Es una constante, casi una ley de la historia: una nueva tecnología de la comunicación termina colándose en cada ámbito, cada actividad, cada disciplina. ¿Por qué, entonces, iba a quedar la crítica literaria fuera de la transformación que trajo la informática?
En términos concretos, se trata de disponer, por ejemplo, de unas doscientas novelas digitalizadas y, en lugar de analizarlas una por una, capítulo a capítulo, atravesarlas todas juntas a puro golpe de mouse (de algoritmos) como si fueran meros conjuntos de palabras, planteando interrogantes como: ¿cuántas palabras forman sus títulos?, o ¿cuántas preposiciones tienen los párrafos descriptivos?, o ¿cuántas veces y en qué momentos los personajes gritan, susurran o balbucean?
Algunos pensarán que es una revolución, un antes y después, que los tecnófilos celebrarán y los tecnófobos denostarán. Otros dirán que es una variación menor, que se trata apenas de aplicar la nueva ciencia de datos al estudio de la cultura.
Ni tanto ni tan poco, dice Franco Moretti (Sondrio, 1950), quizás el intelectual que ha estudiado esta renovación de manera más reflexiva y crítica. En Falso movimiento. El giro cuantitativo en el estudio de la literatura, muestra cierta incomodidad frente a lo hecho hasta hoy con las nuevas metodologías, pero sostiene que es posible y necesario trabajar en un punto de encuentro con los enfoques tradicionales. Y, sobre todo, con la teoría, los grandes marcos explicativos.
«Moretti tiene un interés sostenido por indagar en la literatura más allá de las grandes obras, lo que llama una literatura “cotidiana”: las pilas de novelas que los lectores devoraron en su momento (por ejemplo, en el siglo XIX) y que luego no se estudiaron»
Cuando los nuevos recursos estuvieron disponibles, a comienzos de 2000, Moretti se lanzó a explorarlos. Estaba preparado para la tarea: con una larga carrera en los estudios de la cultura, ya había atravesado varias fronteras.
Italiano, claro, y hermano del director de cine Gianni Moretti (en cuyos films iniciales participó), primero dictó clases en las universidades de Salerno y Verona. Luego fue contratado en Estados Unidos: Columbia primero y más tarde, Stanford. El traslado fue facilitado por su especialización en literatura inglesa y su interés en la perspectiva comparada, que traza puentes entre las literaturas nacionales.
Sus mejores aportes llegaron con la madurez. En la colección de ensayos Lectura distante (publicado en inglés en 2013 y traducido en 2015), propuso una nueva manera de leer grandes conjuntos de obras desde una mirada afín con una perspectiva sociológica: el análisis de los sistemas mundiales, del sociólogo Immanuel Wallerstein. El libro recibió el National Book Critics’ Circle, y dio comienzo a debates y líneas de investigación.
En paralelo, ya estaba probando las técnicas digitales junto al informático Matt Jockers, a quien conoció en Stanford en 2002. El primer seminario que dieron juntos, en 2004, solo tuvo un estudiante. “Así y todo, seguimos insistiendo” cuenta Moretti.
El punto es que el italiano tiene un interés sostenido por indagar en la literatura más allá de las grandes obras, lo que llama una literatura “cotidiana”: las pilas de novelas que los lectores devoraron en su momento (por ejemplo, en el siglo XIX) y que luego no se estudiaron.
Moretti destaca su afinidad con la Escuela de los Annales, de Fernand Braudel, que revaloriza lo que la gran historia cultural menosprecia. En términos literarios, “ese 99% por ciento de obras que, con el pasar del tiempo, se habían vuelto invisibles para una crítica que solo tenía ojos para el canon”. Para eso, la ciencia de datos ofrece herramientas útiles, porque permite trabajar con grandes volúmenes de información.
En 2010 Moretti y Jockers encontraron nuevos aliados (como Mike Witmore, de la Universidad de Wisconsin) y crearon el Literary Lab, en Stanford, para ensayar acercamientos. Buena parte de sus investigaciones se publicaron en Literatura en el laboratorio. Canon, archivo y crítica literaria en la era digital (Gedisa, 2018), que es una recopilación de trabajos. Jockers también publicó Macroanalysis. Digital methods and literary history (“Macroanálisis. Métodos digitales e historia literaria”, no traducido).
En ese camino, Falso movimiento sirve a la vez de introducción y de balance de la nueva metodología informática. El título alude a un film de Wim Wenders de 1975, una suerte de road movie en que los personajes deambulan sin tener la certeza de llegar a algún lado. Moretti sostiene que es el momento de mirar atrás “para entender si –en las razones que habían conducido al giro cuantitativo– había algo importante que habíamos perdido”.
Una de sus observaciones más agudas tiene que ver con el uso de periodizaciones que no se corresponden con ninguna hipótesis: el siglo, por ejemplo. ¿Por qué recortar los estudios de acuerdo a una mera medida temporal, en lugar de un movimiento estético, hitos políticos, transformaciones sociales? Otra crítica tiene que ver con la noción de “tendencia” (trend, en inglés). Moretti sostiene que, si bien es útil para estudiar cambios graduales, acumulativos, no permite observar tensiones ni conflictos, y reduce todo a una sola dimensión: la tendencia que se está estudiando.
La crítica más importante, sin embargo, es de política académica. Se ha ido consolidando una nueva disciplina, sostiene: las humanidades digitales (digital humanities), que no quieren relacionarse con la historia de las humanidades. Por ejemplo, en una revisión que hace Moretti de 17 artículos, con mil notas, autores importantes de la teoría literaria como Gérard Genette, Fredric Jameson, Northrop Frye, Víctor Shklovsky o Walter Benjamin solo son mencionados un par de veces. Y nada de historiografía ni de ciencias sociales. “En lugar de un diálogo crítico, surgió un nuevo y pequeño señorío académico”, advierte.
Para quienes no conozcan este nuevo enfoque, Falso movimiento representa una puerta de entrada privilegiada. Moretti es como Virgilio acompañando a Dante en la Divina Comedia: juez y parte, implacable y piadoso a la vez, siempre sabio. Para los más avanzados, representa una obra imprescindible, perfectamente traducida.
En su brevedad, condensa y discute ideas clave de la crítica cultural, que van más allá de la literatura, con referencias eruditas explicadas y comentadas, con preguntas bien planteadas, y respuestas ricas que quedan honestamente abiertas. Una pequeña obra maestra.
Fuente: La Nación
Por Ana María Vara