“¿Por qué ganó Milei? Disputas por la hegemonía y la ideología en la Argentina”, de Javier Balsa, del Fondo de Cultura Económica, probablemente sea el más rico, más exhaustivo y más interesante texto publicado hasta el momento para entender el período previo a la elección del presidente Javier Milei, representante de la derecha radical global, en la Argentina.
El libro se basa en 15 encuestas realizadas entre enero de 2021 y diciembre de 2023 por el Doctor en Historia e investigador del Conicet. El escrito es complejo y está repleto de hipótesis y de datos.
Voy a seleccionar aquí cuatro puntos que me llamaron la atención del libro y que me interesa resaltar particularmente. En el libro hay muchos más.
De la polarización a la polarización
El primer punto central que quiero tratar del libro de Balsa son una serie de aspectos que pueden ayudar a iluminar algunos debates que se dan en la actualidad tanto en Unión por la Patria como en sectores que conformaban Juntos por el Cambio y que se ven tensionados por su relación (o falta de vínculo) con el presidente Javier Milei.
Balsa genera a través de dos conjuntos de preguntas, dos indicadores que permiten analizar:
- Cuán progresista o conservadora es una persona, tomando en cuenta aspectos que hacen a niveles de xenofobia, posiciones con respecto al feminismo, la diversidad sexual, el “respeto a la autoridad” y el punitivismo.
- Cuán nacional-popular o neoliberal es una persona, tomando en cuenta aspectos que hacen a la cuestión fiscal, el papel del Estado, el acceso a asistencia social, las relaciones laborales, las políticas para combatir la pobreza, entre otros.
En el primer aspecto, Balsa encuentra en julio de 2023 un 12% de los encuestados “progresista”, un 30 % “algo progresista”, un 39% “algo conservador” y un 19% “conservador”. Así, “las posiciones extremas constituían dos pequeñas minorías que presentaban valores claramente progresistas o claramente conservadores (como sabemos eran dos minorías muy activas)”, mientras que “la gran mayoría se encontraba en valores intermedios de la escala”.
Para Balsa, “en relación a la coyuntura electoral que se abría en el 2023, los patrones ideológicos en el eje progresismo-conservadurismo, de ningún modo estaban garantizando el triunfo de las posiciones más conservadoras que pregonaba Javier Milei, aunque tampoco es que existía una mayoría que rechazara claramente al conservadurismo”.
Yendo a la escala de neoliberalismo, la situación era diferente. Aquí había “una importante cantidad de personas que eran notoriamente neoliberales o claramente nacionalpopulares”. De esa forma, el 27% tenía valores de menos de 25 puntos en la escala (de 0 a 100), mientras que el 26% presentaba 75 puntos o más de neoliberalismo. El 24% era “algo nacionalpopular” con valores entre 25 y 50 puntos, y el restante 22% era “algo neoliberal”.
En este punto, Balsa realiza algunas indagaciones interesantes. El autor señala: “una serie de investigaciones han mostrado que, muchas veces, son los sectores con mayor precariedad laboral quienes son menos críticos del neoliberalismo. En particular, Pablo Semán y Nicolás Welschinger identifican un sector que se encuentra por fuera de las condiciones laborales formales, cuyos integrantes se reconocen laboral y moralmente como “emprendedores” (y que los autores califican de “mejoristas”) y creen fundamentalmente en el progreso personal y que “la sociedad es un robo” del rendimiento del esfuerzo personal, de la que el individuo debe protegerse, porque “los derechos tienen que merecerse”.
Balsa indica que en sus encuestas “no surge una relación muy clara entre informalidad laboral y predominio de ideas neoliberales”. Tampoco “se confirmó la hipótesis de que quienes trabajaban en situaciones de mayor precariedad laboral eran quienes menos defendían los derechos laborales”, sino que “por el contrario, el 63% de las personas que no contaban con aportes previsionales de ningún tipo reclamaban por la ampliación de los derechos”.
Más tarde, cuando el autor analiza a los votantes de Milei en las PASO, encuentra que efectivamente había sido más apoyado por sectores que se encontraban en posiciones laborales informales. Sin embargo, concluye que “no era lo ideológico lo que explicaba este incremento en el voto a Milei entre quienes tenían una situación laboral informal pues no eran ni más conservadores ni más neoliberales que el resto de sus votantes”. Así, “la clave no estaba en lo ideológico, sino en la edad de quienes tenían trabajos informales y la atracción que Milei había generado en la juventud”.
”Dos tercios de quienes no recibía aportes y votaban a Milei eran jóvenes. Cuando analizamos cuánto incidía la informalidad, si sustraemos el efecto de la edad (a través de un análisis estadístico), vemos que reduce su impacto a la mitad. En cambio, prácticamente el ser joven continuaba induciendo el voto a Milei en igual grado independientemente de la situación laboral de la persona. Concluimos que el aumento en el voto a Milei entre las personas que no tenían un trabajo formal se debía esencialmente a que eran personas jóvenes, y no tanto a su situación de informalidad laboral, y que, de ningún modo este incremento podía ser adjudicado a una hipotética incidencia de la informalidad en las posiciones ideológicas de las personas”, puntualizó.
En ese marco, como se indicó, a diferencia de las cuestiones ubicadas en el eje progresismo-conservadurismo, “había una clara polarización del conjunto de la sociedad en cuanto a los temas socio-económicos”. En este sentido, “el proyecto neoliberal había logrado, a pesar del fracaso de su gobierno, mantener sus apoyos políticos en 2019, pero, sobre todo, impedir ser defenestrado luego y, finalmente, habían podido reinstalarse como un esquema explicativo de la crisis económica y una propuesta de salida de la misma”. “De todos modos, no era que la discursividad neoliberal fuera hegemónica, pues había un sector importante de la ciudadanía que sostenía, con bastante claridad, posiciones nacionalpopulares o de (centro)izquierda”, aclaró.
En ese contexto, lo más interesante surge de la combinación de ambas dimensiones. Y lo que Balsa encuentra es una vinculación muy fuerte. Esto parece ser algo esperable, pero resulta algo muy importante de cara a la elección de Milei y también al panorama político de los primeros seis meses de su gobierno. Así, la enorme mayoría de quienes tenían valores altos en la escala de neoliberalismo también los poseía en la escala de conservadurismo. Y viceversa: casi todos los progresistas eran nacionalpopulares.
En palabras del autor: “La consecuencia de esto es que, prácticamente, no existía lo que, tradicionalmente, se consideraba un ‘liberal’ en su sentido clásico. Es decir, alguien que fuera contrario a la intervención estatal en la economía, pero defendiera el avance en cuestiones como los derechos civiles y de las minorías o el estímulo a la actitud crítica en la educación. Y también eran pocos quienes eran favorables al intervencionismo estatal pero totalmente contrarios al progresismo cultural o cívico”, lo que en el lenguaje de la prensa se podría equiparar a un “peronista no k”.
Esta escasez de votantes que pudieran tener posiciones neoliberales pero no ser conservadores podría haber sido lo que dejó sin espacio a la dupla Horacio Rodríguez Larreta-Gerardo Morales en la interna de Juntos por el Cambio -espacio en el que Elisa Carrió ni siquiera llegó a presentarse-. Y, al mismo tiempo, la poca densidad de posiciones nacional-populares pero con actitudes más bien conservadoras hacían previsible que dirigentes que cultivaron ese perfil, como Guillermo Moreno, no concitar apoyos. Y en ambos casos a pesar de contar con una importante atención mediática.
Las castas
A seis meses de iniciado el gobierno de Milei quedan claras las contradicciones en el mundo real sobre qué sería “la casta” a la que se refería el Presidente y sobre los hombros de quién recae “el ajuste” -la transferencia de ingresos a los sectores más ricos de la sociedad-.
En las encuestas de Balsa hay una clave para iluminar este punto. El autor le mostraba a los encuestados unos diagramas que representaban las siguientes imágenes: en uno se decía que “en la sociedad argentina hay distintos grupos sociales que tienen intereses comunes, y ningún grupo se impone sobre los otros” y en el otro se indicaba que “en la sociedad argentina, casi siempre una minoría termina imponiendo sus intereses sobre la mayoría de la población”.
Solo el 24% se inclinó por la imagen de armonía social, y el 76% restante optó por la imagen idea de una minoría dominante -nuevamente, malas noticias para los promotores de grandes acuerdos y pocas estridencias-.
Ahora bien, lo interesante era cuando se le requería a esa mayoría que indicara quién era esa minoría dominante. Sólo un 20 % de ese grupo identificó a esa minoría con los sectores del poder económico local o global (“la clase alta”, “la oligarquía”, “los grandes empresarios”, “el círculo rojo”). En tanto, un 23% consideró que esa minoría eran los movimientos sociales o las fuerzas políticas progresistas, de izquierda o nacionalpopulares y un 16% identificó al sector dominante como “los políticos” o “los políticos corruptos”.
Entonces, si bien sólo 1 de cada 6 consideraba parecía coincidir con la apelación de Milei a que “casta” eran “los políticos”, había un conjunto de respuestas que se referían a una minoría dominante distinta de la clase alta en torno al 40 por ciento. De más está decir que ese discurso penetraba entre los votantes de Unión por la Patria.
En ese marco, los jóvenes eran quienes menos identificaban a la minoría dominante con la clase alta y lo hacían mucho más con “los políticos corruptos”.
Efectivamente, y no como parte de una confusión, “la casta eras vos”. Sí, vos.
Acuerdos doblegados en la Pandemia
Un punto clave de la crisis múltiple que formó parte del escenario de la llegada de Javier Milei al poder fue la situación de la pandemia y las medidas preventivas extraordinarias que debió adoptar el Estado nacional, como ocurrió en todo el mundo.
Una encuesta realizada por el autor a comienzos de 2021 en la provincia y la Ciudad de Buenos Aires reveló que algo más de la mitad de los consultados
responsabilizaba entonces por los aumentos de los contagios durante la “primera ola” a las personas que habían salido a hacer marchas “anticuarentena” y a la oposición de entonces, que las había apoyado. En ese marco, sólo un quinto quinto culpaba al gobierno nacional. El cuarto restante imputaba a gente que habría tenido conductas que no respetaban el aislamiento social.
En aquel momento, se pidió a los consultados que se imaginaran en la situación de ser presidentes de la nación, y que optaran entre cuatro posibles medidas frente a que potencialmente aumentaran “mucho los casos de Covid” y se empezaron a “llenar las salas de terapia intensiva».
Un 40% se inclinó por aplicar una «cuarentena bien estricta durante un mes, para que el virus desaparezca, como hicieron en China, con policía y gendarmería en la calle para que nadie pueda salir sin autorización» y un 23% optó por «cuarentenas intermitentes de 9 días y luego 21 días de libre circulación, durante 6 meses, para ir controlando la situación hasta que todos estén vacunados». En cambio, apenas un 16% escogió «solo volvería a cerrar algunas actividades recreativas y las escuelas, pero el resto lo dejaría como ahora», mientras que un 21% se inclinó por «solo le pediría a la población que aumente los cuidados, pero no pondría nuevas restricciones».
Lo interesante, más allá del respaldo mayoritario que tenía la acción del Gobierno hasta aquel momento y los cuestionamientos a quienes atacaban las restricciones, era cómo se percibían a sí mismos cada uno de estos grupos.
Balsa revela que, de acuerdo al sondeo, “la minoría que sólo proponía restricciones menores o ninguna medida, se autopercibía como mayoría: pensaba que todos la apoyarían por haber tomado estas decisiones”. Y que “en cambio, entre quienes sí eran mayoría y aplicarían cuarentenas, alrededor de la mitad consideraba que tendrían que soportar las críticas de toda la ciudadanía”.
Para el autor, la explicación era que “los medios de comunicación habían logrado instalar una visión distorsionada de la relación mayoría/minorías en relación a las opiniones en torno a las políticas de cuidado”. Según su visión, “esta percepción distorsionada y su correlato en términos de dinámica grupal también eran posibles de ser detectadas en diversos encuentros (en espacios laborales, familiares, de amistades o reuniones escolares de padres y madres) en los que, muchas veces, se imponía esa minoría intensa, por sobre una mayoría que apoyaba la continuidad de los cuidados pero que permanecía silenciosa en los debates o frente a los comentarios jocosos”.
Serán los lectores quienes sacarán algunas conclusiones provisorias sobre la importancia de las opiniones ante los fenómenos sociales y también de cómo, a través de qué canales y con qué volumen se expresan en el espacio público. Y a su
vez qué hacen o dejan de hacer los gobiernos de turno frente a cada una de esas expresiones.
Visiones de la Historia
El mejor predictor del voto que encontró en toda su batería de encuestas el autor no fue la edad y el sexo -un elemento fuerte, casi determinante entre los votantes de Milei-, la categoría ocupacional ni las opiniones en torno al conservadurismo o el neoliberalismo.
Sorprendido, Balsa cuenta que ningún elemento fue más certero para predecir el voto que un conjunto de preguntas que realizó sobre la Historia argentina.
Los consultados debieron responder sobre el peronismo clásico, la última dictadura y el menemismo. “La forma de representarse cada uno de estos momentos históricos tenía una notoria relación con lo que habían votado y, sobre todo, la combinación de las tres respuestas poseía una enorme capacidad predictiva del voto”, se indica en el libro.
Así, “todos quienes realizaban una crítica frontal al peronismo clásico votaban a Milei o Bullrich”. A ellos se sumaban “casi todos quienes reconocían que en sus gobiernos se habían concretado importantes conquistas laborales y sociales, pero que se habían caracterizado por corrupción y autoritarismo”.
“En cambio, entre quienes tenían una mirada laudatoria de los gobiernos de Perón, casi todos habían votado a los candidatos oficialistas, y solo un 13% lo habían hecho por los candidatos de la derecha”, señaló.
Por el lado de las evaluaciones sobre los gobiernos de Menem, “votaron casi en su totalidad a los candidatos de la derecha quienes lo elogiaban o, incluso, quienes moderaban la mirada positiva de la ‘entrada de Argentina en el mundo’ con la existencia de la corrupción”. Incluso también “quienes consideraban a su gobierno como ‘malo’ por la desocupación, pero reconocían esta incorporación ‘al mundo’ votaron en un 78% a Milei o Bullrich”.
Mientras tanto, dos tercios de quienes evaluaron que el gobierno había sido un desastre completo votaron a Massa o Juan Grabois.
Por último, quienes tenían una mirada positiva de la dictadura -se les presentó la idea de que el gobierno de facto “evitó que terminásemos en el comunismo” o “crítica pero que la reconocía como necesaria”, votaron casi en su totalidad a los candidatos de la derecha.
“En cambio, entre quienes sostenían que había cometido crímenes atroces y que había sido innecesaria, un 56% había votado a los candidatos oficialistas”, indicó el autor.
“La consideración de las tres preguntas en forma combinada permitía prever en un 92% la conducta electoral presente. La mitad de esta capacidad explicativa radicaba en la mirada sobre los gobiernos de Perón, un tercio en la perspectiva sobre el menemismo y solo una sexta parte se vinculaba con la evaluación de la última dictadura”.
Seguir pensando
Cuando un dirigente que es representante del movimiento de derecha radical global llega a la Presidencia de un país se produce un cataclismo. O, más bien, el cataclismo ya se ha producido.
Hay entonces una inflación de interpretaciones, acusaciones, reproches y “autocríticas” en el campo de las Ciencias Sociales y también de la dirigencia, que se dan en el contexto de una lucha política que continúa. También existe una gran enemiga del análisis fructífero: una fascinación por el votante de esa derecha radical global.
Se producen ahí distintas operaciones: se los considera como parte de un sujeto colectivo sólido y consolidado, sólo se ven las rupturas y no las continuidades de los procesos sociales, en un contexto intelectual en el que el encandilamiento genera fascinación -y hasta exaltación-.
Como a la liebre en la noche, la luz nos paraliza y no nos permite ver bien. Ni lo que buscamos tratar de ver, ni lo que queda por fuera de ello. Sumado a un elemento más: cuando los votantes de estos dirigentes forman parte de los sectores populares, son utilizados en el debate público como verdaderas “armas políticas”. Lo vemos en la campaña de Donald Trump en Estados Unidos: el empresario se reúne con votantes negros del Bronx neoyorquino que son sus fanáticos y se busca mostrar la parte por el todo.
Cuando observamos a los votantes pronunciarse por un candidato de estas características, sólo escuchamos un clamor furioso que surge de abajo hacia arriba. Y no evaluamos qué impactos tienen discursos que circulan de arriba hacia abajo y del centro a la periferia (y no al revés).
En la Argentina no contamos todavía con una “autopsia” correcta de qué ocurrió en noviembre de 2023. Antes de plantear un proyecto alternativo, lo primero es entender qué pasó. Con crudeza, precisión, honestidad, la cabeza verdaderamente abierta y los instrumentos adecuados. Las encuestas y análisis de “¿Por qué ganó Milei?” son un insumo válido y necesario para esa tarea.
Fuente: El destape
Por Nicolás Tereschuk