Fuente: Infobae
Autora: Hinde Pomeraniec
Premiado, celebrado, convocado siempre en todo evento literario de calidad, el mexicano Juan Villoro es uno de los más grandes escritores latinoamericanos. Cronista deslumbrante, narrador, guionista y dramaturgo, su prosa se resiste a los encasillamientos y nunca deja de sorprender su destreza con la palabra y, sobre todo, su asombrosa pasión por el relato. Si uno conversa con Villoro, no hay modo de no disfrutar de su capacidad para contar, argumentar e intercambiar ideas.
Nacido en México en 1956, Villoro estudió Sociología en la UNAM y fue agregado cultural en la Embajada de México en Berlín Oriental, dentro de la entonces República Democrática Alemana, de 1981 a 1984. Académico, editor de suplementos culturales y conductor de radio, columnista de grandes diarios del mundo, entre sus libros se cuentan, entre otros, las novelas El disparo de argón, El testigo y Arrecife, los libros de cuentos Los culpables y La casa pierde y los ensayos de Efectos personales, además de textos de literatura infantil y juvenil como El fuego tiene vitaminas.
Publicado por Fondo de Cultura Económica y Almadía, su último libro, Examen extraordinario, es una antología compuesta por catorce cuentos de los cuales solo dos son nuevos, los otros fueron publicados en diversas compilaciones a lo largo de los últimos 30 años. Se trata de un volumen en el que el autor se pone a prueba, como dice el escritor en el prólogo; un ejercicio valioso para los lectores de Villoro por lo que significa volver a leer estos textos pero también una ocasión ideal para quienes quieren abordar la obra de un escritor versátil y atractivo, para quien todo texto es una gran oportunidad para contar una buena historia.
Lo que sigue es la charla que mantuvimos semanas atrás en el programa Vidas prestadas, de Radio Nacional.
— Tu libro de cuentos se llama Examen extraordinario, una frase que tiene para todos un sentido en español, como algo fuera de lo común, pero que en México quiere decir otra cosa, ¿verdad?
— Bueno, en México se le llama así a la última oportunidad que tú tienes para aprobar una materia en los estudios. Los mexicanos somos expertos en eufemismos que tratan de matizar nuestra amarga realidad. Entonces cuando alguien dice “me fui a extraordinario” podría parecer que eso es buenísimo, que tuve una oportunidad meritoria, pero se trata realmente de un repechaje extremo, la última oportunidad de aprobar. Y me pareció que esta irónica expresión se prestaba para una reunión de mis textos que, obviamente, están sujetos a un nuevo examen.
— Un nuevo examen en una colección que se llama “Popular” y que tiene en la portada algo que nosotros en la Argentina llamamos machete y ustedes llaman acordeón ¿no? Eso que todos alguna vez, aún si no lo hicimos, conocimos en la escuela, sobre todo la escuela secundaria.
— Claro. Dicen que lo mejor de un acordeón o de un machete es no tener que usarlo porque si lo preparas verdaderamente bien resumes en tal forma los conocimientos que ya te los aprendiste mientras estás haciendo esto. Y, en cierta forma, el género del machete tiene que ver con el género del cuento porque se trata de resúmenes urgentes de la realidad.
— En la tapa también se ve que ese acordeón o machete en realidad tiene que ver con Juan Villoro, con el autor de todos estos cuentos. Lo primero que uno logra ver es lo que tiene que ver con la fecha de tu nacimiento y con algunas de tus obras. La tapa en sí, la cubierta en sí, tiene mucho que ver con este autor que fue el mismo que eligió estos catorce cuentos de los últimos 30 años. Sólo dos de ellos son nuevos. ¿Es así?
— Sí, son cuentos que dejaron fuera mis dos primeros libros porque me parecía que estilísticamente ya estaban en otra zona pero luego algunos amigos me han dicho que no es así, probablemente me equivoqué en eso. Pero, a fin de cuentas, hice una selección y no hay nada más complicado que revisar el propio trabajo. De modo que no quise apelar a una objetividad que no puedo tener respecto a mí mismo sino que lo que busqué fue ser fiel a los usos de la memoria, es decir, apelar más bien a los cuentos que me regresaban con mayor fuerza. En ese sentido tiene algo de recopilación sentimental, ¿no? Sabemos que recordar, etimológicamente, quiere decir volver a pasar por el corazón. Y así fue de corazonada en corazonada como se armó esta selección. Pero, por supuesto, en el camino también interfirieron otras cosas, experiencias que he tenido leyendo algún cuento en algún sitio o comentarios que he tenido al respecto. Y luego también el inevitable cálculo de qué cuentos se combinan mejor con otros; si hay varios que son amargos que no desentonan con los que son irónicos, o si unos están en primera persona que no vaya a ser como una exclusividad en primera persona y dejen fuera a los que están en tercera persona, y los sitios en donde se ubican. Pero todo eso fue llegando de manera muy natural, no hice un auténtico tamiz de lo que yo había escrito. A tal grado que, en ocasiones, creo que en la antología están cuentos que no incluí, lo cual quiere decir que la memoria es sumamente caprichosa.
— Hay cosas que se ven por ejemplo en los últimos cuentos, en estos que incluiste en esta antología pero que aún no fueron publicados y van a salir en un libro de cuentos posterior, en donde comienza a verse como una mirada diferente sobre un tema puntual que es el tema de las mujeres. Yo pensaba en “Acapulco, ¿verdad?”, por ejemplo, uno podría haber pensado que ese cuento quién sabe 20 años antes o 30 años antes lo habrías escrito exactamente al revés. Es decir, como que el protagonista habría sido un hombre que recuerda a esa mujer de la que habla este cuento. ¿Cómo está influyendo el tema del cambio en las cuestiones de género en el Villoro narrador?
— Creo que ha sido uno de los temas fundamentales de nuestra época. En las últimas décadas ha habido un viraje muy significativo y por supuesto todavía no suficiente respecto al papel que desempeñan las mujeres en nuestras vidas. Y esto se ha reflejado en los acercamientos literarios que yo he tenido de figuras más o menos misteriosas, seductoras, que participaban en una periferia y secretamente la decidían; eran como soles un tanto ocultos que de pronto brillaban y cegaban con su resplandor, las mujeres han cobrado otro tipo de protagonismo. Incluso, pues, me he atrevido a escribir con su voz en algunos cuentos porque finalmente la literatura significa ponerse en la piel del otro. Y este ejercicio es complejo, sobre todo cuando hay un salto de género, pero creo que forma parte de la necesaria comprensión que debemos tener respecto al papel que desempeñan las mujeres. Y creo que se está reflejando y lo has advertido muy bien en la escritura reciente de mis textos.
— Sí, en ese texto en particular, que tiene que ver con el reencuentro de un hombre y una mujer que se vieron a lo largo de los años pero cuya historia quedó interrumpida se advierte pero también en “Marea alta”, que es el último de los cuentos.
— Mira, lo más importante para mí es que esto haya sido un tanto inconsciente. Yo escribo ensayos, escribo artículos de periódico, crónicas, en los que trato de tener una visión argumentada y más o menos racional de la realidad. Pero escribiendo cuentos me parece importante ser un tanto sonámbulo de mí mismo, avanzar a tientas y dar rienda suelta pues a pulsiones e impulsos que no controlo del todo y que poco a poco van adquiriendo sentido en la escritura. Entonces no hay un afán, digámoslo así, determinista, propositivo, de plantear este tema de equidad de género sobre la mesa a través de los relatos pero son cosas que he ido asimilando y, de repente, las voces femeninas han ganado un protagonismo que a mí me gusta porque ha salido naturalmente en los relatos sin que sea una cuestión programática políticamente correcta.
— Entiendo perfectamente lo que decís. Algo que se ve también en tus cuentos y tal vez aparece ahí tu lugar de cronista y de gran periodista cultural es cómo de pronto el lector puede ingresar en la obra de artistas tal vez no tan conocidos en otros países. Hablo del caso de “Forward Kioto” y las fotos de Graciela Iturbide, por ejemplo. Me gustaría que me cuentes un poco que te pasa concretamente con esas fotos que tanto dicen en ese cuento.
— A mí me interesaba en ese relato, “Forward Kioto”, que las fotografías contaran historias. Graciela Iturbide es una de las grandes fotógrafas de nuestro tiempo, la he admirado desde hace mucho. Y pienso que de algún modo la fotografía es siempre una historia detenida, y estas historias detenidas puede leerse a la manera de un tarot, pueden ser cartas de la fortuna, si nos llegan de manera azarosa estas fotografías destinadas por alguna razón especial en nosotros uno se puede preguntar qué hacen estas figuras, estas personas del istmo oaxaqueño, con iguanas en la cabeza, qué me quieren decir. Y entonces me pareció muy sugerente escribir la historia de una persona que muere y, sin embargo, su posteridad hace que distintas fotografías les sean enviadas a su mejor amigo. Esa persona que muere se dedicaba al revelado en los tiempos en que la fotografía analógica era dominante, y ahora con la fotografía digital ha perdido preponderancia. Pero muere y de alguna forma su posteridad es un nuevo cuarto oscuro, un laboratorio en donde se revelan otro tipo de imágenes. Y estas imágenes le llegan a su mejor amigo y él debe interpretar los mensajes a la luz de lo que le están diciendo estas estampas captadas por Graciela Iturbide. Entonces me pareció muy interesante, digamos, jugar con dos códigos, el de la imagen que puede trazar una historia y el de las palabras que explican esa historia.
— Mucho de lo que aparece en los cuentos, como justamente fueron publicados a lo largo de los años, tiene que ver con cosas que han quedado atrás: aparece de pronto el fax en alguno de tus relatos. En este relato, “Forward Kioto”, ya se está hablando de lo que significa la pérdida del revelado para los artistas del revelado, por la llegada del Photoshop. ¿Qué significó para vos volver a ver eso, ese ir para atrás en vez de forward, ese ir para atrás a la hora de ver este tipo de cuestiones en sus propios relatos?
— Bueno, la era tecnológica que nos ha tocado vivir nos ha convertido en anticuarios de nosotros mismos, ¿no? Si yo pienso que empecé a escribir en máquina de escribir, luego pasé como una especie de superación ultramoderna a la máquina eléctrica y luego a la primera computadora personal, y posteriormente a la laptop, en fin, todos estos cambios en los soportes mismos de la escritura dan cuenta de transformaciones que han convertido a ciertos cachivaches, a ciertos objetos, en productos ya nostálgicos. Entonces, cuando yo releo algunas de mis historias inevitablemente recuerdo, por ejemplo, tiempos en los que no había cajeros automáticos y donde un amigo servía de prestamista, el amigo que te podía sacar de un apuro porque siempre tenía una liquidez y que cobraba un interés moderado y operaba en una sociedad en la que no podías acudir al banco aunque tuvieras dinero si es que el banco ya había cerrado. Entonces ese tipo de circunstancias inevitablemente se transforman en situaciones históricas. Y como este libro, Examen extraordinario, recoge cuentos de 30 años pues inevitablemente ya hay ahí cierta arqueología. La gran paradoja es que lo que se vuelve más antiguo es lo que en su día pareció más moderno, como por ejemplo el fax que acabas de mencionar.
— Claro, absolutamente. Después aparece una reflexión similar en “Marea alta”, en relación al retrato. Porque el protagonista del cuento es un artista y el retrato, como es algo que todavía se lleva a cabo, en definitiva no termina de entrar dentro de esa arqueología. Hablábamos antes de las fotos de Graciela Iturbide. Y en “Marea alta” aparece de nuevo la imagen.
— Efectivamente el protagonista de “Marea alta” es un retratista, que es una forma atávica del arte, se siguen haciendo retratos pero no necesariamente se considera que esa es arte de vanguardia. Le toca en suerte hacer el retrato de un artista contemporáneo, alguien que desprecia las formas bidimensionales y que trabaja con instalaciones, que ha tenido enorme éxito, que es un tipo muy interesante por otra parte, pero que va a recibir un homenaje en la American Society y entonces le han pedido un retrato. Entonces son dos formas de captar la realidad aparentemente contradictorias, aparentemente encontradas, que entran en tensión en este relato. Las tensiones que se fraguan hay son de otra índole porque finalmente no hay tanta oposición estética. Pero me interesaba justamente investigar formas diferentes de captar la realidad; la literatura no es otra cosa que un dispositivo para experimentar y explorar cómo es la vida y todas las variantes del arte ofrecen dispositivos similares, por lo tanto en varios de los cuentos hay diálogos entre las distintas artes. Con frecuencia repetimos esta frase de que una foto dice más que mil palabras pero solamente las palabras dicen que una foto dice más que mil palabras. Entonces, esta necesidad que a fin de cuentas tenemos de formular las cosas verbalmente en lo que justifica la existencia de cuentos que vienen de otras formas de conocer la realidad como la música, el arte o la fotografía.
— A propósito de este último cuento, “Marea alta”, en donde aparece el avión o el estar en vuelo como un espacio de reflexión y pensaba que vos viajás mucho o solías viajar mucho la pandemia. ¿Qué te está pasando con ese estar más en tierra, cómo estás viviendo eso?
— Ha habido distintas fases en todo esto. Yo estaba viviendo en Estados Unidos, en San Francisco, porque daba clases ahí, y la primera sensación fue la de un escenario que se transformaba repentinamente en tierra de zombis. Sabemos que la cultura norteamericana no es muy proclive a los contactos físicos o a las situaciones gregarias, como no sea algo excepcional. De modo que la gente estaba perfectamente preparada para aislarse, para no verse, para no tocarse, y esta sensación de tierra de zombis fue por supuesto agobiante. Nuestra familia estaba en México, la de mi mujer y la mía, entonces decidimos volver. Y la primera sensación del encierro y de regresar con los otros fue la de tener una especie de beca hecha de tiempo, ¿no? Es decir, ese momento extraño en que se acaban los pretextos para dedicarte a lo que supuestamente te quieres dedicar siempre que es leer y escribir y ya no tienes esos distractores que muchas veces te alejan por culpa de ti mismo de tu mesa de trabajo. Al principio hubo este beneficio pero luego pues se nos fue acercando el tema. Y mucha gente que no puede vivir si no sale a la calle. En México tenemos al menos 40 millones de pobres. Entonces el encierro nunca fue total porque se trataba de un lujo al que no todos podían acceder y la auténtica pandemia de este país es el hambre. Entonces, en la medida que veías a la gente en la calle, que se acercaba a las casas, etcétera, pues eso se fue volviendo algo mucho más grave. Además de las noticias de quienes se enfermaban, yo mismo enfermé, perdí un oído, que fue una pérdida parcial y no tan grave como la de otras personas que incluso perdieron la vida. Entonces esta situación de encierro ha sido una situación acotada por algo muy complejo. Y tampoco es lo mismo disponer de un cierto tiempo que disponer de un tiempo indefinido, ¿no? Esta espera sin límite ha volcado a mucha gente en situaciones cercanas a la locura o por lo menos a la neurosis. Entonces, todo esto pues para decir que he vivido la pandemia como todos con las altas y bajas, las confusiones, pero también celebrando que hayamos entendido que no hay nada más importante para sobreponernos a la soledad y a nosotros mismos que la cultura, ya sea leer, ver series de televisión, disfrutar de un meme o de un gif, en fin, todas las formas que tenemos de representación del mundo nos han aliviado de este mundo. La gran paradoja es que los gobiernos lo primero que hacen es tomar medidas económicas para la crisis en las que se hacen recortes a la educación y a la cultura cuando son la educación y la cultura las que nos mantienen a salvo muchas veces. Porque no basta con estar sanos, no basta con reproducir nuestra existencia física de todos los días, necesitamos también satisfacción mental, satisfacción espiritual. Confucio decía: necesito una libra de arroz para vivir y flores para saber que vivir vale la pena. Lo recordé cuando las primeras vendedoras de flores llegaron a mi casa de manera itinerante en los primeros días de la pandemia.
La gran paradoja es que los gobiernos lo primero que hacen es tomar medidas económicas para la crisis en las que se hacen recortes a la educación y a la cultura cuando son la educación y la cultura las que nos mantienen a salvo muchas veces
— Mencionás esto y lo primero que pienso es que en tu país hay un presidente y un gobierno que fueron muy esperados por el mundo de la cultura. Pero hay insatisfacción en relación a estas medidas, por lo que uno lee y lo que vos mismo estás mencionando. ¿Cómo entendes esa contradicción?
— Bueno, la contradicción yo creo que es más profunda porque tiene que ver con el tipo de gobierno que tenemos. Mucha gente votó por López Obrador esperando un gobierno de izquierda democrática y se ha encontrado con un confuso caudillismo populista que en muchos sentidos es profundamente conservador. Que se alía con el gran capital en determinados proyectos, es restrictivo respecto a libertades individuales, no apoya la cultura ni la ciencia. Entonces, esas son políticas neoliberales que él critica con un discurso anti neoliberal, lo cual es por supuesto parte de las contradicciones que tenemos. En lo que toca a la salud pública yo creo que las decisiones fundamentales que se tomaron fueron acertadas en la medida en que en México no se puede imponer un encierro por lo que yo decía antes, si la gente tiene que salir a la calle para sobrevivir pues no se le puede recluir en una casa en donde muchas veces va a estar hacinada en un cuarto con otros ocho personas sin tener de qué vivir, eso sería absolutamente inhumano. Entonces se convirtió el encierro en algo aconsejable pero optativo. Por otra parte, el presidente dijo muchas locuras como que la gente se podía besar y abrazar y no pasaba nada. El encargado de salud de la pandemia dijo “el presidente no puede contagiar a nadie porque es una fuerza moral”, como si fuera un iluminado divino, no una persona. En fin, entonces ha habido también en el camino muchos errores. Y respecto al consenso del presidente yo creo que él sigue teniendo un consenso popular grande, pero en la mayoría de los medios no goza del consenso. O sea que, digamos, el mundo intelectual en su mayoría no está con el presidente, lo cual tampoco habla necesariamente bien del mundo intelectual porque hay muchas razones de mucha gente para estar a favor o en contra de una causa y algunas de estas razones no son las mejores.
— Como haber perdido, por ejemplo, algunos privilegios.
— Por supuesto, es muy importante. En México ha habido un pacto que se fraguó en la revolución mexicana, la revolución de 1910 a 1920, hecha por generales jovencísimos, incultos, que una vez terminada la revolución necesitaron legitimarse con el apoyo de abogados, de escritores, periodistas, historiadores, que de alguna manera crearon el discurso de la revolución. Entonces se dio una alianza, que se ha mantenido durante muchos años, entre el Estado mexicano y la promoción de la cultura. Y ahí se empezaron a confundir también muchas cosas, es decir, en aras de que una revista apoye ciertas políticas que le interesaban a un gobernante se le daba un gran apoyo económico a esa revista y así sucesivamente. Entonces ha habido mucha gente que se ha beneficiado no sólo de las muchas becas que da el gobierno sino de recibir directamente subsidios del gobierno para hacer empeños culturales o para beneficio propio. Entonces, eso se ha perdido y algunas de las personas que reclaman desde luego están pidiendo el regreso a este orden favorecido que tenían. Otros, simple y sencillamente son opositores que consideran que las cosas no se hacen como deberían hacerse. El problema es que en estos tiempos de polarización -México no es el único país que pasa por esto-, la crítica es vista necesariamente como una condena, como una traición, no como un lugar de encuentro.
— Estaba pensando en uno de los cuentos que más me gusta que es “Los culpables” y en donde también utilizás una imagen que tiene que ver con otra obra, hablás del silbato de Chaplin, que sigue sonando y es advertencia. Y me gusta mucho esa idea que aparece ahí, que es este cuento en donde están los dos hermanos y en el que aparece el tema de la droga muy fuertemente y la idea de que una obra de arte puede ser denuncia también. Me gustaría que me cuentes un poco cómo surgió ese cuento.
— Bueno, a mí me pareció muy interesante el hecho, que es una superstición común entre algunas personas de que para ganar en la fortuna cuando apuestas algo tienes que tener una cierta culpa que reparar,¿no? Es decir, si nunca has hecho nada que debas reparar, pues la fortuna no te va a conceder esa segunda oportunidad. Estos hermanos han tenido una educación religiosa y para ellos la culpa ha sido un motor que los lleva a hacer cosas. Y, entonces, les llega una oportunidad un tanto accidental de escribir un guión de cine y piensan que esto sólo lo pueden realizar dando rienda suelta a algunas culpas que tienen. El problema es que hay una culpa íntima porque los hermanos han pasado por una traición, uno de ellos ha cortejado a la mujer del otro, y esto se mantiene en silencio. Entonces esa culpa que quizás podría desatar la pasión necesaria para escribir el cuento, esa compensación de la fortuna que recibirían gracias a confesar una culpa, puede destruir la relación entre los hermanos. Es como una culpa que sólo uno de ellos tiene como un motor secreto y que el otro va adivinando a medida que están escribiendo el guión porque el guión se convierte en una confesión indirecta. A veces, cuando tú le quieres decir algo a una persona no se lo dices cara a cara sino que creas un mecanismo para que se entere. Uno de los mecanismos es, por supuesto, la literatura. Oscar Wilde decía “Dénle una máscara a un hombre y dirá la verdad”. Nos disfrazamos no para ser totalmente otros sino para ser el yo que no nos atrevemos a asumir. Entonces ese guión les permite hacer esa confesión y el hermano lo acepta. Es decir, es un momento de reconciliación extraña entre ellos porque también descubren que tienen problemas pues mucho más graves al final de cuentas que esa posible traición fraternal. Yo quería explorar los motores de la culpa y las dificultades de hacer una confesión y ¿qué es un cuento sino una confesión indirecta?.
— Claro. Otro de los cuentos que me gustan mucho pero mucho es “El día que fui normal”. Y hay una imagen que tiene que ver con lo que hablábamos antes de los viajes y es: “Muchos años después, yo entendería que regresar a casa significa recuperar hábitos.” Lo de irse, lo de estar afuera mientras los otros siguen en el día a día, aparece también en otro relato, “Confianza”, y me hacía pensar en algunos de los momentos de Lost in Translation, la película de Sofía Coppola, en donde aparece Japón, que es otro de los grandes temas de tus cuentos. Me gustaría una reflexión tuya sobre esta idea de que la vida sigue mientras yo estoy en otro lugar, de pronto, un día después.
— Bueno, una de las cosas más misteriosas de la experiencia humana es que nuestro acontecer está pasando en lugares donde no estamos, es decir, hay una familia que nos espera, una persona que tiene una cita o que está planeando algo con nosotros. Y estas posibles asociaciones virtuales con nuestra vida muchas veces nos determinan con más fuerza que lo que estamos haciendo en este momento. El cuento “El día que fui normal” tiene que ver con un padre que va a Japón, regresa cargado de experiencias, de regalos, y entre otras cosas en su viaje a Japón ha visto que los niños van caminando a la escuela y decide que en la casa se empiece a vivir un poco a la manera japonesa así sea con el hecho de ir caminando a la escuela. Algo complicado en México porque hay mucho tráfico, las calles son difíciles, las aceras son incómodas, etcétera. Entonces emprende un recorrido con su hija y es un desastre este recorrido porque la niña, como tantas niñas de México, está acostumbrada a recorrer la ciudad en automóvil y no conoce las calles, no conoce los lugares. Ese sitio le parece misterioso y le parece como una especie de ciudad de los muertos donde las gentes que caminan son fantasmas. Y, entonces, basada en esta idea, la propia mujer cuando ya no es niña protagonista del relato, mucho tiempo después, recuerda ese momento en que su padre decidió que fueran normales, porque no hay nada más normal que caminar. Pero decidió que fueran normales a la manera japonesa, caminando por calles que no se prestaban para ello.
— ¿Sabés a qué me hacía acordar? Hay un momento en esa película de Coppola en el que el protagonista habla con su mujer, que le está contando que quiere alfombrar la casa y me manda unas muestras, le está hablando de eso y él está muy obsesionado con Japón y le dice “Cuando vuelva quiero que empecemos a comer comida japonesa más seguido” y la mujer le responde “¿Y por qué no te quedas ahí y comes comida japonesa todos los días?” (risas).
— La relación de ellos ya se está de alguna manera fracturando y cuando el personaje que representa Bill Murray recibe este catálogo de alfombras; me parece que es absurdo, ¿no? Entonces, muchas veces los viajes te descolocan de esta manera y el padre de mi protagonista, al regresar, quiere impregnarle a su hija algo de lo aprendido en Japón y muchos años después ella trata de entender esa elección de otra manera, trata de regresar a ese mundo fantasma. Finalmente es un cuento de fantasmas. A esa tarde en que caminaron por las calles de la ciudad donde nunca se camina y donde en ese momento se encontraron con otra mujer y ella piensa “a lo mejor esa otra mujer era la que yo sería en el futuro, la que soy ahora, la que recuerda todo esto” y puede entender a su padre de otro modo.
— Es muy emocionante ese cuento. Me conmovió mucho y me sorprendió también. Te quería preguntar, a partir de algunos de los cuentos, qué te pasa con esa idea que los extranjeros tenemos de México. ¿Ya te harta? ¿Todavía te sorprende? ¿Cómo te llevás con eso?
— No, eso es muy divertido porque por un lado los mexicanos hemos estado obsesionados con nuestra identidad y hay obras maestras como El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, que explora qué es el mexicano en relación con otros pueblos, etcétera, y por otra parte también hay muchas pre nociones que nos parecen absurdas de los extranjeros que llegan a México y quieren que todo sea como un cuadro de Frida Kahlo, o una película de Luis Buñuel, y se decepcionan si les pasan cosas comunes. El cuento “Amigos mexicanos” tiene que ver con eso. El título está tomado de una carta que recibió Jack Kerouac y que le mandó su gran amigo William Burroughs. Burroughs ya vivía en México y Kerouac le preguntó si no era demasiado peligroso vivir en este país. Y de manera muy bromista le contestó Burroughs diciendo: no te preocupes Jack, los mexicanos sólo matan a sus amigos.
— Es buenísimo.
— La forma más extrema de la hospitalidad mexicana es el asesinato, ¿no? Entonces por eso el relato se llama “Amigos mexicanos” y trata de un periodista norteamericano que viene buscando los excesos, las aberraciones, las cosas tremendas de un pueblo que come insectos y que come más chile que nadie y que se da toques eléctricos por diversión. En fin, todas esas extravagancias de lo mexicano. Y se encuentra un mundo bastante normal. Bastante común. Entonces un grupo de amigos mexicanos le da una ayudadita y le empieza a actuar cosas que a él le pueden parecer típicamente mexicanas para que escriba de ellas. Situaciones problemáticas, peligros, secuestros, etcétera. Todo eso es un montaje pero que el periodista norteamericano entiende como autenticidad de lo nuestro. Entonces quería yo también ser un poco irónico con esta mirada ajena que busca excesos en México, no los encuentra y si se los actúan o se los representan los toma por genuinos. Entonces, digamos que es una puesta en escena un tanto irónica de los malentendidos de la identidad.