día miércoles 6 de noviembre nos encontramos en el Cátulo Casa Cultural, lugar al que asistimos el primer miércoles de cada mes. Allí nos encontramos pacientes, familiares, talleristas, equipo de salud e invitados de la comunidad. Luego de compartir el desayuno, comenzamos a leer.
Leímos citas de diferentes autores: Adolfo Bioy Casares, Elizabeth Azcona Cranwell, Jorge Luis Borges, Milan Kundera y Julio Cortázar. Luego hablamos sobre la empatía, la capacidad de comprender los sentimientos y emociones de otras personas. Vinculada con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, conectar con sus necesidades y comprender su forma de actuar, sin necesidad de estar de acuerdo. No pensar la empatía como un acto de poder, sino como un acto de reciprocidad. Siguiendo esta línea, se piensa que el opuesto de la empatía es la apatía y la indiferencia.
Se debate sobre los usos del celular, debido a que el mismo colabora con la indiferencia, ya que “es un encierro en sí mismo”, que hace que no podamos conectar con los demás. En relación con la indiferencia, alguien expresa que “mata más que el odio”, debido a que cuando uno es indiferente, el otro no es registrado, es decir, no existe. Otros la piensan como una armadura o muro. La indiferencia como un mecanismo de defensa, debido a que un exceso de empatía podría generar mucho sufrimiento en las personas. En este sentido, se habla de un “escudo protector” que uno tiene que tener para poder descansar, “aliviar el equipaje para volver a salir”. El desafío será no ser indiferente ante una realidad brutal.
Después, nos juntamos en pequeños grupos para escribir poemas y cuentos cortos que se leyeron en voz alta para compartirlos con los demás… y ahora también con ustedes.
Ahí estaba, como tantas otras veces en la fila del supermercado, escuchando en esta oportunidad a una mujer relatando con total alegría como había heredado la casa de su suegra muerta hacia un par de días, después de haber agonizado durante meses. Había una indiferencia atroz en el hecho de celebrar el deceso de la anciana para poder quedarse con el inmueble, en la actitud con la que llenaban el changuito igual que si se presentaran para una fiesta, asqueaban y angustiaban al mismo tiempo sus caras, sus gestos y expresiones.
Valeria Fernández, Raúl Frías, Javier, Lucas Montes, Luciano Cantoni.
La empatía es ver algo bueno del otro, la indiferencia es ignorar a otra persona o cosa.
Resulta que como todos los días, Nahuel sacó a su perro a pasear y saludó a Esteban. Se sorprendió porque no lo saludó. Esteban no solo no lo saludó, lo esquivó y siguió de largo, siéndole indiferente.
Ramón, Juan Doto, Jorgelina y Marcos.
Juan Ramón Tuley era un tipo común al que le gustaba caminar por su barrio mirando vidrieras, anhelando poder poseer todo a su paso y en el camino se encuentra un local de disfraces que tenía un cartel que decía “solo para locos”.
Entró al local a probarlos. No supo cuál elegir y se probó todos y todos le quedaron bien. El empleado elogió cada prueba; Tuley estaba contento. El empleado le ofreció una caja que decía “todos los disfraces en uno”.
Adentro había un gran antifaz, Tuley se lo puso y cuando se miró al espejo, el empleado le dijo que con ese antifaz se convertiría en cualquier personaje que quisiera como un camaleón.
Tuley salió a la calle. Toda la gente lo miraba y él pensaba que todos lo admiraban. Llegó a su casa y se asomó al balcón y toda la gente se empezó a agolpar y él saludaba con entusiasmo. Todos empezaron a corear: “Tuley, Tuley boludo, estás desnudo. Y él contestó “pero tengo mi antifaz”.
Carlos, Sergio, Alejandro, Fernando, Irene y Nahuel.
No a la Indiferencia
Indiferencia ante el dolor ajeno,
caminos truncados.
vidas difíciles.
El anciano con su bastón
marcha ante la injusticia.
Sus manos callosas,
lágrimas ahogándose.
Ellos con sus canas toman la posta.
El sálvese quien pueda no existe, la salida es colectiva.
Las manos de los ancianos,
obreros, estudiantes, desocupados, se entrelazan
con las causas nobles y los pañuelos blancos.
De la oscuridad se atisban antorchas
que quieren encenderse.
Silvia, Graciela, Belén y Malen.
Para concluir, terminamos este relato con la frase de un compañero: “donde se pregona la indiferencia, la revolución es la empatía”.