En 2022 Laura Malosetti Costa (Montevideo, 1956) publicó Retratos públicos, un libro donde explora los cuadros e imágenes de personajes latinoamericanos del siglo XIX que persistieron en la memoria de los pueblos, algunos hasta convertirse en el rostro mismo de la naciones donde actuaron; Artigas, Bolívar, San Martín, Juana Azurduy, Miranda, entre otros. Con ese impulso otorgado por el trabajo bien hecho (Lévi-Strauss lo equipara a la panza llena y el amor correspondido como claves de la dicha), ahora presenta una investigación similar, dedicada a personajes populares argentinos del siglo XX que se proyectaron “saltando fronteras y convocando universos de valores y de sentidos que se vieron encarnados en sus figuras y trascendieron incluso sus biografías”. El resultado es Íconos argentinos, un tan potente como pequeño volumen (92 páginas en 11 x 17 cm) dedicado nada menos que a Evita, el Che, el Diego y Messi.
Malosetti dista de ser una improvisada. Doctora en Historia del Arte, académica de número en la Academia Nacional de Bellas Artes, investigadora principal del CONICET, docente universitaria, es reconocida internacionalmente por la vasta producción de su competencia. Áreas de labor en permanente expansión temática y metodológica, dialogan con la historiografía no menos que con otras ciencias sociales. En esta oportunidad la autora construye su eje en torno al carácter icónico de tales representaciones, por encima del tratamiento de las respectivas imágenes, a fin de adentrarse en su persistencia temporal. Se aboca a las configuraciones visuales “que con un golpe de vista dicen cosas mucho menos precisas que las palabras pero que tienen la capacidad de impactar nuestra sensibilidad e instalarse en la memoria afectiva”. Remonta tal dispositivo a la tradición religiosa según la cual es en la figura material “donde reside la presencia” de la entidad sagrada venerada. Fuente, por otra parte, de la “era de la imagen” actual, donde se vincula el personaje “con esos poderes tan difíciles de asir con precisión”, ya no en el sentido religioso sino metafórico.
En este aspecto, Malosetti distingue la devoción popular en situaciones en que ha sido perseguida y censurada —como con Evita y el Che— , con lo que sólo se logro potenciarlos; de los nuevos héroes, ídolos deportivos —Diego y Lionel— “de trascendencia cuasi planetaria”. Para ambas categorías analiza el poder de esos retratos icónicos “condensando tendencias y sentimientos colectivos, como imágenes reconocibles a la distancia y constructoras de vastos y tal vez todavía poco definidos universos de sentido” diversificado. Mientras los dos primeros representan ideales sociales y políticos, la preeminencia de algunos retratos sobre otros evocan universos de ideales sostenidos en su estatura heroica, en tanto los ídolos deportivos representan la transformación hacia una renovada tradición sustitutiva del héroe individual, sin detrimento del ídolo singular, indicio “de nuevas masculinidades: algo híbridas, algo diferentes de los modelos heredados”.
“Una mujer en las más altas posiciones de liderazgo y poder resulta aún algo incómodo y hasta intolerable para amplios sectores de la opinión pública mundial. Sin embargo,, la fascinación que despertó Evita persiste y tal vez no conozcamos sus alcances”. Caracterización, por cierto extrapolable, hace hincapié en el “derecho de las mujeres pobres a la belleza y al goce, a la felicidad y los placeres que aparecían reservados (…) solo a las mujeres de clase alta”; sumándose a las reivindicaciones conocidas. Funda en este aspecto el minucioso cuidado “de su apariencia como un aspecto esencial —y coherente— de su propio pensamiento político”. Malosetti ilustra tal factor mediante el retrato al óleo del artista francoargentino Numa Ayrinhac, destruido en 1955, no obstante perdurable en la memoria popular al haber engalanado la tapa de las primeras ediciones de La razón de mi vida. En el mismo andarivel la autora instala otro óleo de Ayrinhac, de 1948, el que muestra a Evita y Perón vestidos de gala y sonrientes. Asimismo destaca la fotografía emblemática de los años ‘70 popularizada como “la Evita montonera”, obtenida por Ponélides Fusco un día de 1958 en la quinta se San Vicente.
Como con los restantes personajes icónicos explorados a partir de sus imágenes, la autora despliega un riguroso marco de referencia histórico y semiológico, cuya profundidad amplía las resonancias y construcciones de sentido operantes en la cultura popular. Con un nutrido bagaje de analogías y coincidencias con Evita, la iconografía del Che Guevara pivotea sobre un par de imágenes: la fotografía del cadáver captada por el reportero boliviano Freddy Alborada y la tomada por Alberto Korda el 5 de marzo de 1960 en La Habana; el Comandante, hermoso, con la mirada en el futuro, expresión severa y la estrella de cinco puntos en la boina. Considerada la foto más reproducida de la historia, aún en sus aplicaciones más banales, la autora subraya cómo “brinda nuevos significados, mínimos, distintos, y enriquece sus implicancias”.
De D10S todo se ha dicho porque siempre resta algo por decir. Circunstancia que dificulta elegir no una, al menos un puñado de imágenes. Malosetti rescata “una continuidad con la tradición iconográfica de los héroes singulares: las figuras que alimentaron la imaginación”, un “paradigma de masculinidad criolla en el fútbol que tenía más de arte que de máquina, una masculinidad híbrida hecha de inmigrantes y de criollos, de ‘pibes’ en los ‘potreros’, libres y desobedientes”. Repasa la autora una sucesión de monumentos, por lo general inspirados en fotografías, con o sin pelota, elevando la mirada como el Che, en gesto napoleónico, dotado de aureola, siempre en alusión a sus ideales, reminiscencias del antiguo atleta griego lanzado a la carrera. Se detiene muy en particular en el calco del pie izquierdo del David de Miguel Ángel emplazado en Villa Fiorito a orillas de Riachuelo, merced a los artistas Fernanda Laguna y Roberto Jacoby: un “monumento al zurdo de Villa Fiorito. A la belleza de su juego, uniendo los puntos más altos del canon del arte y el canon popular del pibe que llegó a ser dios”.
Finalmente, respecto a Lionel Messi, Laura Malosetti Costa reconoce que “tal vez sea demasiado apresurado reflexionar sobre su imagen como ícono de un nuevo modo de pensar al héroe contemporáneo”. No obstante, cede a la tentación de analizar el fenómeno a partir de su estilo, también de una masculinidad híbrida, pero diferencial respecto a Maradona. Recorta las escenas fijadas en ocasiones triunfales elevando los brazos en homenaje a su abuela Cora; “dialoga con quienes ya no están (dicen que desde la muerte de Maradona también lo saluda y le agradece cada gol) dirigiéndose a lo alto y a la vez a las multitudes de las tribunas”. Junto con la figura ritual, congelada cuando besa el objeto sagrado: la copa, se postula en tanto intermediario entre la esfera divina y las multitudes, “establece un diálogo con el pasado y el presente, dialoga como un intercambio de felicidad por un instante, como director de una orquesta de festejantes o como intermediario con el más allá”. Resonando en otra cuerda, refiere el célebre momento perpetuado por infinidad de memes, del “¿Qué mirás, bobo? Andá p’allá, bobo”, al impertinente jugador de Países Bajos; reivindicación del “héroe de la resistencia, construido a pinchazos y sufrimientos fuera de su patria”.
Un código QR en la portada de cada sección dedicada a cada uno de los personajes, envía a un sucinto catálogo de las obras e imágenes referidas en el texto. Eficaz y económica gentileza, permite al lector observar en su propio tiempo buena parte de las representaciones aludidas. Conjunto que hace de Íconos argentinos un compacto breviario didáctico, expositivo y analítico de la producción social de significaciones, siempre superadora de la estricta materialidad, donde se expresa la sensibilidad y el ingenio populares, a menudo menospreciadas por los canones culturales enquilosados.
Fuente: El cohete a la luna
Por Jorge Pinedo