Fuente: Perfil
Autor: Rodrigo Lloret
Maurício Santoro es un cientista social brasileño que se especializa en el estudio de las relaciones internacionales con foco en el desarrollo. El doctor en Ciencia Política y docente del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Estatal de Río de Janeiro difundió esta semana en sus redes sociales un informe que evidencia el fuerte crecimiento de Brasil y el peligroso retroceso de Argentina en las últimas décadas.
En base a datos proporcionados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, Santoro elaboró un cuadro que demuestra el peso de la economía de cada país en el PBI total de América del Sur y su comparación entre 1960 y 2022. De allí surgen varios datos contundentes que merecen la pena ser destacados: por un lado, se observa el ascenso brasileño y la declinación argentina, pero también se destacan el crecimiento chileno, colombiano y peruano, a la vez que se corrobora el colapso venezolano.
Brasil pasó de representar el 26,4% del PBI total de América del Sur en 1960, a explicar más de la mitad en 2022, con el 50,4%. Se trata de un formidable progreso de 24 puntos porcentuales. Mientras que Argentina pasó de significar más de un tercio del PBI regional en 1960, con un 37,9%, a caer en 2022 a solo un 15,5%. Lo que evidencia un retroceso exponencial de 22,2 puntos porcentuales.
La verificación empírica parece ser contundente: en estas seis décadas, Argentina perdió, en forma proporcional, lo mismo que ganó Brasil en el periodo estudiado. No quedan dudas: la economía brasileña trepa la pendiente hacia el desarrollo con la misma rapidez que se desploma la economía argentina.
Venezuela es el otro país sudamericano que muestra un retroceso: pasó de representar el 12,1% del PBI sudamericano en 1960, a poder dar cuenta de tan solo el 1,3% en 2022. Pero lo curioso, y preocupante, es que tanto el caso argentino como el caso venezolano parecen ir en contramano: el resto de los países se mantienen con la misma intensidad o han pegado un salto positivo en su escala de la tasa regional.
Sacando a Brasil, los países que más crecieron en los últimos 62 años fueron Colombia (6,2% a 9,7%), Chile (6,4% a 8,7%) y Perú (4% a 6,6%). Mientras que Paraguay (0,7% a 1,1%) y Bolivia (0,6% a 1,1%) también lo hicieron, pero en menor proporción. En tanto que Ecuador (3,2% a 3,2%) y Uruguay (1,9% a 1,8%) se mantienen en la misma situación.
Es cierto que Argentina venía perdiendo su lugar preponderante en la economía mundial desde principios del siglo veinte. Pero en la década del sesenta aún mantenía una posición de privilegio, especialmente, en su comparación continental. Por lo que no existen muchos casos similares al argentino, que presenten una debacle tan pronunciada y en un lapso tan acotado.
El enigma del desarrollo argentino es algo que desvela a líderes políticos y a intelectuales académicos por igual. Y, es precisamente, el título que eligió Marcelo Rougier para producir la hermosa, potente y bien documentada biografía de Aldo Ferrer, que acaba de ser publicada por Fondo de Cultura Económica.
Es que Ferrer personifica, quizá como ningún otro hombre de Estado de este país, la obsesión por encausar a la Argentina en la senda del desarrollo sostenido y la industrialización permanente. Pero Ferrer fue también un adelantado a su época, porque su vida pública comienza, curiosamente, a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta: el momento en el que, como quedó demostrado más adelante, se inicia la feroz desaceleración argentina.
Doctor en Historia por la Universidad de San Andrés, magíster en Historia Económica por la Universidad de Buenos Aires, docente de la Facultad de Ciencias Económicas e investigador del Conicet, Rougier es un autor de lujo para este retrato de Ferrer, ya que fue discípulo y colega del economista que más bregó por el crecimiento de Argentina.
En “El enigma del desarrollo argentino” se comprueba la obstinación de Ferrer por establecer las condiciones para que la economía argentina pudiera insertarse en el camino del desarrollo a través de la consolidación de sectores que ya tenían cierto recorrido, como las industrias pesada o metalmecánica, y también a partir del impulso de rubros que hasta entonces no habían sido promovidos, como las industrias química, farmacéutica o minera.
Es cierto que Ferrer trazó un sendero zigzagueante en el plano ideológico. Inició su formación política en el antiperonismo, con un feroz rechazo a la irrupción de Juan Domingo Perón, y terminó sus días siendo una figura recuperada para el justicialismo, de la mano del kirchnerismo.
Pero en lo que no hubo metamorfosis fue en su férrea idea de dejar atrás el subdesarrollo, a través de dos pilares: posicionar al Estado como articulador del mercado y crear las condiciones para que la inversión privada sea el motor del crecimiento.
Defendió ese paradigma industrialista durante su primer cargo, siendo un joven funcionario en los últimos años de la década del cincuenta, como ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires bajo la gobernación de Oscar Alende y la presidencia de Arturo Frondizi. Y también luchó por esa pulsión desarrollista siendo un experimentado diplomático en su última responsabilidad pública, durante los primeros años de la segunda década del nuevo siglo, como embajador en Francia del gobierno de Cristina Kirchner.
“Para alcanzar el desarrollo, plantearía como indispensable apuntalar una industrialización vigorosa y autosustentada, que permitiera acelerar la innovación y el cambio técnico aplicados localmente y saltar las limitaciones impuestas por las restricción externa mediante un proceso virtuoso de ganancias de productividad, siempre pensando en un marco de estabilidad macroeconómica, pleno empleo y justicia distributiva”, sintetizó Rougier sobre el legado de Ferrer.
Un legado que se mantuvo intacto durante toda su vida. “Desde mi primer artículo en El Trimestre Económico 1950 hasta la actualidad, incluyendo los escritos y la acción pública, cultivé las mismas ideas, en contextos cambiantes de Argentina –dijo Ferrer en una entrevista con Rougier– Algunos dicen que es coherencia, yo pienso que no se me ocurrió otra cosa y que, ahora, resulta que fue una buena elección, ratificada por la experiencia histórica”.
La coherencia de Ferrer refleja hoy una impronta que se mantiene siempre presente en la historia argentina. Una herencia que es recordada ante cada reiterada y cíclica crisis de una economía diezmada. Es entonces cuando se vislumbra el repetido error de un país pujante pero fallido que, como Sísifo, está obligado a cargar constantemente una pesada carga que está condenada a caer al precipicio toda vez que llegue a la cima.