Fuente: La Nacían
Autor: Nicolás Pichersky
De antemano parece una paradoja. Algo que, ya que de música se trata, “suena” raro: que un escritor especializado en policiales publique un asombroso ensayo sobre la salsa. Porque, podría pensarse, las raíces del policial negro están más cerca del espectro noir de una noche cerrada y en penumbras de jazz… que del sol caribeño o tropical. Los ejemplos sobran: el espíritu jazzero de la Costa Oeste californiana del igualmente cool Philip Marlowe, el detective de Raymond Chandler; la novela Jazz blanco de la pluma rabiosa de James Ellroy o, el más literal de todos, el detective Charlie Parker, del irlandés John Connolly, que homenajea al saxofonista del mismo nombre.
Y sin embargo Leonardo Padura (La Habana, 1955), exitoso escritor de policiales, guionista y ganador entre otros de varios Premio Hammett, se dedica de lleno a una música que no tiene tanto que ver con el género literario, pero sí con su origen: Cuba. Los rostros de la salsa es en realidad la reedición de un libro publicado en la isla en 1997, que no había circulado en la Argentina y ahora llega de la mano de editorial Tusquets, en versión corregida y aumentada.
Cara a cara, en entrevistas que realizó como periodista durante décadas, el autor de El hombre que amaba a los perros conversó con los jóvenes “turcos” que modernizaron la salsa, así como con sus últimos “jedis”: Mario Bauzá, Cachao López, Papo Lucca, Juan Luis Guerra, Rubén Blades, Willie Colón, Johnny Pacheco y Juan Formell. Estos son algunos de los protagonistas del libro con los que Padura dialogó en algunos casos durante horas y horas. Muchos de ellos (Blades, Bauzá, Colón) son o fueron algunos de los más grandes nombres de la música latina del siglo XX.
En las conversaciones, que tienen algo de policial y de pesquisa, el lector va aprendiendo lo que une el origen del jazz con la música latina, las corrientes inmigratorias de Puerto Rico y Cuba hacia Nueva York y Florida con una historia política de América que comienza antes de la crisis de los misiles en Cuba, a comienzos de los años sesenta. El cuarto de siglo transcurrido desde la primera edición de 1997, en el mismo año en que lo viejo se convertía en vintage cuando Buena Vista Social Club renacía de la mano de Ry Cooder (como esos “Almendrones”, los viejos autos cubanos, que restaurados se convertían en joyas de coleccionismo), implica la evolución misma de esa música. ¿O es involución?
El libro entonces pregunta a los entrevistados (o a algunos de ellos) por la actual supremacía reguetonera, el trap o el cubatón. Blades defiende a Residente, de Calle 13, pero no es imparcial. La salsa, dice, “es una música más sofisticada”. Pero no se ahorra la crítica a su repetición y estancamiento, o a cómo Fania Records, discográfica responsable del boom del género, fue también la culpable de caer en su faceta más mercachifle.
A través de cada entrevistado, el “trip” latino del libro viaja de los bongos de Desi Arnaz a la orquesta de Fletcher Henderson, Frank Sinatra, Carlos Gardel y, por supuesto, Tito Puente. Los rostros de la salsa es un libro de crónicas, de periodismo cultural en lo mejor de la tradición del género en América Latina.
Como el boom latinoamericano, en las conversaciones íntimas de Padura con los músicos se revela ese otro boom, el de la salsa cuyo realismo, más que mágico, era glotón y devoraba otros géneros. La salsa es lo que es porque incorporó el son cubano, la guaracha, el jazz, el mambo, el bolero, la rumba y hasta las letras del tango. Y este libro, a través de sus estrellas, lo explica a la perfección.
No es casualidad que los pocos títulos al nivel de estudio, dedicación y conocimiento como el de Leonardo Padura, sean los del “latinólogo” francés Luc Delannoy. Y que justamente este escritor y filósofo belga publique sus imprescindibles ensayos sobre música latina (Carambola, Convergencias, ¡Caliente! y Una historia del jazz latino) en la editorial Fondo de Cultura Económica. Porque es a través de esta casa editorial que se acaba de dar a conocer otra gema, La invención de la música latinoamericana. Una historia transnacional, de Pablo Palomino (Buenos Aires, 1975). El autor, doctor en Historia, traza algo más que un panorama histórico de la música latinoamericana. Acaso su hipérbaton: propone una latinoamericanización musical de la historia.
Su pregunta clave (“¿cómo se volvió latinoamericana la música?”) es el leitmotiv de un atlas étnico, lingüístico, geográfico y melódico, que recuerda América invertida, el cuadro de Torres García. No es que Palomino tergiverse el pasado: es que su consideración de la música como una historia latinoamericana le permite ir de una letra de Enrique Cadícamo a otra de Chico Buarque, o de un ensayo de Beatriz Sarlo a las fabulosas colecciones del sello Putumayo.
En su modernidad (las citas del teórico Andreas Huyssen, por ejemplo), La invención de la música latinoamericana ilumina, explica y cuenta lo que hoy nos parecería casi posmoderno o producto de la globalización. El palacio del Tango de Shanghai, por ejemplo, ya en los años 30. O los tangos soviéticos, polacos o indonesios de la década de 1940. Al llegar a los años 70 y 80, y luego a la actualidad, al oído de Palomino no se le escapa la cumbia-rock de la Bersuit, Rock in Rio, la Nueva Trova Cubana o el director clásico venezolano Gustavo Dudamel.
Hablar de “La escuela como espacio clave”, de “Populismo musical estatal” o de “Radiodifusión mexicana en los años treinta” (títulos de algunos capítulos o apartados) puede hacerlo parecer un libro académico, expulsivo o de estricto uso para musicólogos. Pero ocurre lo contrario, como con el libro de Padura. Como si la música latina (de Carmen Miranda a Ricky Martin) fuese un Rosebud del que quisiéramos seguir averiguando, prolongando siempre la investigación, sin llegar nunca a su final y su epitafio. Si un ensayo como este no existiera, habría que inventarlo.