De diarios de escritores con apuros económicos a novelas recientes donde el anarquismo aparece de fondo con fuerza. De futuros imaginados que se proyectan desde organizaciones sociales novedosas, a historias donde se superponen créditos, dólares, hipotecas, trabajos precarios. A partir de una deslumbrante selección de novelas publicadas entre 2007 y 2020, la investigadora, crítica cultural y docente Alejandra Laera se propone pensar qué tiene para decir la literatura contemporánea argentina en medio de lo que ella misma denomina una crisis del modelo capitalista “que deja de ser coyuntural para ser vivida como un estado endémico”. Lo hace con lucidez, en estado de pregunta punzante, en su libro ¿Para qué sirve leer novelas? Narrativas del presente y capitalismo (Fondo de Cultura Económica, 2024), donde, aparecen, organizadas alrededor del dinero, el trabajo y el tiempo, hipótesis de lectura sobre textos recientes de autores y autoras tan diversos como Ricardo Piglia, María Sonia Cristoff, Sergio Bizzio, Samanta Schweblin, Juan José Becerra y Rosario Bléfari, entre otros y otras.
–¿Cómo surge este libro y esta forma de abordaje tan particular y pegada al presente?
–De alguna manera se trata de un libro que se fue haciendo en el tiempo. Por un lado, mucho tiene que ver con una investigación propia de largo aliento basada en la relación entre novela y trabajo y, por supuesto, vinculada con el capitalismo o los capitalismos. La relación entre literatura y economía siempre me interesó y la vengo trabajando desde hace mucho. De hecho la trabajé en el libro anterior que publiqué, Ficciones del dinero. En medio de mi búsqueda sobre trabajo y novela en la Argentina, que toma desde fines del siglo XIX hasta la narrativa contemporánea, en un momento algo se reunió y yo sentí que necesitaba salir del gabinete, como me gusta decir, para tomar una decisión fuerte y ver que en este momento aparecía algo más urgente pensándolo desde la crítica cultural. Hay preocupaciones más urgentes, entonces necesito acotar el objeto, hacerlo un objeto bien contemporáneo, pensar una crítica cultural más de intervención. Cuando digo “intervención”, quiero decir participar desde la crítica cultural con la literatura, con la novela, con la ficción, para decir algo del presente. Para pensar el presente. Así surge este recorte, este conjunto de novelas contemporáneas que aparecen en el libro, que tiene al trabajo, al dinero y al tiempo entre sus ejes.
–La pregunta de la que partís, esa que propone pensar qué puede decirnos la literatura en este presente de crisis lleno de precariedades, parece desafiante. ¿Qué te impulsó a partir de ese interrogante?
–En principio, una convicción: yo creo realmente que la ficción tiene mucho para decirnos sobre el mundo que vivimos. Me refiero a la literatura, a las novelas puntualmente. Y lo pienso no porque crea que nos enseñan alguna cosa, no se trata de eso. Lo pienso porque las novelas activan la imaginación, es decir, contribuyen a diseñar imaginarios. Entonces participan activamente de varias construcciones, inclusive también teniendo en cuenta la lectura individual, la imaginación individual sobre el mundo. Partir de ahí, como vos decís, podría ser desafiante, yo lo pienso algo como un poco provocativo al gesto de detenerse en esa pregunta. Precisamente en un momento como el actual, cuando parecería que la literatura no sirve para nada. A mí me gusta mucho y no le tengo miedo a la palabra “servir”.
–Recorriendo el libro aparece eso como una idea punzante, como si dijeras de algún modo “si todo pareciera tener que ser utilitario en este mundo, repensemos qué es servir”.
–Exactamente. Entonces, ¿por qué vamos a resignar una utilidad de las novelas? Pero, claro, pienso en una utilidad que por supuesto es amplia y diversa. Con las novelas pasa, en general, que sirven para entretenernos, para distraernos, para acompañarnos, para convertirse en objeto de conversación. Pero también hay un conjunto de novelas que en este momento, creo, también contribuyen, por el despliegue de su imaginación narrativa, a comprender mejor este mundo capitalista en crisis. Hace tiempo que vengo pensando y volviendo a esa idea de función. Por otra parte, creo que esto no obtura para nada otras relaciones que uno pueda tener con aquello que lee. Por eso pienso extensivamente, y no restrictivamente, para qué sirve leer novelas. En paralelo, también creo que esto es algo que antes se daba por sentado. Eso se perdió de algún modo y me parece que hay que recuperar esa confianza en la potencia de la ficción. También es importante decir que la imaginación que se despliega a partir de la lectura de las novelas es posible porque en ellas hay procedimientos literarios que son específicos y fundamentales. Entonces, al pensar en la función, no hay una renuncia a eso. De hecho, en las novelas del libro no hay un abordaje temático y no están hablando directamente del capitalismo o de la crisis. Para nada. Se trata de novelas que apuestan a procedimientos específicos, a composiciones sofisticadas en las cuales el capitalismo es un telón de fondo que obstaculiza y desafía a sus protagonistas.
–Como decís en el libro, el dinero es una suerte de “insumo de la narración”, no se trata de textos de denuncia.
–Sí, y ojo que se podría entrar a esos libros también desde las otras partes. Pero prioritariamente el dinero, el trabajo y el tiempo me permitieron, al menos a mí, leer mejor esos textos. Por otro lado, está mi trabajo anterior con las ficciones y el dinero donde había ficciones del siglo XIX cruzadas con las de principios del XX y las de la década de 1990. Lo que veía en esas ficciones era que todas presentaban al dinero como una alegoría módica. Y, es más, en las ficciones del ‘90 en esa alegoría módica casi que se condensaba lo que iba a ser la crisis tremenda que se desató en el 2001. Como si hubiera ahí un nudo, un nudo alegórico y módico que después estalla. No sé, está Plata quemada, la imagen del billete falso. Después me seguí preguntando qué pasa con esto, si no había más ficciones del dinero. Bueno, lo que empieza a haber es otra cosa, lo que yo llamo “relatos calendarizados”. En esos relatos el dinero está atravesado por el calendario, es decir, por el tiempo. Y que atraviesan períodos largos de la historia argentina. Entonces uno puede leer ahí la hiperinflación, los créditos, la indexación, todas esas cosas que nos pasan en este país todo el tiempo. Son una serie de textos más referenciales, como los diarios de Ricardo Piglia, el Diario del dinero de Rosario Bléfari, y la novela Historia del dinero de Alan Pauls. Sobre todo en los que tienen la forma de diarios, uno puede ver cómo se las arreglan para vivir el día a día. Después, aparecen también las novelas anti capitalistas, un conjunto que se fue armando entre lo que tenía ganas de leer y lo que apareció buscando. Me pasó que en un año, por motivos distintos, leí cuatro o cinco novelas contemporáneas donde aparecía el anarquismo. Entonces algo pasaba y tomé básicamente dos, que son Derroche, de María Sonia Cristoff y Modesta dinamita, de Víctor Goldgel.
Las novelas activan la imaginación, es decir, contribuyen a diseñar imaginarios. Entonces participan activamente de varias construcciones, inclusive también teniendo en cuenta la lectura individual, la imaginación individual sobre el mundo
–Algo que aparece en las novelas que tomás y que tienen a escritores como protagonistas es que la cuestión del dinero siempre aparece en tensión con el trabajo cultural. ¿Por qué creés que pasa? ¿Por qué sigue existiendo esa tensión?
–Sí, es una tensión que siempre me interesó. Por un lado, el trabajo que se escribe, que se figura o que se representa, que se construye el texto. Y el trabajo escrito, es decir, ese trabajo del propio escritor, la propia escritora, al escribir. Algo que a mí me interesa mucho y me parece que es una manera también de poner en cuestión los textos que uno trabaja es preguntarles cosas. Bueno, en estos casos autoras y autores están escribiendo sobre trabajo o haciendo una novela sobre el trabajo. ¿De qué manera eso repercute en el trabajo que están haciendo? Por eso, y lo digo en el prólogo, a mí no me interesa comentar los textos. Las novelas dicen las cosas muy bien por sí mismas. Y si son buenas, bárbaro. No me necesitan a mí para que las comente. O sea, a mí lo que me interesa es pensar desde la perspectiva de la crítica cultural qué puedo decir yo a partir de esas novelas. No me gusta ni hacer comentarios del mundo, porque para eso están los sociólogos, economistas, no sé.
–¡Los periodistas! (risas).
– Claro. Bueno, también para comentarios para eso están los propios escritores. Entonces la idea es otra cosa. Es intervenir, intervenir en ese campo multidisciplinar donde hay teoría económica, política, sociología, periodismo cultural, etcétera, con la crítica cultural y con las novelas, las ficciones, como objeto.
–¿Qué espacio creés que tiene hoy la crítica? Pareciera ser bastante restringido.
–Yo defiendo mucho el espacio de la crítica. Yo hago crítica cultural que es una actividad que incluye a la crítica literaria. Lo defiendo mucho. Creo que realmente hay mucho para decir desde la crítica cultural y que es importante. A veces me perturba en esa relación entre el trabajo y la vida, el demasiado acercamiento entre críticos y escritores, que son inevitables hoy en día, pero que tal vez adelgazan mucho la posibilidad de la crítica. Creo que es un fenómeno bastante nuevo y, en ese punto, siento que la crítica se debilita. Entonces, frente a esa realidad dada por la cercanía afectiva con el objeto, el objeto llámese el libro o llámese escritor o escritora, se abre esa esa tendencia al comentario. Me parece que hay que ir en contra de eso dentro de lo que se pueda. Por lo menos esa tiene que ser la apuesta. Creo que venimos de, justamente, un descubrimiento en los últimos años de lo que sería una suerte de crítica afectiva o crítica empática. Se priorizó mucho lo afectivo, lo sentimental en este terreno. Y bueno, yo pienso que los sentimientos surgen mientras que el pensamiento no, al pensamiento hay que fomentarlo. Por eso para mí hay que bregar por el espacio de la crítica y creo que esa dicotomía entre sentir y pensar es falsa. Es falsa y realmente se ha resignado esa distancia en pos de una empatía con el objeto, una afectividad entendida siempre en términos “empatizadores”, digamos. Creo que, en el fondo, esto no ha sido muy conducente.
–Otra línea curiosa que rescatás en el libro tiene que ver con un par de novelas en las que a los protagonistas escritores se les deforma la cara por motivos distintos. En esos casos la literatura pareciera prefigurar algo del trabajo actual de autores y autoras, por ejemplo, en las redes sociales, donde aparecen mostrando lo que hacen.
–Sí, eso me resultó impresionante porque en su mayoría son novelas entre 2015 y 2017, donde la presencia de las redes no era la actual. Pero sí, esos textos parecen una prefiguración de esa exhibición desmesurada, descomunal que vemos hoy. La pregunta que aparece, entonces, es qué pasa con el yo. Si el rostro es ese lugar privilegiado, el yo de la individualidad, de la individuación, ¿qué pasa cuando entrás de lleno en eso? Yo creo que son momentos para hacernos estas preguntas. Frente a ciertos tipos de autofiguración que se tienen en la exposición en las redes y que vemos en escritores, ¿qué está pasando? ¿Qué pasa con el yo como marca autoral? Porque pareciera tratarse de un yo como marca autoral que implica una cara, una figura, una escritura y también una historia de vida. O una vida. Todo eso está muy fuerte en algunas novelas y en casi todos los casos atravesadas por la cuestión política. Es un rostro politizado siempre.
A veces me perturba en esa relación entre el trabajo y la vida, el demasiado acercamiento entre críticos y escritores, que son inevitables hoy en día, pero que tal vez adelgazan mucho la posibilidad de la crítica. Creo que es un fenómeno bastante nuevo y, en ese punto, siento que la crítica se debilita
–El vértigo que proponen las redes promueve de alguna manera esa imposibilidad de dividir trabajo y vida también en el campo intelectual. Cuesta pensar, en tiempos de tanta autofiguración, como marcás, cuánto es trabajo, cuánto es vida y cuánto es el rostro y cuánto es la mismísima explotación.
–Sí, también todo esto creo que afecta a la propia noción de trabajo que es histórica y que ha cambiado. No es una noción para siempre. Entonces, en ese sentido, ¿qué es el trabajo de un escritor o de una escritora? ¿Es solamente la actividad de escribir? Esto también ha cambiado. Por supuesto hay una base que es súper específica del trabajo del escritor, después hay un montón de otras cosas que acompañan eso y que son actividades igualmente, digamos, legítimas dentro de lo que es trabajar como escritor o como escritora. Después algunas actividades tendrán una retribución económica o no. También hay algo para discutir acá: ¿todo trabajo es un trabajo por el que se recibe una retribución económica? ¿Que ocurra eso significa necesariamente que alguien esté siendo explotado? Porque también ocurre que cada tipo de actividad tiene sus propias características. En algunos casos, podemos elegir hacer cosas por las que nos pagan, mientras que la mayoría de la gente no puede. O sea, la obrera de la fábrica de la novela Boca de lobo, de Sergio Chejfec, no puede. El suyo es un trabajo estrictamente asalariado. Me parece que ahí más que buscar respuestas lo interesante son las preguntas y ver cómo le funcionan también a cada uno. Desde ya, yo estoy de acuerdo en que hay un montón de cosas en este tipo de trabajos que hacemos que no son recompensadas económicamente y que deberían serlo. Esa es una cuestión. Pero también me parece que hay actividades que tienen una fuerte densidad simbólica entonces ahí ya tenés otra capa para la discusión.
–En el libro afirmás que algunas “tretas de la escritura” pueden servir para cuestionar al capitalismo actual y a la vez lidiar con él porque pueden proponer activadores de prácticas de vida una vez que cerramos los libros. ¿Tenés de alguna manera una mirada optimista sobre el poder de la ficción?
–No diría optimista, pero tengo confianza. Tengo esa creencia. Por eso me encanta leer novelas y siento que con las novelas todo es mejor. Por eso también me interesan las novelas que entran en tensión con el presente o que ofrecen otros modos de pensar el futuro, como Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara. En general a mí no me gustan las distopías. En este momento menos todavía, porque de alguna manera parece que leés lo mismo que imaginás cuando salís a la calle o cuando prendés la tele. Y me parece que está bueno activar una imaginación diferente. Otro tipo de imaginación. En este momento la crisis no es solo local o regional, sino global y de diferente orden. Entran en crisis desde lo climático hasta lo social. Por eso me interesa pensar en novelas que entren en tensión con esto pero provocando otra cosa. Y para mí esa potencia es una potencia plena de politicidad. Por supuesto no es una politicidad inmediata pero bueno, las imaginaciones sobre el mundo, sobre la vida, sobre cómo vivir en el mundo, no son de corto plazo y se van diseñando a mediano y a largo plazo. Si no, entenderíamos de inmediato todo lo que está pasando. Si no lo entendemos es porque hay algo subterráneo o soterrado, que va ocurriendo mientras en la superficie parecen estar pasando otras cosas. A mí me interesa esa relación entre lo que es más visible y lo que no, pero que se va haciendo lugar. Por eso pienso, y seguramente muchos escritores y escritoras me van a discutir esto, que hay una responsabilidad cuando uno escribe. Una responsabilidad sobre qué es lo que escribe o qué es lo que quiere contar, qué es lo que ese escritor o escritora quiere que se lea. Y hay momentos, como ahora, en los que esa responsabilidad es una responsabilidad es a la vez política y social.
Las imaginaciones sobre el mundo, sobre la vida, sobre cómo vivir en el mundo, no son de corto plazo y se van diseñando a mediano y a largo plazo. Si no, entenderíamos de inmediato todo lo que está pasando. Si no lo entendemos es porque hay algo subterráneo o soterrado, que va ocurriendo mientras en la superficie parecen estar pasando otras cosas
–Hablamos de dinero y de capitalismo en un momento en que en la Argentina se cuestiona el financiamiento de las universidades públicas y pareciera que hay que estar explicando una vez más estas cuestiones. ¿Por qué creés que ocurre? ¿Qué leés ahí?
–Creo que tiene que ver con esto que decía antes. Para llegar a este libro, por ejemplo, hay mucha investigación atrás, una investigación de toda la vida, con todo eso que uno va decantando con el tiempo. Por supuesto para este tipo de tareas las instituciones son fundamentales. Pienso en instituciones estables, instituciones que produzcan creencia y confianza. Cuando digo confianza es una confianza en lo simbólico, ¿no? Esa dimensión con la que trabajamos los que hacemos este tipo de tareas. Yo pude hacer mi investigación porque soy investigadora del CONICET desde hace casi 20 años. Hice toda la carrera de investigación presentando informes, escribiendo, publicando en revistas nacionales e internacionales todos los años. ¿Y dónde investigás? Investigás en las bibliotecas que también requieren de fondos. Investigás con otras personas, también. En mi caso, además, ser titular de una cátedra de literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad de Filosofía y Letras, y eso implica también una responsabilidad de pensar que vas a enseñar, cómo, qué tipo de intercambio fomentás con los y las estudiantes. En este momento, esto está totalmente en crisis porque lo que hay es una crisis de creencias, justamente. Es una crisis de creencias. Por eso yo puedo entender lo de la explicación que se pide sobre el financiamiento de las instituciones. Pero creo que hay que construir creencia y confianza y eso no pasa necesariamente por explicarlo todo. Me niego a tener que explicarlo todo. Por eso escribo. Explico cuando doy clases. Explico cuando doy cursos. Explico ahora mismo en una entrevista, en una investigación. Pero la explicación, creo yo, no debería ser una exigencia para quienes hacemos esto. Por eso para mí la cuestión de la creencia es tan importante en este momento crítico. Pero confío en seguir trabajando y, sobre todo, en seguir pensando.
Fuente: El Diario AR
Por Agustina Larrea