“Nuestro apartamento en Varsovia tenía un tapiz floreado. Como yo me quedaba mirando las flores, papá me llamó Uri. Como yo me llamaba Uri, no pudimos tener pasaportes soviéticos. Como no teníamos pasaportes soviéticos, nos mandaron al último rincón de la Unión Soviética. Como pasamos los años de la guerra en un lugar remoto donde la invasión nazi nunca alcanzó a llegar, sobrevivimos”.
Entre una frase y la siguiente un universo de asimétrico tiempo material y simbólico se construye, despedaza y vuelve a componerse con los restos del anterior y otros, novedosos. La frase inaugural describe el paraíso que pronto —como corresponde— se perderá. La segunda marca la inscripción en lo que será un judaísmo no practicante dentro de una comunidad arraigada: padre de la Bezalel bíblica, Uri se considera el primer artista. En el medio está el inicio de aquel bombardeo aéreo que los nazis descerrajaron sobre la capital polaca en septiembre de 1939. Uri Shulevitz (Varsovia, 1935) tiene cuatro años, recuerda el pozo que una bomba dejó en la escalera del edificio, agujero negro allí convertido en una amenazante boca de hipopótamo presta a devorarlo; la decisión de sus padres de salir del país, viendo lo que se venía. Y se vino. Junto a muchos otros judíos, huyen hacia la cercana Unión Soviética, donde son incorporados como ciudadanos. Sin embargo, un funcionario asocia el nombre del niño al de un disidente prófugo y les niega la documentación. Van a parar a un gulag siberiano, pasan hambre, frío y enfermedades, pero zafan de la Shoah. En el terruño natal, a todo esto, nadie queda con vida. Siguen camino rumbo al oriente, tórrido, desértico.
Párrafo de apretadísima síntesis que el mismo Uri Shulevitz, ya octogenario, escribe en Nueva York donde habita desde 1959 tras haber vivido en el Turkestán y París y participado en la Guerra de los Seis Días en Israel, donde hizo vida de kibbutz durante diez años. Ya en Manhattan desarrolla una exitosa carrera de ilustrador, centrándose en el público infantil. La líneas referidas se ubican al promediar Suerte, escape del Holocausto, libro compuesto por el veterano artista en base a un borrador de memorias escrito por su padre y ampliado con recuerdos propios. Catalogado dentro del rubro “literatura infantil”, relanza la pregunta acerca de qué se considera como tal, cuándo comienza y cuando termina la infancia, en qué consisten los contenidos correspondientes, su ruta. Con abstracción de tamañas consideraciones, el autor desenvuelve un relato pormenorizado de su aventura juvenil. Remeda en primera persona el lenguaje de un niño, tal vez el propio pues a un artista gráfico no corresponde pedirle artificios literarios. Una escritura acorde a los estándares del género que, supone, ha de ser simplón y ramplón. A la descripción cruda, a veces cruel, despojada y asertiva en episodios de discriminación, contrapone la observación paradojal, contrafáctica:
“Por otro lado, si nuestro apartamento en Varsovia no hubiese tenido un papel floreado, no me habría quedado mirando las flores las flores y no me habría llamado Uri. Si no me hubiese llamado Uri, habríamos tenido pasaportes soviéticos. Si hubiéramos tenido pasaportes soviéticos, nos habríamos quedado en Bielorrusia, donde papá tenía trabajo y teníamos un apartamento. Si nos hubiésemos quedado en Bielorrusia, habríamos caído en manos de los invasores nazis, quienes nos habrían devuelto a Polonia para morir junto con el resto de nuestra familia. Esto demuestra que el hecho de que hayamos sobrevivido tuvo muy poco que ver con nuestras decisiones. Que más bien el azar ciego fue lo que decidió nuestro destino”.
Si bien el relato mismo consigna sucesivas opciones adoptadas por las padres, tan cierto es como la escasez de alternativas que arrojaron a la familia a la inclemencias de la fatalidad. De ahí el título original, Chance, en inglés, más alusiva a oportunidad, ocasión, casualidad, aún “chance” en la generosa lengua castellana, sin dudas más apropiada que Suerte, en lugar de recurrir a la ruleta histórica. Cuestiones de la industria editorial mexicana (que rueda a estas playas con un año de demora), a quien se le debe el libro y su traducción, respetuosas de las ilustraciones originales del autor. Abundantes imágenes potentes en su sencillez, intercalan dibujos unitarios con series breves en formato historieta, logra un modelo intermedio entre el volumen infantil ilustrado y la novela gráfica en riguroso blanco y negro.
Testimonio irrebatible de parte de la diáspora del pueblo judío durante la primera mitad del siglo XX, más que la atrocidad nazi, muestra la desolación de un grupo familiar puesto a arreglárselas para sobrevivir en universos culturales bien distintos. Trayecto pleno de desventuras en una naturaleza hostil sumada a la inequidad humana, sin embargo tampoco exenta de acciones solidarias y oportunidades impensadas: a Uri le sirvió para sumar al polaco y al ídish maternos, ruso y francés.
A lo largo del relato trasunta una reiterada visión crítica de la URSS, a todas luces incrementada a posteriori, a partir de nacionalizarse estadounidense, acaso distante de lo experimentado tantas décadas atrás: “Estábamos agradecidos por la hospitalidad de la Unión Soviética, pues nos habían salvado la vida, pero no teníamos el menor interés en vivir bajo aquel régimen”. En consonancia, ilustra y amplía la cautela familiar hacia los dogmas, que permiten la distinción entre religiosidad y pertenencia identitaria. Cuando un vecino practicante adjudica a dios la decisión de no regresar a Polonia durante la ocupación nazi, el autor descerraja una sucesión de interrogantes: “¿Por qué habrían de salvar la vida mis padres por intervención divina cuando no practicaban ninguna religión? ¿Por qué entonces mi abuelo, un hombre profundamente religioso, que cumplió con amor y devoción todos y cada uno de los mandamientos de su fe, tuvo una muerte indigna a manos de los nazis? ¿Por qué a él no lo salvó una intervención divina? No tengo ninguna respuesta”.
Sin dejar de ser textualmente un escape del Holocausto, como reza el subtítulo, Suerte relata las dolorosas peripecias de una pareja y su niño, a la vez azaroso efecto de una decisión política singular, de una caracterización acertada del momento histórico, fruto de evaluar la situación en base a la información circulante. Inteligencia y perseverancia acumulada, es transmitida desde las perspectivas propias de la segunda década del siglo XXI. Principalmente dirigidas a un público adolescente, puberal, estas experiencias permiten a un lectorado más vasto acceder a un universo poco frecuentado, no por ello menos necesario, ni actual.
Fuente: El cohete a la luna
Por: Jorge Pinedo