Eso que el arte hace a las personas

noviembre, 2022
Comentario. Un libro reúne los ensayos que el filósofo Ricardo Ibarlucía dedicó a analizar cómo los artistas configuran el mundo simbólico.

Dentro de la variedad de las obras artísticas, algunas reclaman su celebración como obras maestras. “La Gioconda” es ejemplo insoslayable del arte consagrado. Y la pregunta sobre el porqué se atribuye maestría a ciertas obras, es timón de la reflexión en ¿Para qué necesitamos las obras maestras? Escritos sobre arte y filosofía, de Ricardo Ibarlucía, publicado por Fondo de Cultura Económica.

Su análisis del arte y las obras maestras también explora “La Madonna Sixtina”, de Rafael Sanzio; “La novia automática” de Marcel Duchamp en relación “al arte de las máquinas”; Paul Celan y la poesía después de Auschwitz, o el significado del origen de la frase del historiador Jules Michelet, “cada época sueña la siguiente”, que funge como epígrafe de unas de las partes de “París, capital del siglo XX”, de Walter Benjamin.

Las obras maestras se difunden en nuestra cotidianidad porque “urden la trama de nuestra vida mucho más de lo tendemos a creer”. En su origen histórico, las obras maestras surgen de la tradición artesanal en el Medioevo, como requisito para que un aprendiz sea reconocido como nuevo maestro.

En la modernidad, la noción de obra maestra se desplaza desde la corporación medieval hacia las bellas artes. En el Renacimiento, obra maestra ya no es la creada por el artesano sino por un artista imbuido de conocimientos de física, matemáticas y perspectiva. En el siglo XVII, bajo el amparo de las academias de pintura y escultura, se teje la noción de obras clásicas. Con el romanticismo, la maestría es reemplazada por el genio que da las reglas, ya no las recibe o repite desde una acusada pasividad.

La obra maestra moderna se constituye desde el ideal de la belleza artística. Así se plasma “el sueño de la obra maestra como manifestación del absoluto, producto de una perfección técnica incomparable”, que deviene “una religión secular del arte…. cuyo templo moderno es el museo”.

La crítica del arte pretende instaurar el canon. Pero en contra de esa pretensión, los movimientos del gusto pueden ser la fuerza determinante. Por eso, el autor acude al crítico literario británico Frank Kermode, en su análisis sobre “La primavera” y “El nacimiento de Venus” de Sandro Boticelli. Las obras del florentino fueron consagradas por la aceptación del gusto de un público entusiasta, más que por la ponderación crítica.

Y la obra maestra abre un campo afectivo. De ahí la importancia atribuida al Pathosformel, la “fórmula de pathos” o “empática” del historiador alemán Abi Warburg, que investigó la supervivencia del paganismo en el Renacimiento italiano. La “fórmula del pathos” es de imprecisa definición. Tras recorrer varias definiciones o interpretaciones posibles, el autor propone que las obras de arte actualizan las “fórmulas empáticas, entendidas como esquemas de conductas estéticas que vinculan fuertemente lo representado con un campo afectivo”.

Y el proceso de la modernidad atravesada por la reproducción técnica remite, de forma obligada, a la tesis de Benjamin sobre la pérdida de aura del arte contemporáneo. Pero la relación del arte con la técnica reproductiva destaca la “implementación”, como el publicar o difundir la obra luego de su ejecución.

El arte y las obras maestras como la sensibilidad, que es a su vez conocimiento de la realidad. La realidad siempre transfigurada por la fuerza artística.

Fuente: Revista Ñ
Por Esteban Ierardo

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