Si se elabora una lista de los conceptos más relevantes para dar cuenta del devenir de la historia de la humanidad, uno que no puede faltar es el de civilización. Porque, aun cuando el término que lo expresa sea relativamente reciente, la distinción entre pueblos o sectores sociales considerados más civilizados que otros puede rastrearse desde mucho tiempo atrás. Que se trate de un concepto central no significa que esté exento de complejidades. Los criterios para establecer esa distinción han sido diversos y su justificación, confusa y controversial. Tanto en lo que hace a la afirmación de la civilización como –más aún– de su contrapartida, la barbarie, el salvajismo, o, simplemente, lo incivilizado.
De ahí la necesidad de contar con un trabajo que refleje el derrotero de este concepto y de las disputas en torno a él suscitadas en distintos momentos y lugares de la historia humana. Tal es la tarea que asume el historiador del arte José Emilio Burucúa (Buenos Aires, 1946) en su reciente libro Civilización. Historia de un concepto.
«No son pocos los autores que advierten que el refinamiento de las costumbres, la urbanidad o la cordialidad no son indicadores confiables de una auténtica virtud, sino que pueden ser fruto de una actitud hipócrita de encubrimiento de intereses oscuros»
El texto se inicia con el rastreo de aquella noción difusa que con el correr del tiempo se irá puliendo hasta cristalizar en una definición más o menos precisa. El primer nombre de referencia es el de Marco Tulio Cicerón. Para el escritor romano del siglo I a.c., la civitas implicaba un tipo de vida ciudadano que posibilitaba “formas más plenas de la existencia, más proclives al ejercicio pacífico de las virtudes y a la consecución de una felicidad individual y colectiva”. Citados por autores tan disímiles como Tomás de Aquino y Maquiavelo, los textos de Cicerón –entre otros– fueron portando esta idea de civilidad que mucho más tarde, en el siglo XVIII, decantará en el sustantivo “civilización” (habría sido empleado por primera vez por Victor de Riquetti, más conocido como el conde de Mirabeau, en 1757). Muy rápidamente el término pasa a ser empleado de modo corriente, aunque no siempre libre de sospechas en cuanto a su legitimidad. No son pocos los autores que advierten que el refinamiento de las costumbres, la urbanidad o la cordialidad no son indicadores confiables de una auténtica virtud, sino que pueden ser fruto de una actitud hipócrita de encubrimiento de intereses oscuros. “Tal ambivalencia del significado y del concepto de civilización –advierte el autor– fue una constante hasta la segunda mitad del siglo XIX, es decir, hasta la era de los imperialismos europeos cuando se procuró legitimar la invasión y la conquista de territorios inmensos en África y en Asia en nombre de la superioridad de la civilización cuyas naciones se beneficiaban de semejante violencia”.
«Los capítulos dedicados a nuestro país permiten apreciar la complejidad del concepto y las estrategias metodológicas de Burucúa para tematizarlo»
El trabajo de Burucúa sigue un hilo cronológico pero no estrictamente lineal. En ciertos momentos clave se demora para dar lugar a mesetas transversales que permiten vislumbrar los diferentes matices que el término fue adquiriendo no solo en algunos territorios centrales de Occidente, como Francia, Gran Bretaña o Alemania, sino también en lugares como China, India, Japón o Rusia.
Los capítulos dedicados a nuestro país permiten apreciar la complejidad del concepto y las estrategias metodológicas de Burucúa para tematizarlo. El primer objeto de análisis son textos publicados en la Gazeta de Buenos Aires apenas unos meses después de la Revolución de Mayo. Lo interesante es que en ellos no se impugna el par “civilización/barbarie”, sino que se disputa en torno a quiénes van a ocupar dichas categorías. Las alusiones a la civilización muestran, según el historiador, el empeño en “predicar las virtudes civilizadas de los revolucionarios americanos contra las manifestaciones de barbarie o de ‘no civilización’ en las que se destacaban los españoles desde los tiempos antiguos de la conquista y del régimen colonial”. Los bárbaros son los españoles, no los criollos. Unas décadas más tarde, el antagonismo encontrará nuevos protagonistas, y el Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas, de Sarmiento, será el objeto privilegiado de estudio. Siguiendo los análisis del filósofo Oscar Terán, Burucúa acentúa el valor de la conjunción “y” del subtítulo y afirma que “se trataba de un país bifronte, caracterizado por una fricción inédita entre lo civilizado y lo bárbaro, entrelazados e hibridados”. En este primer tramo del siglo XIX Sarmiento apuesta a una “civilización del libro” que tiene a la educación como principal impulsor, mientras que Alberdi adhiere a una “civilización de las cosas” (el transporte, la industria, el telégrafo). Finalizando el siglo, el objetivo no será solo avanzar en la consolidación de la civilización sino que se incrementarán las medidas para reducir la barbarie, lo que en aquel momento se tradujo, lisa y llanamente, en la eliminación de quienes fueron catalogados como bárbaros. El autor rescata voces como la de Aristóbulo del Valle, que en un discurso en el Senado, en 1884, denunció las “escenas bárbaras” realizadas en nombre de la civilización en las que no se respetaron “ninguno de los derechos que pertenecen, no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos prostituido […] hemos desconocido y violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre”.
Ya en el siglo XX el concepto de civilización (y la definición de su sombra, la barbarie) acompaña el desarrollo de la Primera y la Segunda Guerras Mundiales y es empleado, nuevamente, para justificar las peores atrocidades. El autor define esta época como aquella “en la que podríamos decir que colapsó cualquier praxis de la civilización (tal vez no de su idea)”. Para analizarla recurre a textos de Simone Weil, María Zambrano, Johan Huizinga y Norbert Elias, entre otros. Hacia el final del libro, luego de exponer las críticas contemporáneas al concepto de civilización, Burucúa dedica algunas páginas a discutir algunas teorías, deteniéndose especialmente en la del choque de civilizaciones de Samuel Huntington.
Hay libros que nacen destinados a convertirse en inevitables. Por lo significativo del tema pero, fundamentalmente, por la notable combinación de rigor y claridad expositiva con la que se lo aborda, Civilización. Historia de un concepto parece ser uno de ellos.
Fuente: La Nación
Por Gustavo Santiago