Gustavo Nielsen es escritor y arquitecto. Al principio de su carrera posaba un poco la relación entre esas disciplinas. En algún momento empezó a notar que no tenían tanto vínculo como creía, pero ahora esos caminos volvieron a cruzarse. «Creo que ahora hay más correspondencia. Me doy cuenta de que si no dibujo las cosas, no las entiendo. Para contar detalles tengo que inventarlos antes en el dibujo», explica quien acaba de publicar la novela Los mundos anteriores (Fondo de Cultura Económica).
La operación es significativa en la construcción de un texto que puede leerse como una novela de ciencia ficción, aventura, humor o fantasía pero que, después de todo, es una historia de amor entre P y Nane, una pareja que vive en un futuro cercano (Buenos Aires del 2050) y decide viajar al pasado (Lewellyn Park de 1919) para curarse de una nueva mutación de cáncer que ataca a la humanidad: el hanta. Nielsen se enfrentó al desafío de diseñar mundos desde cero también en el plano literario: «Es un invento Villa Tesla y también Lewellyn Park porque, a pesar de que la ciudad existió, no hay ni un solo plano. Lo único que encontré fue una postal en Internet y me basé en las ideas del crecimiento de las ciudades en Estados Unidos que, por lo general, son lineales. Las nuestras son de cuadrícula, diseñadas alrededor de una plaza».
-En la novela hay varios objetos inventados como los pañuelos, que cumplen una función similar a la de los celulares. ¿Cómo surgió eso?
-La idea del pañuelo blando es del arquitecto argentino Emilio Ambasz. Él desarrolló una gran cantidad de objetos cotidianos pero siempre les daba una vuelta. Me quedó grabado algo que vi en los ’80: él había inventado un walkman de tela en el que la rigidez la daba el propio cassette. Eso era interesantísimo porque la funcionalidad era la misma pero no se necesitaba una textura rígida. Ese dispositivo se parecía a un pañuelo. Hace poco volví al libro de Ambasz y entendí que esa idea vino de ahí.
-Además de estos elementos imaginados aparecen personajes históricos que tuvieron disputas similares a las de la novela, ¿no?
-Sí. Esa guerra de la electricidad efectivamente se dio entre Edison y Tesla. Las enciclopedias de Jackson o Codex ni lo nombran a Tesla, es como si no hubiera existido; de Edison hay páginas y páginas. Ahora eso cambió: hoy es mucho más importante Tesla que Edison. Yo llevé eso al máximo y pensé en la guerra de la electricidad a partir de la guerra del libro; este es un objeto central que atraviesa toda la historia.
Nielsen recuerda una exposición de Fundación Telefónica sobre tres coetáneos: Edison, Tesla y Houdini. «De chico hacía prestidigitación y Houdini era mi ídolo. Edison vivía en esa especie de Sillicon Valley del pasado, un lugar donde vivían comerciantes que hoy son apellidos conocidos como Colgate o Westinghouse, quienes patentaban inventos. El futuro es pura invención pero planteé una comparación entre dos modos de vivir: uno muy parecido al que tenemos ahora y otro en el que la técnica cambia casi todo», explica. En Los mundos anteriores los personajes históricos conviven con versiones ficticias de sus amigos; varios son mencionados en los agradecimientos, entre ellos la escritora Ana María Shua (en la ficción Anmarie Shuít, speaker de unas curiosas ceremonias de recibimiento para los viajeros temporales llamadas Welcome).
El proceso creativo fue novedoso porque nunca había utilizado gente real. Primero buscó frases célebres de ambos: de Tesla no hay tantas; de Edison, muchísimas. «Cuando las saqué de Internet ya estaban fuera de contexto, las usé en diálogos pero no alcanzaba para terminar de armarlos, no lograba dar con su personalidad, entonces decidí utilizar la grieta actual: Tesla es progre y Edison es fascista, como los tipos horrorosos que hoy nos gobiernan. Esa época de Estados Unidos era muy liberal y los barrios cerrados como Sillicon Valley suelen reunir a gente de la clase dominante muy ligada a ese capitalismo salvaje. Se hacen los progres pero no lo son».
Bryan Johnson es un empresario estadounidense conocido como el «hombre Peter Pan». Tiene 47 años y toma 100 pastillas al día para llegar a los 200 años con vida (y un cuerpo joven). Tiene un equipo de 30 médicos, controla obsesivamente cada uno de sus órganos y gasta 2 millones de dólares al año para cumplir ese objetivo. Su caso expresa la obsesión cultural contemporánea por alcanzar la «juventud eterna» y corregir lo irreversible: el paso del tiempo. El leitmotiv de la novela partió de un suceso íntimo: «Un amigo muy cercano, el Sapo (Alejandro Sapognikoff), murió de cáncer y cuando estaba mal se me ocurrió esta idea: una máquina del tiempo para salvar a alguien que está mal, para hacer esa corrección y viajar a otro lugar donde no exista ese peligro», comenta.
El autor imaginó una empresa llamada Morel que vende viajes en el tiempo para curarse del hanta (lo que viaja al pasado es un avatar de 30 años que conserva la memoria biográfica); hoy esa invención no resulta tan alocada porque la biotecnología explora cómo transferir lo biológico a lo digital. Por otra parte, la novela plantea una dimensión afectiva de la tecnología, algo que hoy aparece en casi todos los debates sobre IA y transhumanismo. «Me encantaría tener eso. Antes jugaba al ping pong mucho mejor porque era más elástico. Si llegara a tener la misma inteligencia que ahora, todo lo que aprendí sobre seducción y literatura pero en un cuerpo de 30… sería extraordinario. Lamento que mi cápsula espacial se esté deteriorando a los 62 años«.
Sentado en el rincón de un bar notable bastante ruidoso, Nielsen dice que también le gustaría disponer de una tecnología como la que imaginó para el restaurante Armenia del futuro, donde cada comensal programa las condiciones ideales de ruido, temperatura y ambientación. Sin embargo, también reconoce: «Ahí la dimensión social no existe; acá aparece el azar porque veo gente que pasa, escucho conversaciones ajenas, si aparece alguien que conozco puedo saludarlo. La ciudad del pasado tiene ese elemento azaroso que es lindísimo. En Villa Tesla, la ciudad del futuro, eso no existe».
El autor empezó a leer sobre viajes en el tiempo y advirtió que «muchos físicos, matemáticos e intelectuales tuvieron alguna teoría al respecto, la escribieron, la discutieron entre ellos y sacaron conclusiones». En esta novela que él define como «muy capitalista» desfilan Tesla, Edison y Houdini, escritores como Stevenson, Verne, Bradbury, Borges y Bioy Casares, y físicos como Hawking o Rovelli. En relación a la actual coyuntura, Nielsen piensa la ficción como «un refugio» y dice: «Quiero huir de todo lo que está pasando. Es difícil competir con la realidad. Pienso en revista Barcelona, que en alguna época me hacía reír por el absurdo de lo que decía y ahora esa es la realidad. Era divertido leerlo en una revista de chistes pero vivirlo es tremendo. Hoy uno está muy atento para marchar, firmar manifiestos, apoyar causas y salvar a sus amigos».
Fuente: Página 12
Por Laura Gomez