Fuente: Infobae
Autora: Silvana Boschi
¿Qué se puede decir de nuevo sobre la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) a casi cuarenta años del retorno de la democracia en la Argentina? ¿Por qué este centro de detención, por el que pasaron unos 5.000 detenidos y sólo 300 sobrevivieron, fue tan particular? ¿Había una lógica detrás de las decisiones de los miembros del temible comando de tareas o su accionar fue fruto del descontrol y la irracionalidad que se vivió en cada uno de los centros clandestinos que existieron en la dictadura?
El Fonde de Cultura Económica (FCE) acaba de publicar ESMA, represión y poder en el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura argentina, un libro que editaron Marina Franco y Claudia Feld junto a dos equipos de investigación. La obra apunta a narrar una historia de la ESMA, desde sus comienzos como escuela de la Armada hasta el presente, dirigido a un público amplio, es decir, no necesariamente un lector académico ni familiarizado con los derechos humanos.
Desde aquellos testimonios de 1978 por parte de sobrevivientes hasta los trabajos realizados por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), las desgarradoras narraciones durante el Juicio a las Juntas militares, o los posteriores procesos judiciales por la apropiación de menores, son muchos los relatos que dieron cuenta del mecanismo particular de poder y sometimiento que se vivió en ese predio de la avenida del Libertador, en el barrio porteño de Núñez, hoy convertido en espacio de memoria. Pero este libro desarrolla también varias claves que permiten entender la dinámica de la ESMA, sus principales sentidos y propósitos, y trata de desentrañar la lógica del funcionamiento del centro, lo que constituye el aspecto más interesante de la obra.
También formula nuevas preguntas para comprender el universo cotidiano de ese centro clandestino, las experiencias de quienes atravesaron la detención ilegal, así como los proyectos de poder de los represores. “Las respuestas a estas preguntas sirven para entender cómo llegó a funcionar en la ESMA un verdadero micromundo de vínculos y acciones en los que se combinaron los métodos más directos de violencia y aniquilamiento con otros sistemas más sutiles de destrucción física y psicológica. También permiten comprender cómo la represión planificada desde la doctrina militar alimentó un funcionamiento autónomo y un proyecto de poder propio, que tuvo incluso prolongaciones políticas nacionales e internacionales”, señalaron las coordinadoras. Para este libro Franco y Feld trabajaron en equipo con Hernán Confino, Rodrigo González Tizón, Valentina Salvi y Luciana Messina.
El libro aporta detalles significativos sobre el llamado “proceso de recuperación” de los detenidos desaparecidos, de los delitos económicos y de la apropiación de sus bienes, de las ramificaciones de la ESMA fuera de la Argentina, y del proyecto político del almirante Emilio Eduardo Massera. Este militar fue uno de los más temerarios miembros de la Junta que dio el golpe de Estado de 1976, y alimentó sus aspiraciones políticas desde la Armada hasta que el Nunca Más y el Juicio a las Juntas durante el gobierno de Raúl Alfonsín tdieron por tierra con su proyecto.
Muchos de los testimonios de lo que pasó en la ESMA ya se conocieron en 1978, en las vísperas del Mundial de Fútbol, y a partir de 1983, con el retorno de la democracia en la Argentina. Posteriormente, en 1995, un ex integrante del grupo de tareas de la ESMA, Adolfo Scilingo, confesó que había participado de los llamados vuelos de la muerte y que él mismo había asesinado a treinta personas.
A partir de ahí hubo una serie de luchas para visibilizar el predio de la Armada y en 1998 el ex presidente Carlos Menem hizo un decreto donde propuso demoler el predio para poner allí un parque de la paz. Eso generó una enorme reacción por parte de los organismos de derechos humanos, y en el año 2000– después de una larga batalla judicial- se logró que la ESMA un fuera demolida. En mayo del 2015 se inauguró allí el museo que existe hoy y que funciona en lo que fue el casino de oficiales.
La investigación coordinada por Feld y Franco hace un interesante aporte para comprender cómo la represión planificada desde la doctrina militar alimentó un funcionamiento autónomo en la ESMA y un proyecto de poder propio, al que aspiraba Massera, que tuvo incluso prolongaciones políticas fronteras afuera del país.
El libro ESMA, represión y poder en el centro clandestino de detención más emblemático de la última dictadura argentina será presentado por Martín Kohan, Sandra Raggio y Carolina Varsky, con la coordinación de Soledad Catoggio. Será este jueves, 9 de junio, a las 19, en la Librería del Fondo y Centro Cultural Arnaldo Orfila Reynal (Costa Rica 4568, Buenos Aires).
Leé un fragmento del libro
Muchas de las salidas de la ESMA sirvieron para aumentar la presión, “poner a prueba” y tener a disposición del grupo de tareas a las y los secuestrados que habían sido ingresados al “proceso de recuperación”. En ocasiones puntuales, algunas de las personas cautivas fueron llevadas, entremezcladas con miembros del grupo de tareas, a lugares de esparcimiento nocturno en la ciudad de Buenos Aires. Los represores podían irrumpir en Capucha de manera brusca y repentina, en plena noche, para obligarlos a salir a un restaurante o una discoteca. Las palabras de Adriana Marcus nos devuelven lo enloquecedor de esas situaciones:
“Hubo también muchas salidas, en auto, tipo tres de la mañana, nos despertaban los guardias: ‘A ver subversivas, levántense y vístanse de mujer, píntense, arréglense que van a salir’. Entonces uno no sabía si iba a un vuelo de la muerte, si iba a ser fusilada en una plaza, en un baldío o qué y terminábamos todos en [el restaurante] ‘El Globo’ cenando con un par de compañeros y represores”.
Esta situación de convivencia y confusión tensaba al extremo lo que sucedía en el cautiverio. Marcus sentía que la estaban probando “para ver cuándo pisábamos el palito”, en relación con la supuesta “recuperación” que se esperaba de las víctimas. En esas ocasiones, debían comportarse como si estuvieran cenando con un grupo de amigos. Durante las conversaciones en esos restaurantes, prosigue Marcus, secuestrados y secuestradas necesitaban manejarse con cuidado, con temas muchas veces polémicos, en los que claramente no coincidían con sus captores. Y entonces se los colocaba “en el filo de la navaja entre no traicionarnos y tampoco abrir un debate en el cual quedáramos en una inferioridad de condiciones y nos volvieran a mandar a Capuchita”.
[…]
En la vasta variedad de oficinas, empresas y negocios que se fueron creando con la expansión del grupo de tareas, con su autonomía económica y con su configuración política como sede del proyecto de poder del capitán Jorge Eduardo Acosta y del almirante Massera, una gran cantidad de lugares sirvieron como base para las tareas forzadas de las víctimas que integraron el “proceso de recuperación”. […] Dada la envergadura y la ambición del proyecto político de Massera, los marinos realizaron una extensa tarea de propaganda para limpiar su imagen. Para ello, además de los trabajos realizados en Pecera, dentro de la ESMA, se utilizaron oficinas de Massera en el centro de Buenos Aires, en la calle Cerrito, y cerca del predio, en la calle Zapiola. Estas tareas involucraron también reparticiones públicas que estaban bajo la égida de la Armada, como el Ministerio de Bienestar Social y el de Relaciones Exteriores. Varias secuestradas fueron llevadas allí a realizar trabajos parecidos a los que hacían en el Casino de Oficiales. Se les asignaba un nombre y un documento falsos.
[…]
La “limpieza” de imagen para contrarrestar la llamada “campaña antiargentina” en el exterior fue una preocupación permanente de la Junta Militar en el poder. En varios países de Europa, particularmente en España y Francia, las organizaciones de exiliados habían logrado hacer audibles sus reclamos por los desaparecidos en la Argentina. El gobierno militar desprestigiaba estas denuncias diciendo que se trataba de una campaña contra el país. En ese marco, el grupo de tareas de la ESMA tejió sus propias redes para ocultar y tergiversar esas informaciones. Se orientó fundamentalmente a instalar la figura de Massera como el ala “dialoguista” dentro de la Junta. Las operaciones de propaganda intentaron proyectar esa imagen en el plano internacional y tuvieron como destinatarios principales a los países de Europa Occidental y Estados Unidos. Massera quiso convencer a sus interlocutores en esos países de que su preocupación principal era esclarecer el “problema de los desaparecidos” y entregar una lista de víctimas a los familiares que lo reclamaban. Aunque esa promesa nunca se cumplió, por un tiempo la propaganda fue efectiva.
[…]
Tal como sucedía en el Casino de Oficiales, en el Centro Piloto hubo una actividad clandestina que coexistió con su misión oficial. Esto significa que no solo se hacían operaciones de propaganda para el gobierno militar, contrarrestando la llamada “campaña antiargentina”, sino que durante un tiempo se alineó específicamente tras las ambiciones políticas de Massera. Para ello, algunos miembros del grupo de tareas de la ESMA, como Jorge Perrén, Antonio Pernías y Enrique Yon, se trasladaron en diversos momentos de 1977 y 1978 con nombres falsos y documentación fraguada a cumplir tareas en París.
El Centro Piloto incluyó todas las dimensiones con las que funcionó la ESMA, pero a 11.000 kilómetros del Casino de Oficiales. El área de inteligencia del grupo de tareas enviaba informaciones a París para que fueran actualizadas y difundidas en medios europeos. En ello debieron trabajar varias personas secuestradas, y también colaboró parte del personal civil de la embajada, así como algunos periodistas franceses y argentinos. Uno de ellos, Alfredo Bufano, fue designado como asistente en el Centro Piloto y estuvo en París por casi dos años.
Para analizar la prensa de Francia fueron trasladadas por un tiempo a París tres secuestradas: Mercedes Carazo, Marisa Murgier y Marta Bazán. Estuvieron allí algunos meses con documentación y nombres falsos, incluso fue llevada la hija pequeña de una de ellas e inscripta en la escuela con un nombre ficticio. Según la descripción de Carazo, en el Centro Piloto las obligaron a hacer “trabajos de geopolítica” y a falsificar documentos para que los marinos se apropiaran de algunos bienes. De modo que la dimensión económica y los objetivos de enriquecimiento ilícito del grupo de tareas también estuvieron presentes en esta extensión parisina de la ESMA.
Quiénes son las coordinadoras
♦ Claudia Feld es doctora en Ciencias de la Comunicación e investigadora del Conicet.
♦ Se ha especializado en el estudio de los vínculos entre memoria social, cultura visual y medios de comunicación.
♦ Publicó Democracia, hora cero: actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura y El pasado que miramos: memoria e imagen ante la historia reciente.
♦ Marina Franco es doctora en Historia y miembro del Núcleo de Estudios sobre Memoria del Instituto de Desarrollo Económico y Social.
♦ Es docente e investigadora en distintas universidades de Europa y América Latina.