Varios chicos y chicas se reúnen a leer en la Biblioteca Popular Monte Hermoso (PBA) ubicada a tres cuadras del mar, desde donde a veces lo oyen rugir con furia. En ese mismo paisaje, siete mujeres se juntan a leer cuentos de Clarice Lispector en el living de una casa. En la Biblioteca Popular Asencio Abeijón de Rada Tilly (Chubut) acontece un ritual pequeño pero poderoso: cada viernes después de la escuela, Sofi y Ágatha cruzan la puerta “como traídxs por un remolino de risas, dulces y galletitas para la merienda”, y más tarde se les une Paula. Un grupo de Abuelas Cuentacuentos de San Justo (Santa Fe) entretejen “quehaceres y saberes en torno al fuego de la literatura” desde hace siete años. Varias escritoras de Coronel Dorrego (PBA) se juntan los sábados a la tarde para leer a mujeres viajeras y arman un atlas. Nueve narradoras, lectoras y docentes organizan la Biblioteca serrana en movimiento en Valle de Punilla (Córdoba), ocho niños de Comodoro Rivavadia (Chubut) se dan cita cada viernes para compartir lecturas en la Biblioteca Popular Antoine de Saint Exupéry y un grupo de vecinos de Villa Luro (CABA) “unidos por el espanto” lee cuentos de diversos autores y conversan sobre lo leído.
¿Qué tienen en común estos grupos? Todos comparten la pasión por la literatura e integran el proyecto Clubes de Lecturas del Fondo de Cultura Económica “Leer y conversar”. “Podríamos leer solas cualquier libro, pero leer con otras mujeres el mismo libro nos entusiasma y enriquece”, cuentan las integrantes del club Los viernes, canela en el blog que recopila las experiencias colectivas. “Para mí leer es como escuchar el canto de los pájaros”, escribió alguien en Comodoro Rivadavia, y así, tras una votación, fue bautizado el club nacido entre las paredes del Centro de Día de Salud Mental del Hospital Regional que luego salió del entorno hospitalario y se mudó a la Biblioteca Pública de la ciudad. “Creemos que se lee de diferentes formas: con el tacto, con la escucha, con los sentidos disponibles”, aseguran los miembros de Miremos juntos, un club integrado por personas que tienen entre 45 y 70 años –algunas de ellas son ciegas– en San Carlos Centro (Santa Fe).
Hay clubes en CABA y PBA, en Chubut, Santa Fe, Córdoba, Neuquén, Tierra del Fuego e incluso Base Esperanza (Antártida). Hay clubes pensados para la primera infancia y otros integrados por infancias alfabetizadas, adolescentes o adultos. Hay clubes que se formalizaron al calor de este proyecto y otros que surgieron antes: Mundos posibles, por ejemplo, es un grupo que nació en los talleres para adultos mayores ofrecidos por la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata en convenio con PAMI en 2004; La Ronda es un espacio que surgió del Proyecto “Mujeres y niñxs en la cárcel” desarrollado por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP hace 13 años en la Unidad Penitenciaria N° 33 de La Plata, donde viven bebxs y niñxs (hasta los 4 años) con sus madres y mujeres embarazadas privadas de su libertad.
Los ángeles de Angélica es un club de Alta Gracia integrado por cinco amigas que se conocen hace muchísimos años (dos oriundas de allí y tres porteñas que viven hace tiempo en Córdoba). Luego de la pandemia decidieron retomar los encuentros y la fecha coincidió con el día en que murió Angélica Gorodischer: el sábado 5 de febrero de 2022. «Fue una casualidad, era el día que teníamos planeado juntarnos y también habíamos elegido textos de ella para leer. Esa situación hizo que eligiésemos ese nombre para el grupo. Nos juntamos todos los sábados, en nuestras casas o en un parque si el día está lindo, y leemos no sólo los materiales que nos facilitan desde la Red de Clubes sino también otros. Leemos cuando estamos juntas, en voz alta, y por lo general son libros de autoras mujeres», cuenta Mariana Coppolecchia, y enumera algunas autoras a las que se acercaron: Leonora Carrington, Amparo Dávila, Clarice Lispector y Cristina Peri Rossi, entre otras.
La diversidad es la gran premisa en la Red de Clubes de Lectura(s). María Inés Bogomolny, licenciada en Ciencias de la Educación (a quien le gusta definirse como “contagiadora de lecturas”), es quien coordina el proyecto junto a Patricia Domínguez y para ella el plural es importante porque define el espíritu de la iniciativa. “Los llamamos clubes de lecturas porque no hay una sola sino varias. Generalmente se habla de lectura en un sentido escolar”, explica a Página/12, y subraya la idea de leer y conversar. “Nos parece interesante que la palabra circule, más allá de lo que quiso decir el autor. Como co-autores del texto podemos rastrear qué ecos, asociaciones y resonancias ocurren en cada uno. Cuando se conversa sobre lo leído se revelan cuestiones muy interesantes vinculadas con la historia personal y las propias lecturas”, sostiene Bogomolny.
El proyecto se sustenta en la elección y el deseo (en estos clubes nadie lee por obligación o imposición curricular), la cooperación (no se trata de una competencia por ver quién lee más) y la diversidad (no existe una única forma de acercarse a obras y autores). Se trata de una “red abierta en permanente transformación”: a los clubes se les ofrece cada tres meses un menú de ejemplares gratuitos curados según las estaciones del año, acompañamiento virtual e intermcabios en la Red; a cambio, se requiere una frecuencia de reuniones, participación en los encuentros virtuales mensuales y un registro colectivo de las experiencias lectoras. Cada club se autoregula y elige sus propias reglas –algunos tienen un coordinador, otros cuentan con una estructura horizontal–, pero no hay intercambio monetario: no se les pide dinero para participar y sólo puede cobrar honorarios quien coordina, pero no de los participantes sino de alguna institución pública o privada externa.
Fuente: Página 12
Por Laura Gomez