Transitamos una época fuertemente inédita. Todos los períodos presentes lo son. Inéditos. No han sido transitados aún. Lo que conocemos del pasado nos muestra el cambio, siempre y cuando podamos darnos un relato ajustado de lo que estamos sintiendo, de lo que nos está pasando ahora. Este primer cuarto del siglo XXI es diferente a la forma de vivir de los 90, del 2.000 o de cualquier período histórico que elijamos. Pero ¿estamos acertando con la narrativa que nos damos del tiempo que vivimos? O ¿nos estamos contando el tiempo presente en pasado?
Nuestras conversaciones, y muchas veces, nuestro modo de hacer, se corresponden más con el pasado: nos contamos la vida poniendo en valor patrones que están en desuso. Pensamos y decimos que progresar es tener muchas cosas. Muchos objetos, muchos bienes, muchos trabajos. Podrán decir mientras leen: ¿y quién puede vivir con un solo trabajo hoy? Intento establecer una conversación sobre aquellas cosas que anhelamos y sería deseable que sucedieran en sociedades humanas, en grupos de seres que tienen la posibilidad de pensar y regenerar el modo de organización que se prodigan.
A veces pareciera que la economía actual no ha sido diseñada por humanos. ¿No la sienten impropia? ¿Acaso no es una ciencia social que debiera colaborar con la organización y el estar bien? Por el contrario, en la mayoría de los casos, la economía imperante representa un factor de desequilibrio. Acá, en la China, en el cuerno de África y en los Estados Unidos también. La economía, tal como la concebimos e implementamos contribuye a la inequidad y a mayores grados de exclusión cada día. Y siempre nos estamos diciendo que, en realidad soportamos la economía falaz y estafadora, para estar mejor en el futuro. Cito un ejemplo resonante entre nosotros: a fines de junio de 1959 el flamante ministro de Economía se llamaba Álvaro Alsogaray. A poco de asumir anunciaba un plan feroz de ajuste que incluía despidos y una fuerte alianza con los Estados Unidos, y acuñaba una frase que quedó para la historia: Hay que pasar el invierno. Alsogaray fue ministro de economía del presidente Arturo Frondizi en los 60´ y ya hablaba del “desatino y los errores anteriores”. Proponía la reducción de la administración pública y no sabía si podrían “pagar los sueldos en el Estado”. Hay que pasar el invierno, sería “la nueva fórmula”. Más cerca en el tiempo, el entonces presidente Carlos Menem en los 90´ hizo célebre una parecida: estamos mal, pero vamos bien.
La historia está plagada de relatos distorsionados sobre el presente y lo que vendrá. La narrativa actual se sigue asentando en una realidad desfigurada: omite cosas importantes de lo que está pasando, qué estamos sintiendo y quiénes estamos siendo. El planteo sobre el futuro paraliza. Se presenta como fatídico, insoportable y lleno de amenazas. Nos amenazan los narcos, la tecnología, los jóvenes que toman universidades, los musulmanes que invaden Paris, los argentinos que manifiestan en la calle y la inteligencia artificial. En este relato insuficiente de lo que estamos viviendo y del futuro, supuestamente degradante que acecha, nos salteamos el presente. El presente acabado, con matices, complejidades y los grandes desafíos que tenemos como humanos. Les acerco un ejemplo para verlo mejor. Esta semana se presentó en La Feria del Libro de Buenos Aires “La Tierra Para todos” un trabajo científico ordenado por el Club de Roma, que propone 5 cambios extraordinarios para la equidad global en un planeta saludable:
1. Acabar con la pobreza.
2. Hacer frente a las grandes desigualdades.
3. Hacer foco en el poder de las mujeres.
4. Convertir en saludable el sistema alimentario (que sea sano para las personas y para los ecosistemas).
5. Pasar a una energía limpia.
Según los expertos, la inequidad y la economía son los puntos centrales a los que hay que apuntar para las transformaciones verdaderas. Y para garantizar un planeta sano. Nadie podría prosperar en un planeta muerto. Ni los agentes de bolsa ni los que venden gallinas. Nadie. El modelo económico imperante desestabiliza a las sociedades y nos lleva a sobrepasar los límites planetarios. Los conflictos sociales que se avecinan requieren nuestra atención urgente. Es decir, ocuparnos del cambio de sistema. ¿Y qué implica eso? Revisarlo todo. Y no se trata de una utopía: es lo esencial para conformar sociedades sostenibles y resilientes bajo una presión extraordinaria. La velocidad de acción debe ser proporcional a la velocidad en que aumentan la desigualdad y la pobreza.
Una tierra para todos es el libro más movilizador del cambio que podrían encontrar. Una guía imprescindible para sobrevivir y sentir que las personas vamos a hacer cosas para que la transformación sea real. Para dejar de naturalizar la inacción insólita. ¿Por qué estamos desdeñando el poder y la energía de las mujeres para mejorar la economía, los gobiernos e impartir justicia? Despreciar las capacidades genuinas y las diferentes ópticas y modos para operar en medio de la crisis es algo parecido a pegarnos un tiro en los pies.
Al abrir los ojos, por la mañana después del descanso, hay un momento, quizá sean instantes, donde renovamos el sentido de la pureza. Incontaminados, comprobamos, un día más, que estamos vivos, que hay luz y que podemos respirar. Una pureza parecida a la de la flor que muestra una textura diferente según pasan las horas. Es la idea de lo impermanente. Nada mejor que el cambio, nada mejor que vivir en el cambio persistente, porque eso nos asemeja a la naturaleza, nos permite entender que somos naturaleza en constante desarrollo. No los estoy invitando a soñar con los ojos abiertos. Los invito, nos invito, a un despertar para dar el gran salto y protagonizar la transición más rápida y profunda de la historia.
El autor de esta nota es periodista, editor de radio y televisión
El club Roma
El Club de Roma es un laboratorio de ideas fundado en 1968. Reúne a un centenar de científicos, economistas, políticos e industriales preocupados por problemas complejos a los que se enfrenta el mundo. En 1972 publicó el famoso informe, ordenado al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), llamado Los límites del crecimiento. Los científicos anunciaban que no se podía crecer inacabadamente pues, de lo contrario, dentro de los cien años posteriores a la publicación del informe quedaría sobrepasada la carga del planeta y los sistemas empezarían a colapsar. 52 años después, sabemos que el Club de Roma tenía razón.
Fuente: Página 12
Por Sergio Elguezábal