“Ya faltaba poco para nuestra conversación más íntima. La agarraría con la mano izquierda, me colocaría a su izquierda, todo su lado izquierdo quedaría destrozado a agujazos. Le aplicaría los santos óleos de la aguja en todos los huecos que tuviera, y si no tenía bastantes, se los crearía. Pocos presos tuvieron derecho a tanto preparativo. Negro por todos lados, papeles negros colgando, capuchas para todos. Mis oficinistas, suspendidos de mis gestos, con la membrana de la tranquilidad desgarrada, iban a nacer por fin al paroxismo. Ya estaba Judith sobre la camilla, abierta como res. Me mareaban sus ondas nerviosas quebradas, yo era permeable a su chorro de miedo”. Las crudas palabras de la escritora tucumana Elvira Orphée pertenecen a la parte final de su novela La última conquista de El Ángel, uno de los primeros textos literarios en el descenso a los infiernos de la picana.
El libro, en efecto, recoge once cuentos sobre tortura escritos entre 1961 y 1974, y publicados bajo ese título –que corresponde al último cuento de la serie– en 1977. El texto de Orphée se publicó en Caracas aunque su circulación, por obvias razones de la censura militar, fue prohibida en nuestro país hasta 1984.
“Mientras escribía los episodios de la tortura, en gran parte provenientes de la imaginación y en pequeña, de crónicas periodísticas, me desalentaba comprobar que el simple hecho enunciado tenía una fuerza mucho mayor de cuanta pudiera alcanzar la literatura”, escribió Orphée en el prólogo, que recientemente reeditó la editorial Fondo de Cultura Económica junto a otra de sus novelas capitales, Aire tan dulce (1966).
Cruzar fronteras del espíritu como una forma de sacudir los contornos de la ficción. Así continuaba el prólogo: “Entiendo haber tratado de ir del hecho que se produce en una realidad tan exasperada, que por la misma exasperación de lo real traspone este plano y puede hacer que criminales se sientan partícipes de la divinidad, y que víctimas y victimarios se muevan en una especie de más allá del horror. La última conquista de El Ángel fue terminado en 1975. No se podía prever lo que vendría después de esta fecha, pero ni lo de después justifica lo de antes ni el horror en un determinado punto del planeta basta para legalizar el que se produce en otro”.
“Lo que resalta de la obra de Orphée es que se adelanta al menos dos décadas al interés literario de inspeccionar la mente del torturador y que reproduce con espeluznante precisión algunas características de la tortura y de la mente del victimario”, dice la investigadora Ana María Mutis, quien ha estudiado la obra de la escritora. Orphée vivió en Francia durante los 70 y fue asesora para Gallimard, donde editó a Clarice Lispector, Juan Rulfo y Felisberto Hernández.
La obra de Elvira Orphée (1922-2018) fue ignorada en su época aunque había sido elogiada por Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik e Ítalo Calvino por su manejo poético del lenguaje.
“Los escritores ganan premios y tienen sus patotas. Las escritoras, no”, decía la propia Orhpée, a quien Leopoldo Brizuela ubicaba junto a Silvina Ocampo y Sara Gallardo en la santa trinidad de la literatura argentina. A la exclusión como escritora por su condición de mujer, también estaba el hecho de haber nacido lejos de la cabeza de Goliat, suerte similar por la que pasaron otros tucumanos como Inés Araoz, Eduardo Perrone y Hugo Foguet.
Situada en el corazón de los años sesenta y ambientada en aquellos patios de aljibe, naranjos y “murmullos vertiginosos”, en Aire tan dulce una frase dice que la sangre no es inquietante por su color ni por su olor sino por su misterio.
“Quien a propósito hace brotar ese cauce de misterio es porque se siente todopoderoso, con una forma nefasta de poder”, decía la escritora tucumana. El mundo de las mujeres, el calor insoportable, los secretos, las viejas heridas y venganzas que no llegan a consumarse circulan como un magma de rencor en los personajes configurando un destino de violencia, dolor y hastío en el asfixiante universo de provincias.
Con modismos, inflexiones y climas de su Tucumán, en sus novelas surgen sombras y luces de pequeñas y frágiles existencias, bajo la imponente naturaleza y el sol recortado en el horizonte del cerro.
“Esta calle se extiende tristísima. A través de unos visillos se filtra una luz mortecina, en los ranchos las llamitas suben de algún bracero, en un potrero hay un burro. El pasto crece en esquinas sin alambrado. La tristeza es tan sólida como el frío, una especie de atmósfera. Rodea los ranchos, las calles barrosas, este anochecer desamparado y provinciano”, se lee en un fragmento de Aire tan dulce y en otro: “Las ganas de pelea de Aurora son inagotables. Tiene amigos en el infierno. Del infierno sale con ese pelo de fuego”.
Dos novelas para redescubrir a una escritora deslumbrante, entre un legado más extenso donde se encuentran sus libros de cuentos como Su demonio preferido (1973) y otras novelas como Basura y luna (1996) de una autora quizás más conocida internacionalmente que en su propio país, ganadora de las becas Guggenheim y la Civitella Ranieri.
“Quizás solo porque me estaba yendo para la vejez sin haber llegado a nada. Cosas de la vida. La vida lo sabe a uno más que uno mismo, y eso no hay que perdonárselo”, escribió en los textos que ahora se reeditan y ajustan cuentas con la mejor literatura.
Dos novelas: Aire tan dulce. La última conquista de El Ángel, de Elvira Orphée (FCE)
Fuente: Clarín
Por Juan Manuel Mannarino