La democracia argentina cumple 40 años, el período más largo de estabilidad política y, por lo tanto, inédito desde la vigencia de la ley Sáenz Peña de 1912, hace exactamente 111 años. Desde aquella ya histórica frase pronunciada por el ex presidente Raúl Alfonsín al asumir la presidencia en 1983, “con la democracia se come, se cura y se educa” han pasado muchos mandatarios (once) y también han quedado muchas deudas pendientes por resolver.
Alfonsín es homenajeado como el “padre de la democracia” por haber sido el primer presidente constitucional tras la dictadura que gobernó entre 1976 y 1983, y por levantar la bandera de los derechos humanos y llevar adelante los juicios a las juntas militares. Sin embargo, un tema poco desarrollado por la historiografía local es la política aplicada por su gobierno en favor del bienestar social y el combate contra el hambre.
La historiadora estadounidense, oriunda de Washington, Jennifer Adair aborda en su último libro no sólo los programas estatales de Alfonsín para aliviar el hambre, regular el precio de los productos y las reformas en el estado benefactor, sino también la lucha diaria que representó para el ciudadano común la inflación, la carrera contra las fluctuantes tasas de cambio y las dificultades para llevar el pan a la mesa familiar.
A tres años de su publicación original en inglés, llega a la Argentina en su primera edición en español: 1983 – Un proyecto inconcluso (Fondo de Cultura Económico, 320 páginas). Se trata de una sólida investigación que se caracteriza por una claridad conceptual esclarecedora y por estar basada en una amplia bibliografía y material inédito del Archivo General de la Nación.
En un excelente español fruto de sus varios años de investigación en nuestro país, Jennifer Adair (Doctora en Historia por la New York University y profesora de historia latinoamericana en la Fairfield University de Connecticut) habló en exclusiva con La Prensa acerca de su libro.
-¿Cómo llegó a interesarse por la Argentina?
-Yo crecí en los ‘80 en Estados Unidos durante el gobierno de Ronald Reagan al final de la Guerra Fría. Y siempre me resultó fascinante el final de una época que definió la historia del siglo XX. En la universidad estudié historia y sobre todo el papel de Estados Unidos en América Latina. Años más tarde, en 2004, pude viajar por primera vez a la Argentina. Llegué con una beca “Fulbright” que me permitió trabajar con un organismo de derechos humanos y fue ahí donde tuve mi primera introducción al campo de la historia reciente. Y todavía en esa época no había mucha historiografía sobre los años ‘80, así que cuando hice el doctorado quise volver a los ‘80 para investigar la historia de la transición argentina a la democracia.
LA TRANSICION
-¿Por qué la transición democrática de la Argentina es considerada la más emblemática de América Latina?
-Yo creo que en parte porque fue una de las primeras y también porque el caso de Argentina pone en relieve las tensiones y desafíos regionales de la época. Por un lado, la cuestión de derechos humanos y cómo se puede definir una sociedad más justa capaz de proteger a sus ciudadanos después del terror estatal y por otro lado cómo lidiar con una economía en crisis. El retorno democrático coincidió con la peor crisis económica regional desde los años ‘30 y hay una doble tensión en la década de los ‘80 que me interesaba entender más: Una efervescencia y una esperanza de una apertura política y las restricciones económicas que terminan definiendo gran parte del destino del gobierno de Alfonsín.
-Más allá de la cuestión de los derechos humanos y la Guerra de las Malvinas, usted aborda específicamente el fantasma del hambre como una de las cuestiones más importantes que marcó el fin del gobierno militar y el inicio de la democracia.
-Yo uso la comida como hilo narrativo para entender los ochenta y para reconstruir momentos clave, aunque no tan estudiados de esa década y del gobierno de Alfonsín. El estallido del hambre o más bien el descubrimiento del hambre en las ciudades más importantes del país, sobre todo en Buenos Aires, se suma a principios de los ochenta como otra consecuencia alarmante de la dictadura. Aunque la producción y la exportación de alimentos se incrementaron a lo largo de la dictadura, sin embargo, los sectores más marginados vieron disminuido su acceso a la comida entre 1976 y 1981. En el gran Buenos Aires, por ejemplo, se ve la explosión de ollas populares en Quilmes, la organización de una marcha del hambre y las denuncias realizadas sobre el tema por el obispo Jorge Novak. Esas denuncias de la violencia social de la dictadura y sobre la existencia del hambre, sumado a la crisis económica regional que estalla en 1981, ofrece una apertura para una crítica indirecta y a veces directa a los militares, así como nuevas oportunidades de imaginar un futuro más allá del gobierno autoritario. Obviamente no se puede descartar la centralidad de la cuestión de la violencia política ni la Guerra de las Malvinas, pero yo creo que la emergencia social que habían causado las políticas de los militares marcó el comienzo del fin de la dictadura en Argentina.
-Usted también sostiene, como tesis principal de su libro, que uno de los desafíos fundamentales que planteó Alfonsín, en el regreso de la democracia, fue el de lograr el acceso a la comida para todos y superar la emergencia social. En ese contexto, ¿cómo analiza el histórico programa PAN.?
-En realidad, yo creo que la comida y el acceso a la comida han sido una prueba de fuego para la democracia inaugurada en 1983. Alfonsín prometió que ningún niño volvería a pasar hambre en la Argentina. En ese sentido, el Programa Alimentario Nacional (PAN) formaba parte de la promesa ambiciosa del gobierno radical. Alfonsín definía la comida como un derecho humano fundamental. Como dije antes, hacia finales de la dictadura, la extensión de las ollas populares y las historias sobre niños desnutridos impugnaban la imagen de un país fértil y productor de alimentos en donde el hambre no existía. Y el PAN fue la respuesta a esa emergencia social dejada por la dictadura. En su momento, fue el mayor programa de alimentos de la historia argentina y también la primera vez que un gobierno nacional se vio compelido a depender de una distribución masiva de alimentos para dar de comer a sus ciudadanos. En su momento más alto, que fue en 1986, llegó a casi el 17% de la población. La caja PAN ofrecía alrededor de 15 kilos de alimentos que incluían leche en polvo, yerba, aceite de cocina, fideos, polenta y merluza. Los contenidos variaron, pero su objetivo principal no. La idea era proveer el 30% de los requerimientos calóricos mensuales para una familia tipo de cuatro integrantes. Y yo creo que en la década de los ‘80 era difícil ignorar el PAN. Hace poco, en la exposición del Malba sobre la cultura material, exponían una caja PAN casi como un artefacto de la democracia que reivindicaba la alimentación como parte de un momento de la restitución de derechos fundamentales.
CRITICAS
-Las críticas, sin embargo, no tardaron en llegar…
-El PAN fue concebido como un programa de emergencia paliativa y sobre todo de corto plazo. Al momento de su lanzamiento en 1984, el PAN tenía el apoyo de casi todo el espectro político. Los legisladores aprobaron el programa por dos años, tiempo que ellos creían suficiente con el optimismo, digamos, de la primavera democrática para revertir el hambre y la recesión económica que la dictadura había dejado. Pero cuando la esperada recuperación económica no llegó, no tardaron en aparecer las críticas que vieron en la iniciativa la prueba y la razón de la crisis de un estado benefactor. El PAN terminó siendo un símbolo de las limitaciones del gobierno de Alfonsín. También fue usado por el peronismo como una prueba de que los radicales y el gobierno de Alfonsín fueron un fracaso en la esfera de justicia social, como algo paliativo, limitado y sin capacidad de llegar a las causas estructurales del hambre. Y para la UCD, la fuerza conservadora y liberal que ganaba mucho peso en los ‘80, el PAN era prueba de que el estado benefactor había llegado a su final. Por más distintas que fueran esas críticas, eran complementarias porque apuntaban a la profunda crisis del estado de ese momento. Y el PAN encapsulaba muchas de esas críticas del gobierno y del estado también.
-¿Fue intención de Alfonsín adueñarse de las políticas sociales implementadas por el peronismo (1943-1955) y crear un Tercer Movimiento Histórico?
-Yo creo que para muchos los compromisos del gobierno alfonsinista evocaron las promesas y los beneficios sociales del primer peronismo. De hecho, encontré en mi investigación muchos individuos que veían en el alfonsinismo una esperanza de un bienestar material que evocaba al peronismo. Y el gobierno de Alfonsín recurrió activamente a la memoria del pasado como fundamento de su legitimidad. Un proyecto político capaz de llevar a término las anteriores transiciones democráticas, para decirlo de una manera, que habían rodeado a los movimientos de Irigoyen y de Perón. Para Alfonsín y los arquitectos intelectuales de su gobierno, la reconciliación del antagonismo histórico entre el liberalismo político y la justicia social, además de revivir los cimientos políticos modernos de la nación, pondría fin al largo ciclo de violencia autoritaria. Y como digo en el libro, Alfonsín realmente buscaba nada menos que una refundación de la República.
VISION HOLISTICA
-¿Se puede rastrear ese proyecto político en Alfonsín?
-Efectivamente. El 16 de julio de 1982, Alfonsín organizó un acto en la Federación de Box. Era un poco más de un mes después del final de la Guerra de Malvinas, y era uno de los primeros actos políticos después del levantamiento de la veda política de la dictadura. Alfonsín habló durante casi una hora esa noche y en ese acto estaba resumido los elementos de su proyecto político. Hablaba a las Madres de Plaza de Mayo sobre los desaparecidos e insistía en el retorno de las instituciones democráticas para poner fin a la violencia estatal. Y también dedicó gran parte de su discurso a la crisis económica y las políticas económicas de los militares que incrementaron el hambre y que dejaba a los trabajadores y a los jóvenes en la pobreza. Alfonsín calificaba la crisis económica como una forma de violencia social causada por los militares. Yo creo que en ese acto están los elementos de su proyecto político basado en los derechos políticos, sociales y humanos. Una visión holística de la democracia y la expansión de derechos que eventualmente estaría resumido en el lema emblemático de Alfonsín de que con la democracia se come, se cura y se educa. Y la gente tomó muy en serio esa definición de la democracia. Si el desafío de la época era cómo definir una sociedad más justa y democrática tras varios años de dictadura y emergencia fiscal, Alfonsín respondió a esa pregunta diseñando una campaña política y un proyecto político basado en las promesas de juzgar a los militares y también, absolutamente central, en incrementar el bienestar, combatir el hambre y facilitar el acceso a la educación, entre otras cuestiones.
-Un caso emblemático en el marco de esas políticas para combatir el hambre fue el de los “Pollos de Mazzorín”.
-Yo diría que la historia de los años 80 es la historia del retorno democrático, pero también es la historia del camino hacia la austeridad, hacia el neoliberalismo. Esta es la otra transición que ya se estaba produciendo en los años ‘80. Y el caso Mazzorín es clave en esta transición. Como el PAN, el trasfondo del caso se basaba en la promesa del gobierno de Alfonsín de garantizar el derecho a la alimentación. En 1986, el estado compró 38.000 toneladas de pollos congelados de varios países de América Latina y también de Europa del Este. La idea era que estas compras iban a aumentar el consumo interno de pollo y también romper el monopolio de empresas como Cargill. Al principio iba todo bien. Las compras se basaron en la Ley de Abastecimiento y pasaron sin ninguna noticia. De hecho, los pollos se vendieron en el país a lo largo de 1986 y 1987. El escándalo de los pollos estalla en 1988. Pero en realidad es un escándalo que no fue. La campaña en contra de los pollos fue encabezada por la UCD, que veía en los pollos el fracaso del estado interventor y la regulación estatal de mercados internos. Para el año 1988 cuando estalla el supuesto caso de corrupción el argumento o los argumentos de la UCD tuvieron éxito sobre todo en el contexto del fracaso del Plan Austral y también en un contexto inflacionario que no dejaba de subir. Yo veo el caso Mazzorín como una precuela de las políticas neoliberales de los años ‘90. Si bien las políticas de libre mercado de la UCD no tenían gran apoyo de la mayoría de la gente, el escándalo tuvo sus éxitos porque reforzaba la idea de un estado no capaz de cuidar el bienestar de sus ciudadanos.
-¿Por qué pese a sus proyectos inconclusos, Alfonsín fue hasta el último día de su vida uno de los políticos más influyentes del país e incluso recibió el reconocimiento y respeto del peronismo? ¿Cuál sería su máximo legado?
-Creo que es la aspiración de una democracia capaz de asegurar los derechos políticos y sociales. Por más banal que suene hoy el lema emblemático de Alfonsín, el pacto democrático de los últimos 40 años sigue siendo la demanda de una democracia capaz de dar de comer, educar y curar. Cuando Alfonsín murió en el 2009, viendo las multitudes que salían a despedirlo, me hizo pensar en cómo quizás habían sido las multitudes del 83. Y me llamaba mucho la atención la frase más escuchada de esos días de despedida y luto nacional. Mucha gente decía “se fue el padre de la democracia”. Y lo que me llamaba más la atención era que la gente que con más emoción lo elogiaba era muchas veces la que más lo despreció en el momento de su gobierno.
Hoy con el 40 aniversario también se vuelve a hablar del “padre de democracia” y me pregunto qué es lo que se recuerda con ese nombre, de qué tipo de democracia estamos hablando. Hoy, el riesgo me parece que es limpiar la historia social de los ochenta o ignorar o quitar el valor más político y ambicioso de su proyecto y las expectativas de esos años. Y vuelvo a algo que dije antes, las luchas por una democracia capaz de curar, educar y dar de comer siguen tan urgentes hoy en el 2023 como en el 83.
Historia narrada en cartas
Una cuestión inédita para la bibliografía argentina es el acceso que tuvo la historiadora Jennifer Adair a las más de 5.000 cartas de gente común enviadas al presidente Raúl Alfonsín durante su mandato que se encuentran en el Archivo General de la Nación.
-¿Qué balance saca de su lectura?
-Miles de personas escribieron a Alfonsín a lo largo del país, desde el día de su asunción hasta el final de su gobierno en julio de 1989. Para mí son un hermoso registro popular de la historia de la época que muestran cuan serio la gente tomaba la promesa alfonsinista. Cuando yo empecé a leer las cartas pensé que seguramente los momentos más dramáticos de la presidencia de Alfonsín iban a estar en el centro de las cartas. Por ejemplo, el juicio a las juntas, los levantamientos militares o los conflictos con los sindicatos. Efectivamente estos acontecimientos dramáticos están en las cartas, pero no fueron necesariamente los motivos que impulsaron a la gente a escribir al presidente. Yo creo que los mensajes a Alfonsín muestran y reflejan una definición bastante amplia de la noción de democracia y derechos humanos vinculados a cuestiones sociales y económicas. Mucha gente escribía demandando el derecho humano a la comida, a la vivienda, al empleo. Y esos eran los derechos que la gente esperaba del gobierno de Alfonsín y algo que su propio gobierno había prometido.
-¿Recuerda alguna o algunas en especial que le hayan llamado la atención?
-Creo que la carta que más me gusta es una de las últimas que recibe Alfonsín y es con la que empiezo el libro. Es una carta que fue escrita por una docente de un colegio secundario en Buenos Aires. Se trata de una mujer que se llama María y que le escribió a Alfonsín después de escuchar su último discurso en el Congreso en mayo de 1989. En este momento faltaban dos semanas para las elecciones y el país ya estaba en hiperinflación. María en su carta recuerda la felicidad que sintió al votar por Alfonsín en 1983. Aunque no lamenta la decisión, le pregunta a Alfonsín directamente: “¿Por qué nos quitaste las esperanzas. ¿Por qué nos abandonaste?”. Y termina su carta diciendo: “Pero no importa, señor Presidente. Gracias, muchas gracias por haberme permitido soñar, creer y volver a tener esperanzas allá en el 83. Y gracias también por la democracia que me permitió vivir y escribirle hoy esta carta, aunque no me permite enfermarme”.
Para mí esa carta traza el arco de las expectativas de esos años. Por un lado, la seguridad de que la democracia institucional está instalada, una democracia que le permite escribir una carta crítica al Presidente, pero por otro lado, es una democracia incapaz de garantizar el bienestar y la seguridad material.
Fuente: La Prensa
Por Pablo S. Otero