Muchos escritores imaginan y escriben por fuera de las convenciones más aceptadas. Sus libros –o al menos algunos de ellos– escapan al corsé de los géneros e inauguran nuevas zonas desde las cuales hacer y pensar la literatura.
La experimentación puede darse a nivel de las unidades mínimas –las palabras y las frases–, de la estructura y el modo de organizar una historia, incluso por variaciones tipográficas o por el agregado de dibujos y esquemas. En todos los casos, hay un común denominador: la necesidad de esquivar las pautas establecidas, coquetear con los bordes y a veces recuperar herencias marginales.
La lista es numerosa: las mejicanas Vivian Abenshushan y Margo Glantz, los norteamericanos David Markson y Lydia Davis, el serbio Svetislav Basara o el francés Roland Barthes. Y, si nos quedamos en el ámbito argentino, parte de la obra de Julio Cortázar, de Héctor Libertella, de Macedonio Fernández y de Osvaldo Lamborghini. En el último año, se publicaron cuatro libros que proponen trayectorias distintas o renovar las convencionales.
Diccionarios alternativos y lectores no obedientes
En 2023, Eduardo Berti publicó Método fácil y rápido para ser lector (Fondo de Cultura Económica), al que califica como “un sincero tributo a la lectura”; y este año, Otras palabras (Adriana Hidalgo), en el que hace un recorrido histórico por los antidiccionarios de los escritores. Ambos confirman su vocación lúdica e innovadora, así como su ambición por rastrear la genealogía de obras raras e inclasificables.
“Me cuesta decir a qué género pertenecen algunos de mis últimos libros –confiesa Berti–. Esto me agrada porque, como lector, compruebo cada vez más que los libros que más me atraen son aquellos que no encajan fácilmente dentro de tal o cual género; o en todo caso, los que desde el supuesto género al que pertenecen desafían o ponen en problemas las convenciones”.
Otras palabras es un ensayo en el que, entre varios asuntos, se dedica a las formas no tradicionales de abordar los diccionarios y las definiciones de las palabras, formas que en su opinión ponen en tela de juicio las certezas que existen en torno a la supuesta objetividad de esta clase de obras.
“Los ‘antidiccionarios’ es una práctica relativamente al margen, pero nada irrelevante. Quise ver cómo se relacionan los distintos miembros de esta familia de diccionarios raros y qué nos dicen de nuestro lazo con el idioma. Resulta inevitable que entre los escritores y los diccionarios haya un vínculo intenso, mezcla de amor y odio, como lo hay entre los escritores y la lengua”, señala Berti. El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, el del argentino exquisito de Adolfo Bioy Casares o el de lugares comunes de Gustave Flaubert, son solo unos pocos de una especie que es más vasta de lo que podría parecer a primera vista. En la exploración también se ocupa de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, de prácticas literarias como los juegos surrealistas y las invenciones lingüísticas de Michel Leiris, de las experimentaciones del grupo OuLiPo, y del empleo de neologismos y neolenguas en textos de Julio Cortázar, Anthony Burgess, Stephen Dixon y otros.
A su vez, en Método fácil y rápido… el autor recomienda 142 ejercicios para hacer de la lectura una práctica más creativa. El método invita al lector a que suspenda momentáneamente los procedimientos usuales al momento de leer ficción y que siga una serie de instrucciones, a veces razonables y sensatas, otras disparatadas y humorística, para así entregarse a un juego de descomposición y recomposición de los textos. Y justifica su propuesta con este argumento: “Lo que intento es sacudir hábitos o inercias en lo que atañe a la lectura, al rol de los lectores y al vínculo que tenemos con los libros, no porque las funciones habituales del lector no me parezcan válidas, sino para ampliar al campo de lo posible, para probar diversas potencialidades”.
Berti está radicado en Francia desde hace dos décadas y es admirador e integrante de OuLiPo (acrónimo de “Ouvroir de littérature potentielle” –Taller de literatura potencial–), que surgió a principios de los años sesenta y del que formaron parte, entre otros, Raymond Queneau, Italo Calvino y Georges Perec. El grupo propone escribir a partir de una limitación o restricción establecida previamente, aunque por supuesto todos sus integrantes también han escrito libros que no cumplen con ninguna exigencia. “A mi juicio, muchos de los métodos lectores son oulipianos, sobre todo los que conducen a formas de escritura o reescritura. El año pasado, impartí un taller basado en varios de mis ejercicios y los resultados fueron sumamente divertidos”, concluye.
Azar controlado
Sergio Bizzio acaba de publicar Sabemos lo que pasa por las noches, Caracol (Interzona), un proyecto que surgió a partir de una sucesión de eventos casuales.
“Un día, paseando al perro, encuentro en la calle un ejemplar de la revista de moda Elle –comenta el narrador y poeta–. Ese mismo día había estado mirando unos collages dadaístas y tenía ganas de hacer algunos yo también, así que me llevé la revista y ya de vuelta en casa me puse enseguida manos a la obra. En las dos o tres semanas siguientes, hice unos 30 collages, hasta que la revista quedó completamente despanzurrada. Ya no había nada que pudiera recortar”.
Pero esta primera etapa se completó con una segunda que llevó la intervención a otro nivel: “Entonces leo (o veo, mejor dicho) en los flecos de un texto de la página izquierda la frase ‘sabemos lo que pasa por las noches’. Y en los flecos de la página derecha: ‘caracol’. Me gustó y lo subrayé. No lo corté ni lo pegué, nada más lo subrayé con una birome y me puse a buscar otra –afirma Bizzio–. De la revista ya no quedaba casi nada, había arrancado la mayor parte de las páginas y las que quedaban todavía unidas al lomo no eran más que tiras, o flecos, pero todavía era posible encontrar restos de frases o de oraciones. En ese segundo intento, encontré en un fleco ‘quién hubiera imaginado’, y en otro ‘que la nave nodriza’, y en otro ‘sería un pollo con ciruelas’. Fue como si los recortes para los collages de imágenes propiciaran el collage de palabras. Y ya no paré. Durante meses, me dediqué exclusivamente a eso. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto. Los resultados eran siempre sorprendentes, por lo menos para mí”.
Su trabajo remite a la técnica del cut up, que combina el corte y el reordenamiento de los fragmentos en un orden diferente para producir un nuevo texto. El antecedente más lejano es un poema de 1920 del poeta dadaísta Tristán Tzara y, más cercano en el tiempo, un conjunto de novelas que William Burroughs escribió a partir de una variación que consiste en el recorte y el plegado de hojas. Pero en ambos casos el resultado obedecía al dictado del azar. No es lo que sucedió con Sabemos lo que pasa… Para crear estos textos, entre epigramáticos, líricos y narrativos, que van de unas pocas palabras a un par de páginas, Bizzio decidió tomar decisiones siguiendo determinados criterios.
“Burroughs dijo que el cut up permitía que por entre ellas se filtrara el futuro, o algo así. No fue mi caso. Yo acumulaba recortes de frases y palabras sueltas en un archivo, y las unía a conciencia guiándome por el ritmo de las oraciones que aparecían o por las imágenes que me sugerían –explica–. Me sorprendí cuando mi hijo se llevó el libro recién publicado y me contó que él y su novia y un grupo de amigos pasaron un buen rato divertidos, usándolo como una suerte de I Ching: hacían preguntas y abrían el libro al azar, y ahí tenían la respuesta”.
Ideas como estrellas
Desde 2011, Luis Sagasti viene publicando novelas que no respetan lo que denomina “el tridente presentación, nudo y desenlace”, porque considera que para sus ideas e intuiciones encuentra más claridad dentro de una forma fragmentada. A este grupo pertenecen Bellas Artes, Maelstrom, Leyden Ltd., Una ofrenda musical; y este año, Lenguas vivas (todas por Eterna Cadencia).
Sobre su origen, Sagasti señala: “Tenía una novela escrita hace más de 15 años, que se llamaba ‘Lenguas Muertas’. La historia siempre me gustó, pero no el tratamiento. De todo eso, solo quedó un par de páginas que desarrollo en Lenguas Vivas. Y en un momento veo que la historia de la muerte de mi hermano, mejor dicho, lo sucedido luego de su fallecimiento, podía encajar muy bien. Sobre esto último, tenía esbozado algunas cosas, pero fue escrito de un tirón”.
En sus 12 capítulos de unas pocas páginas, con otros tantos pasajes breves entrelazados, el narrador presenta una serie de anécdotas, historias y relatos leídos o escuchados de fuentes muy heterogéneas, e incluso el episodio traumático de la historia familiar. Más allá de la relativa autonomía de cada fragmento, el conjunto, guiado por la idea general de la lengua, la comunicación y la muerte, arma una constelación que asocia y le otorga cierta familiaridad a personajes, pueblos e idiomas de orígenes muy diversos.
“Nunca sé muy bien cuando comienza una novela, pero llega un momento en que me doy cuenta de que el material que llevo reunido conforma una suerte de fuerza gravitatoria que atrae ideas, hechos, datos que pueden formar una amalgama de cierto valor literario –dice Sagasti sobre su particular modo de componer–. A la vez, advierto que un libro mío terminado cuando encuentro que ya no es posible agregar información o descripciones, o desarrollar una idea en ciernes. Algo hay que te dice que ya está, que lo que resta es solamente pulir alguna arista, que una pizca más de sal hecha a perder la sopa”.
Si bien el ciclo empezó con Bellas Artes, el autor advierte que “no hubo una voluntad explicita” de seguir ese camino y que la fundamentación la encontró con el tiempo, cuando comprendió que “los aspectos plásticos del lenguaje, el compromiso con la palabra” para él eran vitales. Y concluye: “Las ideas son como estrellas o algo así que uno arroja para que el lector arme sus constelaciones. Yo mismo muchas veces no tengo claro si arriba en el cielo se formó un pez, un ave o un mamífero, pero claramente veo un animal”.
Fuente: La Voz
Por Gustavo Pablos