Resulta bastante intuitiva la distinción entre realidad y ficción: la realidad se asocia a la verdad o a cómo son las cosas, y la ficción a la falsedad o a cómo podrían ser las cosas. Sin embargo, la era de la posverdad y el uso de ciertas herramientas tecnológicas las han enturbiado hasta volverlas indistinguibles, al punto de intentar silenciar la ficción para subirle el volumen a la realidad.
En el caso de la literatura, la ficción que hoy llena las mesas de novedades editoriales carece en su mayoría de una marcada distancia de la realidad. Es un tipo de ficción que encierra apenas un corrimiento de la realidad, de los hechos, de la verdad.
¿Qué sentido, entonces, podría tener la ficción hoy en día?
Alejandra Laera recupera esa pregunta en ¿Para qué sirve leer novelas? (Fondo de Cultura Económica, 2024), una pregunta que resulta de asumir que nuestra realidad está constituida por una serie de crisis que gesta el propio sistema capitalista. Es una situación que se presenta como desesperante por parecer irresoluble, tal como lo sostiene Mark Fisher: el capitalismo es un sistema económico al que es imposible imaginarle una alternativa.
Ante esta emboscada, el recorrido de Laera resulta oportuno. A partir de tres ejes conceptuales como dinero, trabajo y tiempo (el tridente capitalista), la autora rastrea en la literatura argentina contemporánea obras que presentan un hundimiento en el capitalismo para imaginar una realidad por fuera. Se trata, en otras palabras, de profundizar en su comprensión a través de la literatura para horadarlo desde su núcleo y, lo más importante, responder qué hacer con él.
Se abordan, así, obras de Alan Pauls, Ricardo Piglia, Rosario Bléfari, Gabriela Cabezón Cámara, Juan José Becerra y Samanta Schweblin, entre otros. El principio que guía esta indagación crítica es reconocido por la propia Laera como entusiasta por las posibilidades que ofrecen los mecanismos de la ficción: una salida liberadora.
¡Aguante la ficción, carajo!
La semana pasada, fueron noticia los discursos de agradecimiento en la entrega de los Martín Fierro de Cine. Ya sea por decir o por callar, todos se llevaron sus cuotas de críticas. Norman Briski se destacó por decir y, además, por su invocación a la ficción.
Con seriedad y esa ligera comicidad que tiene su forma de hablar, dijo ante el micrófono: “La ficción es una radiografía de la realidad, nos están afanando la ficción”. La referencia al contexto político y social era obvia, pero no deja de ser llamativo que la sentencia invoque el mecanismo de la ficción.
Meses atrás, ya había surgido el temor por la ficción, bajo otro formato, en la entrega de los Martín Fierro de Televisión. Las ternas visibilizaron los poquísimos productos televisivos del género que estuvieron al aire en 2023, lo que decantó en una preocupación por la entrega de premios del año que viene. La migración de estas producciones a las plataformas de streaming cambia por completo el tipo de espectador que consume ficción.
La única verdad ¿es la realidad?
En la televisión argentina hay mucha realidad, tal vez demasiada; y, por lo tanto, muy pocas ocasiones de alimentar la dimensión de lo imaginario y alternativo, de detenerse a pensar que las cosas pueden ser diferentes.
Castigar expresiones artísticas que se encargan de hacer ficción para un público con paladares muy diversos implica castigar la imaginación como ejercicio racional y hacer de la realidad la única forma de vida pensable.
La vida única, aplastante y uniforme ha sido el alimento de las distopías más pesadillescas. El terror surge de la constatación bastante simple de que todo lo que consideramos que está mal puede estar peor y, sobre todo, extenderse indefinidamente.
La crisis que ocasiona pobreza, violencia y odio está muy cerca de naturalizarse, de convertirse en el paisaje habitual de nuestra existencia. A menos, claro, que pensemos en una alternativa.
Fuente: La Voz
Por Ernestina Godoy