En 2022 se publicó Sanadores, parteras, curanderas y médicas. Las artes de curar en la Argentina moderna, libro dirigido por Diego Armus cuyos 14 capítulos recopilan distintos casos de practicantes en el arte de curar en la Argentina moderna. Estos casos son estudiados desde diferentes disciplinas con el objetivo de dar cuenta de la perdurabilidad de un grupo de individuos que, tal como reconoce el texto, “carecen de un reconocimiento formal en la medicina oficial.” (p. 14). Esto último debido a que utilizaron conocimientos curativos no aceptados o cuestionados por la institucionalidad médica, lo que se tradujo en el ámbito de la investigación en una falta de atención por parte de las narrativas tradicionales a la pluralidad de prácticas curativas que se dan fuera del ámbito académico y diplomado.
En ese sentido, este libro da cuenta de la multiplicidad de formas que adquirieron las artes de curar desde el siglo XIX, época en que se vislumbra la autoafirmación y hegemonización de la medicina y la biomedicina como campos de conocimiento, así como también se identifica el inicio del proceso de medicalización en Occidente. En este contexto, los prestadores de atención operaron, y siguen operando, en una “zona gris” ambigua y poco definida que transita entre espacios, conocimientos y prácticas que se acercan más o menos a la medicina oficial. El reconocimiento de estos individuos permite adentrarnos en discusiones que exceden a lo médico y se posicionan en un campo social, cultural, político y económico que bien ilustran los casos que se mencionan en el libro.
En este libro se destacan tres aristas que resultan transversales en el contenido y que aportan desde el análisis de las ciencias sociales a la comprensión del fenómeno médico. En primer lugar, se analiza la ampliación de la narrativa sobre historia de la medicina atendiendo a los aportes y limitaciones que conlleva pesquisar la historia médica en estos puntos de hibridación y zonas grises que propone el texto. En segundo lugar, se reflexiona en torno a las “artes de curar” como una historia de continuidades vinculadas a las variadas ofertas sanitarias que surgen, se modifican y perduran en contextos específicos. Finalmente, se evalúa la actividad curativa como un campo en disputa entre conocimientos, prácticas y servicios sanitarios en donde el paciente participa activamente. A partir de ello, esta reseña articula parte del universo de ensayos en consonancia a cada una de estas temáticas.
La ampliación de la historia de la medicina: cómo aproximarnos a las “zonas grises” de la asistencia sanitaria
Este libro se posiciona a una distancia considerable de la historia de la medicina tradicional, alejándose así de la narrativa de progreso que ha guiado la lectura del tema y estableciendo nuevas preguntas que apuntan a reconocer la medicina y la medicalización como un terreno incierto y disputado (p. 13). De esta forma se hace eco de las discusiones que ya a fines de los años 80 planteó Charles Rosenberg al reconocer la enfermedad no sólo en su dimensión biológica, sino que también social, cultural, económica y política.1 A partir de ello se incluyen las “zonas grises” como una categoría que permite ampliar la lectura de la historia de le medicina al reconocer que el campo de lo médico se supera a sí mismo como conocimiento alopático, identificando las heterogéneas formas en las que se hace frente a una enfermedad, así como a las significaciones que adquiere el cuidado de la salud en un contexto en el que las certezas biomédicas son cuestionadas permanentemente.
Sin embargo, la renovación metodológica que conlleva estudiar a los individuos que practican las artes de curar, debe hacer frente a las limitaciones y a la fragmentación de los registros que permiten reconstruir históricamente sus trayectorias y contextos. Gracias a la masificación de la prensa y a los registros impresos a partir de fines del siglo XIX, este tipo de fuentes se convirtió en la piedra angular de la mayoría de los escritos que recopila este libro. Tal es el caso del estudio de Mauro Vallejos sobre Alberto Díaz de Quintana, hipnotizador que a fines del siglo XIX despertó arduos debates sobre sus prácticas curativas que quedaron plasmados en la prensa argentina, la cual, a su vez, se convirtió en un campo disputado en el que se forjó y rebatió la identidad y el prestigio de Díaz. Conforme nos acercamos al siglo XXI aparecen otros tipos de registros, tales como la producción cinematográfica destacada por Juan Bubello para estudiar la crítica a los sanadores a mediados del siglo XX, o la plataforma de Facebook y el testimonio oral que son utilizados de manera más etnográfica por Karina Felitti para estudiar el caso de VerOna, una autodenominada “bruja feminista” que se dedica a curar a través de la espiritualidad y las plantas en Buenos Aires.
Esta breve síntesis de los registros utilizados queda corta respecto del universo de fuentes que cubren los capítulos del libro, sin embargo, la riqueza que representa esta variedad responde en gran medida a las limitaciones de las fuentes al momento de intentar reconstruir la vida de quienes operaron a los márgenes de la medicina oficial. Conforme nos remitimos cada vez más hacia el siglo XIX, estos individuos surgen como figuras públicas desde el conflicto y aparecen mediatizados por la instancia judicial, tal como ocurrió con Juan Pablo Quinteros, el espiritista de Santa Fe que es rescatado por José Ignacio Allevi por medio de un expediente judicial iniciado por acusación de ejercicio ilegal de la medicina. Por otro lado, y según nos acercamos al siglo XXI, la aparición de estos individuos, hombres y mujeres, ya no sólo se da de forma tangencial disputando la legitimidad de sus actividades curativas, sino que muchas veces entraron en abierto debate con las prácticas y los conocimientos médicos reconocidos institucionalmente, tal como ocurrió con la pediatra Gwendolyn Shepherd, quien, tal como nos expone Daniela Edelvis, a mediados del siglo XX siguió los procedimientos propuestos por una enfermera australiana para combatir la polio, práctica que cuestionaba abiertamente el razonamiento biomédico acerca de la enfermedad.
Los motivos que hicieron pública la participación de quienes practicaron el arte de curar en sus respectivos contextos fueron variados y es una tarea imprescindible rastrearlos con detenimiento para comprender en profundidad el contexto de la práctica médica y curativa. Ello implica recopilar los registros fragmentados y leerlos como resultados de épocas en las que se manifestaron requerimientos sanitarios específicos, lo que permite explicar las significaciones que permean el ejercicio curativo del sanador y la demanda sanitaria de los enfermos. Es así como, a medida que nos aproximamos a los registros, “nos acercamos a este conjunto a la vez elusivo, híbrido y difuso no para explicar todo su sentido, sino para describir su diversidad y percibir su riqueza” y, como continúa María Silva di Liscia, “sobre todo, para destacar su persistencia”.2
La perdurable defensa de las “artes de curar”
Frente al proceso de medicalización, las incertidumbres biomédicas se posicionaron como respuesta a políticas de salud insuficientes, terapias ineficaces frente a una enfermedad e, incluso, como un cuestionamiento frente a la mercantilización de un sistema sanitario que funcionó de forma diferenciada según el sector social al que perteneciera el paciente. De esta forma, de manera transversal vemos que durante los siglos XIX, XX y XXI se movilizaron argumentos a favor de ciertos practicantes sanitarios, de los cuales el libro rescata tres aspectos.
En primer lugar, la valoración social de ciertos sanadores se ancló en la eficacia y opciones terapéuticas frente a ciertas enfermedades. Esto sucedió, por ejemplo, con el caso del bacteriólogo Jesús Pueyo, el “moderno Pasteur argentino” de mediados del siglo XX quien luego de inventar una vacuna antituberculosa, intentó posicionarla como un logro científico a pesar de que el círculo médico desestimó su uso y vituperó a su creador. En este caso, tal como afirma Diego Armus a propósito de la movilización colectiva en Buenos Aires a favor de la vacuna, “lo que los tuberculosos defendían no era una terapia originada en las tradiciones de la medicina popular ni tampoco una invitación a participar de las soluciones ofrecidas por otras medicinas alternativas. Era, ante todo, la reafirmación del derecho a probar un tratamiento que, reconociéndose científico, aparecía en los márgenes de la ciencia de las academias.”3 Y en este contexto se defiende la posibilidad de acceder a un tratamiento que, si bien no contaba con una efectividad comprobada, abría posibilidades de recuperación en un contexto de incertidumbre terapéutica.
En segundo lugar, la aprobación pública se basó en el aporte social de ciertos sanadores que, sin cobrar un peso a los pobres, se dedicaron a atender las dolencias de quienes los requirieron. Esto permitió que a nivel colectivo estos sanadores fueran defendidos frente a los procesos judiciales o ante decisiones políticas que pudieran afectar su permanencia dentro de las comunidades de las cuales fueron parte. Esto sucedió con Vicente Díaz, “Mano Santa”, quien en 1929 fue expulsado de la ciudad de Jujuy, hecho que trajo como consecuencia el levantamiento del veinte por ciento de la población el día 3 de diciembre, movilizada exigiendo su regreso. Tal como describe Mirta Fleitas, la fama de Díaz pudo deberse a sus intervenciones exitosas y gratuitas, así como también a las curaciones efectuadas en público. De esta manera, y gracias al apoyo de la prensa, creció el reconocimiento de sus poderes milagrosos por parte de la comunidad, lo que explicaría el alboroto referido anteriormente. Este caso ilustra someramente cómo un practicante pudo forjar su reputación respondiendo a las deficiencias de un sistema sanitario que estuvo lejos de asistir a todos los habitantes de la provincia argentina. Díaz es uno de los tantos sanadores que surgen en contextos en los que las necesidades económicas restringen el acceso al sistema de salud, lo que explica el dinamismo que adquiere la asistencia sanitaria cuando se entrecruzan antecedentes sociales y económicos.
En tercer lugar, la hibridación cultural que representaron ciertas prácticas y conocimientos médicos permitió revestir de significación religiosa el ejercicio de algunos individuos y, junto a ello, promovió la asimilación de la práctica sanadora por parte de quienes la requirieron. Estos elementos se constituyen como medulares para comprender las continuidades de las artes de curar. Esto sucedió con el caso del padre Ignacio Peries, cura católico de Rosario que a través de redes sociales, foros, prensa, entre otras vías, atiende enfermedades de quienes buscan, a través de su carisma y sus capacidades espirituales, una cura a sus dolencias. Este caso nos permite adentrarnos en la disposición simbólica de palabras y objetos que se movilizan en contextos de sanación y que, en la narrativa de la autora de este artículo, Ana Lucía Olmos, permite atender los intereses de los pacientes, sus motivos para consultar al cura y sus experiencias frente al proceso de sanación.
Es así como el catolicismo entra en la escena del ejercicio curativo desde la espiritualidad, sin embargo este es sólo un ejemplo de tantos otros en que la mixtura que adquiere la práctica se vincula a saberes indígenas, orientales, africanos, entre otros. Esto vuelve aún más complejo el fenómeno sanitario puesto que las representaciones y significaciones que adquiere la enfermedad, está permeada por la lectura metafísica de muchos sanadores que buscan introducirse en la dimensión física, psíquica y también espiritual del paciente.
Las ofertas de la atención sanitaria: la importancia del paciente en el mercado médico
Atendiendo a este último punto, el texto nos permite dimensionar la importancia del paciente en la configuración de las dinámicas alternativas de atención sanitaria. Los practicantes no responden tanto a sus intereses personales como a las necesidades médicas de quienes los requieren, y en ese contexto la oferta sanitaria se vincula directamente con los requerimientos de una comunidad que los valida y que les permite hacer frente a los problemas legales que conlleva ser vinculados al ejercicio de la medicina sin contar con las credenciales requeridas para hacerlo. Por tanto, la relación se vuelve frágil en la medida que se sostiene sobre un equilibrio de fuerzas entre la institucionalización médica, los procesos de medicalización y los avances técnicos, haciendo frente en el proceso a la necesidad asistencial en su forma más elemental respecto del cuidado y recuperación del cuerpo, pero de otras formas que permean la cultura y las sensibilidades de quienes son atendidos.
Es así como para muchos de estos prestadores de salud el sentir del paciente se constituyó como un elemento fundamental en el vínculo que establecieron con ellos. Esto se vislumbra claramente en el caso de Shepherd, la médica pediatra referida anteriormente, cuya preocupación por los infantes con polio llevó a que, además de reconocer las limitaciones financieras de quienes atendía, ejecutara un
reconocimiento del dolor moral de estos niños y niñas, al ser percibidos no solo como portadores de cuerpos lesionados o paralizados, sino que como seres capaces de gozar, desear, trabajar y amar […] especialmente cuando “sobrevivir no basta” y cuando el derecho a la dignidad y a la vida demuestran que la política sanitaria es siempre una política ética.4
Esto implica por un lado, ampliar la lectura del fenómeno médico atendiendo la experiencia del paciente, de sus sentires, de las representaciones que da a la enfermedad, de los caminos terapéuticos que decide seguir y de las opciones que tiene de poder acceder a uno u otro tratamiento médico. Por otro lado, implica también, tal como indica Armus, deshacer los estereotipos que, por un lado, han forjado una representación del médico diplomado contrapuesto al, también estereotipado, curandero popular asociado a la charlatanería. Como vemos en este libro, ambas dimensiones están lejos de operar por contraposición, y lo límites entre unos y otros muchas veces se difuminan en la práctica, no obstante la institucionalidad médica siempre nos recuerda la importancia del diploma. Como sea, la necesidad de contextualizar la práctica curativa implica abarcarla desde quienes la ejercen y desde quienes la demandan, así como identificar todas las mediaciones y condicionantes que operan en el proceso.
A modo de cierre
Este libro es un aporte a la renovación teórica y metodológica de la historia de la medicina, entendiéndola en su acepción más amplia. Es así como Sanadores, parteras, curanderas y médicas. Las artes de curar en la argentina moderna constituye una herramienta sumamente rica para tensionar las dinámicas que se dan en las zonas grises que han sido relevadas en cada uno de los ensayos. Fundamentalmente, esto implica desplazar una visión contrapuesta y determinista de la medicina alopática respecto de todo lo que está en sus márgenes, y más bien cuestionar sus límites e interacciones con sujetos y factores económicos, políticos, sociales y culturales. Hacerlo desde esta premisa es uno de los principales desafíos para plantear nuevas preguntas a la historia de los sabes y las prácticas médicas y curativas en distintos contextos. Este libro se mueve en un marco temporal de casi 150 años, permitiendo la amplitud de este margen identificar que dentro de estas relaciones existen continuidades y se generan pervivencias respecto de cómo surgen individuos, técnicas, dispositivos, terapias y estrategias para hacer frente a una dolencia, ya fuera cuando el sistema sanitario resultó insuficiente para hacer frente a las enfermedades colectivas o individuales, o ya fuera como una opción inmediata a la cuál se recurre por razones creenciales o culturales.
- 1 Charles E. Rosenberg, «Disease in History: Frames and Framers», The Milbank Quarterly 67, n.o S1 ( (…)
- 2 Armus, Sanadores, parteras, curanderos y médicas. Las artes de curar en la Argentina moderna, 71.
- 3 Armus, 180.
- 4 Armus, 228.
Fuente: Nuevo Mundo Mundos Nuevos
Por Andrea Sanzana Sáez