«A veces no podés estar afuera, el olor es horrible, te pica la garganta. Hay olor a gas. Cerrás la puerta y huele igual», recogen John Soluri, Claudia Leal y José Augusto Pádua, los testimonios que Javier Auyero y Débora Swistun tomaron de algunos vecinos y vecinas de Villa Inflamable en el Gran Buenos Aires. En un pasado vivo: Dos siglos de historia ambiental latinoamericana (Universidad de los Andes, Colombia y Fondo de Cultura Económica), los editores Soluri, Leal y Pádua recogen las investigaciones de 14 de los autores más reconocidos en este campo.
Sobres las voces es que concentra en esta entrevista con Ñ Claudia Leal, profesora de la Universidad de los Andes en Bogota y ex copresidenta de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental, y John Soluri, profesor asociado en el Departamento de historia de Carnegie Mellon en Pittsburgh, Pensilvania, para revisar la historia de algunas regiones y ciudades latinoamericanas en las que la contaminación ambiental, la conservación de la naturaleza y la ciencia no son conceptos sino la realidad de todos los días.
-¿Cómo se relaciona la historia industrial con la contaminación ambiental en Ámerica Latina y en Argentina?
-La industria es una importante fuente de contaminación, pero no la única; hay muchas, algunas más antiguas. La contaminación fuerte comenzó en el período colonial con el mercurio que se usaba para la amalgamación de la plata y contaminaba las fuentes de agua. Ahora bien, no cabe duda de que en América Latina, la industrialización, que fue en buena medida resultado de una política explícita, aumentó la contaminación del aire con las emisiones y de las aguas con los desechos; además, exigía nuevas formas de energía, incluidos los hidrocarburos. Nosotros, los ciudadanos del común, también contaminamos, más las clases altas y medias por tener niveles de consumo mayores. Muchos de nuestros deshechos, bien sean basuras o aguas negras, son fuente de contaminación, así como las emisiones que producen los medios de transporte que utilizamos. Esto es así tanto en Argentina como en los demás países de la región, claro que cada cual tiene sus particularidades. Buenos Aires, a diferencia de la mayoría de capitales, se formó de la mano de los frigoríficos a finales del siglo XIX, pero en esa época comenzó el desarrollo industrial a los largo de la región. Posteriormente, las políticas de autoproducción promovieron la formación de industrias metalúrgicas, químicas, etc., que se desarrollaron con más fuerza en algunos países que en otros.
-¿Por qué el tema más recurrente de la primera oleada de estudios sobre historia ambiental latinoamericana fueron los bosques?
-Por muchas razones. Una muy importante es que los bosques cubren aún hoy más de la mitad de la región, es decir, había tantos bosques que las historias necesariamente se topaban con su poderosa presencia. Además, la deforestación aumentó mucho en la segunda mitad del siglo XX, así que había historias de destrucción de los bosques en todas partes. Por otro lado, los bosques cargan con un fuerte significado simbólico en la cultura Occidental, donde han representado el mundo natural desde los tiempos de la Grecia Clásica. La historia ambiental entonces debía hablar de bosques. También es relevante que desde la década de 1980 las selvas húmedas tropicales representan el ambiente global amenazado y la principal selva del planeta es la Amazonia. Vale la pena anotar que en libro Memoria Verde: Historia ecológica de la Argentina, de Antonio Elio Brailovsky y Dina Foguelman, publicado en 1991, fue una de las primeras historias ambientales de la región. Dada una visión amplia y el contexto ecológico argentino, este libro trata de muchos temas, además de la deforestación, mientras otros pioneros -como De bosque a sabana, del cubano Reinaldo Funes y la historia de destrucción de la Mata Atlántica brasilera de Warren Dean-si tienen el tema deforestación como eje.
-¿Cómo influyó el colonialismo ibérico en la historia ambiental en América Latina?
-De muchas formas, pero tal vez las dos más llamativas fueron, primero, la llegada de animales domésticos que aquí no se conocían y sin los cuales es difícil concebir nuestras vidas (piensa en el consumo de carne de res en la Argentina y en todo el subcontinente). Me refiero a las vacas, los caballos, los cerdos, las gallinas, las ovejas y, claro, también las mulas; sin ellas, países como Colombia serían impensables. Y segundo, la llegada de virus y bacterias que contribuyeron de manera decisiva a acabar con el 90% de la población nativa. Más que las repúblicas mestizas, como ha sido concebido México, o de inmigrantes, como la Argentina, seríamos un continente de naciones fundamentalmente indígenas, más aún que Bolivia y Guatemala. Claro, estas son consecuencias no intencionadas del colonialismo, pero hay otras, como la relevancia de la minería y el establecimiento de una red urbana, que aún hoy moldean de manera decisiva las formas en que nos relacionamos con los ambientes que habitamos y sobre los que ejercemos influencia.
-¿Cómo se pasó de ser «un objeto de despojo imperial» a un «patrimonio nacional»?
-Ese es el resultado parcial de las independencias. El punto es importante porque mucha de la historia ambiental asiática (por ejemplo de la India) y de África, hay que entenderla en el contexto del colonialismo de los siglos XIX y buena parte del XX. Para ese entonces, aquí, aunque había imperialismo (piensa, por ejemplo en el cultivo y exportación de bananos de Centroamérica, realizada por compañías estadounidenses, que generó una fuerte deforestación), no éramos colonias sino que estábamos organizados en estados nacionales. Estos países independientes generaron una nueva forma de ver la naturaleza, como nacional; la vegetación, por ejemplo, pasó a ser parte de «flores nacionales». La nacionalización de la naturaleza no se limitó a poner al cóndor o al huemul en el escudo, sino que implicó procesos de apropiación de territorios llenos de plantas, animales y gente. De allí han surgido conflictos, vivos hasta hoy, como el que hay con las comunidades Mapuche en Chile y con otros grupos indígenas a lo largo de la región. Muchos de los conflictos actuales tienen una historia larga y se relacionan con quién tiene derecho a usar y llena de significados lo que llamamos naturaleza.
Claudia Leal
Bogotá, Colombia, 1970. Geógrafa.
Es profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes en Bogotá y Ph.D. en geografía de la Universidad de California en Berkeley. Fue fundadora y co-presidenta de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental y becaria del Rachel Carson Center for Environment and Society.
John Soluri
Estados Unidos. Historiador
Obtuvo su doctorado en historia en la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Actualmente es profesor asistente de historia en la Carnegie Mellon University, en Pittsburgh. Está investigando sobre la historia social y ambiental del cultivo de plátano en Honduras.