«El señor Kreck», un relato poderoso y extraño de Juan Octavio Prenz.

agosto, 2025
Novela originariamente publicada en 2006, El señor Kreck coronaba una sucesión de relatos poderosos y extraños de Juan Octavio Prenz, docente, traductor y autor -además de la narrativa-, de una destacable obra poética. Nacido en Ensenada, estudió en la Universidad de La Plata y después de ser exiliado bajo la dictadura, se radicó definitivamente en Trieste, donde falleció en 2019. Ahora, la reedición de este libro con reminiscencias de Kafka, Melville y Musil, recupera la figura de Prenz para nuevos lectores.

Con livianas reminiscencias del Joseph K de El proceso, de Franz Kafka, del Bartleby, de Herman Melville, y hasta del Ulrich de El hombre sin cualidades, de Robert Musil, antihéroes todos, sarcásticos observadores o enigmáticos actores de crímenes sin nombre, el señor Kreck (a quien, para despersonalizarlo, casi nunca se llama por su nombre de pila, Rodolfo) es un modesto ciudadano de Ensenada, de unos 60 años, inmigrado a los 21 de la región de Istria, de un pueblito de la península balcánica, que se ve llevado a sufrir, sin motivos conocidos, la opresión del contorno y hasta la cárcel en tiempos de la última dictadura cívico-militar. La historia y la intriga son simples: comienzan por el alquiler de un departamento en La Plata, sitio que nunca se sabe para qué va a usar, ya que él vive con su mujer, María del Rosario, como se dijo, en Ensenada. Y tampoco se sabe, ni siquiera su mujer lo sabe, que lo ha alquilado. En el clima de la dictadura, las sospechas se ciernen sobre él. Todo lo vuelve sospechoso: sus orígenes eslovenos, su carácter extraño, callado, hermético, el alquiler del departamento en La Plata que nunca se sabrá por qué ni para qué ha alquilado, haber asistido al entierro de un hijo de una relación profesional asesinado en una actividad guerrillera.

Juan Octavio Prenz, poeta argentino (Premio Casa de las Américas en 1992), conocedor de la lengua y de nuestras literaturas latinoamericana y argentina como pocos, docente excepcional, formativo y comunicativo profesor, traductor natal, vocacional y voraz, maestro en idiomas y en lenguajes, recatado, hombre de hablar poco y en voz baja, amigo entrañable, afable, irónico, austero, con él se ha perdido una presencia no siempre constante en nuestro medio, pero sí palpable y evidente.

Nos ha dejado hace poco tiempo, a mediados de noviembre de 2019, ha fallecido en Trieste, donde vivía, a la edad de 87 años. Nacido en Ensenada, de padres inmigrantes de la región istriana (el padre fue obrero de los frigoríficos toda su vida), hizo sus estudios en La Plata, y en su Universidad obtuvo el Profesorado en Letras, que ejerció, luego de un corto pasaje por las cátedras platenses, primero en Europa, donde llegó a ser profesor en el Departamento de Romanística de la Universidad de Belgrado, entre los años 1962 y 1967.

Vuelto a la Argentina, fue profesor adjunto de Introducción a la Literatura en la Universidad de Buenos Aires y de Filología Hispánica en la Universidad Nacional de La Plata, como también Director del Instituto de Filología en los años setenta, bajo el gobierno de Héctor Cámpora, por lo que tuvo que emigrar nuevamente a Belgrado, hasta que en 1979 se radicó en Trieste, en cuya Escuela Superior de Lenguas y Universidad enseñó literatura española moderna y contemporánea, así como en las universidades de Venecia y la eslovena de Ljubljana.

Por su experimentado manejo de las lenguas desde la infancia y por su interés en los vínculos entre culturas diferentes, dedicó a la traducción muchas de sus jornadas, en particular de literaturas serbo-croatas al español y recíprocamente, y muy especialmente a la poesía. Puede afirmarse que es uno de los traductores más reconocidos y capaces de algunos grandes poetas contemporáneos, como Miroslav Krleza, Vasko Popa o Miodrag Pavlovic, así como de autores latinoamericanos y argentinos a aquellas lenguas. Introdujo y difundió en los países de la ex Yugoslavia lo mejor de la literatura en nuestra lengua: Juan Rulfo, Manuel Scorza, Rafael Alberti, entre muchos otros.

Fue autor de relatos poderosos y extraños, como Carnaval y otros cuentos (1962), Fábula de Inocencio Honesto, el degollado (1990), El señor Kreck (2006), Solo los árboles tienen raíces (2013), pero sobre todo de poesía: Plaza suburbana (1961), Mascarón de proa (1967), Cuentas claras (1979), Apuntes de historia (1986), Habladurías del Nuevo Mundo (1986), Cortar por lo sano (1987), La santa pinta de la niña María (1992), Hombre Lobo (1998). Apreciado y elogiado por Claudio Magris, con quien compartiera años y amistad en Trieste.

Por su trabajo literario recibió, además del de Casa de las Américas, los premios Promoción Literaria en 1962, el Premio Calabria en 2001, y el Premio Nonino en 2019, conferido antes a Ismail Kadaré, António Lobo Antunes, Lars Gustafsson e Yves Bonnefoy, entre otros.

 

DICTADURA E INCOMUNICACIÓN

Este es el libro (que sale por primera vez en español) de un poeta, de un traductor, de un especialista en lenguaje. Más allá de la desconfianza en la división de la literatura por géneros, tiene el relato una forma casi perfecta, discreta pese a entrar en él numerosas voces narrativas, y obedece, paradójicamente, al elemento dominante del silencio. Por debajo de la anécdota (finalmente trivial en tiempos de dictadura: la detención y la cárcel por sospechoso de un inocente) surca por él un tema profundo, que es el de la incomunicación. Se cuestiona hasta el fondo el lenguaje, su opacidad, sus alcances, sus posibilidades y límites, su utilidad.

No obstante, su absoluta y descontada oposición a la última dictadura cívico militar de la Argentina, y el hecho de que por ella haya tenido que salir del país con su familia, y padecer el exilio, se equivocan quienes ven como “el tema” de esta novela el de la denuncia de la última dictadura. Octavio Prenz, maduro escritor como para caer en lo que ya es hoy un lugar común de la narrativa argentina, hace de aquélla el telón de fondo de los grandes problemas contemporáneos y permanentes de nuestra sociedad. Él recordaba a menudo la frase de Bertolt Brecht al terminar el nazismo: “¡Atención! Que el vientre que ha engendrado este monstruo está siempre embarazado”.

Pero, como nos mostraron los formalistas rusos, no debe confundirse “tema” con asunto, anécdota o argumento. El primero no suele estar expuesto sino componerse con todos los elementos del relato: personajes, punto de vista, procedimiento, ritmo, campo de descripciones y explicaciones, trama, lenguaje aplicable al texto de que se trata, silencios. Estos elementos entran con distinto peso y magnitud en cada texto, y es el juego y compensación de dichos elementos el que compone el tema. Es lo que permite pensar que, por debajo de la anécdota o del asunto (la persecución y represión de la última dictadura, en este caso) es el tema de la incomunicación el que recorre el camino de este libro, y el que deja en el lector su impronta. El lenguaje no basta, o más bien es insuficiente. Y, además, tiende a ser perjudicial, a confundir, a malversar, a contradecir, traiciona los propósitos de los hablantes, no dice “lo que se quiere decir”.

Desde las primeras páginas está planteado este cuestionamiento: “Las palabras suelen complicar las cosas, había pensado siempre Kreck” y casi enseguida: “los vecinos lo consideraban un hombre de pocas palabras y tampoco esto es cierto, pues era más bien un hombre de palabras necesarias que, a veces, podían ser muchas, y le digo necesarias porque cuando veía que hablar complicaba las cosas acudía al silencio o a las tantas conversaciones intrascendentes de cada día que, justamente por no enmarañar las cosas, se convertían en necesarias”.

 

La mujer, María del Rosario, reprocha la “casi extrema austeridad comunicativa” de su marido, y él mismo piensa que “exteriorizar sus emociones era para Rodolfo no solo un modo de violar su intimidad, sino un modo de imposición o de invasión en la vida de los demás”. Y sobre el final, en la instancia de la esperada “confesión”, que develará los enigmas tejidos hasta entonces: “El tantas veces presentido e indeseable momento ha llegado y Kreck comprende con una lucidez única que derivar la discusión hacia las palabras circunstanciales y superfluas, esas que nada dicen, pero nada complican y sirven para retomar el ritmo simple de la vida cotidiana, es un camino ya vedado para siempre”.

 

Aun así, intriga, y sostenimiento de la intriga, se impulsan a lo largo de toda la novela, sin que los enigmas lleguen a revelarse, más bien incorporándose a los grandes enigmas que recorren la realidad. Cuando, sobre el final, él se dispone a hablar con su mujer, forzado, presionado, duda si contar la verdad o dar una versión falsa de todo. El lector no sabrá cuál elige, presume que esta última, pero, de todos modos lo que queda consagrado son dos o tres enseñanzas de este narrador. Una, que la verdad y la mentira tienen la misma construcción verbal. Son una construcción y no se diferencian. Otra, que la palabra es ambigua y es opaca, y no se puede confiar en ella. Y, por último, que el silencio es un elemento esencial del texto, no es livianamente la falta de palabras sino la razón del texto mismo.

 

Fuente: Página 12
Por Mario Goloboff

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