Comida y cultura: la tóxica verdad sobre nuestra alimentación

marzo, 2024
El filósofo francés Jacques Attali investiga sobre nuestra relación con la comida: alimentarse no es sólo ingresar comida a la boca, sino una profunda creación de cultura y comunicación.

Si estamos interesados en cosas que contribuyan a nuestra supervivencia, lo mejor es empezar a pensar mejor en nuestra comida. Esa sería una de las conclusiones que uno puede extraer de este libro del filósofo francés Jacques Attali.

Básicamente, Attali no agrega una novedad. Todos los estudiosos de la conducta humana ya vienen sugiriendo desde mediados de la década de 1990 que nuestra alimentación ha cambiado para mal y de que estamos intoxicados por la alimentación, o, mejor dicho, por la industria alimenticia.

La paradoja moderna es que la humanidad ha logrado vencer, a fuerza de ingenio, la gran amenaza que se cernió siempre sobre los humanos, que es la de poder alimentarse todos los días; pero, al mismo tiempo, la solución al dilema de la alimentación trajo otro problema grave: el de la pésima alimentación, ya sea por superabundancia o por mala nutrición debido a la industrialización excesiva de los alimentos esenciales y a las estrategias de marketing de los conglomerados de empresas de productos alimenticios.

El perfil historicista y sistemático de Attali ofrece un recorrido por la alimentación humana que explica cómo se llegó a esta situación actual, proponiendo una serie de sugerencias que trascienden el ámbito de lo estrictamente culinario. Aunque, como bien dice Attali, no hay nada en el ser humano que no esté por fuera de la alimentación, porque es una necesidad biológica que no puede soslayarse: sin comer no hay vida. Por esto mismo, toda la alimentación está definida por la cultura, entendida como las diferentes formas de tecnología que el ser humano inventó para tornar más fácil y sencillo acceder a la comida para asegurar el alimento.

COMER Y HABLAR

En la perspectiva de Attali, alimentarse no es sólo ingresar comida a la boca, sino una profunda creación de cultura, porque involucra otro aspecto sustancial y diferencial del ser humano: la palabra y la comunicación.

Para Attali, la comida funciona por sobre todas las cosas como lazo social, porque la conversación es una función de la comida. En el rastreo histórico que realiza, la comida emerge como la forma de construir sociabilidad y gobernanza. Esto es así porque la alimentación cotidiana perfiló un modo de existencia que funciona solamente en comunidad: la complejidad de conseguir el alimento impulsó a los homínidos a reunirse y colaborar entre todos. Nadie puede alimentarse solo, porque esta actividad requiere cooperación y para dividir las tareas había que comunicarse e impulsar una lógica política de división del trabajo.

De esta apreciación surge la reflexión de que la invención de la palabra y el origen de lo político están en el alimento: haciendo un rápido paneo por los orígenes de la humanidad como dominio de la naturaleza, la organización de las civilizaciones y el sentido del comer como un acto regido por la comunicación, Attali sostiene que la función de la comida es hablar mientras se come.

No es sólo una metáfora, sino una profunda reflexión. Attali, que fue asesor del presidente francés Jacques Mitterand, termina este libro con un tono pedagógico en el que boceta el apocalipsis inminente al que estamos sometidos si continúa la mala alimentación. Porque al alimentarnos mal no sólo estamos afectando nuestro cuerpo sino a todo el ecosistema del planeta.

APOCALIPSIS ALIMENTICIO

Toda nuestra comida se ha convertido en piezas de ingeniería diseñadas para satisfacer deseos fabricados. En la cronología que teje Attali, la evolución humana está atada a las mejoras en la tecnología del comer, desde el fuego y el hacha hasta el arado y los fertilizantes.

Pero hacia finales del siglo XIX el modelo capitalista norteamericano impuso gradualmente un nuevo modelo alimentario basado en una nueva manera de comer y de dejar de conversar. “Consumir más y hablar menos” resume. El ardid del capitalismo transformó no sólo nuestra manera de alimentarnos, sino todo lo que rodea al comer, como la selección de alimentos, el ingenio, la variedad, la estacionalidad y más profundamente la complacencia de compartir la comida: el comer solos es el signo de estos tiempos, y con ello la pérdida de la comunicación, el sometimiento a la rapidez, el picoteo abrupto y desordenado como táctica alimenticia.

Y, sobre todo, la amenazante destrucción del planeta para responder a las demandas de una población que cada vez se sobrealimenta más, exagerando el consumo calórico por sobre las verdaderas necesidades del cuerpo.

La solidaridad cultural que la gastronomía auspiciaba se ha perdido en esta exigencia de comer rápido y solitariamente, y con ello desaparece un vasto y hermoso mundo de disfrute y relación con la naturaleza y los semejantes. Por eso, el tono apocalíptico de Attali pone énfasis en la necesidad de cambiar los hábitos alimenticios para salvar al planeta.

La mesa familiar ha perdido su lugar simbólico y con esto se ha llevado algunas de las más importantes y amorosas cosas de la existencia humana. La tóxica verdad sobre nuestra alimentación es que nuestro modo de vida confortable ha producido unas costumbres alimentarias que nos están matando y, además, están destruyendo el planeta.

Los últimos capítulos de Historias de la alimentación brindan un sombrío panorama del destino del mundo, atado a las vastas fuerzas impersonales que regulan nuestra manera de comer. El largo listado de actitudes que pueden salvar al planeta cambiando nuestros hábitos suena un poco a utopía, pero también proponen la única manera de detener la destrucción el mundo.

Fuente: La Voz

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