«Estamos en una sociedad pospatriarcal pero más machista»

junio, 2024
El psicoanalista Luigi Zoja y los cambios en la sexualidad del siglo XXI
En su nuevo libro, "La pérdida del deseo", el analista italiano asegura que la gente tiene menos sexo y se alarma porque ese hecho no constituye "un gran problema político-cultural".

Los tiempos posmodernos no necesariamente implican una mayor libertad en cuanto a la sexualidad. Sobre todo, en Occidente existe una tendencia que podría extenderse a todo el mundo globalizado: la actividad sexual está en constante disminución, en especial entre los más jóvenes. ¿Cuál es el origen de esta renuncia? ¿Cómo es posible que un fenómeno de tal magnitud tenga lugar en una sociedad que, gracias a la revolución sexual, parecía haberse liberado de tabúes y prohibiciones? Estas son las preguntas que intenta responder el prestigioso psicoanalista italiano Luigi Zoja en La pérdida del deseo (Fondo de Cultura Económica). La sexualidad, que ocupó un lugar central en el siglo xx, es uno de los indicadores de una sociedad abierta; sin embargo, para Zoja esta sociedad abierta no es todavía una sociedad libre. Los criterios válidos para definir la libertad son psicológicos, y la mente en el siglo XXI tiene más miedos que en épocas precedentes.

Luigi Zoja (Italia, 1943) ha llevado a cabo su práctica clínica en Zúrich, Nueva York y Milán, donde la realiza actualmente. Se licenció en Economía y posteriormente estudió en el C. G. Jung-Institut de Zúrich, donde además fue profesor. Entre 1984 y 1993 fue presidente del Centro Italiano de Psicología Analítica y desde 1998 hasta 2001 de la International Association for Analytical Psychology, que agrupa a los psicoanalistas junguianos de todo el mundo. En 2002 y 2008 recibió el Gradiva Award, un reconocimiento que se otorga en Estados Unidos a los ensayos sobre psicología más destacados. Entre sus obras, traducidas a catorce lenguas, se destacan Paranoia: la locura que hace la historia (2013), La muerte del prójimo (2015) y Los centauros. En los orígenes de la violencia masculina (2018), las tres editadas por Fondo de Cultura Económica.

¿Por qué en el siglo XXI la sexualidad, gran protagonista del siglo XX, podría encaminarse a su disolución como práctica e, incluso, como tema? Zoja esboza una respuesta ante el interrogante de Página/12: “Las informaciones científicas que tenemos todas apuntan en esa dirección. Un sexólogo, profesor universitario en Chile y que también ejerce en la Universidad de San Francisco, dice que las estadísticas en los países de habla hispana señalan lo mismo”, expresa el analista junguiano. “La información del gobierno británico, que es de las más completas, concuerda con esta disminución”, agrega.

Zoja se manifiesta “preocupado” con lo que pasa en Italia y los gobiernos de derecha: dicen que no nacen bastantes niños del país, como una manera de cuestionar a los migrantes. “Pero el problema es que, por ejemplo, Giorgia Meloni, actual presidenta del Consejo de Ministros de Italia, y los grupos populistas de extrema derecha dicen: ‘Tenemos nuevas tecnologías que llegan de Estados Unidos, como la maternidad subrogada y la fecundación in vitro’. Pero en Italia el 1% de los niños nacen con esa técnica. La enorme mayoría de los niños nacen de manera tradicional. Todo es muy conservador en ese sentido. No es la maternidad subrogada que cambia, sino que la gente hace menos el amor. Y no discutimos sobre eso, que tendría que ser un gran problema político-cultural. Siempre discutimos sobre problemas económicos. Hacer el amor no hace el producto bruto. No hay interés. Pero con los años esto tiene una influencia enorme sobre la calidad de vida; incluso, sobre la cantidad de la población. Es un problema esencial”, plantea el autor de Paranoia: la locura que hace la historia.

–¿En qué aspectos nota que el deseo sexual está prefabricado por el mercado?

–El deseo era un deseo que llegaba del interior con la pubertad y la maduración sexual de cada individuo, con algunos modelos, pero relativamente. Hace más de un siglo no había modelos. Y ahora todo llega por las pantallas. Los chicos no maduran su sexualidad con una experiencia gradual de aproximación al otro sexo, o en casos de la homosexualidad, al mismo sexo. No la maduran directamente ni gradualmente buscando el balance entre límites y prohibiciones que tienen que existir junto a las pulsiones. Simplemente llega todo al celular. Casi la totalidad de los varones y hoy en día una mayoría de las chicas miran imágenes pornográficas. Son imágenes prefabricadas y totalmente falsas.

–¿Por eso dice en el libro que si antes la pornografía imitaba a la actividad sexual ahora es la actividad sexual la que imita a la pornografía?

–O trata de imitarla y claro que no lo logra porque un adolescente de 15, 16 años que busca su primera experiencia sexual y mira en la pantalla a esos «King Kong» de dos metros y con una erección de 24 horas, los siete días por semana, claro que va a ponerse aun más tímido e inhibido.

–¿A qué atribuye la renuncia al sexo y el aislamiento individual en el mundo de la virtualidad?

–Uno tendría que hablar de todo el mundo. Al principio, la digitalización ayudaba enormemente a la información, pero muy rápidamente se volvió en su contra. En los años ’90 ya se empezaba a estudiar lo que se llamó «La paradoja de Internet»; es decir, al principio, aumentaban nuestras informaciones, era una maravilla y, en lugar de tomar el avión para ir a la Biblioteca Central Británica de Londres, yo podía ver el catálogo en mi computadora, con lo que me ahorraba un montón de tiempo y de dinero. Pero esto fue en los primeros años de los ’90. Luego, aumentaron las informaciones y como tenemos un cerebro humano y funciones humanas, pasado un umbral, que puede variar pero que es muy humano, aumenta la confusión.

–En relación eso, ¿usted piensa que las parejas están disponibles en forma de mercancía, aunque sean gratuitas?

–En ese sentido, estoy bastante de acuerdo que hay demasiada mercantilización de la sexualidad. La sexualidad tendría que ser una de las formas de comunicación y de socialización. Y, particularmente en la adolescencia, la más inmediata y la más importante. Cuando todo se vuelve artificial y tecnológico, por el contrario contribuye a la no socialización, a la virtualización y al asilamiento de las personas. En ese sentido, uno tiene que entender mejor las estadísticas. Algunos de los sitios del gobierno norteamericano están hechos para educar –de manera un poco puritana– a los jóvenes, a los adolescentes. Antes, había muchos embarazos no deseados en las chicas menores de edad y particularmente en adolescentes afroamericanos, en los sectores más pobres. Ahora, está bajando enormemente. No es solo una buena noticia, porque es solo el resultado del hecho que los adolescentes se quedan en casa y realizan su sexualidad, como hace medio siglo, con la masturbación. Y con la masturbación una mujer no queda embarazada. No es el progreso necesariamente.

–¿Por qué cree que se llegó a una instancia donde hay libertad de palabras pero cautiverio del cuerpo?

–Es así. Las leyes en Europa Occidental, Norteamérica y América latina nos ofrecen más y más libertades. Eso es verdadero, pero la educación de la libertad es otra cosa. Hemos sido liberados por leyes más modernas, eso es verdad. Que eso signifique estar más libres no es automático. Por el contrario, con la educación «horizontal» que llega de los coetáneos y de las redes sociales no es en la mayoría de los casos una verdadera educación: es una influencia. Hablamos de influencers, pero no de educadores.

–En vez de cuestionar la tecnología, ¿no se debería usar la tecnología al servicio de la educación?

–Claro que sí. En Italia, el único diario en papel que me llega a casa es el The New York Times, que todavía tiene sentido leer. Ayer, había un artículo sobre el efecto de digitalización en la educación, ya sea primaria, media o superior en Estados Unidos. Prácticamente, la totalidad tienen pantallas, pero tienen menos relaciones con sus profesores y esto se está evaluando. Se está agotando la relación con los profesores. No es suficiente poner más plata en las pantallas.

–¿Por qué si hay más posibilidades sexuales ahora en cuanto a propuestas hay menos felicidad?

–Seguramente tengo una opinión crítica de nuestra posmodernidad y de los excesos de la tecnología porque siempre subrayamos e invertimos en la crecida tecnológica y económica y dejamos de lado la crecida humanística. Esto falta. Y se quiebra la relación vertical. Por la crisis de la paternidad, estamos seguramente en una sociedad pospatriarcal, pero mi opinión es que no estamos en una sociedad más balanceada y más matriarcal. Estamos en una sociedad más machista; es decir, del macho agresivo y competitivo. Por lo menos, el padre tenía objetivos, tareas, educación. El macho, en contraposición al padre, es el que busca resultados de corto plazo. En las últimas décadas, con el pasaje del 1900 al 2000, particularmente en Italia, el fascismo anticipó otras tendencias de todo Occidente: las malas, claro, con Berlusconi, que anticipó lo que se llama la pospolítica. El sociólogo y politólogo inglés Colin Crouch conceptualizó la pospolítica, empezando con Berlusconi. Y yo hablé del neomachismo de nuestro siglo, que va con esta pospolítica. Berlusconi transformó la televisión y la prensa, algo que era de bastante buena calidad, en algo muy estúpido donde solamente se muestran chicas, no en porno porque no se puede, pero en soft. Y eso no aumenta la felicidad: es una cosa de mercado que no tiene nada que ver con las necesidades del ser humano.

–¿Por qué usted dice que la historia de la liberación sexual puede manifestarse en ciclos?

–Porque todo se manifiesta en ciclos. Pueden ser tendencias de largo plazo, si es un desarrollo que en los siglos sigue en cierta dirección, o bien es algo que se da en ciclos. Y la sexualidad siempre se ha dado en ciclos. Estaba muy libre en la antigüedad griega y romana, después con el cristianismo se volvió muy estricta, hasta la Eda Media extremamente estricta, después con el Renacimiento fue liberada más y más hasta el 1700, donde hubo mucha libertad. Y en el siglo XIX otra represión con la afirmación de la moral burguesa de las clases medias de Occidente, que correspondió a liberaciones político-económicas, crecimiento en parte; pero con sus límites político-culturales otra vez se dio la represión de la sexualidad y de la mujer. Los hombres tenían el derecho de ir con prostitutas y eso nos dejó una sexualidad muy unilateral al final del 1800, principios de 1900. Y eso provocó los primeros estudios laicos, circulares y científicos de Freud sobre la sexualidad. Y después, una liberación.

–Hablando de este siglo, ¿por qué la comunicación digital se ha vuelto el sector colateral más importante de la sexualidad?

–La tendencia de las jóvenes generaciones es salir menos de casa. El principal fenómeno psicopatológico del siglo XXI es el llamado «síndrome de retiro», con los jóvenes que se quedan en casa. Aun los que tienen las mejores notas en la escuela secundaria y en la universidad pagan grandes cantidades para ver las clases y se quedan en casa. Eso, como decía, corresponde a una disminución de la actividad sexual. Por ejemplo, yo no observo solamente a mis pacientes en su individualidad sino también la sociedad (el psicoanálisis se volvió demasiado individualista, como todo). Trato de tener pacientes de todas las edades. Tengo tres jóvenes: uno de 19, uno de 23 y otro de 24. El de 23 años en la última sesión me dijo: «Estoy contento de darle una buena noticia. Con mi novia en el fin de semana finalmente hicimos el amor». No amaba su cuerpo. Ese es el problema. No hay aceptación del cuerpo. Como todo es digital y los cuerpos son artificiales y perfectos no hay aceptación, particularmente de las chicas. Y este chico hacía más de un año que dormía con su novia y no pasaba nada. Lo cual, a los 23 años es bastante extremo. Pero no quería.

–¿Por eso es que señala en el libro que los adolescentes actuales no quieren volver a las prohibiciones de mediados del siglo XX pero no logran disfrutar de su libertad?

–Sí, no son capaces de disfrutar la libertad probablemente por exceso de libertad. Es como el consumismo: cuando nos ofrecen demasiadas cosas, después no hay una mayor satisfacción. Todas las pesquisas demuestran que se pasa fácilmente un umbral y no hay más elección de satisfacción, sólo hay confusión. De la misma manera, lo mismo pasa con la sexualidad.

–¿Qué vigencia tiene para la frase de Erich Fromm, que usted reproduce en el libro: «El amor no es la consecuencia de una adecuada satisfacción sexual, sino que la felicidad sexual es una consecuencia del amor»?

–Para mí, es un poco el lado sentimental, comercial y divulgativo de Fromm, no tanto lo cultural y científico. Es un poquito exagerado y un poquito sentimental, pero al mismo tiempo hay una verdad y se refiere a lo que yo decía antes de que el sexo se vuelve demasiado comercial. Tendría que volver a buscar su correspondencia con los afectos, con el amor en el sentido más primario.

–¿Por qué define a la sexualidad como un termómetro inconsciente de la sociedad en que vivimos?

–Porque no se estudia bastante, pero estudiándola podemos ver al interior de la sexualidad una concentración de los problemas, de las unilateralidades, de la falta de balance de nuestra sociedad occidental, de su consumismo.

–¿Por ejemplo?

 

–Hace treinta y pico de años, con la caída del Muro de Berlín, cambiaron muchísimas cosas, en el sentido de la política. Pero también en las vidas privadas hay algo muy interesante e importante que no se subrayó bastante, más específicamente en todo el bloque de los países de Europa del Este, que pasaron de ser prácticamente colonias de la Unión Soviética a su independencia. En el caso específico de la Alemana Oriental, como se fusionó con la Occidental, hemos tenido con los ’90 informaciones de las mejores universidades que permitieron comparar la vida sexual de la familia alemana media de las dos sociedades. Los de la sociedad oriental tenían una calidad de vida muy baja porque todos quería el televisor y era muy difícil conseguir, y había una lista de espera. Pero tenían otras cosas: las mujeres tenían dos veces más orgasmos que las de la Alemania Occidental. Uno dice: ¿por qué? El tipo de vida era muy diferente: la mujer y el marido llegaban a la casa a las cinco de la tarde porque el trabajo era estatal, no se podía ir a una cena o al teatro o al cine porque había poquísimos y todo era propaganda del partido. Entonces, se quedaban en casa.  Y quedándose en casa juntos hacían lo que desde milenios hacen hombres y mujeres. Y los de la Alemania Occidental llegaban a  su casa muy tarde porque tenían que pagar las cuotas del coche y del segundo coche para la mujer. Era un nivel de vida muy bueno, con una segunda casa para vacaciones. Entonces, trabajaban muchísimo. Pero había menos lugar para la intimidad.

Fuente: Página 12
Por Oscar Ranzani

Añadir al carrito

Sumate a FCE

Suscribite y conocé nuestras novedades editoriales y actividades antes que nadie, accedé a descuentos y promociones y participá de nuestros sorteos.