Los servicios de inteligencia, qué duda cabe, han representado además de una compleja herramienta, un enorme desafío, un grave problema y una asignatura pendiente en estos 40 años de democracia. Cada gobierno llegó prometiendo una transformación profunda de esas agencias y terminó cautivo de sus tentáculos y operatorias; creyendo que las controlaría, terminaría atrapado en ellas.
En enero del 2015, tras la muerte no esclarecida del fiscal Alberto Nisman, abocado a la investigación de la causa AMIA, la entonces presidenta Cristina Kirchner decretó la disolución de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) y la creación de la AFI (Agencia Federal de Investigaciones). El gobierno de Javier Milei restituyó ahora el viejo nombre prometiendo lo mismo que sus antecesores: terminar con el espionaje político y profesionalizar la inteligencia estatal.
Curiosamente, lo hizo en los días en que se conmemoraron los 30 años del atentado a la AMIA, un crimen monstruoso al que le siguieron la impericia, la negligencia y la complicidad que anidó en las áreas de seguridad e inteligencia que debían prevenir, investigar, esclarecer y contribuir a sancionar aquel criminal ataque.
«La democracia es idealmente el gobierno de un poder visible, es decir, el gobierno cuyos actos se realizan ante el público y bajo la supervisión de la opinión pública», dice Norberto Bobbio en Democracia y secreto (Fondo de Cultura Económica, 2011). Bobbio advertía que contra ese principio se ejerce un poder invisible, que desde afuera, pero también desde dentro del gobierno, hace uso del secreto y toma decisiones que benefician a particulares manteniendo la opacidad en el ejercicio del poder, lo que supone una negación de la democracia.
El filósofo y politólogo italiano empezó a escribir una serie de artículos -luego extendidos en libros- sobre el tema todavía bajo el impacto causado por la masacre de Piazza Fontana de Milán, el 12 de diciembre de 1969, un equivalente del atentado a la AMIA en Buenos Aires un cuarto de siglo más tarde, que significó una suerte de parteaguas para Italia al dejar al descubierto los poderes ocultos que anidaban en los entresijos del Estado democrático.
En otro texto, Bobbio se pregunta “¿Olvidamos quizás que república viene de res publica, y que esto significa ‘cosa pública’ en un sentido doble: gobierno del público y gobierno ‘en’ público?…”. Existen dos tipos de forma de gobierno: democracia y autocracia: “la primera avanza, y la segunda retrocede conforme el poder es cada vez más visible y los ‘arcana imperii’-los secretos de Estado- pasan de ser una regla a ser una excepción”, dice Bobbio.
Todo Estado precisa -y se vale de- organismos de inteligencia, con fines bien específicos, los que de una u otra forma deben apuntar a la protección de los ciudadanos, antes que a su control o vigilancia. Pero lo que diferencia a una democracia de un régimen híbrido o autocrático es la existencia de poderes judiciales y parlamentarios y medios de comunicación independientes del poder político, que ejerzan un control sobre estos organismos.
Fuente: Clarín
Por Fabian Bosoer