El pensar pasa por condición fundamental del ser humano. La clásica definición aristotélica del sapiens como animal pensante. La inquietud en torno al pensamiento como actividad humana esencial labra el itinerario de La rebeldía del pensar, de Óscar de la Borbolla, publicado en la sección Breviarios, de Fondo de Cultura Económica.
Óscar de la Borbolla es ensayista, poeta, narrador mexicano, nacido en 1949, autor de Ucronías (1989) Filosofía para inconformes (1996), La risa en el abismo (2004). Este nuevo libro se divide en cuatro partes dedicadas a qué es el pensar, pensar lo insoluble, o ¿por qué soy yo? ¿Por qué hay ser?, y el pensar la acción y la felicidad.
Para el autor, lo que los humanos tenemos en común no es exactamente el pensar “sino la posibilidad de conquistar el pensamiento”. El pensar de las distintas ideas, lo que contrasta con la pedantería que no admite nada fuera de sus esquemas defendidos con idolatría fanática.
Se piensa para entender, y para seguir siendo humano. La pregunta por el quién soy solo surge cuando se superan las necesidades físicas. El hambre, las urgencias, el desamparo, exudan ansiedad. La apelación sobre el ser propio solo emerge cubierta las necesidades básicas. Solo entonces, aflora el juego que crea nuevos sentidos y que permite el arte, la filosofía y la ciencia. El lúdico dinamismo puede inventar nuevas reglas sobre las reglas que la biología o el instinto imponen.
La pregunta por lo que soy es equivalente también al preguntar sobre el sentido de la existencia. Al fin de cuentas, ¿por qué realmente existimos y existe el mundo? Platón y Leibniz dieron respuestas afines a esta cuestión. El autor de El Fedro dice que todo lo que existe “permanece y muere, porque es lo mejor que podía ocurrir…”; y Leibniz, en su Monadología, asegura “que este es el mejor de los mundos posibles”.
Queda por determinar desde qué principio es efectivamente este el mejor de los mundos posibles. Además de apelar al mal como refutación del bien, “la facilidad con la que es posible imaginar otro mundo, no perfecto, sino simplemente un poco mejor, echa por tierra el engaño al que nos invita el contubernio Platón-Leibnitz”. El principio de razón suficiente, como principio de partida de ambos pensadores, su insistencia en que todo tiene su razón, su sentido, conduce a un acto mecánico de deducir que determina que “siempre hay una razón para todo y esa razón es lo mejor”.
Lo insatisfactorio de esta respuesta muestra lo insoluble de la cuestión del sentido último de la existencia; y, ante esto, la respuesta inevitable es la resignación. Resignación religiosa primero: todo lo que ocurre es por voluntad de dios; o resignación científica desde la inapelable observación estadística que confirma que todos moriremos, como mandato de una ley natural.
La rebeldía del pensar se sumerge también en el pensar la acción, y la dimensión de la felicidad. La alusión a Heidegger existencialista, al uno, al se dice, al se piensa, como expresión del tono dominante impersonal, y como rechazo a la masificación, alimenta la incomodidad o inconformidad crítica, el deseo de otra cosa. Aun entre lo masificado, siempre se perfilan individuos que actúan desde un ansía de cambio, o de un golpe que “parte en dos la historia”.
La rebeldía del pensar como rebosante energía de lo que piensa, de vuelta, la vida en sus diversos flecos, desde un inquieto inconformismo, muy lejos de la pasividad resignada.
Fuente: Revista Ñ
Por Esteban Ierardo