Las armas de Hugo Pratt

diciembre, 2022
Se reedita la serie bélica Los Escorpiones del Desierto, del admirado dibujante y guionista italiano. El creador de Corto Maltés vivió diez años en el país y tuvo gran influencia en el cómic local.

En noviembre de 1949, Hugo Pratt se embarcó rumbo al puerto de Buenos Aires en compañía del dibujante Mario Faustinelli. Los había contratado la editorial Abril, con un sueldo de cinco mil pesos, una suma considerable. Abril había sido fundada por Cesare Civita, editor italiano de origen judío que había tenido que abandonar su país a causa de las leyes raciales dictadas por el fascismo.

Uno de los socios de Abril, Paolo Terni, recibió en el puerto a los dos artistas y les explicó que había ido en persona a buscarlos para comprobar si estaban entre los primeros pasajeros en dejar la nave. Si era así, significaba que estaban dispuestos a trabajar de inmediato. Si estaban entre los rezagados… Pratt y Faustinelli se sintieron en falta: habían sido de los últimos pasajeros en desembarcar.

Pratt vivió más de diez años en Buenos Aires, y aquí recibió sus lecciones fundamentales de guion, cuando le tocó dibujar las historias de Héctor Germán OesterheldSargento KirkErnie PikeTiconderoga.

Así aprendió a superponer un arco moral íntimo al gran universo de decisiones que significan la guerra, el mundo o la vida. Pero en Hugo Pratt siempre hay lugar para una cierta picaresca, para esos canallas simpáticos que es difícil hallar en Oesterheld. Si repartiéramos entre ellos a los héroes de la película Casablanca, a Oesterheld le tocaría Víctor Lazlo; a Pratt, Rick Blaine.

Los Escorpiones del Desierto, ahora publicado por el FCE en tres tomos, reúne cinco historias: Los Escorpiones del Desierto, Piccolo chalet, Palas dancalí, El salón del Martini seco Brisa de mar. La primera aventura apareció en 1969, dos años después de que Pratt echara al mar a su Corto Maltés.

El protagonista es el polaco Koïnsky, que combate para los aliados en unas formaciones especiales inglesas: el Long Range Desert Group. Al principio parece un personaje segundón: con el correr de las páginas se afianza su rol de protagonista y narrador, como si Pratt lo hubiera descubierto en el camino.

Si al comienzo tiene una misión definida, luego vemos que es el azar el que guía sus pasos por las arenas. Su verdadera misión es tratar de sobrevivir hasta el día siguiente. Las aventuras, que se encuadran al comienzo bajo la figura de un combate entre las fuerzas aliadas y las italianas, pronto escapan del género bélico y visitan la comedia negra, el absurdo existencial, el juego del espionaje. Pratt evita los grandes paisajes de la historia y prefiere los rincones. Huye de lo colectivo y se refugia en lo individual. Cambia las batallas por las escaramuzas.

El desierto del África oriental no era un territorio ajeno para Pratt, ni para la historia italiana. Italia invadió Etiopía en 1936, desplazando al emperador Haile Selassie. Cuando las tropas del general Pietro Badoglio alcanzaron Adis Abeba, se decretó el comienzo del imperio italiano.

El padre de Pratt, militar y funcionario, se instaló en Etiopía con su familia. El adolescente Hugo se entretenía dibujando los uniformes de las tropas coloniales, que tanto abundan en sus historias. Cuando Italia entró en guerra, comenzaron a sucederse las derrotas. En 1943 Hugo y su madre fueron evacuados de Etiopía, pero su padre murió en 1944 en un campo de prisioneros francés. En cierto modo, Los Escorpiones del Desierto conserva cierta inocencia con respecto a la colonización italiana, pero es la inocencia de la época. Recién a mediados de los años ochenta comenzaron a debatirse las consecuencias de la invasión de Etiopía.

Cuando la periodista italiana Oriana Fallaci entrevistó a Haile Selassie en 1972 (un año antes del golpe de estado que lo derrocó y lo encarceló hasta su muerte), no consiguió sacarle una sola palabra en contra de Mussolini, ni del mariscal Graziani, que había ejecutado una tremenda matanza. “No lo juzgamos. Está muerto, y de qué sirve juzgar a los muertos. La muerte cambia todo, anula todo. También los errores. No nos gusta hablar de odio o de desprecio hacia un hombre que no puede respondernos. El mismo discurso vale para los otros que invadieron nuestro país. Graziani. Badoglio. Todos muertos. Silencio”.

La última aventura de Los Escorpiones del Desierto es de 1992, apenas tres años antes de la muerte de Pratt. Para entonces, el dibujo se había hecho mucho más sencillo, casi un borrador, caras definidas con pocos trazos. Son los últimos dibujos y parecen los primeros, como si Pratt jugara a ser un aprendiz de Pratt. Locomotoras, tanques y aviones están trazados, en cambio, con todo detalle, pero es posible que sean obra del asistente de Pratt, Guido Fuga.

El capitán Koïnsky –igual que Corto Maltés– es menos protagonista que testigo: contempla con cierto cinismo contenido la locura que lo rodea. En la vida real suele ocurrir que la gente se propone ser generosa hasta que aparece la tentación del egoísmo; en el universo de Pratt, en cambio, el héroe se propone ser egoísta, pero se ve seducido por el Bien.

Aunque los aviones ametrallen jeeps y tanques y los francotiradores abran fuego desde sus escondites, las peripecias del capitán Koïnsky tienen menos de relato de guerra que de novela de espías. Los secretos que guardan los personajes no son secretos militares sino misterios íntimos cifrados, en general, bajo el nombre de una mujer.

El héroe de aventuras suele ser un héroe sin pasado: lo que importa es el aquí y el ahora. Pero los personajes de Pratt cargan siempre un largo y complejo pasado, que reaparece una y otra vez, como si la aventura que se narra fuera apenas una parte de una aventura más larga y extensa, donde lo importante ya ocurrió.

Todos los personajes parecen vivir el melancólico epílogo de sus vidas. Aquí y allá asoma la enciclopedia sentimental de Hugo Pratt: el cine Malibran de Venecia, la canción “Piccolo chalet”, las películas Los lanceros de Bengala y La carga de la Brigada Ligera, los textos “La luz que se apaga” de Rudyard Kipling y “Rosa alquímica” de W.B. Yeats.

A pesar del humor, un costado trágico, mucho más trágico que en Corto Maltés, amenaza a los personajes, a través de la omnipresencia de la muerte. Cada capítulo se convierte en una especie de Diez indiecitos, donde los personajes caen no tanto a causa de la guerra como del azar o del malentendido. Pratt no echa ninguna culpa sobre los que combaten en un bando u otro.

En la serie de Los Escorpiones del Desierto la única falla moral es la traición. Las balas no parecen venir de un enemigo concreto: aunque alguien apunte y dispare, son balas perdidas. Como si a través de lejanos tiradores, o aviones que cruzan el cielo vacío, Hugo Pratt se hubiera propuesto representar el trabajo del tiempo. Como si los bang bang que tan a menudo suenan en sus páginas, fueran en realidad un tic tac enmascarado.

Fuente: Revista Ñ
Por Pablo de Santis

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