1983 es el año asociado a la recuperación democrática en la Argentina, aunque hasta el 10 de diciembre el poder estuvo ocupado por la dictadura militar iniciada en 1976. Pero también funciona como una suerte de grado cero del gobierno de Raúl Alfonsín, o de sinécdoque del mismo. En ese sentido, 1983. Un proyecto inconcluso (FCE), de la investigadora estadounidense Jennifer Adair, permite auscultar desde la agonía del Proceso de Reorganización Nacional hasta el final de la gestión radical en 1989, sumergida en la hiperinflación.
La descomposición de la dictadura es el primer capítulo del libro, en donde, como si fuera una precuela del año que da título a la obra, se analiza cómo el declive del Proceso se acentuaba desde 1981. Quiebras masivas de pymes, desocupación y alimentos encarecidos formaban un trípode que alimentaba el malestar popular. La CGT-Brasil (una de las dos ramas de la CGT por aquel entonces), la Multipartidaria y las Madres de Plaza de Mayo, con distintas intensidades, capacidad de movilización y perfiles, interpelaban al gobierno militar.
En un plano microscópico –y es uno de los hallazgos del trabajo de Adair–, hasta el obispado de Quilmes realizaba en agosto de 1981 una “Marcha del Hambre”, con el lema “paz, pan y trabajo”, misma consigna que se enarboló el 30 de marzo de 1982 en Plaza de Mayo conducida por la CGT-Brasil y reprimida por las autoridades.
Apenas tres días después, tropas argentinas desembarcaban en las Islas Malvinas y abrían una tan fugaz como traumática guerra que terminó con la rendición del 14 de junio y con 649 muertos de nuestro país. A los pocos días el dictador Leopoldo Galtieri tuvo que renunciar y lo reemplazó Reinaldo Bignone, quien descongeló oficialmente la actividad política. En febrero, se anunciaron elecciones para devolverle el poder a los civiles.
Un discurso autoritario
Tal como señala Adair, “la derrota argentina en el Atlántico Sur aceleró un proceso previo de descomposición autoritaria y constriñió –aunque no revirtió del todo– la capacidad de las Fuerzas Armadas para establecer las condiciones del regreso a la democracia”. La autora resalta que, si bien la derrota en Malvinas “no reconfiguró la vida pública de la noche a la mañana”, sí “profundizó un discurso autoritario” y una aleación entre bienestar material y regreso de la democracia.
La campaña de las elecciones presidenciales de 1983 fue intensa. En ese marco, otro aspecto novedoso de la investigación de Adair es señalar que las promesas de mejoras sociales y económicas de Raúl Alfonsín ha sido poco analizadas en la historiografía, porque las miradas académicas se centraron más en lo que el dirigente radical encarnaba en cuanto al respeto de la Constitución y rechazo a la violencia.
Así, se destaca cómo el candidato pudo sumar a su discurso tonos, acentos e ideas que parecían más propias del peronismo, en tanto eran reivindicaciones de las necesidades de las mayorías del país. Más allá de los contactos entre algunos jerarcas militares y dirigentes peronistas (lo que sugería algún grado de pacto de impunidad para los primeros), el justicialismo todavía cargaba el lastre del gobierno de Isabel Martínez de Perón, carcomido por una inflación descontrolada y por haber anticipado los crímenes de la agonizante dictadura a través de bandas como la Triple A o el Comando Libertadores de América.
Alfonsín no solo prometía juzgar a los responsables de los crímenes cometidos desde el Estado a partir de 1976; también denunciaba el hambre en la Argentina y cómo era la consecuencia de los planes económicos de la dictadura. Adair cita el testimonio de un militante radical de Quilmes, Jorge Cobos, surgido en una familia obrera y peronista, que aseguraba que el radical era quien más había interpretado el sentir de muchos peronistas del Conurbano.
“No habrá radicales ni antirradicales, ni peronistas ni antiperonistas, cuando haya que impedir cualquier loca aventura militar que pretenda dar un nuevo golpe”, fue una de las frases con las que Alfonsín coronó su acto de cierre en octubre de 1983, pocos días antes de las elecciones. En contraste, en el acto peronista, el candidato a gobernador bonaerense, Herminio Iglesias, quemó un ataúd con las inscripciones “UCR” y “Alfonsín QEPD”. El 30, el radicalismo le ganó al PJ por 11 puntos, para sorpresa de muchos.
Las cajas PAN
Ya en el poder, Alfonsín lanzó, como una de sus medidas para luchar contra el hambre que sufrían millones de argentinos, el Plan Alimentario Nacional, más conocido como “cajas PAN”, porque en ese formato se entregaba la comida para los sectores más vulnerables. Otro hallazgo de Adair es dedicarle un capítulo entero a ese programa, que suele ser pasado por alto en muchas revisiones de la etapa.
En su apogeo, el PAN llegó a entregar 1.300.000 unidades de esas cajas. Un dato no menor es que no existen archivos oficiales sobre ese plan. Por supuesto, el PAN se presentó como una medida excepcional que debía ser transitoria, hasta que el crecimiento económico redujera la pobreza. Obviamente ese rasgo temporal no se cumplió y el programa fue abandonado en 1990, por el gobierno del peronista Carlos Menem, pero por decisiones políticas, no por un descenso marcado de la pobreza.
Ya por fuera del año 1983, otro elemento novedoso sobre el gobierno de Alfonsín que rescata Adair es el de “los pollos de Mazzorín”, en rigor de verdad, unas 38 mil toneladas pollos congelados, importados por el gobierno radical para bajar los precios de ese alimento. El libro rescata cómo desde un medio de comunicación televisivo se falseó una imagen para mostrar que parte de esas aves se habían tenido que tirar en basurales. En concreto, es cierto que el gobierno tenía que pagar una importante cantidad de dinero a los frigoríficos para que conservaran los pollos, pero los empresarios avícolas y circunstanciales aliados políticos y mediáticos tomaron el caso para pedir que no existiese ninguna intervención estatal en el área.
El libro de Adair también es novedoso por la inclusión de testimonios de personas que, a través de cartas, le enviaban sus opiniones, pedidos y agradecimientos a Alfonsín. Así, un médico identificado como Jorge, de 55 años, decía: “Todos los argentinos estamos orgullosos de que un hombre sencillo, humano y cargado de grandes virtudes pueda sacar a este enfermo que es Argentina de este estado de coma IV”, e ilustraba las esperanzas de buena parte de la población en ese abogado de Chascomús que recitaba el preámbulo de la Constitución Nacional en sus actos. Otras cartas proponían planes de vivienda pública, pedían empleo para los remitentes, se quejaban de lo que tardaba en obtenerse una línea de teléfono o le preguntaban a Alfonsín si no consideraba que ahorrar en dólares era “lesivo de los intereses nacionales”.
La parte final del libro se dedica a 1989, el año que incluye desde al ataque del Movimiento Todos por la Patria (MTP) al cuartel de La Tablada, hasta la entrega del poder el 8 de julio a Carlos Menem, ganador de las elecciones presidenciales del 14 de mayo. En el medio, se describen cómo se desfleca el Plan Austral, iniciado en 1985, la sucesión de ministros de Economía, la transformación de la inflación en hiper, hacia finales de otoño, y loa saqueos a supermercados, iniciados en Córdoba y Rosario y luego desplegados en el Conurbano bonaerense.
El libro de Adair permite analizar las peculiaridades de una época –y un gobierno– que parecía contener, sobre todo en ese 1983, las promesas de un futuro mejor, alejado de la represión estatal pero también de las miserias económicas. Pasados cuarenta años de la asunción de aquel gobierno de Alfonsín, tal como señala la autora, “la aspiración a una democracia capaz de alimentar, educar y curar hoy se mantiene tan viva y urgente como en 1983”.
Fuente: Revista Ñ
Por Alejandro Cánepa