La última novela es una autoficción sobre el sonambulismo, y en esto hay dos promesas con las que cumple a medias. ¿Qué es exactamente el sonambulismo? La pregunta convoca enigma, casi esoterismo. El libro pasa por estas zonas, pero sus méritos no dependen de ellas.
La parte del sonambulismo es la novela en la que se ha convertido una parte del diario íntimo del propio Hochman. En realidad, es sobre todo esa misma conversión puesta en escena. Es que en el libro, como en los diarios íntimos, la escritura es imperfectiva: se hace a sí misma a medida que avanza.
Una y otra vez, el diario y la escritura se ponen en abismo: “Pongo ‘sonámbulo’ en el buscador de Word del diario y llego a la escena que narré al principio, la del micro, que escribí de memoria (…)”. El libro toma una plasticidad enorme de esta puesta, porque la distancia que supone habilita un camino de ida y vuelta entre un tono confesional y la reflexión.
El lector accede a un híbrido que se piensa a sí mismo: la parte “diario” narra, y la parte “narrador” piensa, cuestiona. Lo que hay entonces es una novela que también es un ensayo, y en cuya superficie se dejan leer los restos de un diario.
También hay un tema que subyace a los más visibles. Todo el tiempo el narrador pone en cuestión la verosimilitud de eso que narra –un gesto en el que se lee la preocupación de Gide por la insincera sinceridad de sus diarios. Esto está basado en hechos reales, parece decir, pero hasta qué punto eso es o puede llegar a ser cierto.
En las primeras páginas el narrador coquetea con la posibilidad de “Escribir el diario como una forma de hacer ficción, solapada, sutil, hartera.” Hacia el final, la premisa toma un giro existencial: “Y no puedo no pensar cuánto de ficción habrá en la biografía que me cuento cuando estoy solo”.
Hochman es un narrador obsesivo. Uno piensa en Guibert, en Al amigo que no me salvó la vida –en su escritura como una exploración de un yo que está hecho de cuerpo, de enfermedad, deseo y angustia. Sobre todo, uno piensa en William Styron, en Esa visible oscuridad. Igual que con Guiberty y Styron, hay aquí una investigación lúcida, casi clínica del yo para dar sentido a la experiencia de la enfermedad.
Una frase del diario de Gide, para cerrar: “Las cosas más bellas son aquellas que sopla la locura y que escribe la razón. Hay que permanecer entre ambas, muy cerca de la locura cuando se sueña, muy cerca de la razón cuando se escribe.” En ese balance delicado se mueve Hochman.
Fuente: Perfil
Por Marcos Urdapilleta