Acaban de publicarse dos libros periodísticos: la reedición de Un libro quemado, de Alfonsina Storni y Todas las crónicas, de Clarice Lispector. Dos autoras con una importante obra literaria que encontraron en el periodismo una fuente de ingresos y el lugar donde desplegar, en el caso de Alfonsina, sus preocupaciones por la condición de exclusión de las mujeres en las primeras décadas del siglo pasado y en el de Clarice, la continuación de su proyecto literario por otros medios.
Dos mujeres con diferente condición de clase, lo que se percibe en el modo en el que abordan algunas cuestiones políticas. Mientras que en los textos de Alfonsina, las urgencias políticas toman la forma de la denuncia, en los de Clarice, tienen la eficacia literaria de un manifiesto.
Todas las crónicas de Clarice Lispector
Todas las crónicas es el resultado de una tarea nada sencilla, la de organizar el conjunto de las columnas que Clarice Lispector escribió para diarios y revistas de Brasil a lo largo de tres décadas. Los textos, de una variación temática y estilística que la palabra “crónica” no da cuenta, pertenecen a una autora que se desentendía del concepto de género y concebía cualquier espacio de escritura como el terreno donde desplegar una obra en proceso, cuyos fragmentos reutilizaba para sus ficciones. “Siempre me ha interesado lo que no sirve” alega cuando justifica la elección de los temas.
El rescate de estos textos permite una comprensión abarcadora del universo clariceano, sus opiniones sobre otros escritores y en algunos casos, sobre la situación política brasilera. En él, pequeños relatos sobre cuestiones domésticas conviven con afiladas críticas de arte y con frases que tienen la intensidad de un haiku o de un texto presocrático. Lo que vemos, sencillamente, es la máquina Lispector funcionando: despojada de hechos y maravillada frente a un mundo visto por primera vez, en un mismo movimiento, une la percepción con el pensamiento y la intuición.
Es que los hechos, la peripecia, no son el objeto de su escritura, sino su naturaleza, porque de lo que se trata es de captar su misterio y no de explicarlos. El hechizo, la magia, el trance es el modo de abordar y poseer la cosa misma, pensar dentro de ella, vivir más allá de sí, desarticulando los límites de lo humano como síntesis de su proyecto estético y ético. “Ciertas páginas, vacías de acontecimientos, me dan la sensación de estar tocando en la cosa misma, y eso es de la mayor sinceridad. Es como si esculpiera.” Una imagen con la que Tarkovski definió al cine, que en el caso de su escritura, reclama de la lectura una mirada única que capte el instante.
Sobre algunos textos fragmentarios que, como una oración laica o pequeños tratados de ontología, parecen escritos en estado de trance, reconoce: “No se puede llamar crónica lo que escribo. Pero sé que hoy es un grito”. Y como una iniciada, convoca a sus lectores a transportarse junto con ella al interior del objeto de su escritura sin intentar comprenderlo. “Estoy en pleno corazón del misterio. A veces mi alma se retuerce por completo.”
Cuando reflexiona sobre el arte o muestra la cocina de algunos de sus cuentos, exhibe su maestría en el arte de expresar ese borde en el que lo íntimo y lo público se tocan, una zona porosa y contradictoria como “un secreto que todos sabemos”. De ahí quizás provenga la profusión de oxímoron (“mi alma florecía como un áspero cactus”) con los que intenta captar el devenir, el proceso de todo lo que vive.
Algunos de estos textos, escandidos, podrían transformarse en poemas, ya que su prosa reclama un pacto de lectura poético. De hecho, los músicos Cássia Eller y Cazuza recogieron frases suyas para componer la canción “Que o Deus Venha”: “Soy inquieta y áspera y desesperanzada./ Aunque amor dentro de mí yo tenga./ Sólo que no sé usar amor./ A veces me araña como si fueran agujas. / Corro peligro como toda persona que vive. / Y lo único que me espera es exactamente lo inesperado.”
En sus críticas de arte exhibe una gran erudición y un conocimiento muy cercano del arte de sus contemporáneos, lo que demuestra una posición activa de su parte en el campo cultural brasilero. Fotógrafos, pintores, escultores, músicos populares, poetas son entrevistados por ella, en un diálogo entre pares. Y frente a la remanida pregunta sobre el sexo de la literatura, se desmarca de una “literatura femenina” y sostiene que los escritores no tienen sexo o, en todo caso, tienen ambos.
Su evocación de Londres la rescata de su memoria para hacer una crónica que sintetiza, en una página, todo el espíritu londinense de comienzos de los 70 y percibe la belleza en la fealdad de su paisaje urbano como uno de sus rasgos distintivos.
Pero glosar a Clarice es traicionarla, por lo que el mejor homenaje que se puede hacer desde la crítica es citarla.
Entrar al periodismo
Ambas escritoras ingresaron al periodismo, pero desde lugares bien diferentes. Mientras Clarice es la sofisticada esposa de un diplomático (y las referencias a las empleadas domésticas son numerosas), Alfonsina ingresa tempranamente al mercado laboral, primero como “fabriquera”, “empleada de escritorio”, maestra y más tarde, periodista. Algo de esta posición de clase se deja ver en el modo en que abordaron cuestiones ligadas a la perspectiva de género.
En Clarice, ésta aparece imbricada en el hecho literario y su proverbial sutileza le permite registrar la trampa que encierran algunos diminutivos como “paseíto” en el que detecta el miedo ancestral de las mujeres frente a una invitación masculina. O cuando imagina un día en la vida de una dama noble del siglo XVI y en un jarrón pintado por ella, una “obra anónima del siglo XVI” de cualquier museo.
Mientras que Alfonsina, embanderada en el feminismo, llama al género masculino el “sexo rey” y desarma, con argumentos científicos, la supuesta debilidad del sexo femenino. “Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política”, señala con lucidez y reconoce en las poquísimas mujeres dedicadas a la medicina (Julieta Lanteri, Cecilia Grierson) el foco de un movimiento emancipatorio y a las responsables de abordar, con mucha valentía, cuestiones extremas como la trata y la prostitución.
Fuente: Tiempo Argentino
Por María Eugenia Villalonga