Fuente: La vanguardia digital
Autor: Fernando Manuel Suárez
Hernán Confino, Doctor en Historia por la UNSAM y becario posdoctoral del CONICET, forma parte de una prometedora nueva generación de historiadores e historiadoras que, desde distintas universidades y grupos de investigación, vienen indagando nuestra historia reciente. Difícil de delimitar, la historia reciente suele presentar algunos desafíos peculiares: convive de forma estrecha con otras ciencias sociales y, al mismo tiempo, se nutre y confronta con una cantidad ingente de producciones periodísticas o testimoniales. Por supuesto, no todos los temas despiertan idéntico interés, ni generan las mismas polémicas.
De entre todas esas temáticas y problemas, Confino se ciñó sobre uno particularmente espinoso y controvertido: la Contraofensiva de Montoneros. La Contraofensiva: el final de Montoneros (Fondo de Cultura Económica, 2021), resultado de su investigación doctoral, es un libro tan minucioso como ameno, en un delicado equilibrio entre las rigideces que impone a veces el trabajo académico (referencias bibliográficas, aclaraciones metodológicas, el detalle de las fuentes documentales, etcétera) y los desafíos que presenta un tema que puede resultar de interés para un público más amplio (interés que se vio reflejado en la atención que diferentes medios de comunicación le prestaron al libro tras su publicación). Un acontecimiento forjado en el exilio en base a un peculiar diagnóstico político, signado por la lógica militar que caracterizó a Montoneros desde su fundación, pero en nuevas circunstancias. Confino evita las lecturas dicotómicas entre dirigencia y militancia o, también, entre la lectura heroica y la cínica. Por el contrario, muestra una multiplicidad de experiencias, motivaciones y desenlaces, da cuenta de tensiones, discusiones y disidencias. No todo se explica por el fracaso final, pero tampoco todo se puede teñir de heroísmo.
En un largo intercambio con La Vanguardia, Hernán Confino nos invita a recorrer con él los intersticios del trabajo del historiador, sin ocultar las dificultades ni las limitaciones. Estudiar a Montoneros y, en especial, la Contraofensiva implica indagar sus especificidades y matizar versiones arraigadas, al tiempo que se cuestiona el excepcionalismo de la experiencia y se la pone en contexto. El mayor desafío, no obstante, es desarmar el relato teleológico que supone que el final de Montoneros y el fracaso de la Contraofensiva eran inevitables y, tal vez, de ningún otro modo que ese.
¿Cuán difícil es para un historiador confrontar con la «leyenda heroica», que enfatiza el utopismo y la convicción, o la «leyenda negra», que exalta el irracionalismo y la violencia? ¿Qué recaudos hay que tomar? ¿Qué lugar ocupan estas versiones en el testimonio de los propios actores o en las interpretaciones académicas?
El principal recaudo, a mi entender, es la historización. A lo largo del libro busqué caracterizar las diversas posturas planteadas por los protagonistas del proceso, dar cuenta del momento de surgimiento y de su mutación a lo largo del tiempo. Estas miradas son, como todas, históricas y se tejen en una relación con el contexto que limita y potencia lo que es socialmente pensable, decible y audible en una época. Tal como vos planteás, Fernando, y dejando de lado los matices, las miradas más prevalentes sobre Montoneros, y sobre la Contraofensiva en particular, se han organizado en un antagonismo claro. Por un lado, una postura más empática, que rescata el compromiso y los valores de la generación que protagonizó la radicalización política y busca mantener un relato fuertemente identitario en el presente. No hay críticas fundantes al accionar pretérito. Esta mirada nace en la segunda mitad de la década del 90, como reelaboración a la luz del fracaso del neoliberalismo en la Argentina y como contracara de las políticas de indulto. Por el otro lado, una postura fuertemente crítica, que analiza las experiencias revolucionarias desde las coordenadas de la democracia recuperada en 1983 y, por eso, condena no sólo el resultado de los proyectos político-militares si no también sus métodos e intenciones. En este punto, esta mirada crítica tiene dos modulaciones principales: en una de ellas, las y los militantes de Montoneros habrían sido meras víctimas de sus dirigentes. En la otra, habrían compartido su enajenación.
Estas miradas, o estos modos de mirar, lejos de estar compartimentadas en los registros testimoniales, han tenido numerosas expresiones en variados registros, periodísticos, ensayísticos y académicos. Para lidiar con estas posiciones polares («leyenda heroica» y «leyenda negra», como decís) intenté adoptar un registro que no cediera ni a una recuperación épica ni a una mirada condenatoria de la experiencia en revisión: ambas posturas se hubieran dado de bruces con el mandato de la crítica que precisa cualquier texto histórico. Por otra parte, busqué precisar la demarcación de las categorías utilizadas por los protagonistas para evocar sus experiencias, de las utilizadas por mí para analizarlas. En esas categorías se observan los propios posicionamientos de quienes las utilizan. Finalmente, busqué diferenciar cuáles eran los sentidos históricos que deseaba examinar, la historia de Montoneros y la Contraofensiva, de aquellos otros que se habían ido conformando y transmitiendo por diversas capas de la memoria social y que respondían, sobre todo, a posicionamientos políticos en el presente antes que a un interés reconstructivo sobre el pasado.
Es una gran pregunta, Fernando. En principio, evité pensar al exilio como una categoría o una experiencia autoevidente. Al igual que sucede con la Contraofensiva, si bien el significante “exilio” es común a todas las evocaciones, su significado difiere. Por eso ameritaba la interrogación histórica de estos últimos.
En sus extremos se ubican, por un lado, quienes no se sintieron exiliados ni siquiera en el extranjero, puesto que consideraban que se encontraban en la retaguardia de la lucha, momentáneamente fuera como parte de la llamada «retirada estratégica». En el otro extremo, el grueso de las experiencias reconstruidas por la historiografía del último exilio político argentino, cuya trayectoria más usual, en caso de persistencia del compromiso político, fue la de la autocrítica y la adopción de una mirada que rescataba la democracia y descreía de la política revolucionaria, de sus medios y de sus fines. Sin embargo, en medio de esas trayectorias polares se ubican muchas otras: por ejemplo, quienes, sin renegar de la pertenencia a una organización armada y, por ende, de la legitimidad de los métodos violentos frente a la dictadura, se orientaron a realizar los sentidos no armados de las política de Montoneros, conformados por la solidaridad con los connacionales exiliados y la denuncia de los crímenes de la dictadura.
En todo caso, las profundas diferencias analíticas entre dos modos de concebir la política (esto es, un paradigma revolucionario que de a poco se apagaba o una mirada más democrática y humanitaria que terminaría imponiéndose a lo largo de la década de 1980) se expresaron de un modo más lábil en el proceso histórico, entre 1976 y 1980. En el caso argentino, podemos pensar que la experiencia de la Contraofensiva fue excepcional, sobre todo en lo atinente al regreso organizado para combatir a la dictadura. Pero si posamos la mirada más allá del caso argentino y contemplamos otros ejemplos latinoamericanos, veremos que esas salidas, reorganizaciones y retornos también las llevaron a cabo, por ejemplo, el MIR de Chile o el MLN-Tupamaros de Uruguay.
Creo, en todo caso, que hay que abandonar los modelos explicativos unívocos y omnicomprensivos, que consideran al exilio como un trayecto unidireccional que va desde el abandono de los ideales revolucionarios hasta las autocríticas y la resignificación de sus prácticas en torno a la democracia y la vigencia de los derechos humanos. Si bien esta ha sido la dinámica prevalente, la persistencia de exiliados y exiliadas que continuaban pensando el proceso político como revolución nos llama la atención sobre las complejidades de este tipo de generalizaciones. Estoy más cerca, por eso, de proponer una revisión de la mirada esquemática de la experiencia del exilio que pueda albergar la heterogeneidad de trayectorias que aunó en su seno.
Un gran aporte de la historiografía sobre la historia reciente es discutir las periodizaciones, en especial cuando se tornan demasiado rígidas. Tu trabajo parece mostrar un solapamiento de temporalidades que muestran una prórroga de ciertas lógicas, como se dice vulgarmente, «setentistas»: ¿la Contraofensiva fue una continuación de la dinámica política «setentista»?
Sí, totalmente. Discutiría la idea de “prórroga” o “continuación” porque implican determinadas hipótesis apriorísticas que muchas veces no se encuentran enunciadas. ¿Cuándo terminó la década del setenta? ¿Cuándo lo hicieron los proyectos políticos alumbrados durante los llamados “largos sesentas”? Son todas preguntas valiosas para caracterizar aquellos años. El solapamiento de temporalidades que observás, tomando la ya trillada caracterización de Gramsci, puede interpretarse como ese momento en que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo está feneciendo. Es un momento rico para el análisis. De todos modos, para la investigación, intenté tomar distancia de los resultados políticos de la experiencia, muchas veces ubicados como premisas explicativas del desarrollo del proceso histórico. Puedo afirmar que la Contraofensiva fue parte de la “época”, en el decir de Claudia Gilman, setentista.
Otro aspecto interesante que muestra tu libro es la dimensión internacional que atraviesa la política en esos años de diferentes formas: las diferentes experiencias de exilio y las relaciones con los actores de los países de acogida, las estrategias trasnacionales de coordinación represiva o, finalmente, la relación de Montoneros con experiencias como la revolución en Nicaragua: ¿Qué importancia tiene esta dimensión en tu lectura? ¿La internacionalización política es un producto de la Guerra Fría o en esos años toma un cariz diferente?
Sin dudas, el contexto más amplio en el que se enmarca la experiencia que reconstruí es el de la guerra fría y, por ello, las caracterizaciones de ese proceso son centrales para entender las motivaciones de los actores en estudio. Todavía Firmenich podía profetizar a fines de la década de 1970, luego del triunfo sandinista, que la década del 80 sería “la de la liberación de los pueblos del Tercer Mundo”. En este sentido, y como lo ha trabajado Aldo Marchesi, es fundamental la dimensión internacional de la política que se da por aquellos años y que, en el caso de las organizaciones armadas latinoamericanas, se encuentra motorizada tanto por el intento de huir de la represión estatal como por el de construir una revolución continental o una solidaridad transnacional. En el caso de Montoneros, sus alianzas se tejieron tanto con la socialdemocracia europea, aliada en los foros de denuncia, como con algunas organizaciones revolucionarias, como la OLP y el FSLN, con vínculos más estrechos en cuestiones de recursos y logística.
En este punto, y considerando la dimensión transnacional del proceso y los actores históricos, podría replantearse, incluso, la categoría misma de guerra fría para pensar aquella época. Si bien alcanza para mostrar el enfrentamiento latente entre la hegemonía estadounidense y la soviética, la categoría no logra dar cuenta de los cuantiosos enfrentamientos armados (que distaron mucho de ser “fríos”) que se produjeron en distintas porciones del mundo colonizado y en vías de desarrollo. Sin dudas, las experiencias de “liberación nacional” en la que los montoneros se inscribían e incluían, estuvieron marcadas por el ritmo y las geografías de ese enfrentamiento más amplio.
Lo mismo sucedió con la circulación de los saberes represivos y contrainsurgentes. Así como hubo circulación de ideales y prácticas revolucionarias, las fuerzas armadas, en el marco del plan Cóndor, intercambiaron recursos, saberes y prácticas represivas para terminar con el “enemigo subversivo”, considerado también como un actor transnacional y parte integrante de un enfrentamiento librado a escala global contra el marxismo, según lo dictaban la Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense y la Doctrina de Guerra Revolucionaria francesa.
La dimensión internacional y transnacional, por tanto, es imprescindible. Tanto al nivel de las experiencias y expectativas de los propios actores, como al de la caracterización del proceso histórico. Considerar esta dimensión permite, además, trascender los visos de excepcionalidad que han alentado muchas de las miradas sobre Montoneros y las organizaciones armadas argentinas, al cotejarlas con las dinámicas acaecidas en otras partes del mundo. Quizá ese modo de mirar pueda aportar una mayor comprensión sobre el objeto en cuestión.
El trabajo con las fuentes es una de las primeras cuestiones centrales para tener en cuenta en cualquier investigación histórica. En el caso de la Contraofensiva, la dificultad estribaba en que todo el proceso había sucedido en medio de la clandestinidad política y el terrorismo de Estado, con lo cual la información era, y sigue siendo, muy parcial. Además, al haber sido la última estrategia antes de la desarticulación de Montoneros, la organización tampoco había brindado ninguna información concluyente al respecto.
Para poder reconstruir el proceso trabajé con distintos tipos de fuentes e intenté analizar el registro de historicidad de cada una y contrastarlas a fin de lograr una mayor completitud en la mirada. Los documentos partidarios de Montoneros fueron interrogados teniendo en cuenta su función performativa: tenían como objetivo principal convidar a la lucha a quienes se sentían inseguros u opinaban que había que cambiar los modos de intervención política. Eran, también, una muestra “institucional” de cómo la dirigencia de la organización pensaba el proceso político por el que estaba atravesando.
Los testimonios permitieron, en tanto refieren a experiencias individuales, horadar la imagen más coherente, estática y formal de los documentos partidarios. En este sentido, fue necesario apelar a la metodología de la historia oral para construir nuevas voces como fuentes, entendiendo que esas voces no se oponían a la cristalizada en las editoriales partidarias o en las comunicaciones internas, sino que la complementaban. Parte del desafío era contar la historia de Montoneros evitando hacerlo sólo a través de las palabras de sus dirigentes, las que se suelen recortar más a menudo en el estudio de esa organización.
Finalmente, los documentos de la inteligencia militar permitieron estudiar el modo en que la dictadura llevó adelante la represión y el lugar ocupado por el accionar de inteligencia, constitutivo del terrorismo de Estado. Esto permitió acercarse de un modo más fehaciente al accionar de los perpetradores, a su metodología y a sus consideraciones sobre Montoneros.
Las limitaciones, te diría, son más del proceso histórico que de las fuentes. Justamente, las características de esa experiencia (ahogada entre la clandestinidad y la represión) tornan imposible mensurar acabadamente algunos rasgos del proceso, debiendo apelarse en algunos casos a las conjeturas y las hipótesis.
Entre los muchos tópicos que aparecen, tanto en primer plano como de forma implícito, están ciertas ideas como las de «derrota» o «autocrítica» para explicar la transformación derivada de la represión militar: ¿Qué peculiaridades tuvo la transición democrática para los militantes sobrevivientes de Montoneros? ¿Qué lugar ocupó en ella la memoria de los caídos o desaparecidos de la organización? ¿A qué llamás la “hermenéutica de la derrota”?
Empiezo por el final. La “hermenéutica de la derrota” ha sido dominante en las reconstrucciones de la Contraofensiva. Con ello me refiero a las miradas que parten de la derrota de Montoneros como una premisa explicativa de sus argumentos, en lugar de considerar ese desenlace como una noción que cristalizó luego de los hechos reseñados. Esta actitud es propia de algunas de las memorias que abordan los años finales de Montoneros y elaboran un proceso que habría estado escrito de antemano. A mi juicio, constituye una aproximación limitada, en tanto no considera el peso de la contingencia y la incertidumbre que los propios protagonistas sintieron a lo largo del proceso. Generalmente, estas miradas son propias de los balances políticos de quienes fueron protagonistas de la historia a la que refieren.
Con respecto a la transición, como es de público conocimiento, Montoneros no pudo reorganizarse para poder participar como actor político relevante de los últimos tramos de dictadura ni en los primeros años de la posdictadura. La narrativa humanitaria con la cual se recuperó en un primer momento la masacre represiva previa no dejaba audibilidad alguna para semblanzas explícitamente partidarias y militantes de quienes eran presentados como víctimas inocentes del terrorismo de Estado. Algunos militantes permanecieron un tiempo más en el exilio, mientras otros grupos se acercaban a nuevas organizaciones, como la Comisión Peronista de Derechos Humanos o Intransigencia y Movilización Peronista, una corriente del peronismo conducida por Vicente Saadi. Algo era claro: Montoneros, en tanto Montoneros, había quedado completamente desarticulado para fines de 1980.
Bueno, esta pregunta ameritaría un seminario. Haré lo posible por ser breve y claro. En Montoneros, como en cualquier otra organización que apelara a la violencia como herramienta de la política, hubo un tratamiento específico de la muerte. Sin dudas, el valor que hoy representa la vida individual no estaba instalado del mismo modo hace 40 años y, menos aun, lo estaba al interior de las organizaciones revolucionarias. En éstas, la vida individual valía más como engranaje colectivo que como un fin en sí mismo.
Muchas miradas sobre el fenómeno de las militancias armadas se pensaron desde la primacía de la “ética sacrificial” como característica central y definitoria de la práctica política de aquellos años. Por lo general, estas intervenciones se situaron de lleno al interior de la vida de las organizaciones y estudiaron sus normas de funcionamiento y sus valores, sin demasiadas preocupaciones por observar cómo esos ideales y esas normas se transformaban y resignificaban en su diálogo con contextos y actores cambiantes. Esto ocasionó que, en algunos casos, se conformaran lecturas muy estáticas que planteaban una correspondencia demasiado esquemática entre las elaboraciones ideológicas de estos grupos y su devenir histórico. Este recorte no tomó en cuenta, quizá, toda otra trama, más silenciosa pero presente, de transgresiones, críticas, debates, disidencias, etcétera.
De todos modos, a medida que los resultados políticos comenzaron a ser cada vez más trágicos, algunos militantes comenzaron a dudar de los métodos y a pedir un proceso de revisión de algunas políticas que permitiera una mayor preservación de las vidas individuales. Estas ideas (influidas por el contexto del exilio, pero también por los magros resultados de las políticas montoneras) e incluso algunas prácticas (disidencias, deserciones, críticas abiertas) deben llevarnos a relativizar y matizar la idea de una “ética sacrificial” omnívora que, por sí sola, sea capaz de caracterizar y explicar la totalidad de la actividad militante de aquellos tiempos. Incluso las disidencias de la primera mitad de la década del setenta tematizaron largamente sobre el uso de la violencia.
Si bien la idea del “sacrificio” es muy relevante para entender las actitudes de las y los militantes y algunas normas de la organización, debe ser forzosamente complementada con estas otras voces que cuestionaban la normalización de la muerte como parte de la política, o criticaban el militarismo. Sin ir más lejos, durante la Contraofensiva, hubo militantes que se retiraron de la acción, otros que suspendieron operativos por cuestiones de seguridad, otros que conformaron disidencias por estar en desacuerdo con los principales puntos de vista de la conducción. Todos esos elementos también definen la militancia de aquellos años y la historia montonera. Por esta heterogeneidad resultante es que también resultan insuficientes algunas de las etiquetas brindadas a los militantes político-militares: militaristas, enajenados, víctimas.
El libro intenta poner en el foco cierta racionalidad política de la organización, una continuidad en el tipo de diagnósticos y estrategias políticas, incluso al momento de la defección y abandono de la lucha armada, incluido el sugestivo epílogo: ¿Es importante esto para contravenir la hipótesis que sostiene cierto cinismo de la conducción? ¿Qué lugar tuvieron las disidencias en la consolidación de estas lecturas? ¿Subsistieron más de lo que suele reconocerse algunas de las premisas que guiaron a Montoneros y otras organizaciones armadas (pienso en el MTP, por ejemplo)?
Cuando el historiador Félix Luna prologó el libro, ya canónico, de Richard Gillespie, Soldados de Perón: los Montoneros, sus primeras palabras fueron: “Lo que va a leerse en las páginas que siguen, es la historia de una locura.” No obstante, y tal como nos ha legado Christopher Hill, la locura suele estar más en el ojo del observador que en el proceso histórico. La locura impide la comprensión. Mi apuesta fue, justamente, entender, y luego explicar, el proceso por el cual se desarticuló una de las organizaciones armadas más relevantes de la historia argentina. Eso implica, también, desentramar las lógicas racionales que guiaron su actividad política. La explicación de la derrota de Montoneros por obra exclusiva de sus dirigentes es más un modo de tramitar la derrota que una explicación histórica multicausal. Considerando las lógicas diferencias de poder que emanan de los diversos lugares ocupados al interior de la organización, sin licuar la jerarquía en una proyecto político sumamente vertical y centralista, decidí entender a los dirigentes y a los militantes como parte de un mismo universo político de sentidos.
El peso de las disidencias en la reconstrucción posterior de la historia de Montoneros ha sido muy relevante. Recomiendo los trabajos de Daniela Slipak, que ha abordado explícitamente estas cuestiones. En lo que a la Contraofensiva respecta, la disidencia de Rodolfo Galimberti y su enemistad con la Conducción Nacional generó una lectura memorial contenciosa del fin de Montoneros. Lo mismo sucedió con la otra disidencia, la última, de la organización. En su doble condición de miembros y detractores, los discursos disidentes buscaron explicar la derrota de la organización desde los balances políticos.
Sobre la subsistencia de estas miradas, creo que en la Argentina no fueron para nada hegemónicas y, cuando se expresaron, lo hicieron más para conmemorar aspectos y protagonistas del pasado que para delimitar una política en esos términos. El caso del MTP de fines de los ochenta, aunque sea un hecho puntual y acotado, nos lleva a preguntarnos por esas pervivencias a lo largo del gobierno de Alfonsín. ¿Cuál fue el lugar que ocupó la violencia revolucionaria en el consenso que sustentó la recuperación democrática? Bueno, en algo de eso estoy ahora.